domingo, 9 de octubre de 2011

Segunda sábado


Brute Force es la madre de todos los dramas carcelarios. Todos, sin excepción, remiten a este súper clásico. Jules Dassin elabora el modelo perfecto en el que todos deben abrevar. De absoluta vigencia porque la premisa principal del film sigue sin resolverse: ¿para qué carajo es la cárcel?, ¿para una futura reinserción social o para acrecentar el resentimiento que los hará reincidir en el crimen? Estos presos no fingen inocencia, se saben culpables, pero necesitan algo que los saque del pozo y el maltrato los hunde más. Hume Cronyn es el carcelero sádico con ambiciones de poder. Art Smith es el médico cínico y desencantado que observa como todo se va a la mierda. Roman Bohnen es el alcalde bienintencionado, pero débil y con las manos atadas por manejos políticos y poco presupuesto. Burt Lancaster es el líder de su celda al que no le quedará otro remedio que persistir en una fuga suicida en la que todos hallarán redención a través del camino equivocado: el de la integridad que da el heroísmo. Para airear el encierro, hay raccontos de momentos claves de la vida de los presos, lo que permite la inserción de Yvonne de Carlo, Ann Blyth, Ella Raines y Anita Colby en variaciones de femme fatale o de niña sufrida. El que le corresponde a Burt es el más flojito, no por lo improbable (el fortachón enamorado de la paralítica) sino por lo cursi del tratamiento. Un detalle menor ante la abundancia de excelencia. El guión es nada más ni nada menos que de Richard Brooks. El mensaje final de que no hay escapatoria se refiere más a lo social que a la cárcel en sí. Y que la prisión esté superpoblada agrega más vigencia a esta película de ¡1947! Vibrante, electrizante, poderosa. Burt está magnífico. Verlo es la felicidad en camiseta. Fin del recreo, vuelvo a mi celda de traducciones, correcciones y actualización de planes anuales con contenidos mínimos para exámenes finales. Sí, es verdad, no hay escape.

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