jueves, 1 de diciembre de 2016

Meryl y Jim

Lemony Snicket, una serie de eventos desafortunados (Brad Silberling, 2004) es una oportunidad perdida en más de un sentido. Pudo haber sido una buena película, pero se quedó en la medianía. Sobrevivirá siempre, creo, por los impecables valores de producción: la dirección de arte, la fotografía, el vestuario, el maquillaje, por el que ganó el Óscar. Y por ser hasta la fecha la única película que unió a Meryl Streep y Jim Carrey. Comparten solo una escena e híper histriónicos como pueden serlo, según incluso les sugería la naturaleza de los personajes que hacían en esta historia, la actúan... chejovianamente, o sea con sutileza, en sordina, en medio tono, como si temieran "pisar" el histrionismo del otro, la admiración mutua les jugó en contra. A los pocos meses, Meryl recibió el homenaje del American Film Institute y Jim hizo el monólogo de apertura, y esta vez el amor se alió con el arte, es uno de los mejores momentos actorales de Carrey y sin amedrentarse ¡ante una sala llena de figuras gloriosas!

Saturnino "Nino" Manfredi








Que no se me pongan celosos los DeNiro, los Jim Carrey, los Gene Hackman, los Mastroianni, los Belmondo, los Burt Lancaster, los Danny Kaye, los James Garner, entre otros nombres rutilantes a los que les juré amor eterno en la oscuridad de los cines, pero a nadie amé tanto como Nino Manfredi, el hombre vivía en la genialidad, su sensibilidad de tan flagrante era casi corpórea, su timing era perfecto en drama o comedia, podía pasar de chistes gruegos a la más ligera sutileza, pocos como él, por suerte queda una larga foja de servicios con varios clásicos para descubrirlo, redescubrirlo y después celebrarlo, siempre. Saturnino "Nino" Manfredi fue su nombre de hombre, pero yo sospecho, como un maestro de actuación que tuve, que era más ángel que humano.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Por los techos de París

París es hermosa, hasta en sus techos, los cuales conocemos por las persecuciones que tuvieron lugar en ellos. Comenzaremos nuestra recorrida en 1975 en una película de Henri Verneuil, Peur sur la ville, conocida aquí como Pánico en la ciudad, en la que Jean-Paul Belmondo perseguía a un asesino serial.

En 1988, Roman Polanski decidió encarar otro homenaje a Hitchcock esta vez con Harrison Ford, para lo cual fueron a París. La película se llamó Frantic, rebautizada en estos pagos como Búsqueda frenética, y ya que estábamos en París, ¿por qué no darnos una vuelta por los techos? Después de todo, ¿una de las películas más recordadas de Alfred no era Vértigo, en la que casualmente hay andanzas por las alturas?




Y ahora con menos peligro para actores y dobles de riesgo por los avances digitales (la de Belmondo y Ford son de truco práctico o sea en los mismos lugares donde transcurre la acción, de paso recuérdese que Jean-Paul hacía sus propias escenas de riesgo, para desesperación de los productores y las compañías aseguradoras) llega otro paseo por los techos de París, esta vez con Idris Elba y Richard Madden en la película de James Watkin, Atentado en París.

El Darin sin acento

Bobby Darin fue un ídolo de adolescentes de meteórico ascenso a la fama, sus discos se vendían de a millones. Se casó con la actriz Sandra Dee,  otra teen idol, con la que protagonizó unas cuantas películas. Obtuvo una nominación para el Óscar como mejor actor secundario por un conflictuado personaje en Capitán Newman, David Miller,1963, un vehículo de lucimiento para Gregory Peck. Kevin Spacey, escribió, dirigió y protagonizó una biopic que lo evocaba Beyond the sea, 2004. Murió muy joven, no vivió lo suficiente para ser rescatado como el excelente cantante que era. Deuda pendiente, pagada apenas por un olvido que no llega. Quizá la persistencia del recuerdo sea el mejor homenaje.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Burt y el secreto de la creación

Dijo Burt Lancaster: "Si sacias el hambre, ya no sos el campeón". 

Verdad irrefutable, la creación está en el hambre, nunca en la saciedad. 

