"An evening with" es un formato que inventaron los yanquis en
el siglo XIX para estrellas acabadas, semi-acabadas o en vías de extinción.
Consiste, en el mejor de los casos, en un stand-up biográfico interrumpido por
las "gracias" de la estrella en cuestión. Si cantaba, intenta una
canción de su repertorio; si bailaba, ensaya unos pasos; y si actuaba, hace un
par de monólogos. Y en el peor de los casos, si la estrella ya no sabe o no
puede hacer nada, ni siquiera recordar un monólogo con anécdotas personales, se
la somete a un reportaje público. En ambos casos, tanto en el mejor como en el
peor, por las dudas la oferta parezca poca, otorgan el "beneficio" de
que el público pueda hacer preguntas. En algunos casos se ofrece además un “meet
and greet”, es decir, por un sobreprecio, bastante alto en verdad, se puede
acceder a saludar y dialogar unos minutitos con la estrella en bambalinas o en
camarines.
En líneas generales es un formato que trafica con la nostalgia del
espectador y con la necesidad de la estrella. El espectador siempre siente
nostalgia por las figuras que amó, y que ya no se ven tanto, o que ya no trabajan.
Del lado de las estrellas, si no fueron lo suficientemente previsoras y
ahorraron para el invierno, “An evening with…” es una buena manera de engrosar
una alicaída cuenta bancaria, explotando la fidelidad del público. Se lo mire
como se lo mire, incluso con ternura, el formato no deja de ser espurio.
Entre 1982 y 1986, Cary Grant (por entonces retiradísimo del cine, se
había alejado en 1966, y no hizo televisión porque, por entonces, no tenía el
prestigio que tiene ahora, sino que se la consideraba el lado B de la profesión
y estaba casi al mismo nivel que los estudios Walt Disney, o sea un cementerio
de actores cinematográficos) apareció en un escenario para contar su cura
psicológica con LSD, detalles de sus matrimonios e intimidades de algunas
estrellas. Las cintas grabadas en la gira se vendieron hace unos años en CDs y,
desgrabadas, originaron un libro.
Entre 1994 y 1999 Gregory Peck hizo una gira de “An evening with…” para
beneplácito de sus fanáticos que querían saber quién había sido su
coprotagonista femenina favorita, si había visto desnuda a Sophia Loren y los
entretelones de Matar un ruiseñor. En
1999 se hizo un documental sobre esta gira y puede verse en Netflix, se llama A conversation with Gregory Peck.
Desde 2004, Julie Andrews, con su voz destruida en una operación para quitar
un nódulo en las cuerdas vocales, despunta el vicio de presentarse en un
escenario con “An evening with”, a veces
sola, a veces con su hija mayor Emma Walton Hamilton que tuvo con el
híper-talentoso escenógrafo Tony Walton. En la última versión del año pasado,
con la que recorrió Australia, sumó cuatro cantantes que entonaban las
canciones que la habían hecho inolvidable.
Cuando se anunció que John Malkovih y Al Pacino vendrían a hacer sendas “An
evening with…” no se me movió ni un pelo, pese a la gran admiración que siento
por ellos. Para empezar no están acabados, lejos de ello, y bien podrían venir a
hacer un espectáculo como Dios manda, ya sea un unipersonal, un show, o una
obra de teatro. (Ah, Vittorio Gassman que siempre viniste a dignificar la
profesión, ¡cómo te extrañamos!)
John Malkovich, al menos tuvo la decencia de obviar el reportaje público
con anécdotas, y propuso la intervención a dos piezas de música contemporánea, el
concierto de Alfred Schnittke para piano y orquesta y "The Protecting Veil", de John
Tavener. Las “intervino” con textos de Ernesto Sábato que sacó de Informe sobre ciegos y de Nunca más. Según la crítica que asistió
a la velada, los leyó a cara de piedra, casi sin inflexiones, en un español
bastante correcto. Eso sí, tuvieron que ensayar sesudas explicaciones sobre
estas “intervenciones”, aunque reconocieron que se estaba más frente a un
intento de obra plástica que ante un espectáculo, una especie de happening muy
intelectual y aburrido. Consignaron también la decepción de los fanáticos que esperaban
algo parecido a una actuación.
La evening de Al Pacino venía más polémica desde los mismos papeles. Iba
a ser directamente un reportaje público conducido por Iván de Pineda. Y no
menos discutible era el lugar elegido, nada más ni nada menos que el teatro
Colón. No soy público del Colón, fui dos veces en mi vida, de modo que no me
desgarraré las vestiduras ni romperé una lanza por la nueva violación a este
elevado recinto que se supone dedicado a la música más excelsa, la danza o la ópera. Que se
ocupen sus espectadores de su desacralización, a mí me basta con decir que la
Ciudad de Buenos Aires tiene muchísimas salas para albergar espectáculos de
texto, con el perdón de la palabra o de la expresión, porque Al Pacino solo se
dedicaría a contar anécdotas. Pero, qué se le va a hacer, el oficialismo que
rige la ciudad tiene la frivolidad en el ADN y siempre están más cerca del
marketing y del shopping mall que de la cultura.
Al día siguiente de la primera presentación de Pacino, en el diario La
Nación publicaban una nota sobre las frases más salientes de la velada. Eran de
una pobreza que daban vergüenza ajena. La más feliz era la de cuando casi lo
echan de El padrino 1 y su carrera casi
termina a poco de empezar. Ya debería jubilarla, la conocen hasta los chicos de
jardín de infantes que jamás escucharon hablar de El padrino. Uno no podía dejar de preguntarse si esto era lo mejor ¿cómo
sería lo peor? Nos despejó la duda al día siguiente la prestigiosa Norma
Aleandro, que confesó haberse levantado al minuto 50, perdida ya toda paciencia
o esperanza. En la segunda función amagó un paso de tango, momento ideal para
mirar para otro lado, al techo, por ejemplo, en Perfume de mujer tenía al menos la disculpa de representar un
ciego, además el montaje ponía piedad a su falta de habilidad para la danza. Entre
los presentes, estaba Georgina Barbarrosa, fanática muy decepcionada que juraba
haber preferido jamás someterse a esta ignominia.
Lucila Polak, la esposa argentina de Al Pacino, salió a defender a su
marido y esgrimió razones que se le vuelven en contra, como confundir el arte
con la amabilidad, y respeto de espectador con el respeto de la estrella a su
público.
Desde que el teatro es teatro, si se cobra una entrada y no se da nada a
cambio, se dice que es un robo. Y si se cobra una entrada y se da muy poco a
cambio, se dice que es una rascada, aquí sinónimo de estaba. En buen criollo,
Al Pacino y John Malkovich vinieron a robar y a estafar. Como diría la divina
Beatriz Bonnet: ¡Qué bochorno!
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