viernes, 7 de marzo de 2014

De disciplina, silencios y canarios


El sistema público argentino es gratuito, universal, extendido y generoso como en pocos lugares del mundo. La inversión realizada en la etapa kirchnerista es enorme y todos los que debaten la reconocen. Pero el avance cuantitativo no tiene una repercusión cualitativa similar, un problema que todos deberían reconocer como un desafío a encarar más pronto que tarde. La secundaria es el tramo más crítico, pero no el único.

Puertas entornadas por Mario Wainfeld, Página 12, miércoles 5 de marzo de 2014
Ilustración: cuadro de Fabio Hurtado




Cuando iba al secundario estaba de moda la disciplina y el silencio. Cuando el profesor/a entraba, nos poníamos de pie y contestábamos su buen día, nos sentábamos y abríamos la carpeta en la materia en cuestión que se desarrollaba, contestábamos el presente y nos aprestábamos a atender si se venía una explicación o a anotar si se venía una ejercitación. Levantábamos la mano cuando queríamos hacer una pregunta y esperábamos a que se nos autorizara para hacerla. En las horas de matemáticas, química, física, inglés, lengua y literatura, por ejemplo, cuando terminábamos un ejercicio, nos levantábamos para que lo corrigieran y volvíamos a nuestro banco a esperar que todos terminaran, mientras podíamos leer otra materia, dibujar, jugar a la batalla naval con nuestro compañero de banco, o a enamorarnos de pura inercia. A veces jugábamos al truco, con sigilo, ocultando las cartas, con la concentración de quien juega al ajedrez. Podíamos hablar, brevemente y en voz baja con algún compañero, más un intercambio de frases prácticas que una conversación. Hasta en las horas libres hablábamos quedamente. En alguna oportunidad aproveché para escribir unos poemas horribles que por suerte destruí, aunque a veces me arrepiento, no porque la literatura hubiera perdido una obra irrecuperable sino porque me gustaría ver qué me pasaba por la cabeza. También me detenía en las páginas finales del libro de inglés, en ellas había extractos simplificados de poemas y cuentos, in English, of course. En uno de los libros había unos párrafos de un cuento de Katherine Mansfield que se llamaba The canary, en el que una mujer sola contaba la relación que establecía con su canario, y a mí me parecía el colmo de la soledad y el patetismo.


Es curioso cómo tiempo se ocupa de desbaratar costumbres y creencias.



Hoy no se usa la disciplina y el silencio, sino el caos. Soy profesor, cuando entro al aula nadie se pone de pie ni contesta mi saludo, eso si los alumnos están en el aula, porque si me toca la primera hora o vienen del recreo, primero hay que arrearlos para que entren. Cuando paso lista dependo de la solidaridad de algún chico/a que me contesta si están o no los que nombro y me los señala si todavía no los identifico. Muy pocos están en sus asientos, deambulan de aquí para allá, conversando entre ellos a los gritos. Comenzar la clase es una tarea titánica, lo hacemos cuando más o menos la mitad está en una actitud que con la mejor de las buenas voluntades podríamos considerar receptiva. Interrumpen cualquier explicación con lo primero que se les pasa por la cabeza. Son inmunes a la incorporación de toda norma, en cada clase hay que decirles que saquen la carpeta, que no salgan del aula sin permiso, que no deben hablar con los que pasan por el pasillo o el patio como si estuvieran solos. Es un milagro cuando todos están sentados, hay que pelear con denuedo, con mucho denuedo, para que contesten o ejecuten la más sencilla de las tareas. Amenazarlos con sanciones es inútil, se encojen de hombros, sencillamente no les hace mella, pero te voy a suspender, exclamamos a veces desesperados, mejor, contestan, así me quedo en mi casa. Cuando se les da por la guerra de bollitos de papel, hay que esperar a que se cansen para intentar detenerlos. Y siempre cruzamos los dedos o nos encomendamos a un santo de nuestra devoción para que no nos insulten o nos peguen. Y nunca pero nunca hay un momento de silencio. En el correr de los años, tuve mascotas, no un canario o un gato, siempre perros. Sé  que lo que cuenta Katherine Mansfield no es el colmo de la soledad o el patetismo, sino un acto de afecto hacia otra especie que nos da felicidad y nos mejora. Mientras escribo esto, Perrito está echado, hecho un ovillo, a mi lado. Lo miro, se da cuenta de que lo miro, levanta la cabeza y me devuelve la mirada, sabio y satisfecho. Es como si me dijera: Katherine Mansfield era una genia y vos un ganso, Katherine Mansfield sigue siendo una genia y vos gracias a mí sos un poco menos ganso.


1 comentario:

  1. Tu comentario me parece desesperante, y desgraciadamente, acertado.

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