Por eso él siempre fue un grande, nunca dio nada por sentado.

jueves, 3 de noviembre de 2016

An evening with dos ladrones



"An evening with" es un formato que inventaron los yanquis en el siglo XIX para estrellas acabadas, semi-acabadas o en vías de extinción. Consiste, en el mejor de los casos, en un stand-up biográfico interrumpido por las "gracias" de la estrella en cuestión. Si cantaba, intenta una canción de su repertorio; si bailaba, ensaya unos pasos; y si actuaba, hace un par de monólogos. Y en el peor de los casos, si la estrella ya no sabe o no puede hacer nada, ni siquiera recordar un monólogo con anécdotas personales, se la somete a un reportaje público. En ambos casos, tanto en el mejor como en el peor, por las dudas la oferta parezca poca, otorgan el "beneficio" de que el público pueda hacer preguntas. En algunos casos se ofrece además un “meet and greet”, es decir, por un sobreprecio, bastante alto en verdad, se puede acceder a saludar y dialogar unos minutitos con la estrella en bambalinas o en camarines.


En líneas generales es un formato que trafica con la nostalgia del espectador y con la necesidad de la estrella. El espectador siempre siente nostalgia por las figuras que amó, y que ya no se ven tanto, o que ya no trabajan. Del lado de las estrellas, si no fueron lo suficientemente previsoras y ahorraron para el invierno, “An evening with…” es una buena manera de engrosar una alicaída cuenta bancaria, explotando la fidelidad del público. Se lo mire como se lo mire, incluso con ternura, el formato no deja de ser espurio.


Entre 1982 y 1986, Cary Grant (por entonces retiradísimo del cine, se había alejado en 1966, y no hizo televisión porque, por entonces, no tenía el prestigio que tiene ahora, sino que se la consideraba el lado B de la profesión y estaba casi al mismo nivel que los estudios Walt Disney, o sea un cementerio de actores cinematográficos) apareció en un escenario para contar su cura psicológica con LSD, detalles de sus matrimonios e intimidades de algunas estrellas. Las cintas grabadas en la gira se vendieron hace unos años en CDs y, desgrabadas,  originaron un libro.


Entre 1994 y 1999 Gregory Peck hizo una gira de “An evening with…” para beneplácito de sus fanáticos que querían saber quién había sido su coprotagonista femenina favorita, si había visto desnuda a Sophia Loren y los entretelones de Matar un ruiseñor. En 1999 se hizo un documental sobre esta gira y puede verse en Netflix, se llama A conversation with Gregory Peck.


Desde 2004, Julie Andrews, con su voz destruida en una operación para quitar un nódulo en las cuerdas vocales, despunta el vicio de presentarse en un escenario con “An evening with”,  a veces sola, a veces con su hija mayor Emma Walton Hamilton que tuvo con el híper-talentoso escenógrafo Tony Walton. En la última versión del año pasado, con la que recorrió Australia, sumó cuatro cantantes que entonaban las canciones que la habían hecho inolvidable.


Cuando se anunció que John Malkovih y Al Pacino vendrían a hacer sendas “An evening with…” no se me movió ni un pelo, pese a la gran admiración que siento por ellos. Para empezar no están acabados, lejos de ello, y bien podrían venir a hacer un espectáculo como Dios manda, ya sea un unipersonal, un show, o una obra de teatro. (Ah, Vittorio Gassman que siempre viniste a dignificar la profesión, ¡cómo te extrañamos!)


John Malkovich, al menos tuvo la decencia de obviar el reportaje público con anécdotas, y propuso la intervención a dos piezas de música contemporánea, el concierto de Alfred Schnittke para piano y orquesta y  "The Protecting Veil", de John Tavener. Las “intervino” con textos de Ernesto Sábato que sacó de Informe sobre ciegos y de Nunca más. Según la crítica que asistió a la velada, los leyó a cara de piedra, casi sin inflexiones, en un español bastante correcto. Eso sí, tuvieron que ensayar sesudas explicaciones sobre estas “intervenciones”, aunque reconocieron que se estaba más frente a un intento de obra plástica que ante un espectáculo, una especie de happening muy intelectual y aburrido. Consignaron también la decepción de los fanáticos que esperaban algo parecido a una actuación.


