jueves, 18 de diciembre de 2014

Verano porteño



Por suerte para los que todavía no las vieron regresan durante el verano dos obras angeladas por el trabajo de sus protagonistas, las fabulosamente indescriptibles Karina K e Ivanna Rossi. Intentar describir su trabajo es empequeñecerlo, procurar devolver la maravilla al terreno de lo posible.


Karina K vuelve al Astros con su Judy Garland en Al final del arcoíris el 8 de enero. 

Ivanna Rossi vuelve al Maipo Kabaret el 9 de enero con su reencarnación de Celia Gámez en La Celia.
 

En posts anteriores de este blog hablamos de las virtudes y cortedades de ambos espectáculos, lo que no fue óbice para declarar imperdible el desparramo de talento que hacen estas chicas prodigiosas. Huelga decir que ratifico la recomendación de verlas. Después, serán unos espectadores felices.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Ivanna Rossi es La Celia en el Maipo Kabaret



Según se sabe, Celia Gámez (una argentina salerosa que triunfó en España) no fue una belleza deslumbrante ni una cantante excepcional, pero tenía lo que hay que tener: ese magnetismo que trasciende las candilejas y te hace vivir en la memoria e imaginación del público.


Este año teatral que culmina no fue pródigo en espectáculos imperdibles, aunque ahora sobre el estribo del final llega éste que sí lo es: La Celia. Estuvo ideado y producido por Lino Patalano, y la dramaturgia y dirección de Emilio Sagi.


¿Cinco motivos para ver La Celia? Ivanna Rossi, Ivanna Rossi, Ivanna Rossi, Ivanna Rossi, Ivanna Rossi. Sí, bueno, aparte de la magnífica Ivanna, las canciones. Celia Gámez tuno un repertorio amplio y bello, que le envidiarían más de cuatro. Y ya que hablamos de cuatro, las cuatro chicas que acompañan a Ivanna (Jimena González, Virginia Kaufmann, Virginia Modica, Pilar Rodríguez Rey) engalanarían cualquier show y a éste lo llevan a un deleite de sibarita. Los tres músicos (Santiago Rosso, piano, Juan Pablo Togneri, contrabajo, Natacha Tello, violín) son otro deleite que acaricia el oído no bien uno va entrando al coqueto y sencillamente elegante Maipo Kabaret. Y si de elegancia hablamos, el vestuario de Renata Schussheim deslumbra y fascina. El único pero de esta maravilla es el libro de Santiago Castelo. Dicho por la Celia, o sea Ivanna, en primera persona no es más que un esquicio que enhebra las canciones. De todos modos no es penoso, tan solo anodino, sin embargo, y lo que no es poca cosa, invita a conocer más de la Gámez y sus tiempos.


Como la muestra del botón, les adjunto este video. No se conformen con él y corran al Maipo Kabaret, que quedan pocas funciones. No se arrepentirá. Bah, solo se arrepentirá si no va.


¡VEULVE EL VIERNES 9 DE ENERO! ¡BIEN!
Martes a Sábados a las 20:30 hs
Domingos a las 19:30 hs
Maipo Kabaret, Esmeralda 449 (CABA, BsAs)

viernes, 21 de noviembre de 2014

Un señor llamado Mike Nichols



El 2014 nos quitó muchas cosas, ahora nos deja sin la posibilidad de una nueva película de Mike Nichols. Al repasar su trayectoria vemos que refleja la decadencia del cine industrial estadounidense a través de las décadas. Porque su carrera se abrió allá en lo alto, conoció mesetas más o menos notables y se cerró casi sin gloria. Su cine se centraba más en los actores y en los guiones que en las veleidades visuales, por más buen uso que hiciera de estas.


Venía del teatro y con el teatro debutó en cine. Llevó en 1966 a la gran pantalla nada más ni nada menos que ¿Quién le teme a Virginia Woolf? de Edward Albee con las estupendas actuaciones de Elizabeth Taylor, Richard Burton, Sandy Dennis y George Segal. Al año siguiente haría una de las películas más amadas y recordadas de la historia: El graduado, con la que convertiría en estrella a Dustin Hoffman, haría resplandecer la belleza de Katherine Ross y lograría que Anne Bancroft le sacara lustre a su inmenso talento. Y comenzaría la década del 70 con un par obras maestras. La satírica Trampa 22 (1970) que reflejaba la locura de toda guerra, esta vez la siempre glorificada Segunda Guerra Mundial, Alan Arkin encabeza el nutrido elenco de notables y en 1971 saldría al ruedo con el incisivo Conocimiento carnal, indagación profunda de las costumbres sexuales de la época, con un cuarteto protagónico inolvidable: Jack Nicholson, Ann Margret, Art Garfunkel y Candice Bergen.


