martes, 7 de febrero de 2012

Muppetational


Dios santo, es oficial, estoy gagá.

Soy fan de los Muppets desde siempre. Como tantos, no me cayó para nada bien que Disney ganara la puja y se quedara con los Muppets, temíamos que los Disneyizaran. No es que los Muppets fueran los Monty Python o La naranja mecánica, pero tienen cierta cosa caústica que no queríamos que perdieran. Cuando la película salió, los temores se disiparon, aunque producida por Disney, seguían siendo los Muppets.

Decidí no verla por dos motivos, se estrenaba sólo en copias dobladas (el doblaje me pudre y en el 99,9% de los casos es malo) y la rana ya no era René, sino que conservaba su nombre original: Kermit, hecho que desató la furia unánime de los fieles seguidores. La Disney tiene esas estupideces, error grosero porque la película quiere presentar los personajes a los más chicos, que obviamente no tienen idea de quienes son, pero a la vez traficar con la nostalgia de los mayorcitos para quienes la rana siempre será René.


Las críticas fueron más o menos unánimes. Buenos chistes, buenas situaciones, buenas canciones. Bajo el CD de un blog ruso y compruebo que las canciones son buenas. Veo que la película está para bajar en una página hindú que conozco y mientras baja, ruego que no se hayan equivocado, que esté en inglés y no doblada al hindi. Por suerte está en inglés y me pongo a verla.

El primer número musical es muy bueno, tanto un homenaje como una cargada a los musicales. Amy Adams es como siempre una delicia y los Muppets son los Muppets. El nuevo personaje muppet, Walter, es un hallazgo de Jason Segel, buen guionista y lúcido protagonista. Chris Cooper se divierte a lo grande con su villano y su voz grave, muy grave, se luce en la punzante canción que le asignaron. Me reía con frecuencia y la pasaba bien.


Llega el momento del show, suena la famosa canción y me acomete un violento, inesperado, involuntario ataque de memoria emotiva. La pantalla ya no es la de la computadora sino la del viejo televisor a perilla que teníamos, me veo sentado en la silla que me tocaba frente al televisor y noto que tengo puesta una camisa  a cuadros que me encantaba. Veo que mis hermanas son niñas otra vez, que las dos le hacen eco a Miss Piggy cada vez que dice René y después se ríen, que mi hermano espía el show, parado atrás y perfumado, listo para salir, que papá fuma y al reírse se atraganta con el humo del cigarrillo y que mamá se acerca desde la cocina con una taza de té, se la da a papá y se sienta, ya cenamos, lavaremos los platos después, cuando el programa termine. Veo el comedor de la casa en que vivíamos en esa época con todo detalle, percibo hasta el olor de la pintura al aceite, paso la mano por la mesa que tiene las minúsculas rendijas con harina,  porque en ella se amasaba y percibo como el viento hace fuerza para mover la pesada cortina de esterilla. Y me agarra una emoción incontenible y largo el moco a chorros. Quiero frenar, no quiero recordar tanto, pero no puedo. Paro la película, me lavo la cara en el baño, saco cuentas de las pérdidas y vuelvo. El resto de la  película transcurre agridulce.


No, no estoy gagá, estoy viejo.

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