jueves, 27 de abril de 2017

Y ya no habrá más películas de Jonathan Demme

Y ya no habrá más películas de Jonathan Demme. Una pena. El hombre fue un apasionado de la imagen y no se restringió solo a los largometrajes, sino que cortos, series de televisión (dirigió tres capítulos de la fabulosa The Killing), documentales y hasta recitales de músicos (Talking Heads, Justin Timberlake) lo hallaron también detrás de cámara. Se lo asociará siempre a los logros de su película más famosa El silencio de los inocentes (The silence of the lambs, 1991), pero su talento no se agotó en esa vertiente, supo transitar con variada suerte, aunque siempre con audacia, diversos géneros.


La primera película suya que estrenaron en este país fue El abrazo de la muerte (Last embrace, 1979), un interesante thriller con Roy Scheider, muy famoso por aquella época. Ya llevaba en sus espaldas 4 filmes anteriores, algunos producidos por Roger Corman, gran maestro productor de cine B, de realización rápida, eficiente y de repercusión segura. Ellos eran Caged Heat (1974), Crazy Mama (1975), Fighting mad (1976) y Handle with care (1977).


En 1980 llegaría a la fiesta del Óscar con Melvin y Howard, de las tres nominaciones otorgadas, ganaría dos, la de Mejor Actriz de Reparto para Mary Steenburgen y la de Mejor Guión Original para Bo Goldman, Jason Robarts se quedaría con las manos vacías en su nominación para Mejor Actor de Reparto. Era sobre el encuentro casual de Howard Hughes y un pobre tipo que después reclamaría ser heredero del millonario.


El próximo film, si bien obtuvo una nominación para Christine Lahti como Mejor Actriz de Reparto, le significó unas cuantas peleas con su estrella, Goldie Hawn. Swing shift se llamó y trataba sobre cómo las mujeres pasaron a ocupar trabajos de hombre en los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial.  El coprotagonista masculino era Kurt Russell, reciente pareja de Hawn por entonces, relación que todavía dura.


En 1986 haría la deliciosa Something wild (Totalmente salvaje, por estos pagos) en la que una peculiar femme fatale, Melanie Griffith, ponía patas arriba la ordenada vida del yuppie Jeff Daniels, no poca importancia tenía en la trama un incipiente Ray Liotta.


En 1988 despacharía otra recordada comedia Casada con la mafia, en la que un policía encubierto, Matthew Modine, se enamoraba de la reciente viuda, Michelle Pfeiffer, de un mafioso (Alec Baldwin). El romance debía eludir también los avances de un capo mafia, Dean Stockwell, que obtendría una nominación para el Óscar como Mejor Actor de Reparto por este trabajo. 


Y en 1992 llegó El silencio de los inocentes que arrasó en los Óscars las principales categorías: Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actor y Actriz Protagónicos (para Hopkins y Foster, claro) y para el Mejor Guión Adaptado. Su historia y personajes son tan famosos que no requieren adentrarse en mayores detalles.


En 1993 entregaría una película que mucho hizo por visibilizar la naturalidad de la homosexualidad y motorizar la adquisición de derechos: Filadelfia. Con otra gran actuación del gigantesco Tom Hanks, acompañado con lujo por Denzel Washington y un galán ascendente muy promocionado entonces por Madonna, Antonio Banderas. Le significaría el primer Óscar para Hanks y uno para Bruce Springsteen por su canción Calles de Filadelfia.



En 1998 no le iría tan bien en su transcripción cinematográfica de la novela de la ganadora del Nobel, Toni Morrison, Beloved, (Querida hija, por aquí) en la que el espíritu de su hija muerta visitaba a una esclava, a poco de que acabara la Guerra de Secesión. No será muy lograda, pero es muy querible, gracias, sobre todo a la entrega de Oprah Winfrey, Danny Glover y Thandie Newton.
Tampoco le iría bien en el 2002 con la primera de sus remakes de películas famosas.  La verdad sobre Charlie, a pesar de la simpatía de Thandie Newton y Mark Wahlberg, no le llegaría ni a los talones de la Charada original, dirigida en 1963 por Stanley Donen con los inolvidables Audrey Hepburn y Cary Grant. En el 2004 le saldría mejor la remake de El embajador del miedo (The Manchurian candidate) que en 1962 dirigió John Frankenheimer con Frank Sinatra, Laurence Harvey, Janet Leigh y una tal Angela Lansbury. Demme haría una astuta relectura con, nada más ni nada menos que, Denzel Washington, Meryl Streep, el ascendente por entonces Liev Schrieber, entre muchos otros notables.


En 2008 haría un vehículo de lucimiento para Anne Hathaway, que sería nominada como Mejor Actriz para un Óscar. El casamiento de Rachel se llamó este intenso drama de segundas oportunidades.


