miércoles, 30 de noviembre de 2011

Cosas de actores


Asistimos el domingo a la última función de Hamlet en el teatro Presidente Alvear. Entra Hamlet, o sea Mike Amigorena, compungido por la muerte de su padre. Habla bajo, para adentro. Estamos en la fila 7 y escuchamos a duras penas. Desde la platea alta una señora pide: "Más alto, por favor". Amigorena hace una mínima pausa y sigue hablando bajo. Sus compañeros en escena, levantan el tono. Minutos más tarde, otra señora, la voz parece venir de más arriba, de la tertulia quizá, dice educadamente: "No se oye". Amigorena termina la escena hablando bajo. La próxima escena en la que interviene es más vivaz y todos oímos. Cuando llega la escena de la entrada de los cómicos que harán la obra con la que pretende desenmascarar a su tío, Amigorena dice sus líneas, pero subraya lo que transcribiré con mayúsculas: "Espero que no tengan las voces cascadas para QUE LOS PUEDAN OÍR LOS QUE ESTÁN MÁS LEJOS". Incomprensiblemente, parte de la platea aplaude el exabrupto.

Soy tímido y nunca me atrevería a decirle a un actor que levante la voz. Más de una vez me he quedado con parlamentos a la mitad por dicciones viscosas y voces susurradas, pero comprendo a la gente que tiene la valentía de expresarlo. Sí, claro, es un acto de violencia, como retar a alguien en público, pero ¿qué hacer, soportar estoicamente no oír nada o decírselo al actor para que procure corregir la falencia?


Al viejo teatro Ópera, Miguel Ángel Solá vino a hacer Greta Garbo, quién diría, está bien y vive en Barracas; empezó muy bajo y alguien de atrás le pidió que hablara más alto. Solá, sin perder la concentración, simplemente levantó el tono y siguió con la escena. En una función de El protagonista en el Coliseo Podestá, Oscar Martínez empezó bajo, bajo. Una señora en el gallinero le dijo con poca paciencia: "Más alto". Martínez, con simpática humildad, dijo: "Perdón, querida", y levantó el tono. En el San Martín de Buenos Aires, en una función de Los caminos de Federico, unipersonal con  Alfredo Alcón sobre textos de García Lorca, cuando arrancó con el monólogo de la vejez de Doña Rosita, la soltera, bajó muchísimo el tono, encima la luz se ponía penumbrosa lo que aumenta la sensación de que oímos poco, una señora dijo para sí, no fue su intención informárselo a Alcón, pero por el silencio de misa que provoca Alcón, se oyó un: "Lástima que no se oiga bien". Alcón se interrumpió y comenzó de nuevo el monólogo, esta vez en voz más alta. 

domingo, 27 de noviembre de 2011

Ay, Sophia. Hay Sophia


Sophia Loren toma sol en una pausa de la filmación de Orgullo y Pasión. Ay, Sophia, Sophia. Tu ecuación perfecta de carnalidad, sensualidad, sensibilidad y espirtualidad desbarata desde siempre las matemáticas de mis sueños. En vos conviven la hembra rotunda que entrega y demanda, y la mamma que condiciona, contiene y alimenta. Ay, Sophia, Sophia. A muchas mujeres pedí que me dejaran en paz. A vos, jamás. ¿Cómo podría? Sería como pedir que me dejara en paz la vida. Ay, Sophia, Sophia. Hay Sophia.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Quinteto


Como tenía una pinta que rajaba las veredas, pudo haber sido el chico lindo de las películas. Pero no. Siempre que pudo, encarnó el fracaso del Sueño Americano, que se volvía más punzante porque tenía una pinta que rajaba las veredas. Subrayaba que la belleza no te abría puertas ni te garantizaba el éxito en una sociedad individualista, para nada solidaria y miserablemente prepotente. Como tenía una pinta que rajaba las veredas, pudo haber sido el rubio ganador al que se le daba todo. Pero eligió ser como nosotros: un perdedor. A secas. Por eso lo amamos. Porque su pinta que rajaba las veredas jamás nos amenazó ni nos insultó. Y si existe el Paraiso, y accedemos, no tocaremos el arpa o la lira en una nube. No. Nos emborracharemos con cerveza o whisky en un patio trasero en noches de buena luna con nuestro amigo Paul Newman, el único de la barra con una pinta que rajaba las veredas.

