jueves, 5 de mayo de 2016

Un glosario para ¡Salve, César!




Alerta de Spoiler Total

Se recomienda leer este glosario después de haber visto ¡Salve, César!, ya que podría revelar chistes o líneas argumentales que conviene desconocer ante una primera visión del film. Si no se la ha visto todavía, detenerse en este punto.



El personaje de Josh Brolin, Eddie Mannix, existió con ese nombre en la vida real y permaneció hasta su muerte en 1963 en la nómina de pagos de la MGM. El de la vida real parece que no fue tan noble e íntegro como el que hace Brolin, aunque sí comparten un catolicismo practicante. El de la realidad no tuvo hijos, el de Brolin tiene dos, un nene y una nena. Mannix fue el paradigma de los fixers, o sea los que evitaban que trascendieran detalles embarazosos de las estrellas. Las internaban en clínicas de desintoxicación si se excedían en sustancias o alcohol, las casaban o les inventaban romances convenientes si eran homosexuales, o lidiaban con los chantajes si arrastraban vidas perturbadoras antes de convertirse en estrellas. Tapaban también si eran mezquinas, crueles o miserables, y así pagaban bien a exmaridos, exesposas, exchoferes y exmucamas, y a veces hasta integrantes de la familia de la estrella para que cerraran sus bocas. Las estrellas siempre debían ser impolutas y perfectas. Y si se permitían desvaríos y descarrilamientos era porque sabían que tarde o temprano aparecía un fixer y lo arreglaba todo. 


La segunda escena de la película cuando Mannix/Brolin irrumpe en una casa en la que una starlet se apresta a ser fotografiada pornográficamente es copia fiel de una secuencia de The big sleep/Al borde del abismo (Howard Hawk, 1946) con Brolin en vez del Philip Marlowe del maravilloso Bogart (Humphrey, of course, ¿hay otro?). El auto es igualito al que usaba Bogie. 


Deanna Moran, el personaje de Scarlett Johansson es tanto la estrella acuática Esther Williams como Lana Turner, de la primera toman su especialidad, de la segunda su boca sucia y su inclinación por los maridos delincuentes. La primera parte del ballet acuático está casi calcada de La hija de Neptuno (Edward Buzzell, 1949), la toma del trampolín está sacada de La reina del mar/Million Dollar Mermaid (Mervyn LeRoy, 1952), la coreografía calidoscópica es de Desfile de candilejas/Footlight Parade (Lloyd Bacon, 1933) y, por supuesto, pertenece al impar Busby Berkeley.



Si alguien vestido de marinero ensaya aunque más no sea un par de pasos de tap nos remitimos de inmediatos al genio de genios, Gene Kelly, quien bailó de marinero, entre otras, en Leven anclas (George Sydney, 1945), disparate hilvanado a fuerza de números musicales, en el que en algún momento Gene baila La cumparsita en arreglos de tangó valentiniano y ¡pasodoble!, ante el que uno debe ofenderse mucho por la falta de respeto , pero yo no puedo, porque Kelly baila de maravilla y el número tiene el perdón de ser una especie de derivado de El zorro. En 1949, en Un día en Nueva York (Stanley Donen, Gene Kelly) le fue mejor como marinero, no era para menos, el libro basado en un éxito de Broadway era de Adolph Green y Betty Comden sobre idea de ¡Jerome Robbins!, y la música era de (y nos ponemos de pie) ¡Leonard Berstein! También fue un marinero en Invitación a la danza (Gene Kelly, 1956), en el número de Sinbad donde bailaba con dibijutos de Hanna/Barbera) antes ya había bailado con el ratón Jerry del dúo Tom y Jerry en Leven, anclas.


La canción que baila en ¡Salve, César!, Channing Tatum, vestido de marinero, No dames es de Willie Reale y Henry Krieger; Krieger se hizo de un nombre en Broadway con Dreamgirls y Side Show, y a falta de mejores datos, fue escrita especialmente para esta película. Tatum no será Gene Kelly pero llena bien el uniforme de marinero bailarín.