En el 73 se despacharía con una de aventuras, El día del delfín, que era buena pero que no te volaba la cabeza, con el siempre eficiente George C Scott. En el 75 metería la pata con Dos pillos y la heredera, en la que más allá de que no tuviera muchas risas, se imponía la simpatía a prueba de balas del trío protagónico: la multitalentosa Stockard Channing, el seductor Warren Beatty y el ya mítico Jack Nicholson. En el 83 se cruzaría por primera vez con Meryl Streep, Silkwood, impactante drama de denuncia sobre las condiciones laborales en el que también participaba Kurt Russell y en el que la inefable Cher daba la mejor actuación dramática de su carrera. En el 86 unió a la Streep con Jack Nicholson en El difícil arte de amar, relato autobiográfico de Nora Ephron sobre su separación de Carl Bernstein. En el 88, primero reprisaría en cine su éxito teatral Biloxi blues o Aprendiendo a ser hombre sobre la obra de Neil Simon con el siempre magnético Mathew Borderick, y después la pegaría a lo grande con una comedia que ya es clásica, Secretaria ejecutiva en la que resplandecían de talento Melanie Griffith, Sigourney Weaver y Harrison Ford.


En 1990 haría Recuerdos de Hollywood en la que Meryl Streep sería hija de Shirley MacLaine, según novela de lo más biográfica de Carrie Fisher sobre la relación con su madre Debbie Reynolds. En el 91 la daría una Segunda oportunidad al bueno de Harrison Ford junto a la siempre deslumbrante Annette Bening.


En el 94 intentaría con poca fortuna el género de terror con Lobo con la en este caso poco rendidora pareja de Jack Nicholson y Michelle Pfeiffer. Y en el 96 haría la versión estadounidense no musical de La jaula de las locas rebautizada La jaula de los pájaros con los protagónicos del este año malogrado Robin Williams y Nathan Lane, una versión que empalidecía al lado de la francesa original con Ugo Tognazzi y Michel Serrault. Williams y Lane estaban muy histriónicos por separado, pero juntos eran la pareja con menos química del planeta. Como sea el show lo daba Gene Hackman travestido inolvidablemente al final y la mirada elocuente de la gran Angela Lansbury en el cameo de la última escena. En el 98 trabajaría por primera vez con la gran Emma Thompson en Colores primarios en la que la inglesa hacía de primera dama para el presidente de John Travolta.


En el 2000 con guión y protagónico de Garry Shandling haría la desconcertante y para mí de lo más interesante ¿De qué planeta vienes?, y en la que brillaba también Annette Bening. En el 2001 haría el telefilm sobre la obra de teatro Wit con la impactante Emma Thompson. En el 2002 llevaría también a la tele la monumental obra de Tony Kushner sobre el SIDA, Ángeles en América con un elenco numeroso en el que por supuesto se destacaba Meryl Streep. En el 2004 haría esa cosa que se llamó Closer con las hermosas Julia Roberts y Natalie Portman y los caballerosos Clive Owen y Jude Law, sobre las costumbres sexuales de los noventa. Véase la distancia que separa a Conocimiento carnal de la pavada de Closer y se comprobará a qué nos referimos cuando hablamos de la decadencia de la industria.


Su carrera terminaría en el 2007 con un film encantador y discreto Abuso de poder, al que la simpatía de sus protagonistas elevaba de categoría. Y sí, Julia Roberts, Tom Hanks y Philip Seymour Hoffman te salvan de cualquier ruina y si te descuidás te lo convierten en clásico.
 

Hoy tal vez se fue, no sé, porque quizá un graduado de conocimiento carnal caiga finalmente en una trampa 22 con una secretaria ejecutiva, y entonces el conjuro haga que un señor llamado Mike Nichols  no se marche del todo jamás.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Para tomar en cuenta

Superar los problemas... ¡zapateando!



 


La intérprete es Anna-Jane Casey.
La canción es de Jerry Herman, del musical Mack and Mabel
Los arreglos y la dirección musical son de John Wilson.
Es uno de los últimos números del BBC Proms 2012 en el Royal Albert Hall, Londres, de allí que los bailarines sorprendan al matrimonio que sale antes. 

jueves, 30 de octubre de 2014

Breve elogio del teatro


Como  dice Sondheim en una canción, la idea no es suya,  es tan vieja como las cucarachas, el teatro es un templo. A lo que agrego, como bien aprendí en un libro de religión, todo oficio religioso, al igual que una obra de teatro, es una representación. Nunca dejé de creer, aunque ya no piso una iglesia, pero voy al teatro, antes, a veces, como oficiante, ahora, siempre,  como feligrés, a celebrar el hombre que hay en dios o el dios que hay en el hombre. 

jueves, 23 de octubre de 2014

The scoundrel (El canalla)




Un cinéfilo es un coleccionista de recuerdos. O sea un memorioso portentoso, un enciclopedista procaz, un obsesivo promiscuo, un fanático pedestre. Alguien a quien habría que tratar psiquiátricamente de no haber “patías” más urgentes o peligrosas.


