jueves, 7 de junio de 2012

El príncipe y la corista


Ahora que gracias a Mi semana con Marilyn conozco los entretelones de su filmación, vuelvo a ver El príncipe y la corista. Las anteriores veces que la vi me pareció decepcionante, sigue pareciéndomelo.

Es mu verborrágica, esto no es una crítica, sólo una descripción. Hasta muy entrados los setenta, las películas eran habladas hasta por los codos. Bah, en realidad, muchas comedias a secas y casi todas las comedias románticas siguen muy habladas.

Es muy teatral, tampoco es una crítica, es también una descripción. Muchas películas son teatrales, incluso algunas que no están basadas en obras de teatro como en este caso.

El problema está en su esencia. Se supone que es una comedia romántica. El humor es escaso, tenso, no fluye, está demasiado trabajado. Más que estimular o provocar risas o sonrisas, funciona como un pie, una indicación escénica para los espectadores, algo así como “acá se ríen” o “acá sonríen”. El romance se limita a un par de escenas y no funciona ni ahí.

Sin embargo Marilyn Monroe y Laurence Olivier están muy bien. Por separado. Entre ellos no hay química. Es como si monologaran o como si actuaran con otra persona que no está allí. Como si ella, tal como le sugiere Paula Strasberg en Mi semana con Marilyn, lo sustituyese con la imagen de Frank Sinatra o con la de una botella de Coca Cola. Y él, Mi semana con Marilyn no lo dice, pero yo lo imagino, como si la suplantara con la evocación de Vivien Leigh, con quien hizo la obra en el teatro.

Y ahora seré malo, es posible que en el teatro, donde la obra fue un gran éxito, lo romántico funcionara porque Vivien Leigh amaba a Laurence Olivier profundamente y Laurence Olivier se amaba a sí mismo profundamente…

El proyecto en los papeles era un convenio ideal. Él necesitaba algo que ella podía darle y viceversa. Él necesitaba cimentar su perfil de estrella de cine y ella podía ayudarlo con su magnetismo cinematográfico. Ella necesitaba que la tomaran más en serio como actriz y él podía ayudarla con su aureola de gran actor shakesperiano. Ambos se vieron frustrados.

Poco ayudó a la inseguridad de Marilyn que Olivier y gran parte del elenco tuvieran el texto aceitado porque lo habían hecho en el teatro. Menos, que como hasta el día de hoy, los actores ingleses fueran inmunes al Método de Strasberg, al que Marilyn adhería con fervor.

Y Olivier comprendió pronto que ella no podía darle lo que le era inmanente: la facilidad, la frescura, el magnetismo  con que la cámara registraba su actuación. Podés actuar como los dioses, pero que la cámara te ame es una magia que se da… o no.

Como gancho, hubo una tanda de afiches como los que acompañan esta publicación. La foto no pertenece a la película. Es de una sesión fotográfica para promocionar la película en medios gráficos. Se los ve cómodos, conectados. Si hubieran logrado en el set la chispa que se ve en la imagen, quizá otra hubiera sido la historia.
Gustavo Monteros

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