miércoles, 27 de junio de 2012

Último momento

Uggie, el genial canino coprotagonista de El artista acaba de dejar sus huellas en el Paseo de la Fama frente al cine teatro Chino de Hollywood. Un reconocimiento más que merecido para una auténtica estrella.

viernes, 22 de junio de 2012

En un día como hoy

pero de 1906 nacía Billy Wilder. Genio o genial son apelativos que en arrebatos de entusiasmo suelen usarse con ligereza. Tanto se abusa de ellos que quedan como cortos para atribuírselos a este hombre que de verdad fue un genio. Un guionista y un director extraordinario, en todo el sentido de esta palabra también abusada. Aquí se lo ve marcarle una escena a Humphrey Bogart en Sabrina (1954). Nada más ni nada menos que cómo se debe bailar con Audrey Hepburn. Donde sea que estés, Billy, sabelo, los cinéfilos del mundo no te olvidamos y te amamos como el primer día.

miércoles, 20 de junio de 2012

Vivir para cantar



Son las tres y veinte y tengo una decisión que tomar. A las tres y media resuelvo que sí. Aunque tenga 200 cosas que hacer, bueno, 200 no, cerca de 20 sí, tales como, de mayor urgencia a menor importancia, corregir y armar exámenes, terminar una traducción, hacer compras, limpiar el baño, lavar ropa, pasar el escobillón por el techo porque las arañas se empeñan en que el living sea el de un cuento de Poe, someterme a un pediluvio y cortarme las uñas de los pies y otras cosas que no me vienen a la memoria y que uno deja para hacer en un feriado. Al diablo con todo. Hago primar el espíritu, apago la computadora, le cambio el agua a Perrito, lleno su plato, me abrigo y salgo. Soledad me espera en Plaza Moreno.

En la diagonal me uno al arroyo de gente con igual destino. Unos siete años atrás, la vez anterior que la vi en Plaza Moreno, éramos un río caudaloso. Hoy somos un arroyo cantarín. Cosas del escenario, la popularidad fluctúa. Vamos alegres y tranquilos, conocedores de que nuestras expectativas serán satisfechas. Asistiremos al recital de una gran cantante, de una intérprete única. Querido lector, si eres como algunos de mis amigos, y te quedaste con la primera impresión, cuando Soledad irrumpió en nuestras vidas, y crees que sigue siendo una chica de fuerza dinámica y voz salvaje cercana al grito, te recomiendo que salgas del tupper y corrijas impresión tan equivocada. La chica creció y se convirtió en una de nuestras más grandes artistas. La voz continúa potente, pero ahora es clara, bella y contundente, tiene más matices que un atardecer, y la interpretación es reveladora, sutil y no perdió nada de la arrolladora fuerza inicial. No en vano bromeo y digo que es la única cantante que puede hacer café concert con las masas. Perdido en la multitud y en la lontananza, te hace sentir que estás a un par de pasos y que te canta, te habla y te hace chistes sólo a vos. Puede que no te guste el género que hace o que su personalidad te sea esquiva, pero es innegable que la chica tiene más virtudes que la penicilina. A menos, claro, que seas un necio a ultranza…

No bien llego a la plaza, me felicito por no haber traído a Perrito, hay perros con y sin dueño. Frente a otros especímenes de su raza, Perrito es bipolar. Pasa del valor temerario al temor paralizante. Como en todo evento público en la plaza, se mezclan los olores del choripan y las hamburguesas del carrito con los de las garrapiñadas, el algodón dulce y las manzanas acarameladas. En el escenario, un locutor procura despertar calor y crear expectativa ante lo que vendrá. De fondo, los éxitos cuarteteros de Rodrigo. La tarde es templada, brilla el sol y no hay nubes que se ciernan. A las cuatro y cuarto, suben los músicos y la magia se despliega. En el inicio, sólo hay un tercio de la plaza llena, pero a medida que transcurre el show, viene más gente y terminará con la plaza casi de bote a bote. Se cumple el rito de todo recital libre y gratuito al aire libre, la gente irá y vendrá, cundirá por momentos la dispersión y salvo los fervorosos que se apelotonan junto al escenario, los demás se comportarán como convidados más que partícipes. No importa, tarde o temprano, Soledad nos tendrá a todos en un puño y habrá un fervor unánime. Sigue siendo la celebrante de una fiesta regocijante en la que todos bailan y revolean algo, pero la madurez la hace incluir canciones en las que se cuela cierta sabiduría y un dejo de melancolía. No es casualidad que sean las compuestas por ella. Sí, a su catálogo de virtudes, le suma ahora la composición.
A las seis nos suelta y caigo a la tierra. Salvo los exámenes y la traducción, el resto quedará sin hacerse. La telaraña que luce desafiante por haber sobrevivido un día más no impedirá que me encoja de hombros con una sonrisa. Que cuelgue feliz y se amontone lo no hecho. No todos los días se tiene la oportunidad de dialogar con una artista de verdad.