La evening de Al Pacino venía más polémica desde los mismos papeles. Iba a ser directamente un reportaje público conducido por Iván de Pineda. Y no menos discutible era el lugar elegido, nada más ni nada menos que el teatro Colón. No soy público del Colón, fui dos veces en mi vida, de modo que no me desgarraré las vestiduras ni romperé una lanza por la nueva violación a este elevado recinto que se supone dedicado a la música más excelsa, la danza o la ópera. Que se ocupen sus espectadores de su desacralización, a mí me basta con decir que la Ciudad de Buenos Aires tiene muchísimas salas para albergar espectáculos de texto, con el perdón de la palabra o de la expresión, porque Al Pacino solo se dedicaría a contar anécdotas. Pero, qué se le va a hacer, el oficialismo que rige la ciudad tiene la frivolidad en el ADN y siempre están más cerca del marketing y del shopping mall que de la cultura.


Al día siguiente de la primera presentación de Pacino, en el diario La Nación publicaban una nota sobre las frases más salientes de la velada. Eran de una pobreza que daban vergüenza ajena. La más feliz era la de cuando casi lo echan de El padrino 1 y su carrera casi termina a poco de empezar. Ya debería jubilarla, la conocen hasta los chicos de jardín de infantes que jamás escucharon hablar de El padrino. Uno no podía dejar de preguntarse si esto era lo mejor ¿cómo sería lo peor? Nos despejó la duda al día siguiente la prestigiosa Norma Aleandro, que confesó haberse levantado al minuto 50, perdida ya toda paciencia o esperanza. En la segunda función amagó un paso de tango, momento ideal para mirar para otro lado, al techo, por ejemplo, en Perfume de mujer tenía al menos la disculpa de representar un ciego, además el montaje ponía piedad a su falta de habilidad para la danza. Entre los presentes, estaba Georgina Barbarrosa, fanática muy decepcionada que juraba haber preferido jamás someterse a esta ignominia.


Lucila Polak, la esposa argentina de Al Pacino, salió a defender a su marido y esgrimió razones que se le vuelven en contra, como confundir el arte con la amabilidad, y respeto de espectador con el respeto de la estrella a su público.


Desde que el teatro es teatro, si se cobra una entrada y no se da nada a cambio, se dice que es un robo. Y si se cobra una entrada y se da muy poco a cambio, se dice que es una rascada, aquí sinónimo de estaba. En buen criollo, Al Pacino y John Malkovich vinieron a robar y a estafar. Como diría la divina Beatriz Bonnet: ¡Qué bochorno!  

miércoles, 26 de octubre de 2016

Verdad y belleza

Hay canciones que conviven con nosotros desde siempre y para siempre. Y como bien dice Pasatiempo, el poema de Mario Benedetti:
Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía

luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era océano
la muerte solamente
una palabra

ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros

ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.

con un poco de suerte, el tiempo termina por atraparnos (y darnos una buena paliza).

Conocí la canción siguiente en los primeros años de mi adolescencia y por entonces, la letra enumeraba datos, ahora, si bien no me jubilé todavía, son realidades. Se puede resumir que los artistas aspiran lograr la verdad y la belleza. Este trío muy mentado, Mario Benedetti en la letra, Alberto Favero en la música y Nacha Guevara en la voz e interpretación lograron con amplitud esa ambición en esta canción. El tiempo no ha opacado a Nacha o Benedetti, pero ha agigantado a Favero. O quizá solo me ha dado las herramientas para apreciar mejor su talento. Como sea, hay verdad y belleza.



El cielo de veras que no es éste de ahora
el cielo de cuando te jubiles
durará todo el día
todo el día caerá
como lluvia de sol sobre tu calva.

Estarás algo sordo para escuchar los árboles
pero de todos modos recordarás que existen
tal vez un poco viejo para andar en la arena
pero el mar todavía te pondrá melancólico
estarás sin memoria estarás sin dinero
con el tiempo en los brazos como un recién nacido
y llorará contigo y llorarás con él
estarás solitario como una ostra
y podrás hablar de tus fieles amigos
que como siempre contarán desde Europa
sus más tímidos contrabandos y becas.

Estarás en la orilla del mundo contemplando
desfiles para niños
eclipses
y regatas
te pondrás el sombrero para mirar la luna
nadie pedirá informes ni balances ni cifras
sólo tendrás horario para tu muerte
pero el cielo de veras que no es éste de ahora
ese cielo de cuando te jubiles
habrá llegado demasiado tarde.


