miércoles, 25 de enero de 2017

¡Socorro! Se viene otra biopic...

Me pongo a ver cuanta biopic (película biográfica) encuentro en Netflix para darme la razón de que poco y nada tienen que ver con el cine que aprendimos a apreciar. Me atiborro con:

Cantinflas (Sebastián del Amo, 2014) o de cómo Cantinflas (Óscar Jaenada) llegó a trabajar con Mike Todd (Michael Imperioli) en La vuelta al mundo en 80 días.

Allende en su laberinto (Manuel Littin, 2014) o las últimas horas de Allende (Daniel Muñoz) aquel fatídico 11 de septiembre, mientras bombardean El palacio de la Moneda.

Papa Hemingway en Cuba (Bob Yari, 2015) o de cómo un periodista  Ed Myers, en realidad Denne Bart Petitclerc (Giovani Ribisi) llega a convivir con un escritor, Hemingway  (Adrian Sparks) que ya no puede escribir, ante los ojos de su sufrida esposa, Mary (Joely Richardson)

Grace de Mónaco (Olivier Dahan, 2014) con Nicole Kidman como Grace Kelly y Tim Roth como  el Príncipe Rainiero o recíbase de princesa en medio de una crisis.

Race: El triunfo del espíritu (Stephen Hopkins, 2016) con Stephan James como Jesse Owens, o la gesta de ser negro y ganar carreras en las Olimpíadas Nazis.

Manos de piedra (Jonathan Jakubowicz, 2016) con Edgar Ramírez como el boxeador Roberto Durán y Robert De Niro como su entrenador Ray Arcel,  o las luces y sombras de otro gran luchador.

Genius (Michael Grandage, 2016) con Jude Law como el escritor Thomas Wolfe y Colin Firth como el editor Max Perkins o cómo un gran editor lidia con un escritor de genio.

Antes y después de este festín biográfico, llegué a odiar las biopics. Bah, no el género en sí, sino como la conciben los productores contemporáneos, que creen que por colgarle el cartelito de “se basa en hechos reales” pueden aburrirnos a más no poder. En cualquier película, sea del género que sea, hay que presentar y desarrollar a los personajes, verlos en qué ambientes se desempeñan, cuáles son sus relaciones básicas, los conflictos que los envuelven, esas cosas. Nada de eso parece importar en una película biográfica contemporánea, parece que basta con introducir a un actor/actriz disfrazadx del personaje en cuestión para crear el verosímil, y en consecuencia todos tenemos que hacer cómo que nos creemos lo que nos darán por cierto. Ya ni siquiera se toman el trabajo de respetar los pasos narrativos básicos para procurar despertar nuestra atención, ni se preocupan por trabajar sobre la verosimilitud de algunas situaciones, no, se deben decir: esto fue cierto y que lo acepten. Sí, pero casi nunca la verdad y la forma de representarla son equivalentes. No, algo pudo haber sido cierto, pero debo presentarlo de manera creíble, según los usos y costumbres de la narración. Estoy diciendo una absoluta tontería, una obviedad, que sin embargo, las biopics pasan por alto.


Ya andan dando vuelta más biopics que estrellas en el cielo y para colmo se anuncian más y más cada día. Una vez que una tendencia se fija en las mentes de los productores, no se la sacan más de la cabeza, a menos que inauguren otra tendencia, con la que nos sopapearán hasta que muramos en el intento de decirles basta.


Está bien, está bien, varias de las más grandes películas del cine fueron o están emparentadas con las biopics: El ciudadano, Lawrence de Arabia, El toro salvaje, Ed Woods y esas cosas. Pero rebosaban de tanta audacia y creatividad que bien pudieron haber sido producciones originales para el cine y no “basada en”.



De todo el menú con el que me saturé, oh, sorpresa, la única más o menos potable como relato fue Grace de Mónaco. Nunca di dos mangos por Grace Kelly, me resultó siempre una chica bonita, pero más fría que ministro neoliberal. Tuvo la suerte de arrebatarle el Óscar a Judy Garland y su Nace una estrella con una sobreactuación, con la que podrían darse clases de lo que no hay que hacer jamás cuando se actúa. Ese horror se llamó The country girl, por aquí rebautizado como La que volvió por su amor. Está bien, está bien, está en un par de atendibles Hitchcocks y en el clásico de Fred Zinnemann, A la hora señalada, buenas películas que ella no hizo más decentes por estar allí. Yo ya la conocí de princesa, y como las princesas me despiertan inmensas furias anarquistas, por salud la ignoré todo lo que pude. De modo que me importaban tres cominos y cuatro pepinos una biopic sobre su persona. La vi por respeto y cariño a Nicole Kidman, aunque la puteaba por lo bajo por aceptar semejante estupidez. Pero, como ya dije, me llevé una sorpresa. El film trata de cuando se recibió de princesa, abandonando para siempre la esperanza de volver al cine, y contribuyendo a que Mónaco ganara una puja con Francia sobre impuestos. Está bien, está bien, no es precisamente la más noble de las luchas, pero cuando se es princesa de un terruño de hoteles y casinos tampoco se va a andar lidiando con grandes causas. La cuestión es que se desarrollan personajes, hay una intriga, se crea suspenso y se llega a un desenlace no exento de apoteosis. Algo así como una película, bah. 

Gustavo Monteros