martes, 19 de junio de 2012

Yo también



Liza Minnelli es como los vinos de calidad. Oscila entre años de cosechas de exquisitez y otros de mera excelencia. El 91 figura entre los primeros. Amo el piano, canta. Y yo digo que también.

viernes, 15 de junio de 2012

Tommy Tune 2




En 1991 el compositor Cy Coleman (Sweet Charity), los letristas Betty Condem y Adolph Green (Wonderful town) y el libretista Peter Stone (Charada) concibieron The Will Rogers Follies, a life in revue, una biografía musical de Rogers contada como un espectáculo de revista. Los productores tuvieron el tino o el genio de convocar al carismático Keith Carradine para que la protagonizara.

Para el primer número fuerte del segundo acto, “Our favourite son”, en el que Rogers se presenta a precandidato presidencial, el director y coreógrafo Tommy Tune experimentó con el clásico juego infantil de manos, lo expandió, lo adornó y logró uno de los números más deliciosos que se recuerden.
El video tiene subtítulos en japonés porque, gracias a la popularidad de Keith Carradine en ese país, la televisión pública filmó una función en vivo y se conserva registro de la histórica actuación de Carradine y elenco.

jueves, 14 de junio de 2012

Tommy Tune 1




Grand Hotel (Edmund Goulding, 1932) es la primera película de elenco multiestelar. Entre otros motivos se la recuerda por la magnífica sobreactuación de Greta Garbo. Su personaje, una famosa ballerina, al borde del agotamiento y con conflictos sentimentales irresueltos, of course, repite neuróticamente la frase con la que se asociaría siempre a Garbo: I want to be alone (quiero estar sola).

En 1989 se estrenaría en Broadway una versión musical del film, con libro de Luther Davis,  letra y música de Robert Wright y George Forrest. Debo confesar que esta versión no me entusiasmó demasiado. No le desconozco méritos, pero nunca me sedujo.

Sin embargo hay un número que me parece muy logrado. El barón Felix Von Gaigern (Brent Barrett, el alto) invita a Otto Kringelein (Michael Jeter, el petiso) a pasar una noche de juerga (We'll take a glass together). Otto está mortalmente enfermo y la noche sería su última. El ensamble de bailarines marca el ritmo, un staccato feroz. La coreografía de gran despliegue aeróbico marca también el inexorable paso del tiempo que se agota. Es alegre y tétrica a la vez, como debe ser, y el personaje de Otto despliega su patetismo y encanto.
La coreografía y dirección es de Tommy Tune.

martes, 12 de junio de 2012

Hogar


A Perrito le gusta pasear, tanto que pasea 4 veces diarias. Sí, ya sé, los perros normales pasean un rato una vez por día, pero como entro y salgo 40 veces y cada vez que vuelvo me hace aspavientos como si se hubiera muerto de angustia mientras esperaba que volviera (puro teatro, no bien salgo, se hace un ovillo y duerme, lo sé, me lo contaron y hasta lo filmé), bueno, la cuestión es que como su alegría es legítima, más allá de la sobreactuación, liga como 4 salidas.

Y le gusta volver a casa tanto como le gusta salir. Cuando decide regresar, emprende el camino con alegría, recorre el pasillo con felicidad y traspone el umbral en una pata. Pero no se tranquiliza hasta que lo saludo, aunque sea yo mismo el que lo haya paseado.

Él sabe que éste es su lugar en el mundo, donde come, duerme, hace sus módicas gracias y se lo cuida, pero no halla verdadero sosiego hasta que no se le ratifica que es bienvenido.

Supongo que como siempre debo sacar una conclusión, pero ¿para qué martillar sobre lo obvio?
Fue otro capítulo de Zen al paso.

lunes, 11 de junio de 2012

sábado, 9 de junio de 2012

viernes, 8 de junio de 2012

Extraño suceso


Conocí la historia (o quizá la recuperé) en un libro para enseñar inglés. El texto decía lo siguiente:

En 1889 una inglesa y su hija, de visita a la Exposición Universal de París, se registraron en uno de los más lujosos hoteles. Cada una tenía su propio cuarto. La hija quiso pasear por París de inmediato, pero la madre, cansada por el viaje, quiso recostarse. La chica salió sola, paseó por los Champs Elysées y vio la torre Eiffel. Seis horas más tarde regresó al hotel. La habitación de su madre estaba vacía y no había ningún rastro de que hubiera estado allí. Preguntó en la recepción y le dijeron que jamás la habían visto a ella o a su madre. La madre había desaparecido. La hija desesperada la buscó durante semanas antes de regresar a Inglaterra. Murió años más tarde en un manicomio. Se había vuelto loca por la extraña desaparición de su madre.