(La canción se llama Cuando te jubiles, el poema en la que se basa: Después)


jueves, 20 de octubre de 2016

Y la verdad surgió de entre el glamur

La entrega de los premios ACE transcurría según el libreto de toda entrega de premios. Los premiados agradecían a quienes les daban el premio, a sus familias, a sus compañeros, a quienes los habían elegido para ese trabajo. Algunos aprovechaban para  adherir a tal o cual consigna de actualidad urgente. Y como todos los años, cerca del final, el discurso de la presidenta de la entidad, Nora Lafón. Y esta vez la gran sorpresa, con certeza, con visceralidad, la enunciación del doloroso cuadro de situación actual. Lo transcribo con mi deseo de superar pronto esta pesadilla en la que estamos inmersos



"Y que les voy a contar de lo que atravesamos como asociación y como país. Desde la venta de las joyas de la corona con las privatizaciones, las inflaciones, el desempleo, el cierre de fuentes de trabajo, la fuga de cerebros...  y tras cada período negro, una elección en la que depositábamos nuevas esperanzas. Pero una y otra vez, como en el mito de Sísifo, al llegar dificultosamente a la cima de la montaña, la roca se nos volvía a caer. Lo que nunca había sucedido y creo que es por eso que estamos tan desconcertados, es pasar de estar en una situación de bonanza, de recuperación de derechos para todos, disfrutando de la más absoluta libertad y de haber librado la mayor de las batallas por la dignidad como sociedad igualitaria y como país, encontrarnos otra vez viviendo la misma película, sacando tarjetas de crédito para pagar la anterior, que eso es adquirir deuda externa, hipotecar el futuro, pero no importa, vamos a resistir. El teatro ha sido el más grande bastión de la resistencia contra todo. Si juzgamos a los genocidas, vamos a poder sobrellevar las tarifas, liberar los presos políticos, dejar de espiar a los periodistas, recuperar el trabajo y todos los derechos adquiridos, de la misma manera que conseguimos recuperar la identidad de los nietos apropiados y hay familias que por primera vez lograron tener un hijo en la universidad. Gracias por estar con nosotros esta noche, gracias por mantener la pasión militante por el teatro, por seguir siendo militantes de la vida. Abracémonos fuertemente por el teatro, abracémonos fuertemente por la vida y comprometámonos todos a seguir fogoneando los sueños de una vida solidaria y mejor para todos"

jueves, 13 de octubre de 2016

Un tal Yves Montand

En mis años tiernos, Yves Montand era una figura cercana, quizá no tanto como Paul Newman u Omar Sharif, pero casi. Supongo que la primera película que vi con él fue en televisión. Debió tratarse de una de las dos en las que hacía de galán para estrellas estadounidenses, o Let’s make love (La adorable pecadora, George Cukor, 1960) frente a Marilyn Monroe o My Geisha (Mi dulce geisha, Jack Cardiff, 1962) frente a Shirley McLaine. O quizá se trato de Goodbye, again (¿Le gusta Brahms?, Anatole Litvak, 1961)  en la que el joven Anthony Perkins se interponía en la relación que mantenía con una madura (por entonces ella tenía 46, que para los parámetros de la época eran como 100) Ingrid Bergman.


En cine debo haberlo visto por primera vez en alguna matinée de Grand Prix (John Frankenheimer, 1966) película de carreras, como su título lo indica, muy frecuentada por entonces; en ese film andaban también otro de mis favoritos de toda la vida, James Garner, la blonda Eva Marie Saint y el súper astro japonés, Toshiro Mifune.


En el 70 o en el 71 vi su película más popular por estos pagos Z (Costa Gavras, 1969) era casi de visión obligatoria. Por esa fecha lo vi en otro film, que quizá no fue tan exitoso, pero que para mí fue un hito: En un día claro se ve hasta siempre (Vincent Minnelli, 1970) un musical tan raro como bello, una historia de amor, entre un psicólogo (Montand, of course) y una paciente (Barbra Streisand) que se realizará recién en el futuro, y con canciones muy, pero muy hermosas, entre las de él, mi favorita es Melinda.