viernes, 25 de noviembre de 2011

El niño interior

Blake Edwards dirige a Julie Andrews en una escena de Darling Lili. El fotógrafo los llama. Giran y se burlan. ¿Quién lo diría, gente tan seria y responsable? Cualquiera, todos somos el chico que nunca crece. Por eso la vejez es tan injusta, nos sorprende en la mitad de la primera infancia. 

jueves, 24 de noviembre de 2011

No sé ustedes



No sé ustedes, pero yo cuando estoy tan cansado como ahora me pongo voluble (sí, boludo también). Puedo pasar de la furia al llanto, una media sonrisa puede lastimarme y una traición no moverme ni una ceja. Mi apreciación de la realidad se distorsiona a niveles de una absurdidad inabarcable. Me acuesto sombrío y lento. Duermo poco y agitado. Sueño feo y mal. Me despierto pronto y peor. Vivo para el último minuto de la clase, el último punto de la traducción. Para ese recreo mísero en el que puedo ser por un ratito el vago irresponsable que en verdad soy. Con nadie puedo sincerarme. La mascarada es completa, todos me creen trabajador y feliz. Me obsesiono porque el año laboral termine de una vez, pero hasta contar los días que faltan lo hace más largo. Nada me consuela. Nada. Ni que el perrito tome mis pies como almohada. Pero cuando el desaliento es más profundo, me roza el ala del ángel de la vida y vislumbro por un segundo la llegada eventual y tardía de ese tiempo mágico en que mi única preocupación es decidir si dormir o no la siesta...

Ilustración: Un Michael Caine agotado descansa como puede antes que lo llamen a filmar otra vez. Si Michael Caine puede, quizá yo también...

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Sweet sixteen



Esta foto de cuando Ava tenía 16 años, exhibida en el estudio fotográfico de su cuñado en Nueva York, le significó un contrato inmediato con la MGM. Algunas cosas tienen que pasar. Ava Lavinia Gardner llegó a Hollywood a los 18 años. En un principio a nadie le interesó si podía actuar. A belleza semejante, dijeron los productores, el público le perdonaría cualquier cosa. Pero la chica tenía amor propio y se convirtió en una actriz fascinante, que nadie tomó muy en serio hasta que la belleza comenzó a ajarse. Su belleza la hizo estrella y su belleza fue el cepo que le impidió crecer. Hay bendiciones malditas.

(La última línea se la dedico a Susana que a veces es oximorónica)

lunes, 21 de noviembre de 2011

The divine

Bette Midler es una de las estrellas más originales que nos ha regalado el mundo del espectáculo. La única clasificación posible que acepta es precisamente la de inclasificable. Es proteica, carismática, camaleónica. Te amamos, Bette. Sos irresistible. ¿Cómo negarse a alguien que nos hace reír, nos emociona y nos canta? 

sábado, 19 de noviembre de 2011

Haciendo historia





La serie que lo había colocado en el mapa, Rawhide (conocida aquí como Cuero crudo), terminaba y su carrera no parecía ir a ninguna parte. Recibió entonces la invitación para filmar en Italia y España algo que se llamaría Por un puñado de dólares (1965). Clint Eastwood ceptó a regañadientes sólo porque la historia que le proponían se parecía a la de Yoyimbo (1961) de Kurosawa, film que le había gustado. Su agente le había dicho que no aceptara, que era un "bad move", (como al hombre le gustan las ironías, a la compañía cinematográfica que fundaría después le pondría Malpaso en recuerdo a las palabras de su agente, a bad move, un mal paso). Los primeros días en Europa los pasó borracho, se sentía frustrado. Pero empezó a percatarse de que las cosas allí se hacían de otro modo y ya no se emborrachó. Con el director Sergio Leone filmaría también Por unos dólares más (1965) y Lo bueno, lo malo y lo feo (1966), después rebautizada como El bueno, el malo y el feo. El cine del Oeste ya no sería el mismo. El spaghetti western adquiría proporciones artísticas.El resto es historia conocida. Clint se convertiría en una súper estrella. Leone en un maestro del cine y el mundo entero silbaría las tonaditas de Ennio Morricone, que en las primeras copias de Por un puñado de dólares aparecía como Dan Salvio.