En 2013 llevaría al cine una obra de Henrik Ibsen, A master builder (Maestro constructor) con el protagónico de Wallace Shawn, Julie Hagerty, André Gregory entre otros desconocidos de siempre. No la vi todavía,  les contaré más cuando la vea.


Su último largometraje para cine sería otro vehículo de lucimiento para una actriz. Para Meryl Streep, más precisamente, Ricki and the Flash: Entre la fama y la familia. Ninguna obra de arte, pero de una simpatía palpable. Simpatía en la que no poco contribuiría un elenco con gentuza de la calaña de Kevin Kline, Mamie Gummer, Bill Irwin, Audra McDonald, Rick Springfield, etc.


Su pasión por lo que hacía, sin duda, derrochaba amor, de ahí que incluso sus films menos logrados sean, a pesar de todo, muy entrañables. 
Se te extrañará, Jonathan, buen viaje, te lo merecés. Y no te daremos ahora las gracias, lo hacemos cada vez que repasamos tus películas, en las que vivirás por siempre, ¿qué duda te cabe?

Gustavo Monteros

viernes, 21 de abril de 2017

Apostillas a esta contemporaneidad

Tengo una tristeza poblada de injusticias. Ya son indisimulables los devastadores efectos de la crisis. ¿Qué necesidad había de entrar en este caos? La política es algo objetivo. Quienes ostentan el poder toman medidas que te favorecen o te perjudican, según el rincón en que estés. Y depende de vos defender tu espacio y tus necesidades. La derecha siempre va a buscar que confundás políticos con política. Los grandes medios demonizarán a sus enemigos y sacralizarán a quienes les conviene encumbrar para sacarles prebendas y beneficios. Y como son hegemónicos, lograron que mucha gente votara en contra de sus necesidades e intereses. Lo peor es que como los equivocados pusieron emociones en juego, a pesar de sufrir las consecuencias, siguen defendiendo las manos que sostienen el látigo. Desmoraliza ver que muchos no sepan a qué ámbito pertenecen y crean todavía lo que los grandes medios que los hicieron equivocarse les dicen. Siguen sin entender que nunca los representarán. Nunca.
 Cuando llegó a vivir a casa, Perrito ya tenía la pata delantera derecha resentida y a veces no la apoyaba cuando se movía. Una de sus ocupaciones favoritas es subir y bajar de las sillas que tienen almohadones. En febrero al bajarse de una de ellas se resintió la pata trasera izquierda. Solo le dolía cuando la apoyaba, de modo que comenzó a deambular sin pisar con ella. Todo un espectáculo, medio lamentable  a decir verdad. Se movía usando dos patas, en falsa escuadra, muy en corte de los milagros. De sus cuatro paseos diarios se quedó con solo el higiénico, que ya no era kilométrico y que se limitó a ir a la esquina. Se deprimió e hizo cucha bajo el mueble de la cocina. Pensé que había empezado el ostracismo perruno que precede al abandono de la vida. De a poco  fue acostumbrándose a sus limitaciones y descubrió que, como se lo observa con atención, no tenía por qué abandonar sus hábitos y gustos. Supo que le bastaba con pararse al lado de una silla y mirarla, para que unas manos lo subieran. Y que para bajar le bastaba con quejarse o ladrar bajito. Y que podía seguir encarando sus viejos paseos largos, que cuando se cansara, solo con dar a entender que ya no quería seguir, una manos lo levantarían y concluiría el paseo en brazos. Y ya no se escondió en la cucha de la cocina, volvió por sus fueros y ahora disfruta de una vejez producida, que no por asistida, deja de ser menos disfrutable que los años mozos. En el fondo, él piensa no que el perro es el mejor amigo del hombre, sino que el hombre es el mejor amigo de Perrito. Hace bien, la vida le da la razón. Tampoco se descuida, estimula por todos los medios a su alcance la ternura, no sea cosa que la suerte lo abandone.
 La ficción puede salvar tu vida. O si no embellecerla y mejorarla. Netflix y sus múltiples series y películas hacen que la tristeza sea menos desoladora. Ante un gobierno que no cumple con la ley, hay que sacar fuerzas de donde sea para resistirlo. Ellos juegan a agotarnos, a desalentarnos, a que nos hundamos en la impotencia. Ni ahí. Si el insomnio nos desvela, mejor poblarlo con las historias que Netflix tenga para ofrecernos, que dejarnos ganar por las preocupaciones. 

Gustavo Monteros

viernes, 7 de abril de 2017

Pausa de Otoño

Amigxs, con su permiso, me tomaré una pequeña pausa otoñal, vuelvo después de Semana Santa, abrazo y gracias.