miércoles, 8 de marzo de 2017

Envejecer no es para cobardes



Para el musical Follies, que trataba el último encuentro de estrellas teatrales del pasado en un teatro de variedades, donde tuvieron grandes éxitos y que demolerán pronto, Stephen Sondheim compuso una canción, I´m still here, que era un himno a la estrella superviviente, aquella que personal y profesionalmente pasó por todo y que sin embargo sigue en pie, entera. La estrenó Yvonne De Carlo y por estos pagos se la recuerda, porque para su regreso del exilio, con letra adaptada a circunstancias de su vida, la presentó Nacha Guevara y hasta tomó su título para darle nombre al espectáculo: Aquí estoy.


 En un momento dice la letra original:

First you're another sloe-eyed vamp
Primero sos otra vamp de ojos rasgados
Then someone's mother, then you're camp
Después la mamá de alguien, después sos camp
Then you career from career to career
Y así vas de carrera en carrera…
No hay actriz que no sepa eso de que en algún momento se deja de ser el objeto romántico, la damisela en peligro, la joven emprendedora o la mujer fatal y se pasa a ser la madre, la tía o la jefa experimentada de la protagonista. (A menos que se sea Meryl Streep y se trabaje tiempo completo buscando papeles atrapantes que se adapten a los años que su cuerpo lleva encima). Es decir, o se acepta pasar del centro de la escena a la periferia, o se buscan papeles dominantes para actrices mayorcitas. O se hacen ambas cosas a la vez, como Nicole Kidman, que es la madre adoptiva del protagonista en Lion / Camino a casa, rol por el que obtuvo nominaciones a casi todos los premios importantes, Óscar incluido, como Mejor Actriz de Reparto, mientras que por otro lado, protagoniza junto a Reese Witherspoon y Shailene Woodley Big Little lies, serie de HBO, donde hace de ardiente esposa del galán sexy Alexander Skarsgard, que no hace mucho se probó el último taparrabos de Tarzán.
Por lo que sea, no son nada fáciles las transiciones de una carrera a la otra, se depende mucho de la suerte y de la predisposición a aceptar el paso del tiempo con el respectivo cambio de roles que acarrea. Muchas actrices se quedan paralizadas y tardan varios años en aceptar que ya no son jóvenes. Digo actrices, porque hablaré de lo que pasó con algunas de ellas en los sesenta, pero también les pasa a los actores, que el tiempo hace estragos con todos. Michael Caine en su autobiografía se ríe de ese momento. Cuenta que un aciago día recibió un guión y al comentar las características del galán protagónico con su representante, este lo interrumpió y sin amables prolegómenos le dijo: No te quieren en el protagónico, sino como el padre de la chica. A Michael le costó asimilar el golpe, de seducir a la dama joven pasaba a ser ¡su padre!