(en la foto, Sergio Leone dirige a Clint Eastwood en Por un puñado de dólares)

viernes, 18 de noviembre de 2011

A mí me pasaría lo mismo

Extracto de un reportaje a Leonardo Sbaraglia, publicado el 17 de noviembre:


-¿Cómo fue tu encuentro con Robert De Niro durante el rodaje? 
-Con él directamente no trabajé. Sí compartimos set y fui a verlo trabajar y ver que es un ser humano [se ríe]. Es un tipo muy agradable. Estuvimos conversando un ratito en su motorhome. Fue verle la cara, escucharlo hablar y que eso te recuerde a diferentes momentos. En mi caso, como actor, es un tipo al que he admirado durante toda la vida. Fue una emoción muy fuerte tenerlo enfrente. El se ríe y te hace acordar a una película; te mira y te hace acordar a otro momento. Yo estando ahí decía «Ya está, me puedo quedar tranquilo: no sólo que trabajo con Robert De Niro, sino que también va a ver la película».

jueves, 17 de noviembre de 2011

La luna en el charco

Supieron siempre que los llamaban por tener caras de tipos comunes, de esos que se encuentran de a centenares por cuadra. Se burlaron de sí mismos más de una vez por no ser Tony Curtis o Paul Newman. Nunca se quedaron con Marilyn, Rita o Natalie. Eso era cosa de galanes. Y si a veces les tocaba ser esposos de Virna, era por el efecto cómico, nada más. No por eso se privaron de hacer cosas extraordinarias. Elevaron al hombre común que representaban a categorías míticas, proeza a la que ningún galán por bonito y sexy que fuera podía aspirar. No los envidiábamos, hacíamos algo mejor, nos identificábamos con ellos. Ellos eran nosotros. A pesar de las bromas, bendijeron siempre ser los tipos comunes de las películas y aunque las chicas no colgaron sus fotos en los dormitorios, a la larga fueron más amados que todos los elencos juntos con los que trabajaron. Ellos son Jack Lemmon y Peter Falk.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Oído al pasar



El lunes a eso de las tres de la tarde, saco a pasear a Perrito. Mientras estamos en la rambla de 25, se nos aproxima una familia. Padre, madre, dos chicos y un pitbull. El padre lleva una pelota. Los chicos tienen entre 8 y 10 años. El menor dice: Los paros son buenísimos, ojalá haya más antes de fin de año. El padre le contesta: Qué vivo, como se ve que el que se pierde la siesta no sos vos. Me doy vuelta para que no me vean sonreír. Perrito se pone a ladrar al pitbull y ya no oigo más qué dicen. Se pierden camino del parque donde pelotearán felices. Más tarde, cuando llama un colega para preguntarme unas fechas de examen, le cuento lo que oí. Familia sana, de códigos claros, me comenta. No te entiendo, le digo. Claro, me explica, el chico dice que le gustan los paros y el padre no lo sermonea con que son malos porque pierde la oportunidad de aprender u otras hipocresías por el estilo. No, el hombre confiesa por donde le aprieta el zapato: la pérdida de la siesta, pero como se quieren resuelven bien el problema, se van a pelotear al parque, y hasta el pitbull está contento.


Ilustración: Peter O'Toole en Goodbye, Mr. Chips, mi película favorita de maestros.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Dunkerque




La había visto, hace tanto que ya me la había olvidado. Consecuencias del paso del tiempo, uno se descuida y las cosas se miden en décadas. La bajé, la vi y me dispuse hacer un comentario. Antes me puse a gugliar para precisar datos y no escribir disparates y encontré una crítica ya hecha en un blog dedicado a películas de guerra. Decidí entonces transcribirla y después dialogar con ella. 


Fin de semana en Dunkerque (Week-end à Zuyd-Coote) (1964)


La acción comienza un sábado del mes de junio de 1940. El soldado francés Julien Maillat (Jean Paul Belmondo) es uno de los miles combatientes que ha quedado atrapado en la bolsa de Dunkerque, concretamente en la zona del turístico pueblo costero de Zuydcoote. Mientras Julien, acompañado de varios camaradas, recorre las atestadas playas intentando encontrar la manera de embarcar en un transporte que lo lleve a Inglaterra, entre el acoso de los aviones alemanes, conocerá a Jeanne, una atractiva jóven que se niega a abandonar su casa pese a los riesgos cada vez más evidentes de la situación, y con la que Julien vivirá un atisbo de romance.