Al ratito nomás estrenaron su segunda colaboración con  Costa Gavras: La confesión (1970). Su tercera colaboración a decir verdad porque en el lejano 1965 habían hecho Los crímenes del coche cama (Compartiment tuers). Y a cada rato en los cines de cruce daban Vivir por vivir (Claude Lelouch, 1967) en la que estaba con Annie Girardot y Candice Berger, aunque yo no la vi, porque Lelouch en ese entonces no me interesaba mucho, una noche que la dio canal 13 vi la última media hora y concluí que no me había perdido mucho.


En un ciclo del Círculo de Periodistas pesqué La guerra ha terminado (Alain Resnais, 1966) en la que compartía cartel con Ingrid Thulin y Genevieve Bujold, mucho no entendí porque me faltaba contexto político para captarla por entero, y me intrigó más que me gustó, bah, por ahí no era en el Círculo de Periodistas sino en la Alianza Francesa porque estaba medio prohibida, en esa época se prohibía casi todo.


En algún ciclo también vi El salario del miedo (Henri-Georges Clouzot, 1953) que me pareció muy superior a la remake con Roy Scheider que hizo William Friedkin en 1977.


A principios de los setenta fue muy popular también la que hizo con Louis de Funes, Delirios de grandeza (Gérard Oury, 1971).


En el 72 se enamoró de Romy Shneider, en la pantalla al menos, bajo batuta de Claude Sautet: César y Rosalie, la escena en la que se cambia los zapatos a pedido de ella es un inolvidable acto de amor que se me fijó en la memoria.


En el 72, vuelta al cine político de Costa-Gavras: Estado de sitio, relato cercano geográficamente porque contaba hechos ocurridos en Uruguay.


En el 74, de nuevo bajo las órdenes de Claude Sautet hizo Tres amigos, sus mujeres y los otros (Vincent, François, Paul… et les autres. (Por esos tiempos veíamos otro Sautet hasta el hartazgo: Las cosas de la vida con Michel Piccoli, Romy Schneider y Lea Massari en la que un accidente dejaba a la luz unas cuantas cosas secretas).


En el 75 se fue al sol de Caracas en El salvaje (Jean-Paul Rappeneau) para seducir con reciedumbre a la indomable Catherine Deneuve.


En el 76 lo vimos en un policial Police Python 357 (Alain Corneau) en el que también estaba Simone Signoret.


Ah, me había olvidado, pequeño olvido, mirá, en el 70 estuvo en un grandioso Jean-Pierre Melville: El círculo rojo junto a Alain Delon, Bourvil, Gian Maria Volonté, recuerdo que me impresionó sobremanera la escena de su delirium tremens, más por Melville que por él, a decir verdad, un rincón de la habitación estaba lleno y apilado de batracios y ofidios.


En el 79 aparecería en dos películas que su polvadera levantaron, primero en un Costa-Gavras que se olvidaba de la política para concentrarse en el amor: Claro de mujer, la mujer es cuestión era nada más ni nada menos que Romy Schneider, que le hacía perder el sueño y el hambre a más de uno. Y después en un thriller político apropiadamente paranoico I como Ícaro (Henri Verneuil).


En el 81 volvió con otro policial La elección de las armas (Alain Corneau) en la que compartía cartel con Catherine Deneuve y Gérard Depardieu.


En el 82 fue el padre de Isabelle Adjani Puro fuego Pura llama, otro Rappeneau. Coprotagonizaba Lauren Hutton.


En el 86 lo veríamos en el díptico de Claude Berri sobre las novelas de Marcel Pagnol: Jean de Florette y Manón del manantial junto a Gérard Depardieu, Daniel Auteuil y una despampanante Emmanuelle Béart. Para nosotros fue su canto del cisne, porque si bien filmó tres películas más: Trois places pour le 26 (un musical de 1988 de Jacques Demy armado en torno a su figura), Netchaïev est de retour (una de espías de 1991 de Jacques Deray junto al por entonces incipiente Vincent Lindon) y IP5: L'île aux pachydermes (una road movie de Jean-Jacques Beineix de 1992) no las veríamos en cine.



