jueves, 13 de marzo de 2014

En la noche del pasado (Tercera y última parte)



Estamos junto al Támesis, en los jardines del Parlamento inglés, entra Ronald y todos lo felicitan, ganó las elecciones y acaba de dar un magnífico discurso de ingreso a la cámara, busca a alguien, finalmente halla a esta persona, que no es nada más ni nada menos que Margaret/Greer, por supuesto, quien está sentada a una mesa.


Ronald se sienta y Margaret/Greer, elegantísima, lo felicita por el discurso, Ronald le dice que sin su ayuda no habría ganado las elecciones, Margaret/Greer confiesa que le fascina la política, Ronald le dice si prevé tener compromisos afectivos en el futuro cercano, que todavía es una mujer joven y que bien podría volver a casarse, Margaret/Greer le dice que no, que el matrimonio es cosa del pasado y que si lo que busca es alguien que pueda dedicarle todo el tiempo a ayudarlo tanto en la empresa como en el parlamento, que cuente con ella, Ronald le dice que tiene en mente algo más importante y comprometedor, le pregunta si aceptaría casarse con él, sería más una asociación que un lazo matrimonial verdadero (o sea de coger ni hablemos), que él ahora es un político y que los políticos necesitan esposas y que ella sería una acompañante estupenda, que no quiere apresurarla, que quiere darle tiempo para que le piense, porque después de todo sería hipotecar su futuro, aunque agradecería que le diera una respuesta (positiva preferentemente) esa misma noche. Margaret/Greer asiente, Ronald llama al mozo y pide té con masas y sándwiches, no sea cosa que Greer lo tome por pijotero. Corte.


Estamos ahora en el departamento lujoso y espléndido, como ya describimos,  de Margaret/Greer, ella está con el Psiquiatra, quien le dice que lo piense bien, que será un matrimonio sin amor y que no eso lo que ella quiere, suena el teléfono, Ronald está ansioso, llama con antelación a la hora estipulada, antes de atender Margaret/Greer le dice al Psiquiatra que no se atreva a llenarla de dudas, que aceptará, el Psiquiatra pone cara de nada, aunque debemos comprender que es cara de resignación. Fundido a negro. 


Estamos ahora en un gran teatro, Margaret/Greer y Charles están solos en un palco avant scène, están viendo El lago de los cisnes porque si bien no vemos el escenario oímos esa música del querido Tchaikovski, integrantes del público comentan que son una pareja espléndida, que se rumorea que podrían darle a él un puesto de ministro y que ella da las mejores recepciones, plano medio a la pareja para que veamos de cerca el glamoroso vestido y las deslumbrantes joyas de ella y para que notemos que él sostiene en sus manos ¿qué cosa?: ¡sí!, ¡la llave! 


A continuación se ve en pantalla una invitación que dice que Ronald y señora dan una fiesta en honor al Primer Ministro, y vemos luego la fiesta que es fastuosa, Margaret/Greer está radiante con un vestido negro de lo más despampanante y es el alma de la fiesta, todos sonríen o ríen a lo que sea que esté diciendo porque el diálogo es en off y sólo se oye un grandioso vals.



Termina la fiesta, Margaret/Greer y Ronald agradecen y felicitan al mayordomo por haberse ocupado de que todo saliera excelentemente, Margaret/Greer y Ronald quedan solos y Ronald aprovecha para darle un regalo por haber estado magnífica, es un collar carísimo con una esmeralda tamaño huevo kinder de lo más hermoso (aunque siguiendo la lógica de sus palabras, si Greer no hubiera estado magnífica, no se lo hubiera dado un carajo ¿y lo hubiera devuelto?), se lo pone mientras le dice que la piedra tiene el mismo color que sus ojos (¡le dice lo mismo que le dijo cuando le regaló el collar de cuentas de vidrio!). Margaret/Greer procura disimular las lágrimas, (es amor lo que quiere no joyas, ¡bobo!) no obstante como es educadita y una esmeralda tamaño huevo kínder es una esmeralda tamaño huevo kinder, le agradece a Ronald y dice estar agotada y que prefiere retirarse a sus aposentos. 


En su cuarto, frente al espejo del tocador, con la mano izquierda acaricia el collar de la gran esmeralda mientras que con la derecha abre el cajón superior del tocador buscando un alhajero donde guardarlo, involuntariamente da con el collar de cuentas de vidrios iguales a sus ojos que Ronald le regalara en la cabaña cuando no eran tan ricos pero más felices, Greer, bien a tiempo, intensifica el llanto. Entra Ronald sin llamar y le pide disculpas si la molestó por algo, le dice que si está enamorada de alguien con gusto la dejará libre porque no quiere tenerla de prisionera, Greer le dice que no ama a nadie y que no está arrepentida de ser su esposa/socia, que de no serlo no hubiera conocido a tanta gente importante (en estas películas la gente encumbrada siempre es digna de halagos aunque sean unos soretes). Ronald ve el collar de cuentas de vidrio y le dice que para ella quizá sea más valioso que una esmeralda porque es un regalo de amor. Ella no dice nada. Greer después de una pausa le dice que está muy cansada y que si a él no le parece mal hará un viaje a algún lugar alegre y colorido (sic) como Buenos Aires o Río de Janeiro, Ronald asiente en silencio. Plano detalle del collar de cuentas de vidrio que ha caído al suelo. Corte. 