Aquí los alumnos tenía que dar alternativas a lo que pudo haber pasado. Después debíamos fijarnos en otra parte del libro para obtener la respuesta verdadera que era ésta:

Después de que la hija se fuera de paseo, la madre pidió que la viera el médico del hotel porque se sentía mal. La mujer había contraído la peste. Se le pidió al personal del hotel que no dijeran nada porque si la noticia se sabía, todos abandonarían la ciudad y la Gran Exposición, en la que se había invertido muchísimo dinero, terminaría desastrosamente. Limpiaron la habitación de la mujer, quemaron sus cosas e instalaron otro huésped. Nadie sabe qué pasó con la mujer, pero se supone que permaneció en Francia hasta que murió.

La historia me voló la cabeza. Por dos motivos, por la historia en sí y porque la encontré en un libro de enseñanza de inglés (los libros para dar clases suelen ser tan estimulantes como planchar 200 camisas o tan insulsos como ver llover 10 días seguidos). ¡Alguien enloquecía de tristeza y moría de desesperación por la seguridad del estado! Para no correr ningún riesgo, se sumía a una persona inocente en el desquicio. No había piedad para la pobre chica.

Si digo que quizá la recuperé en vez de afirmar haber conocido la historia dando clases, es porque me parecía que una película vieja, perdida en mi memoria, había tratado una desventura similar. Supuse que si así era, en algún momento lo sabría. Pasaron los años y hete aquí que el otro día repasando, sin habérmelo propuesto, la carrera de Dirk Bogarde (no pregunten, mis paseos por internet me llevan a lugares insólitos) descubrí que tal película es So long at the fair (Extraño suceso) 1950 de Terence Fisher.

La película difiere en varios puntos de la historia del libro. No deriva en tragedia sino que termina con un par de promesas. La protagonista (Jean Simmons) llega a París no con su madre, sino con su hermano (David Tomlinson). Se registran en el hotel, pero por un inconveniente con una valija, él no firma, sólo lo hace ella. Pasean juntos durante el día, se cruzan con un pintor, Dirk Bogarde, que será capital en el argumento. El hermano desaparece durante la noche, mientras la Simmons duerme plácidamente en su cuarto. Se levanta y no ha desaparecido sólo el hermano sino también la habitación. Todos insistirán en que vino sola y nadie le creerá lo contrario. El pintor vendrá al rescate y la ayudará a llegar a la verdad. El hermano, enfermo de peste, está en un hospital en las afueras de París. Quizá se recupere y quizá ella haya encontrado el amor de su vida en el pintor.

En la película, la villana es la dueña del hotel que apaña el asunto y hace tapiar el cuarto para que el negocio no se arruine. No cierra mucho la historia que ella sea tan astuta y tenga tantos recursos como para tapar todo. La anécdota sería más plausible si interviniera la policía o algún ministerio. Como la película es inglesa quizá no hayan querido enojar a los franceses…
La duda que me queda es la siguiente: ¿habrá existido de verdad un apestado en la Exposición Universal? Cada gran hecho histórico tiene su folklore, sus leyendas urbanas, ¿es ésta una de ellas o realmente pasó? Si alguien tiene una respuesta, alcáncemela. Gracias.

Gustavo Monteros

jueves, 7 de junio de 2012

El príncipe y la corista


Ahora que gracias a Mi semana con Marilyn conozco los entretelones de su filmación, vuelvo a ver El príncipe y la corista. Las anteriores veces que la vi me pareció decepcionante, sigue pareciéndomelo.

Es mu verborrágica, esto no es una crítica, sólo una descripción. Hasta muy entrados los setenta, las películas eran habladas hasta por los codos. Bah, en realidad, muchas comedias a secas y casi todas las comedias románticas siguen muy habladas.

Es muy teatral, tampoco es una crítica, es también una descripción. Muchas películas son teatrales, incluso algunas que no están basadas en obras de teatro como en este caso.

El problema está en su esencia. Se supone que es una comedia romántica. El humor es escaso, tenso, no fluye, está demasiado trabajado. Más que estimular o provocar risas o sonrisas, funciona como un pie, una indicación escénica para los espectadores, algo así como “acá se ríen” o “acá sonríen”. El romance se limita a un par de escenas y no funciona ni ahí.