 


Laurence Laurentz, el director de cine que hace Ralph Fiennes, levanta controversia respecto a qué alter ego esconde, para algunos es Melvyn LeRoy, para otros George Cukor o Vincente Minnelli, y otros proponen a Jean Negulesco o Nunnally Johnson, yo me inclino por Cukor, sea quien sea, Ralph Fiennes se divierte, como perro con provisión eterna de huesos jugosos, tanto en el sadismo del uso de su nombre como en la intemperancia ante la inhabilidad del cowboy por pronunciar la frase: Would that it were so simple?


El singing cowboy estrella, Hobie Doyle, que hace maravillosamente Alden Ehrenreich, remite tanto a Roy Rogers, Gene Autry como a Will Rogers inmortalizado en un musical elegante como pocos, el delicioso The Will Rogers Follies con música de Cy Coleman, letras de Betty Comden y Adolph Green y libro de Peter Stone, protagonizado por un impagable Keith Carradine, del que se pueden ver algunos números en YouTube. Doyle como Will Rogers era el mismo en escena y fuera de ella. 


La cita del cowboy para el estreno de su película es Carlotta Váldez (Verónica Osorio). El nombre remite a la famosa bisabuela de Madeleine en Vértigo (1958, otra joya-joya de la corona de Hitchcock), pero la personalidad y el estilo de la criatura que presentan no es sino de la perenne Carmen Miranda. 

Baird Whitlock el personaje de George Clooney está peinado y vestido como Robert Taylor en Quo Vadis? (Mervyn LeRoy, 1951), pero por momentos se comporta fuera de escena como un Cary Grant, pasado de ego, y en escena como un Laurence Olivier, necesitado de contención. Lo de Olivier viene muy a cuento cuando Whitlock devuelve la explicación del concepto de plusvalía con el perentorio pedido que le hace Danny Kaye de que le afeite la espalda. Olivier y Kaye tuvieron un ardoroso y breve romance, mientras Kaye hacía teatro en Nueva York los encuentros eran en hoteles de lujo, después cuando los dos ya estaban en Los Ángeles en otros hoteles también de lujo. La leyenda cuenta que apenas se veían no podían contenerse y se metían mano en pasillos, ante la escandalizada vista de ascensoristas, botones, mozos y hasta algún que otro huésped, algo muy envidiable, fogosidades tan recíprocas son muy infrecuentes y duran menos que benignidades populistas de un candidato de derechas. 

Las mellizas periodistas, Thora y Thessaly Thacker, que interpreta, con la angurria de un gato que se robó el pescado, la inmensa Tilda Swinton, remiten obviamente a Louella Parsons y Hedda Hopper, temibles rivales chismosas, que por separado se creían un Premio Nobel de Literatura y acusaban a la otra de ser una chirusa analfabeta impenitente.

La mención de la película de Whitlcok/Clooney, En alas del águila termina siempre con el ominoso chillido de águilas, tal como el nombre de Frau Blücher (Cloris Leachman) que desata siempre relinchos en la obra maestra de Mel Brooks de 1974, El joven Frankenstein.

La casa del actor/bailarín Burt Gurney (Channing Tatum) en la que se reúnen los guionistas comunistas refiere a la moderna casa de Intriga internacional (North by Northwest, 1959) joya-joya de la refulgente corona del gran Alfred Hitchcock. Entre los guionistas comunistas veremos unas cuanta caras que nos han hecho reír en unas cuantas películas como secundarios irremplazables y ocasionales protagonistas de lujo, caprichos de casting que solo unos pocos se pueden permitir: Woody Allen, Spielberg o los Coen. Que el perro de un marxista se llame Engels es un chiste que se explica por sí solo. Sobre todo por la raza del perrito en cuestión. Ah, la señora que pasa la aspiradora remite a la gran Thelma Ritter, secundaria antológica si las hay.



En Merrily we dance, la película que dirige el personaje de Ralph Fiennes, el personaje de Dierdre (Emily Beecham) está maquillada para parecerse a Lucille Ball. En la misma “película” en la escena del taxi, la mentada Allegra (Agyness Deyn) que va sentada junto a Jack Huston está maquillada para parecerse a Lizabeth Scott, hermosa y deliciosa actriz de corta aunque brillante carrera. 