Aunque este recuento parezca exhaustivo, no lo es, dejé afuera unas cuantas películas o que no vi o que no termino de acordarme. Como sea, es solo un pequeño homenaje para decirle que no lo olvidé y que todavía lo extraño.

jueves, 6 de octubre de 2016

John Le Carré en el cine


John Le Carré debutó en el cine en 1965 con el pie derecho. La primera versión cinematográfica de una de sus novelas, llamada aquí: El espía que vino del frío, fue dirigida, nada más ni nada menos, que por Martin Ritt, con un gran elenco encabezado por el inmenso Richard Burton, Claire Bloom y Oskar Werner. 


La segunda fue The deadly affair, conocida por aquí como Llamada para un muerto y la dirigió otro grande, Sidney Lumen. En el glorioso elenco estaban Maximilian Schell, James Mason, Harriet Andersson, Harry Andrews y en su primera colaboración con Lumet (ella sería su Arkadina en La gaviota) Simone Signoret. Y como en Cortina Rasgada de Hitchcock, ir al teatro puede ser peligroso. Fue en 1966.
No hubo dos sin tres, la tercera no estuvo a la altura de las dos primeras, a pesar de que dirigía Frank Pierson, que después legó más de un título interesante. No se estrenó en Argentina y en España se la conoció como El espejo de los espías. La protagonizó el hoy desconocido Christopher Jones, que tuvo su agosto en 1970 en La hija de Ryan del genial David Lean como el militar con el que Sarah Miles le metía los cuernos a Robert Mitchum; la perdida en el tiempo Pia Degermark, saludada, ironías de la vida, como la nueva Ingrid Bergman, Paul Rogers, un secundario eficiente; más el legendario Ralph Richardson y el por entonces incipiente Anthony Hopkins. No es mala-mala, es más bien flojita y confusa. En los primeros tiempos del cable, la pasaban mucho, porque estaba Hopkins, claro. Fue en 1969.

Y recién en 1984 hubo otra película basada en una novela suya: La chica del tambor, en la que Diane Keaton se sacrificaba por amor a Yorgo Voyagis, un actor griego muy popular en su país. Andaban por ahí también Klaus Kinsky y Samy Frey. Dirigió el siempre confiable George Roy Hill. (Entre El espejo de los espías y La chica del tambor, como veremos abajo, la televisión le hizo justicia a la novelística de Le Carré).
En 1990, el gran Sean Connery dio lecciones de cómo amar a una mujer, algo que puede resultar no tan difícil si Michelle Pfeiffer es la doña en cuestión. En el elenco estaban también Roy Tiburón/All that jazz Scheider, James Fox, John Mahoney y Klaus Maria Brandauer. Ah, y el gran director Ken Russell en una de sus participaciones como actor. Se llamó La casa Rusia y la dirigió el ubicuo Fred Schepisi. 
En el convulsionado 2001, de la mano del gran narrador John Boorman, le llegó el turno a El sastre de Panamá, con un elenco de aquellos: Pierce Brosnan, Jeoffrey Rush y la siempre fabulosa Jamie Lee Curtis. Participaba también el rotundo, en todo el sentido de la palabra, Brendan Gleeson. Dato curioso, fue la primera película de Daniel Radcliffe, incluso antes de su Harry Potter (su debut en la actuación fue en la tele como un joven David en una versión del David Copperfield dickensiano. Ah, estaba también el inmenso dramaturgo Harold Pinter en una de sus participaciones como actor. 
En 2005, bajo la batuta del brasileño Fernando Meirelles, que había saltado a la fama con su Ciudad de Dios, 2002, llegó la versión cinematográfica de El jardinero fiel, con Ralph Fiennes y Rachel Weisz, que se amaron en escena con mucha química. Andaban también por ahí los hoy mucho más famosos Danny Huston y Bill Nighy. Buena película.
En el 2011, con dirección del sueco Tomas Alfredson, que venía de seducir al mundo con una de vampiros: Déjame entrar, 2008 y que tuvo su versión hollywoodense, llegó una inolvidable versión de El topo. El elenco de notables incluía a Gary Oldman en el protagónico, secundado por gentuza como Colin Firth, Tom Hardy, John Hurt, Toby Jones, Mark Strong y Benedict Cumberbatch. Imperdible.
En el 2014, dirigido por Anton Corbijn que venía de pegarla a lo grande con El americano, 2010, que no era otro que George Clooney, llegó El hombre más buscado, la penúltima película que completaría el recordado Philip Seymour Hoffman, con la hermosa, talentosa y encantadora Rachel McAdams, y los indiscutibles Willem Dafoe y Robin Wright. Efectiva, pero me gustó mucho menos que El topo.
 Y ahora nos llega Our kind of traitor, bautizada entre nosotros como Un traidor entre nosotros. Dirige una tal (por ahora) Susanna White, de gran experiencia en la tv inglesa. En el elenco sobresalen Ewan McGregor, Stellan Skarsgard y Damian Lewis, actores habituales de los superlativos. Naomie Harris es la bella (y cómo) y presta su autoridad a la esposa, la gigantesca Saskia Reeves. 
El topo es una novela estrellada, en cine fue estupenda, pero no menos maravillosa fue la miniserie que protagonizó Alec Guinness (uno de los pocos al que todos los adjetivos le quedan cortos). Fue en el lejano 1979, por aquellos años de pocos canales televisivos, canal 7 la programaba con frecuencia y la veíamos y reveíamos con justificada unción. Tan considerada y aplaudida fue que en 1982, Guinness volvió a calzarse los zapatos de George Smiley, tal el nombre del personaje, para La gente de Smiley, otro triunfo, no tan resonante como El topo, más que nada porque detrás de El topo hay una historia de amor y eso nos envuelve a todos.
Y este año, llegó también otra adaptación de una novela de Le Carré: The night manager. Una miniserie de 6 capítulos con Hugh Dr House Laurie y el ascendente Tom Hiddleston, al frente de un gran elenco que incluye, por ejemplo, a la magnífica Olivia Colman, Tom Hollander y Douglas Hodge, entre muchos otros. No la vi todavía, la reservo para un día de tristeza, o sea que la veré en cualquier momento. Bajo este gobierno arrasador y neoconservador, todos los días son tristes. 