Lo peor que le puede pasar a un cinéfilo, su peor pesadilla, es que le hablen de una película que no vio, aunque caiga en su área de especialidad (los cinéfilos como los perros no son todos iguales, algunos son expertos en terror, otros en vaqueros e indios, aquellos en artes marciales, estos en musicales y así, hay quienes tienen intereses múltiples, el noir y el bélico, por ejemplo, pero no hay cinéfilos totales del mismo modo que no hay perro que tenga todas las virtudes caninas).


Procuro especializarme en la comedia clásica, el cine de los grandes maestros entre los años treinta y setenta del siglo pasado, el musical y el noir. Tengo mi máster en las carreras de Bogart y Belmondo, conozco mi Bergman, vi todos los Gene Kellys y los Fred Astaires existentes, mis Billy Wilders, mis Preston Sturges, mis Ernest Lubitschs y así. Soy más aficionado que experto en el espionaje y el film bélico de la segunda guerra. De chico me deliraba el western en todas sus variantes, pero esa pasión no sobrevivió a la adolescencia y perduró solo en los Sergio Leones y los Clint Eastwoods. Tengo mis ponencias sobre cine inglés, francés e italiano y sobre el cine argentino de todas las épocas, claro.


Pero cuando la frase de mi día es “No sé si suicidarme ahora o dentro de un rato”, lo que me salva la vida es el musical o las comedias clásicas. Entre estas, perseguí durante años a The scoundrel y por fin pude verla.


Me enteré que existía en el 75 o 76, por una crítica de Emilio Stevanovich en la revista 7 días a Uno a querer, el espectáculo que Carlos Perciavalle protagonizaba y que había coescrito con Hugo Sofovich. (Ni se les ocurra felicitarme por la precisión de mi memoria, la cinefilia es una enfermedad) Allí Stevanovich decía que la excusa para unir los monólogos se parecía a la trama de The scoundrel, vieja película con Noël Coward. Yo ya tenía mi Historia del cine sonoro americano de Homero Alsina Thevenet y me hice de más datos. Era una película de 1935 escrita y dirigida por Charles MacArthur y ¡Ben Hecht!, por la que ambos ganaron el Óscar al Mejor Guión Original. Ben Hecht ya era uno de mis ídolos, por ese entonces más que nada por Primera Plana, que ya había visto en teatro (con Javier Portales y Andrés Percivale) y en cine (con los inmensos Jack Lemmon y Walter Matthau, dirigidos por el supremo Billy Wilder). Ah, y Noël Coward ya era para mí ¡Noël Coward!


Creo que vi dos veces aquel espectáculo de Perciavalle, la primera en el Margarita Xirgu, con una compañera de teatro, que era sobrina de la representante de Perciavalle, fue en una primera función de un sábado, no pagamos, nos invitaron y nos sentaron en un palco que se reservaba para huéspedes sorpresas. Después la tía de mi compañera nos llevó a que saludáramos a Perciavalle, quien descansaba y se preparaba para la segunda función en un camarín en penumbras, pintado de negro o de azul oscuro. Fue amable con nosotros, que éramos casi unos niños. Bueno, yo apenas había terminado el secundario… La segunda vez, pagué, lo vi en el Ópera, aquí en La Plata.


En el primer cuadro, un actor desagradable como pocos manejaba un descapotable y moría en un accidente. En el segundo cuadro, San Pedro le decía que para entrar en el Cielo tenía que conseguir el testimonio positivo de al menos una persona. Desfilaban así varios personajes, entre los que figuraban El principito y La Gioconda, que nada bueno podían decir del actor. No recuerdo el final, pero creo que le daban otra oportunidad para mejorar su vida. El título reformulaba el de la novela de Migré de ese año, Dos a quererse. (Esos dos eran Thelma Biral y Claudio García Satur)


Deduje entonces, por la cita de Stevanovich, que The scoundrel trataba sobre un tipo medio sorete que moría y debía hallar o hacer algo para redimirse.


