Leonard Cohen
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viernes, 11 de noviembre de 2016
jueves, 29 de noviembre de 2012
Que parezca fácil...
Una de las características de los artistas interpretativos es hacer que parezca moco 'e pavo lo que técnicamente es muy difícil. Pocas cosas tan endemoniadamente difíciles de cantar que este hermoso vals peruano de Chabuca Grande que Soledad hace sonar como si fuera el Arroz con leche.
domingo, 25 de noviembre de 2012
Soledad en Canciones a la carta
Yo iba a ir de todos modos, pero que fuera acompañado fue obra de la causalidad. Mi amigo Horacio me había invitado a ver Lo que vio el mayordomo de Joe Orton con Pinti, Luque, Flechner dirigidos por Carlos Rivas en el Coliseo Podestá. Como es de público conocimiento, el camión con los técnicos fue asaltado camino de La Plata y la función se suspendió a último momento. Nosotros nos enteramos cuando llegamos al teatro. Le reintegraron el importe de las entradas, pero como Horacio quería que la invitación fuera efectiva, me dijo que eligiera otro espectáculo de entre los que figuraban en la cartelera. El recital de Vitale-Baglietto era tentador, pero, parafraseando a Cole Porter, llevo a Soledad bajo la piel, así que opté por Canciones a la carta.
Conté con ansiedad los días que faltaban para el espectáculo y cualquier contratiempo por severo y desgastador que fuera se dulcificaba y aliviaba porque la vería pronto, la Sole me fascina. De todas las cantantes argentinas que admiro, Soledad me da seguridad como espectador. Las demás, que no nombraré, me generan reconcomio. En los lejanos tiempos en que estudiaba canto compartí con ellas profesoras. Todas tienen talento, técnica, recursos, oficio, pero sus voces están terminadas de construir y permanecen siempre pendientes de algún yerro que se les pueda escapar. Un par de pifiadas leves puede demoler su seguridad y desbarrancar la función en una pelea por dominar una perfección que sienten que se les escapa. Soledad no. Es lo que los anglosajones llaman una “natural”. Nació para cantar, lo hace con la naturalidad con la que yo vivo metiendo la pata y encima perfeccionó su instrumento lo que redundó en un placer que no se acaba y crece. (Los que se quedaron con la impresión de que sigue cantando igual a cuando irrumpió el fenómeno de la Solemanía se están perdiendo una artista madura, sólida, carismática, inquieta y creciente. Son los menos, pero como profeso la fe Pastorutti suelo lidiar con ellos). A lo que voy es que tiene la seguridad de los que nacieron con talento y aunque sabe que es una elegida no cree tener la vaca atada y la labura constantemente.
Horacio me regaló una vez un concepto que creo encierra verdad. Me dijo: Cantar es un acto de soberbia. En un principio la palabra soberbia me pareció un poco fuerte y busqué reemplazarla con otra menos punzante. Hoy creo que soberbia es la palabra justa. Cualquiera puede actuar, escribir, componer, pintar con un mínimo de talento y convencer al mundo de que se merece ser tildado de genio. Basta con superar autoestimas endebles, lograr alguna proeza técnica, desatar el exhibicionismo escénico, que no es más que ganas de seducir, y regodearse por hacer malabares que podrán ser simples pero que mantienen al menos por un rato las pelotas sin caerse. Cantar es eso y algo más. Someterse al examen permanente de ser oído y no sonar como el chirrido de una puerta, el croar de los sapos, el vapor penetrante de las pavas silbadoras o el quejido insoportable de la uña contra el pizarrón. Hay que sonar siempre a tiempo, a tono, a agrado. Y no basta con la seguridad, la seducción, la maña, no, hay que tener además una actitud desafiante, beligerante, que se parece mucho a la jactancia, y sí, digámoslo clarito, a la soberbia. Resumirlo en una oración sería algo así como: El escenario no admite débiles, pero cantar es sólo para los fuertes.
Soledad me da tranquilidad porque no terminó de construir su voz si no que fortificó la que la naturaleza le dio. No la pifia casi nunca y si lo hace (es tan humana que hasta sabemos que viene de Arequito) comprende que es un descuido y no el derrumbe del castillo.
Canciones a la carta es un espectáculo en tres partes. Al entrar se invita al público a elegir en una hoja-menú, una canción como entrada, otra como plato principal, otra como postre y otra entre las sugerencias del chef. Se pide además que dejemos el nombre, establezcamos la ciudad donde vivimos, consignemos la edad y pongamos una dirección de mail. En la primera parte del show, Soledad canta un repertorio elegido por ella misma, en la segunda hace entrar una urna con las hojas-menuces y sortea dos entradas, dos platos principales, dos postres y una sugerencia del chef, o sea siete personas subirán al escenario y se sentarán en una especie de living que se ha armado y ella les cantará las canciones que han elegido. (Participamos, pero nosotros ni ningún otro hombre salió favorecido en el sorteo). En la tercera y última parte repasará algunos de sus grandes éxitos. Después, claro, vendrán los bises.
En el programa de mano declara que se refugia en un teatro para lograr más intimidad, estar más cerca de su público. Y sí, la chica está acostumbrada a las multitudes, a los espacios abiertos, a públicos épicos que desalentarían a los menos fogueados en lides descomunales. En ese contexto se podría decir que Canciones a la carta es “íntimo”. Como toda cantante popular tiene su liturgia que debe respetar sino sus fans no percibirían que es ella. Hay un clima de fiesta, su público de toda la vida reparte e infla globos, tira papelitos, exhibe carteles, ejecuta con los brazos movimientos coreográficos concertados y en el ya mítico e ineludible a Don Ata revolea lo que tenga a mano.
