martes, 4 de octubre de 2011

The Wilby conspiracy

Como me moría de ganas de completar mi festivalito Michael Caine (además era martes, día fatídico en mi almanaque personal, y una compensación positiva no vendría nada mal), compré un poco de tiempo. Paseé al perro, apagué los teléfonos y cerré el peeper de los mails (si entraba una traducción, me preocuparía después de ver la peli; precaución inútil, porque cuando me tomé el lunes, apreté “por error” el link equivocado y tenía también libre el martes, ¡qué inconsciente, el mío!) La película no era larga, una hora cuarenta y dos minutos. El mundo bien podía seguir sin mí durante 102 minutos. No es que yo sea importante, pero parece que no puede. La terminé viendo en capítulos porque no se puede apagar el timbre. Pero ésa es otra historia. La peli es atrapante… por los motivos equivocados. Estamos en Ciudad del Cabo en 1975, Michael anda noviando con una abogada (Prunella Gee) que obtiene la libertad en un juicio de Sidney Poitier, acusado de ser negro principalmente. Entonces uno piensa, ah, es un film testimonial, que ilustrará los atropellos contra los negros. Bueno sí, pero no mucho. Camino a festejar con una botella de champán, son detenidos en un retén por unos policías abusadores. Terminan los tres noqueando a los policías. Caine y Poitier deberán huir. Ah, piensa uno, vendrá de reformulación de Fuga en cadenas, ahora con Caine en el lugar de Tony Curtis. Quizá, pero no tanto. Aparece Nicol Williamson, como policía, en plan de Javert y discursea sobre la superioridad blanca. Uno piensa: ah, va a ser Fuga en cadenas con mensaje anti Apartheid. Sí, un poco, no mucho; bah, nada. Caine y Poitier en la fuga se entienden poco y nada. Ah, piensa uno, va a ser una buddy movie, ésas de parejas disparejas en las que los protagonistas se tiran con todo y después se amigan. Bueno, sí, casi, pero no del todo. Seamos sinceros, venía de bodrio. Pero, pero. Pero el humor salvará al mundo. Comenzó a sobrevolar un humor juguetón que subvertía la supuesta seriedad del asunto. Como si en algún momento del rodaje, el director, el siempre eficiente Ralph Nelson, hubiera comprendido que con ese guión más de la B no pasaba; o como si Sidney Poitier hubiera llegado a la conclusión que era imposible tomarse en serio el asunto; o como si Michael hubiera decidido que era mejor jugar en clave ligera, la cuestión es que de repente, casi sin transición, todo parecía virar a la comedia. O casi, pero el humor es el humor y si no salvará al mundo, del bodrio te rescata seguro. Nicol Williamson comenzó a sobreactuar con todo, que era lo mejor que podía hacer, aparecieron unos diamantes y la cosa se transformó en una de acción, con trasfondo político, más de excusa que de peso. En definitiva, una auténtica delicia. Una peli medio desconocida, que si no lo fuera, sin duda sería de culto, porque la lógica se suspende caprichosamente más de una vez, las motivaciones de los personajes son tan endebles como mis ganas de trabajar y los giros de argumento son tan justificables como una violación. Michael, el motivo del festivalito, en clave ligera, es una de las maravillas del universo, así que el tiempo perdido era un tesoro invaluable. Y curiosidad extra, la peli marca el debut del danés Rutger Hauer en una peli de Hollywood. En dos palabras: la pasé bomba. (Sí, ya sé, son tres, pero ése era el chiste).

No hay comentarios:

Publicar un comentario