jueves, 15 de septiembre de 2016

El otro Benito

Es un día lleno de Benitos, veo Le nouveau / El novato en el que la que el chico protagonista se llama Benoît y después me topo en un diario con una nota de color sobre la recuperación de un perrito llamado también Benito. La leo, a pesar de su exasperante cursilería y de su más exasperante exposición de prejuicios sociales denigrantes, porque recuperar una mascota es más raro que hallar un perro verde.


Benito pertenecía a una chica de clase acomodada que vive en Olivos. Cuando Benito contaba con apenas un año, en un paseo a orillas del río, Carla es asaltada por un joven “drogado y alcoholizado” que le roba el celular, el reloj y a Benito. Cree que le pedirán una recompensa, pero no. El tiempo pasa y ella no deja de publicar en las páginas de mascotas perdidas de Facebook la foto de Benito.


Más de dos años de perdido Benito, el hermano de Carla, recibe de un “no-amigo” de Facebook información de que el fin de semana pasado en una plaza, gracias a un plan de adopción, Benito podría haber sido adoptado por una familia con chicos. El hermano de Carla se acerca al refugio de perros que promovió la adopción para mayores detalles. Allí se entera de… y recorto y pego el textual del diario “La manera en que había llegado a ellos era peculiar: una vecina de un barrio humilde de la zona sur lo había visto en una casa vecina desde hacía un tiempo, pero se percató al instante de que el animal no pertenecía allí, y que seguramente lo habían robado, modalidad muy común por aquellos pagos. (…) La mujer sentía un especial amor por los animales y veía con dolor que el perrito no era cuidado con la más mínima atención. Una noche de tormenta, aprovechó la oportunidad y se lo llevó. No le costó demasiado: el pobrecito estaba bajo la lluvia torrencial, pegado a la enclenque reja de la propiedad. De allí al refugio, fue un solo paso. Estaba convencida de que en cualquier lugar estaría mejor que en su morada anterior.”


No insistan, no apostrofaré ni haré ningún comentario sobre todas las implicancias de semejante narración. El que quiera “leer” que lea y el que no halle nada horrible en lo transcripto que siga feliz con su acotada y miserable visión del mundo.