Como las verdaderamente grandes la Sole trasciende las candilejas y uno en la fila 15 siente que canta sólo para uno. Se mueve en escena con la facilidad y la gracia de quien se halla en su lugar de pertenencia. Y que canta como los dioses es una realidad tangible y objetiva como sólo las realidades pueden serlo. Puede no gustar su repertorio o el modo de encararlo, pero nadie con buen oído puede negar que sabe cantar bien.
Creo que para Horacio era la primera vez que la veía en vivo. La conocía por sus grabaciones, claro. Creo que también disfrutó de su talento. Digo creo porque en la cena de después hablamos de otras cosas, nos pusimos un poco al día, porque ya no nos vemos con tanta frecuencia. Antes, después de ver un espectáculo, lo desmenuzábamos, lo viviseccionábamos y sacábamos conclusiones. Extraño eso. Ganarte la vida duramente te hace perder cosas. Me pierdo, por ejemplo, que su lucidez me regale otros conceptos iluminadores.
miércoles, 20 de junio de 2012
Vivir para cantar
Son las tres y veinte y tengo una decisión que tomar. A las tres y media resuelvo que sí. Aunque tenga 200 cosas que hacer, bueno, 200 no, cerca de 20 sí, tales como, de mayor urgencia a menor importancia, corregir y armar exámenes, terminar una traducción, hacer compras, limpiar el baño, lavar ropa, pasar el escobillón por el techo porque las arañas se empeñan en que el living sea el de un cuento de Poe, someterme a un pediluvio y cortarme las uñas de los pies y otras cosas que no me vienen a la memoria y que uno deja para hacer en un feriado. Al diablo con todo. Hago primar el espíritu, apago la computadora, le cambio el agua a Perrito, lleno su plato, me abrigo y salgo. Soledad me espera en Plaza Moreno.
En la diagonal me uno al arroyo de gente con igual destino.
Unos siete años atrás, la vez anterior que la vi en Plaza Moreno, éramos un río
caudaloso. Hoy somos un arroyo cantarín. Cosas del escenario, la popularidad
fluctúa. Vamos alegres y tranquilos, conocedores de que nuestras expectativas
serán satisfechas. Asistiremos al recital de una gran cantante, de una
intérprete única. Querido lector, si eres como algunos de mis amigos, y te
quedaste con la primera impresión, cuando Soledad irrumpió en nuestras vidas, y
crees que sigue siendo una chica de fuerza dinámica y voz salvaje cercana al
grito, te recomiendo que salgas del tupper y corrijas impresión tan equivocada.
La chica creció y se convirtió en una de nuestras más grandes artistas. La voz
continúa potente, pero ahora es clara, bella y contundente, tiene más matices
que un atardecer, y la interpretación es reveladora, sutil y no perdió nada de
la arrolladora fuerza inicial. No en vano bromeo y digo que es la única
cantante que puede hacer café concert con las masas. Perdido en la multitud y
en la lontananza, te hace sentir que estás a un par de pasos y que te canta, te
habla y te hace chistes sólo a vos. Puede que no te guste el género que hace o que
su personalidad te sea esquiva, pero es innegable que la chica tiene más
virtudes que la penicilina. A menos, claro, que seas un necio a ultranza…
No bien llego a la plaza, me felicito por no haber traído a
Perrito, hay perros con y sin dueño. Frente a otros especímenes de su raza,
Perrito es bipolar. Pasa del valor temerario al temor paralizante. Como en todo
evento público en la plaza, se mezclan los olores del choripan y las
hamburguesas del carrito con los de las garrapiñadas, el algodón dulce y las
manzanas acarameladas. En el escenario, un locutor procura despertar calor y crear
expectativa ante lo que vendrá. De fondo, los éxitos cuarteteros de Rodrigo. La
tarde es templada, brilla el sol y no hay nubes que se ciernan. A las cuatro y
cuarto, suben los músicos y la magia se despliega. En el inicio, sólo hay un
tercio de la plaza llena, pero a medida que transcurre el show, viene más gente
y terminará con la plaza casi de bote a bote. Se cumple el rito de todo recital
libre y gratuito al aire libre, la gente irá y vendrá, cundirá por momentos la
dispersión y salvo los fervorosos que se apelotonan junto al escenario, los
demás se comportarán como convidados más que partícipes. No importa, tarde o
temprano, Soledad nos tendrá a todos en un puño y habrá un fervor unánime.
Sigue siendo la celebrante de una fiesta regocijante en la que todos bailan y
revolean algo, pero la madurez la hace incluir canciones en las que se cuela
cierta sabiduría y un dejo de melancolía. No es casualidad que sean las
compuestas por ella. Sí, a su catálogo de virtudes, le suma ahora la
composición.
A
las seis nos suelta y caigo a la tierra. Salvo los exámenes y la traducción, el
resto quedará sin hacerse. La telaraña que luce desafiante por haber
sobrevivido un día más no impedirá que me encoja de hombros con una sonrisa. Que
cuelgue feliz y se amontone lo no hecho. No todos los días se tiene la
oportunidad de dialogar con una artista de verdad.
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