Estamos ahora en una estación de trenes, Margaret/Greer y Ronald esperan a que un secretario traiga una carta de crédito para ella, Greer lleva un abrigo de zorros, imprescindible para un viaje que se precie de tal, llega el secretario con la carta de crédito y unas revistas, le dice a Ronald que lo esperan para resolver un asunto urgente, Ronald le pregunta a Margaret/Greer cuándo parte el trasatlántico, ella le dice que en dos días, Ronald teme que ella se aburra el día y medio que le queda antes de partir en el campo, Greer asegura que de ningún modo, que se hospedará en una posada muy cálida y pintoresca que conoce muy bien (¡la misma en la que se quedaron cuando huyeron!), el tren parte, la despedida es cortada aunque cálida, él le da un beso en la mejilla y le dice que extrañará no resolver este problema urgente que lo aqueja sin ella, el tren se va y él no corre por el andén, no, va al encuentro del secretario. Corte. 


El problemita es una huelga en la acería de ¡Melbridge!, afuera protestan los obreros belicosos, sale al balcón el representante gremial  que dice que la huelga ha concluido porque gracias al Sr. Charles Rainier todas las demandas han sido aceptadas (el muy pillo ya debe haber encontrado otra forma de explotarlos, que los capitalistas nunca pierden y siempre trasladan el gasto), aparece a continuación Ronald en el balcón y los obreros lo vitorean. 

En las calles todos festejan, Ronald y el secretario van por el pueblo, entran a un pub y ¡es el del hotel barato donde Ronald se hospedó con Greer!, le presentan otra vez al viejo dueño boxeador y a Ronald sigue sin caérsele ninguna ficha, salen a la calle otra vez y Ronald se quedó sin cigarrillos (en esa época la gente fumaba en las películas cual escuerzos), y dice que hay una tabaquería en la esquina, el secretario le pregunta si conoce el pueblo, Ronald dice que no, que nunca estuvo allí, entonces el secretario le dice que como puede ser posible que supiera que en la esquina hay una tabaquería si nunca estuvo en el lugar, a Ronald parece que se le van a correr las telarañas del cerebro, el secretario llama un taxi y cuando llega, Ronald le pregunta si hay un hospital con una garita y un portón de hierro, el taxista le dice que ninguno de los dos hospitales responden a esa descripción, que si el señor no se estará refiriendo al manicomio, lléveme, dice Ronald y lo vemos apearse en el callejón umbroso que lleva al loquero. Fundido a negro. 


En la posada del campo, a la mañana siguiente, Margaret/Greer se apresta a pagar para partir, la nueva dueña, porque la vieja que era vieja se murió, le pregunta que si de verdad quiere caminar y no ir a la estación en auto, Margaret/Greer le dice que no, que el paseo es precioso y que si conoce la casita que se alquilaba junto al arroyo, la dueña contesta que claro que sí y que curiosamente más temprano un hombre estuvo preguntando por la misma casa, quien dice, agrega la dueña, quizá se conocen. Margaret/Greer se envuelve en los zorros y sale esperanzada. 



La dichosa cabaña de ensueño, otra vez es primavera, o sea fluye cantarín el arroyito, los arboles escupen azahares, etc. Ronald enfrenta la puerta con la llave en la mano, la pone en la cerradura, la gira  y cha, cha, cha, chan, la puerta se abre para mostrar que el interior sigue igualito, igualito y eso que pasaron unos cuantos añitos, lo que pasa que el interior es simbólico, no cambió como tampoco cambió el amor de ellos (ni tampoco su apariencia porque ni encanecieron ni envejecieron durante toda, toda la película, siguieron igual de jóvenes, es un decir, que al principio).




Ella llega por el camino, cruza el puente del arroyuelo y le grita ¡Ronald! (en realidad no le grita Ronald sino Smitty que es el apelativo cariñoso de Smith, el apellido que le habían dado en el manicomio, en inglés Smith es como Pérez) y él le dice ¡Greer! (bah, en realidad no le dice Greer sino Paula que era el seudónimo que se había puesto de actriz, su verdadero nombre es Margaret, el que usaba cuando era la secretaria). ¡Sí! Ronald ya no tiene ninguna amnesia, ni la de la guerra ni la otra, la abraza y se besan. Y mientras la fanfarria final ruge plena, aparece en letra cursiva The End. 

Aclaración final: ¿por qué corno me puse a relatar este melodrama en tanto detalle? Supongo que para divertirme un rato y porque los cuentos de amnesia siempre me sedujeron. En la vida real, la amnesia es más rara que el perro verde, pero en las novelas, las telenovelas y el cine es más común que un resfrío. ¡No! ¡Me golpeé la cabeza! ¿Quién soy? ¿Dónde estoy? ¡No me acuerdo de nada! (A horas de empezar las clases, ya me gustaría a mí una buena amnesia). (Hora de pasear a Perrito, ¡ni amnésico me salvo!) 


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