Volviendo a Benito, el hermano de Carla va a la casa de los adoptantes, les cuenta la historia y “conmovidos” porque son de la misma clase social y de “clara” sensibilidad se lo devuelven para que pueda reencontrarse con Carla. Final feliz para Benito, que como corresponde es “blanco”.



Aunque a esta altura ya es redundancia pura, aclaro que leí el artículo en el diario La Nación. Tribuna de doctrina hasta el fin. Firme, siempre, con la intensificación y perpetuación de prejuicios detestables.

jueves, 8 de septiembre de 2016

11 minutos gloriosos

El pianista Peter Nero juega versiones del I got rhythm de George Gershwin a la manera de grandes compositores. Primero, en vivo, con su trío y después, en versión grabada con la Boston Pops dirigida por Arthur Fiedler. No hay palabras... mire, escuche y maravíllese. (No es una orden... es que no le quedará otro remedio...)

jueves, 25 de agosto de 2016

Nos vamos poniendo viejos

No he llegado a la edad de leer los obituarios para ver quién se fue, pero sí a la de fijarme cuántos años tiene la gente y compararme para ver si estoy mejor o peor. Y como soy un cinéfilo incurable, tomo nota de qué edad tenía tal o cual actor o actriz cuando hizo tal o cual cosa.


En el blog de cine, hablé de Testigo de cargo http://cronicas-de-cine.blogspot.com.ar/2016/08/testigo-de-cargo.html y al establecer cuánta antigüedad en el mundo tenían sus actores, surgieron algunas curiosidades. Se pre-estrenó en diciembre de 1957, Billy Wilder firmó el contrato para hacerla en abril de 1956, no hallé fechas de la producción, pero todo indica que se filmó durante 1957.


Tratan al personaje de Tyrone Power como un hombre joven, Power había nacido en 1914, de modo que tenía 43 años, el pobre tenía un corazón flojo al que había agotado con la peor receta para soportar el estrellato según la canción que canta el personaje de Elsa Lanchester en el delicioso musical de Fernando Albinarrete, Ni con perros ni con niños que trata de la historia de amor entre Charles Laughton y Elsa Lanchester, bueno, dice la canción que la peor tentación que sufre el actor para llevar adelante la profesión es la mezcla de tabaco, alcohol, sexo y drogas. Tyrone había salpimentado la suya con mucho de todas esas cosas y su corazón diría basta al año siguiente, 1958, durante la filmación de Salomón y la reina de Saba, sería reemplazado por Yul Brynner.


Marlene Dietrich había nacido en 1901, de modo que tenía 56 gloriosos años durante la filmación, se dice en algún momento de la película que su personajes es un poco mayor que el de Power, cronológicamente quizá, pero Dietrich está en mejores condiciones físicas que el desmejorado Power, de modo que podemos decir con justicia que aparenta menos años que él. Dietrich moriría en París sin haber renunciado ni al alcohol ni al tabaco en 1992 a los 90 años.


Charles Laughton había nacido en 1899, de modo que tenía solo dos años más que Marlene, 58, sin embargo en el film interpreta a un anciano. A decir verdad, Laughton siempre hizo personajes que no respetaban su edad cronológica, eran mayores. Se debió a su constitución y sus rasgos faciales. Moriría a los 63 años en 1962.


Elsa Lanchaster había nacido en 1902 de modo que tenía 55 años, uno menos que Marlene al momento de la filmación, su personaje, una enfermera poco agraciada, podía tener cualquier edad, de ella lo más importante es la determinación de su carácter. Elsa Lanchaster moriría a los 84 años en 1986.


Norma Varden, la actriz que hace de la víctima, había nacido en 1898, de modo que tenía 59 años por entonces, moriría en 1989, también a los 90 años. La traigo a colación porque la suerte le permitiría participar a esta talentosa actriz de larga carrera de una película mítica e insustituible. Fue Frau Schmidt, el ama de llaves del capitán Von Trapp en, nos ponemos de pie, La novicia rebelde.


El siempre admirado, querido y respetado Billy Wilder, director de Testigo de cargo y de muchas otras maravillas, había nacido en 1906 de modo que tenía 51 años cuando hizo esta película. Moriría a los 95 años en 2002. Una mentira absoluta, los genios nunca mueren.

Billy Wilder de gorra a cuadros dirige a Marlena mientras un Charles Laughton fuera de personaje observa.