Sin embargo Marilyn Monroe y Laurence Olivier están muy bien. Por separado. Entre ellos no hay química. Es como si monologaran o como si actuaran con otra persona que no está allí. Como si ella, tal como le sugiere Paula Strasberg en Mi semana con Marilyn, lo sustituyese con la imagen de Frank Sinatra o con la de una botella de Coca Cola. Y él, Mi semana con Marilyn no lo dice, pero yo lo imagino, como si la suplantara con la evocación de Vivien Leigh, con quien hizo la obra en el teatro.

Y ahora seré malo, es posible que en el teatro, donde la obra fue un gran éxito, lo romántico funcionara porque Vivien Leigh amaba a Laurence Olivier profundamente y Laurence Olivier se amaba a sí mismo profundamente…

El proyecto en los papeles era un convenio ideal. Él necesitaba algo que ella podía darle y viceversa. Él necesitaba cimentar su perfil de estrella de cine y ella podía ayudarlo con su magnetismo cinematográfico. Ella necesitaba que la tomaran más en serio como actriz y él podía ayudarla con su aureola de gran actor shakesperiano. Ambos se vieron frustrados.

Poco ayudó a la inseguridad de Marilyn que Olivier y gran parte del elenco tuvieran el texto aceitado porque lo habían hecho en el teatro. Menos, que como hasta el día de hoy, los actores ingleses fueran inmunes al Método de Strasberg, al que Marilyn adhería con fervor.

Y Olivier comprendió pronto que ella no podía darle lo que le era inmanente: la facilidad, la frescura, el magnetismo  con que la cámara registraba su actuación. Podés actuar como los dioses, pero que la cámara te ame es una magia que se da… o no.

Como gancho, hubo una tanda de afiches como los que acompañan esta publicación. La foto no pertenece a la película. Es de una sesión fotográfica para promocionar la película en medios gráficos. Se los ve cómodos, conectados. Si hubieran logrado en el set la chispa que se ve en la imagen, quizá otra hubiera sido la historia.
Gustavo Monteros

martes, 5 de junio de 2012

Persona



Mañana de martes. El reloj marca que son sólo las nueve. Me falta todavía media hora para que el timbre me libere de esta clase. Intento terminar con la descripción de una casa bote, es la introducción para que los alumnos escriban una descripción de sus propios cuartos usando there is/ there are (hay) y I have (tengo) más algunas preposiciones de lugar. Llevamos una hora y media de clase ininterrumpida y cunde la dispersión. Cosa rara, los chicos están atentos, pero en la hilera de bancos que están contra las ventanas, en los dos primeros, cuatro chicas se entretienen y se ponen a conversar animadamente. Les llamo la atención con un afectuoso “Chicas, por favor”, después de todo no tienen la culpa de que años atrás, a un genio, al que habría que juzgar por atentar contra la salud pública, se le ocurrió que tenemos que tener clases de dos horas reloj sin interrupción. Las chicas se callan un segundo y después siguen como si nada. M. T., que es un seductor nato, intentando hacerse notar por estas cuatro chicas que no se rinden del todo a sus encantos, pone su mejor sonrisa, las mira y dice: “No le llevan el apunte, porque usted les dice chicas pero en realidad son chicos”. Sé que tengo que decir algo de impecable corrección política, pero estoy cansado, mal dormido, no se me ocurre nada y me sale un sintético y ambiguo: “Bueno eso por suerte hoy ya no importa”. “Claro”, dice M.T., “son personas”. Por deformación cinematográfica, su respuesta me suena a Ingmar Bergman y pregunto “¿Cómo?”. M.T., con convicción y naturalidad me desburra: “No importa el sexo, la elección o la identificación sexual o qué familia conformen, el concepto persona está por sobre todo”. Me muero de ganas de preguntarle quién lo educa así, elijo que no y para no desnudar la emoción, sonrío, asiento y sigo con la casa bote.

M. T. tiene quince o dieciséis años, cuando yo tenía tiene quince o dieciséis años, había dinosaurios antediluvianos que sostenían, como en la Edad Media, que el único modelo de vida y de familia posible era el dictado por la Iglesia Católica. Me conformo pensando que si él puede pensar así hoy, nosotros, los del medio, algo bueno debemos haber hecho.

Conclusión: Nunca pierdas la fe en la humanidad por más desesperado que estés. Siempre hay un inesperado M.T. que te salva el día.

Fue otro capítulo de Zen al paso.

viernes, 1 de junio de 2012