En 1940 el joven escritor francés Robert Merle vivió en primera persona el cerco de las tropas anglo francesas en Dunquerke y su posterior evacuación por mar con destino a Inglaterra. Sus experiencias personales le servirían pocos años mas tarde para plasmarlas en su primera novela, titulada Week-end à Zuyd-Coote, publicada en 1948. En esta obra, que le valió a Merle para hacerse con el prestigioso premio Goncourt otorgado por la critica literaria del pais galo, el autor recogía las vívidas impresiones experimentadas por él en los dramáticos días de Junio de 1940, durante el cerco de Dunkerque. El éxito de la novela no podía pasar desapercibido para los productores cinematográficos, siendo adaptada para la gran pantalla en 1964. El rodaje de la pelicula, que se financió con capital francés e italiano, contó con unos medios de producción muy superiores a los habituales del cine europeo por aquella época. La labor de ambientación fue exhaustiva, de modo que en las localizaciones reales de la costa francesa se construyeron múltiples decorados para recrear los escenarios de 1940, se contrataron cientos de extras para dar vida a los soldados anglo-franceses, y se reunió abundante material y atrezzo bélico de la II GM para dotar de mayor realismo a la historia. Además se confió el papel protagonista a un joven actor que iba para estrella: Jean Paul Belmondo, arropado por varios de los mejores actores secundarios del cine francés; mientras que la dirección corrió a cargo de un director con cierto renombre comercial como Henri Verneuil.


La verdad es que resulta curioso que unos hechos históricos tan potencialmente "cinematográficos" como los del cerco de Dunkerque hayan pasado relativamente desapercibidos para el cine. Porque lo cierto es que, exceptuando la reciente “Expiación: más alla de la pasión” y la modesta producción de Serie B italiana “De Dunquerke a la victoria”, el cine apenas ha prestado atención a la dramática evacuación del importante contigente aliado cercado por los alemanes en la costa del Canal de la Mancha en junio de 1940. Pero al menos, hay que reconocer que esta producción francesa lo hizo de una manera bastante convincente en cuanto a la ambientación, si bien no del todo brillante a la hora de contar una historia interesante. Vayamos primero con lo positivo. Aparte de la ya mencionada y sobresaliente ambientación hay que reconocer que Belmondo hace un buen papel protagonista interpretando al soldado Maillat, y que los secundarios realizan una excelente labor en sus respectivos papeles. También pueden destacarse algunos momentos bastante logrados, como la secuencia que muestra a los cientos de soldados aliados intentado embarcar en medio del acoso de los aviones alemanes y el posterior fusilamiento del piloto alemán cuyo avión resulta derribado.


Sin embargo la película no termina de resultar del todo redonda por varias razones. La primera es el tono ligero, por momentos casi de comedia, que adquieren los diálogos durante la mayor parte del metraje lo cual le resta gravedad a las situaciones que va planteando el film e impide crear la atmósfera de verdadero dramatismo que la historia requería. En segundo lugar, hay que decir que la subtrama del romance latente entre Julien y Jeanne está bastante mal desarrollada y resulta tan artificial que parece metida con calzador en el resto de la historia, aunque ignoro si esto es un defecto de la novela original o del guión de la película. Pero en cualquier caso, está claro que no termina de encajar bien en el desarrollo argumental. Finalmente, hay que añadir que el desenlace me pareció un poco forzado y de un tono excesivamente melodramático, siendo este otro aspecto que no termina de casar bien con el resto de la historia.


En conclusión, pese a que “Fin de Semana en Dunkerque” es una película algo fallida en sus planteamientos, merece al menos un visionado por los buenos aficionados al género bélico. Estos encontraran en ella una soberbia recreación de la evacuación de bolsa de Dunkerque, con casi total seguridad, la mejor realizada hasta la fecha para el cine.


publicada en:
http://segundaguerramundialenelcine.blogspot.com/2009/11/fin-de-semana-en-dunkerque-week-end.html


Mayormente estoy de acuerdo con lo que aquí se dice aunque disiento en la evaluación crítica. No creo que la intención haya sido hacer un drama bélico tradicional. Es evidente el deseo de manejar un tono ligero, de comedia casi. Incluso la discusión teolgica entre el cura y Belmondo es manejada con levedad. Por lo tanto me parece injusto demandarle más dramatismo. Es como si hubieran querido hacer realidad el título de aquella vieja obra de teatro de Fernando Arrabal: Pic nic en el campo de batalla. Y lo que pudo verse como una desvantaja en el estreno, se ve ahora como algo muy moderno, muy contemporáneo. Hoy el dramatismo tradicional sonaría antiguo. Como está, angustia por la acumulación de absurdos, ya que la superposición de tragedia y ligereza da un absurdo pronunciado y desconcertante, que termina por desesperar más que el simple dramatismo, que otorga siempre la escapatoria del alivio de la angustia por lo habitual, lo conocido y lo tradicional. Lo mismo pasa con el romance y el final, el absurdo los potencia y nos deja más desolados. Tardaré otro tiempo en revisitarla, más allá de su espectacularidad es devastadora. Lo que prueba que es un manifiesto antibélico muy logrado.