En el 79 la Cinemateca programó The scoundrel en ciclo de películas no estrenadas comercialmente en la Argentina en un par de funciones a las que no pude asistir porque me retenían actividades más grises como estudiar o trabajar.


El tiempo pasó y no me olvidé de The scoundrel. En tiempos más recientes, cuando la internet llegó a mi vida, la busqué sin suerte. Suelen rondar películas más cercanas en el tiempo. El año pasado la encontré, estaba online y vi el principio, debí interrumpirla para sentarme a traducir. La reservé para verla después, pero como la vida es una vorágine, recién ayer, a más de un año de haberla encontrado, pude verla.


Anthony Mallare (Noël Coward) es un editor de libros cínico y cruel. En la antesala de su oficina lo espera una corte de escritores de diversa laya que se intercambian agudas brillanteces. Entre ellos, silenciosa, está Cora Moore (Julie Haydon) poetisa joven e inédita, es la primera vez que va por allí, fue citada para una entrevista con Mallarme, quien es también un mujeriego hedonista. Al verla queda prendado de ella. Cora no anda sola por la vida y minutos más tarde, su novio, Paul Decker (Stanley Ridges) le propone casamiento. Ella lo rechaza amablemente para privilegiar una aventura con Mallare, quien al principio parece amarla, pero después comprobamos que no, que Cora fue solo una diversión pasajera, de ella le atraía su ingenuidad, su inocencia, y ahora que es otra mujer sofisticada de su entorno (él la transformó en eso aunque no se hace cargo) ya no le interesa. Cora lo maldice, le desea que ojalá muera y nadie lo llore. Más tarde, Mallare toma un avión para Bermuda, el avión cae al mar y él muere. A su fantasma le dan un mes para hallar a alguien que lamente de verdad  su muerte. No halla a nadie. Su única esperanza es Cora, a la que no puede encontrar, porque busca a Paul en los refugios de alcohólicos, para ocultarlo por un tiempo hasta que la orden de detención por un pequeño fraude se venza. Finalmente Cora encuentra a Paul y Mallare los halla a ambos. Mallare le pide perdón a Cora, quien se resiste a  perdonarlo. Paul le dispara a Mallare, no puede matarlo, claro, porque está muerto, pero el revólver funciona mal y una de la balas hiere al propio Paul. En algún lado suenan campanas de medianoche, a Mallare se le acabó el plazo, ruega entonces para que Cora y Paul puedan volver a ser como eran antes de que él apareciera en sus vidas. Es oído, Cora rejuvenece y Paul se cura de su herida. Cora llora de agradecimiento. Mallare pregunta conmovedoramente si esas lágrimas son para él. Cora asiente. Mallare ya puede descansar en  paz, alguien lo ha llorado.


Como vemos es un cuento moral, con una primera parte lozana como el primer día y un final melodramático, quizá pasado de moda (el Hollywood de hoy nos asesta finales peores), pero efectivo. No es casual que MacArthur y Hecht hayan elegido a Coward de protagonista. El guión está lleno de réplicas, retruécanos y epigramas que bien pudieron haber sido escritos por Coward. La agudeza y la brillantez están a la orden del día.


Hay también unos cuantos guiños y curiosidades. En el dormitorio para borrachos en el que Cora halla a Paul, dos de las camas aledañas a la Paul están ocupadas por los “extras” Charles MacArthur y Ben Hecht. Uno de los escritores de la antesala es Alexander Woollcott, escritor en la vida real que perteneció al círculo del Algonquin y famoso por la frase, muy circulada en internet, “Todo lo que me gusta es inmoral, ilegal o engorda”. Uno de los amores de Mallare es Rosita Moreno, quien ese mismo año, 1935, filmaría con Gardel Tango Bar y El día que me quieras. Y es el primer largometraje con Lionel Stander, aquí un joven y pesado poeta. Stander es quizá más recordado como el mayordomo de Los Hart (Robert Wagner, Stephanie Powers), pero para mí es el inolvidable representante de Liza Minnelli en New York, New York, que tiene con el gran De Niro una escena deliciosa.


¿Valió la pena esperar tanto para verla? Sí, cada segundo, de la espera y de la película. Puede que la gramática cinematográfica fuera entonces muy rudimentaria, pero la inteligencia que ponían en el armado de los personajes, de las situaciones, en la calidad de los diálogos hoy no se ve ni por milagro. En la comedia contemporánea se ha puesto de moda hablar rápido. Para disimular que no dicen nada gracioso ni estimulante. Aquí, Coward, rey de la relajación escénica y todo el elenco hablan con parsimonia, para que podamos solazarnos y participar vicariamente del ingenio y, para qué negarlo, de la genialidad.