A comienzos de los años sesenta las carreras de Bette Davis y Joan Crawford, para decirlo con elegancia, languidecían. Si somos crudos diremos que estaban cerca de un final ominoso. Durante los años treinta y cuarenta habían reinado y competido por ser las reinas del melodrama, que también podían hacer comedia y de tan completas, por el puesto de la primera gran actriz estadounidense. No eran las únicas es aspirar a ese puesto, Katharine Hepburn también se anotaba en esa competencia, que como se sabe, siempre queda sin ganador, porque no existe en arte el absoluto del mejor, ya que se celebra siempre la diferencia, la particularidad, cualidades que no admiten un exponente triunfador único. En arte, nadie es “el mejor”. Lo que no impide que por algunas mezquindades e inseguridades muy humanas, tal o cual se erijan en Yo soy el o la mejor.
Volviendo a Bette y Joan, durante años no se habían tirado con flores, sino con floreros, macetas y hasta con jardines y viveros. Si no se odiaban, se detestaban con beligerante militancia. Entonces el director Robert Aldrich (o alguien más, supongo que lo sabré cuando vea la serie) pensó que sería un atractivo comercial extra si se las juntase en un mismo proyecto. Optó por una novela de Herny Farrell, en la que una exestrella infantil atormenta a su hermana parapléjica en una mansión decadente de Hollywood. Bette y Joan aceptaron y en 1962 comenzaron ¿Qué pasó con Baby Jane? Joan, más coqueta o sin querer desmerecer su pasado sex-appeal, prefirió no exagerar los estragos de la edad. Bette que no era de andar con melindres, no paró hasta dar con un maquillaje monstruoso, que más que un rostro parecía una máscara de cera derritiéndose. Como bien pudo deducirse por el resumen del argumento, la cosa venía para el lado del thriller, del terror gótico o del desmadre camp. El éxito de esta aventura dio nacimiento sino a un subgénero, al menos a una tendencia que se ramificó con celeridad.
El mismo Robert Aldrich, en 1964, volvió a la carga con otro cuento de Henry Farrell, Cálmate, dulce Carlota. Otra vez con Bette Davis enfrentada ahora con otra diva del viejo Hollywood, la siempre magnífica Olivia de Havilland. Bette era una exbella sureña que vive reclusa en una mansión que se erige en el centro de una plantación, ruinosas todas, la casa, la plantación y la exbella, a esta última la cuida una leal ama de llaves, Agnes Moorehead, y juntas reciben las habituales visitas de un médico amigo, Joseph Cotten. Este frágil status quo será descalabrado por la llegada de una pariente lejana, Olivia de Havilland, y entonces…
En 1965, en la rubia Inglaterra, para el estudio Hammer, especialista en sustos varios, otra vieja diva, la extraordinaria, en más de un sentido, Tallulah Bankhead, torturaría a la joven ascendente Stefanie Powers en ¡Muere, muere, querida mía! Tallulah sostenía que Powers, la novia de su hijito era la culpable de la muerte del muchacho y entonces… Dirigió Silvio Narizzano, y es una pena que la declinante salud de Tallulah, que le cobraba al fin años de descontrol, nos privara de otras supremas actuaciones delirantes como la que ofrece en esta deliciosa joya del absurdo involuntario.
A comienzos de los setenta, esta tendencia de someter a viejas glorias a historias de terror gótico parecía agotada. No fue óbice para que en 1971 un especialista del thriller terrorífico, Curtis Harrington no intentara suerte con las siempre fabulosas, a pesar de sus veteranías, Shelley Winters y Debbie Reynolds en ¿Qué pasa con Helen?, donde hacían de madres de dos asesinos amigos y cómplices, que por culpa del escándalo producido por sus sangrientos retoños, huían de su ciudad a Hollywood donde abrían una escuela de tap para niños cuyas madres ambicionaban convertirlos en estrellas infantiles. Por supuesto la sangre, todo un rasgo de familia,  no tardaba en correr y entonces…
Todo esto viene a cuento porque se estrena Feud, (Feud puede traducirse tanto como enemistad manifiesta, odio de sangre o disputa tonta), serie que quienes ya vieron el primer capítulo me recomiendan con inusitado fervor, asegurándome que disfrutaré cada segundo. La serie recrea las circunstancias del antes, durante y después de la filmación de ¿Qué pasó con Baby Jane? Serie en la que rodeadas de estrellas como Judy Davis, Alfred Molina, Stanley Tucci, Alison Wright, Catherine Zeta-Jones, Kathy Bates o Sarah Paulson, Jessica Lange interpreta a Joan Crawford y Susan Sarandon a … cha-cha-cha-chán …Bette Davis. Sin desmerecer a la inmensa Jessica, mis ojos es probable que no se aparten de Susan, porque Susan en muchas fotos me parece como una hija no reconocida de Bette.
El título de este post, surge de un almohadón que bordó Bette en su vejez, en el que ponía “Old Age ain’t no place for sissies”. Sissies literalmente es maricones, metafóricamente es cobardes. En honor a una amiga, que siempre me discute que esta frase queda mejor traducida con cobardes, es que opté por llevarle el apunte, y no insistir con que Envejecer no es para maricones.

Gustavo Monteros

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