sábado, 12 de noviembre de 2011

viernes, 11 de noviembre de 2011

Extraña pareja

En cuanto a imagen cinematográfica de mujer, nada más opuesto que este par. Mae West siempre representará la mujer sexualmente deshinibida, pícara, procaz, chabacana incluso. Julie Andrews, pese a sus numerosos intentos de hacer pie en los aspectos más sensuales de su personalidad, será recordada como una institutriz adorable, asexuada, despabilada pero incapaz de proferir un chiste de doble sentido o una grosería.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Caída mortal



Continúo con mi revisión de los films de Michael Caine y me llevo una gran sorpresa. Deadfall (Caída mortal) conocida también como Angustia mortal, es una película de 1968 dirigida por Bryan Forbes (Mientras sopla el viento, La caja equivocada, Doble triunfo, La loca de Chaillot). Michael Caine es Henry Stuart Clarke, un ladrón contactado por Richard Moreau (Eric Portman) para que le robe unos diamantes a Salinas (David Buck). Como Henry se muestra medio reacio, Moreau le encarga a su esposa, Fe (Giovanna Ralli) que lo seduzca. Moreau no tiene ningún problema en entregar a su esposa porque es homosexual y no le da cama. Lo curioso es que este film, artificioso, refinado, rebuscado, parece una creación de Almodóvar, no sólo porque transcurre en España sino porque los conceptos utilizados para describir su cine y su última película pueden aplicarse a este viejo film con toda justeza. Porque es “melodrama noir”; donde “conviven los hallazgos visuales (hay refinamiento en la puesta y también en la pulcritud casi publicitaria de la fotografía), con giros artificiosos que pueden resultar irritantes o bordear el ridículo”; “refinamiento visual”; “barroquismo, aunque escondido debajo de una superficie límpida, ascética y gélida como la de un laboratorio”; “voluntad de provocar, actitud transgresora, la infaltable dosis de perversidad, atmósferas cargadas de perturbadora sexualidad, referencias a la cultura pop, inverosímiles enredos folletinescos, excentricidades varias y el atrevimiento que tanto se le celebra”; “thriller glacial, melodrama rocambolesco”.

Aseguro con honestidad que no exagero ni me entrego a juegos diacrónicos. La historia de Deadfall tiene muchos recovecos estrambóticos, y la resolución con laberintos sexuales incluidos deja a la de Todo sobre mi madre a la altura del naturalismo más acendrado. Y el estilizado registro visual es puro pop sesentista como con el que tanto le gusta jugar a Pedro. Original en este caso, claro,  porque Deadfall es de fines de los sesenta. ¿Coincidencia? ¿Cinefilia no declarada? ¿Influencia tan marcada que más que reflejo en el manchego parece copia? Cosas vederes, Sancho, que non crederes.

El afiche que adjunto aclara mucho (demasiado) las cosas. Dice: “Michael Caine se sumerge en el mundo de los adúlteros, los traidores y los perversos”. “La chica que no sabía que su padre y su marido eran el mismo hombre”. “El hombre que no se satisfacía ni con mujeres ni robos”. “La mujer que se acostaba con los hombres que su marido le elegía”. Como se ve, ingredientes very Almodóvar.

lunes, 7 de noviembre de 2011

El fantasma y la Sra. Muir


Como me había portado bien, decidí hacerme un regalo. Bah, si me hubiera portado mal, también me la hubiera regalado. Siempre hay que premiarse. El fantasma y la Sra. Muir es una de las más hermosas y románticas historias de amor. Lo gracioso es que la historia pelada (a principios del siglo XX, una vuidita huye de una suegra y cuñada espantosas y se va con su hija y una criada a vivir en una casa junto al mar, habitada por el fantasma de un marino cascarrabias del que se enamora y es correspondida) puede parecer una pelotudez, pero no lo es. Más bien todo lo contrario. Pertenece a una época en la que Hollywood se enorgullecía de ganar dinero contando una historia lo mejor posible; no como ahora que sólo pretende hacer plata con un "producto" que con piedad podríamos denominar "entretenimiento" y que no es sino el acompañamiento para deglutir pochoclos. Que esta historia sea inolvidable se debe a la magnífica orquestación que hizo su director, Joseph L. Mankiewicz, de todos los elementos técnicos y humanos. El guión de Philip Dunne está lleno de detalles y observaciones certeras. Los actores celebran su oficio con talento y afecto, y el resultado final es una fiesta para el ojo y el espíritu. Por suerte y porque la magia no se agota, sigue tan joven como el primer día. Gene Tierney, Rex Harrison, George Sanders y los demás siguen convenciéndonos de que el amor surge hasta en los ambientes y personas menos esperados. Ah, la música de Bernard Hermann acaricia los oídos, y la nena de la historia es una jovencísima Natalie Wood a quien ya se le nota que sería muy hermosa. 