Cuddahy (Ian Blackman) personaje que quiere que Eddie Mannix (Josh Brolin) pase a trabajar para Aerolíneas Lockheed, le dice que en su nuevo trabajo estará más tranquilo y tendrá que lidiar con muchos menos problemas. Algo que sería imposible, dado que dicha compañía enfrentó a fines de los cincuenta grandes escándalos por coimas en varios países. O sea de la que se salva Mannix/Brolin al elegir quedarse con sus lunáticos, como los califica Cuddahy. Este dato es importante para el tema que siempre manejan los Coen, la azarosa veleidad de Dios o el destino en la vida de los pobres humanos. 




Por supuesto que ¡Salve, César!, no la película que vemos sino la épica cristiana que filma Baird Whitlock o sea George Clooney remite a Ben Hur (William Wyler, 1959), la imagen de la tormenta después de la crucifixión es muy recordada. Y no es un invento que se celebraran reuniones ecuménicas con representantes de distintos cultos para consultarlos sobre si lo que filmaban, especialmente si se trataba de temas religiosos, iba a ofender a sus respectivos feligreses. Aquí reúnen a un cura católico, un rabino, un sacerdote ortodoxo, y un presbítero protestante. La discusión trae invalorables ejemplos del humor Coen, es delicioso que al ortodoxo le preocupe más la credibilidad de las acrobacias entre cuadrigas que otra cosa. El rabino tiene las mejores líneas, si se las perdieron en el maremágnum, repásenlas, lo de la soltería o el collie son una delicia de delicias. Es un error que Eddie Mannix, católico de confesión diaria y de rosario a mano, no sepa que Dios es uno y tres, es la lección cero del catecismo y no en vano uno se santigua en nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. Obviamente ninguno de los actores o técnicos presentes en la escena era católico, cualquier católico, incluso los más leves y menos practicantes saben eso. 

Que el director que hace Christopher Lambert, Arne Seslum, sea sueco y use ese particular estilo de pullover remite un poco anacrónicamente a Maurice Stiller, que trajo a Greta Garbo y que solo hizo cine mudo en Hollywood. La mención a Malmö trae ecos del gran Bergman, pero también más recientemente a la creación más famosa de Henning Mankell o sea el detective Kurt Wallander. Y que dicho director sea el padre del hijo del personaje de Scarlett Johansson trae a la memoria unos cuantos escándalos de actrices y directores, siendo el máximo de todos, el inesperado romance de Ingrid Bergman con Roberto Rossellini en 1949, por el que la declararon persona non grata en Hollywood y por el que pedían que fuera quemada en la hoguera, no como la Juana de Arco que había interpretado sino como una bruja. Quítale la caspa a un yanqui y te toparás con puritano fanático. 

De todos modos, la trama que Mannix inventa para ocultar el embarazo de Deanna Moran (Scarlett Johansson) o sea mandarla fuera, anotar el bebé a nombre de otro, en el film es el personaje de Jonah Hill, para después adoptarlo y mostrarse todavía soltera, pero feliz y sin mancha, fue una estratagema que se usó con Loretta Young para no revelar ni su embarazo ni que Clark Gable, muy casado por aquel entonces, era el padre.


Se menciona también que Joseph Silverman, o sea Jonah Hill, cubrió a una estrella que atropelló a alguien y huyó, y no solo asumió la responsabilidad sino también el castigo: unos meses en la cárcel. Durante años se especuló con que algo así pasó con el ya nombrado Clark Gable, sin embargo, hasta la fecha ninguna investigación seria dio con algo concreto, el hecho sigue siendo rumor y folklore. 

Estos son solo algunas de las referencias que pueden hallarse en ¡Salve, César!, solo nos queda decir que la película es una postal junto al abismo. Como dice Cuddahy, el representante de la aeronáutica, no falta mucho para que la televisión se multiplique y toda casa tenga una, ¿quién querría ir al cine, entonces? Y como dice el mismo Mannix, para acallar a la periodista chismosa, a nadie le gusta que lo asocien con un comunista. Y sí, la caza de brujas está a la vuelta de la esquina. Dos factores que aceleraron la pérdida final de la inocencia del público ante la fantasía conocida como cine. En bambalinas, los hacedores no eran tan inocentes, pero lo que hacían sí. La inocencia es un valor medio pavote, una vez que se es hombre de mundo y se sabe que los reyes magos son los padres, sin embargo hay mucha belleza en la inocencia, tanta que ningún cinismo podrá ensuciarla jamás, sobre todo porque en el fondo la extraña.

Gustavo Monteros

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