sábado, 5 de noviembre de 2011

Un tranvía



Un tranvía llamado deseo es una bendición y una maldición. Es una bendición porque es una de las obras mejor escritas del mundo. Y es una maldición porque la versión cinematográfica posa como la lectura definitiva de la obra. Durante años sostuve esa creencia y me negué a ver otras versiones. Decía que para qué molestarse en hacerla en vez de exhibir la película. El tiempo enseña y si lo dejamos nos abre la mente. El film de Elia Kazan de 1951 con Marlon Brando, Vivien Leigh, Karl Malden y Kim Hunter no es, más allá de todas sus excelencias, la única versión posible. Marlon Brando no es el súmmum de Stanley Kowalski ni Vivien Leigh la apoteósis de Blanche Du Bois. Más allá de que Marlon Brando le diera la impronta de su cuerpo musculado y de su magnetismo animal inimitable. Y Vivien contara con el beneficio en el arte y desgracia en la vida real de ser emocional y psíquicamente inestable, lo que le venía como anillo al dedo al personaje. Bien, por ellos y por la gloria del cine, pero Stanley Kowalski no se agota en Marlon ni Blanche en la exquisita Vivien. La obra es tan rica que ni siquiera ellos abrazan por entero la magnitud de los personajes. Otras versiones, otras lecturas son posibles. Los críticos, como yo antes, suelen creer que Kazan, Brando y Leigh establecieron la perfección y que son insuperables. Hoy sé que no es así. Los críticos habitualmente entregan elogios a los Mitchs y a las Stellas, los personajes que delinearan Malden y Hunter, porque, aunque están magníficos, no enamoran tanto como Brando y Leigh; y castigan con durezas y sarcasmos a los Stanleys y a las Blanches por no ser Marlon y Vivien, y acentúan que el director de turno no es el "buchón" de Kazan. (Buchón porque denunció compañeros en el Macarthismo, quizá hago mal en mezclar arte y vida, pero me pudren algunos endiosamientos, Kazan era un gigante en el arte y un ser humano pequeñito por no decir miserable. Retomo:) Algo de eso pasa con la versión que se presenta en estos momentos. Érica Rivas es una Blanche estupenda y Diego Peretti está muy pero muy bien como Stanley. Por supuesto que la gran Paola Barrientos está genial como Stella y que Guillermo Arengo es un Mitch querible y comprensible, y es justo que hayan recibido las alabanzas prodigadas, como que no es menos cierto que Rivas y Peretti pagaron injustamente la estrechez de los críticos y se quedaron con todos los "peros". La dirección de Daniel Veronose es acertada y da una lectura rica de la obra. Distinta a la de Kazan, pero no por eso equivocada. Esta versión del tranvía ha entrado en sus últimos días en el teatro Apolo de Buenos Aires, de no hablerla visto todavía, si pueden, véanla. Vale la pena. Para sostener mi argumentación, va esta foto de la puesta dirigida por Luchino Visconti para el estreno en Italia (1951). Se ve a Marcello Mastroianni como Stanley y a Rossella Falk como Stella. No se había estrenado la película aún y Marcello no tuvo que sufrir la comparación con Brando. Y si duda, su interpretación fue diferente a la de Brando. Para empezar nunca fue musculado y su encanto no dependía precisamente del magnetismo animal. No, lo suyo iba por otro lado, pero no por eso tenía menos derecho a ser un Stanley Kowalski válido. 


(Está en la escena en la que Stanley, después de revolver el baúl, se sorprende por las "supuestas" joyas de Blanche)

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Un millón

Audrey Hepburn y Peter O'Toole en un descanso de la filmación de Como robar un millón de dólares (1966) de William Wyler, película que amé a primera vista y que seguí amando todas las veces que la vi.