En mis años tiernos, Yves Montand era una figura
cercana, quizá no tanto como Paul Newman u Omar Sharif, pero casi. Supongo que la
primera película que vi con él fue en televisión. Debió tratarse de una de las
dos en las que hacía de galán para estrellas estadounidenses, o Let’s make love (La adorable pecadora, George Cukor, 1960) frente a Marilyn Monroe o
My Geisha (Mi dulce geisha, Jack Cardiff, 1962) frente a Shirley McLaine. O
quizá se trato de Goodbye, again (¿Le gusta Brahms?, Anatole Litvak, 1961)
en la que el joven Anthony Perkins se
interponía en la relación que mantenía con una madura (por entonces ella tenía
46, que para los parámetros de la época eran como 100) Ingrid Bergman.
En cine debo haberlo visto por primera vez en alguna
matinée de Grand Prix (John
Frankenheimer, 1966) película de carreras, como su título lo indica, muy
frecuentada por entonces; en ese film andaban también otro de mis favoritos de
toda la vida, James Garner, la blonda Eva Marie Saint y el súper astro japonés,
Toshiro Mifune.
En el 70 o en el 71 vi su película más popular por
estos pagos Z (Costa Gavras, 1969)
era casi de visión obligatoria. Por esa fecha lo vi en otro film, que quizá no
fue tan exitoso, pero que para mí fue un hito: En un día claro se ve hasta siempre (Vincent Minnelli, 1970) un
musical tan raro como bello, una historia de amor, entre un psicólogo (Montand,
of course) y una paciente (Barbra Streisand) que se realizará recién en el
futuro, y con canciones muy, pero muy hermosas, entre las de él, mi favorita es
Melinda.
Al ratito nomás estrenaron su segunda colaboración
con Costa Gavras: La confesión (1970). Su tercera colaboración a decir verdad porque
en el lejano 1965 habían hecho Los
crímenes del coche cama (Compartiment
tuers). Y a cada rato en los cines de cruce daban Vivir por vivir (Claude Lelouch, 1967) en la que estaba con Annie
Girardot y Candice Berger, aunque yo no la vi, porque Lelouch en ese entonces
no me interesaba mucho, una noche que la dio canal 13 vi la última media hora y
concluí que no me había perdido mucho.
En un ciclo del Círculo de Periodistas pesqué La guerra ha terminado (Alain Resnais,
1966) en la que compartía cartel con Ingrid Thulin y Genevieve Bujold, mucho no
entendí porque me faltaba contexto político para captarla por entero, y me
intrigó más que me gustó, bah, por ahí no era en el Círculo de Periodistas sino
en la Alianza Francesa porque estaba medio prohibida, en esa época se prohibía
casi todo.
En algún ciclo también vi El salario del miedo (Henri-Georges Clouzot, 1953) que me pareció
muy superior a la remake con Roy Scheider que hizo William Friedkin en 1977.
A principios de los setenta fue muy popular también la
que hizo con Louis de Funes, Delirios de
grandeza (Gérard Oury, 1971).
En el 72 se enamoró de Romy Shneider, en la pantalla
al menos, bajo batuta de Claude Sautet: César
y Rosalie, la escena en la que se cambia los zapatos a pedido de ella es un
inolvidable acto de amor que se me fijó en la memoria.
En el 72, vuelta al cine político de Costa-Gavras: Estado de sitio, relato cercano geográficamente
porque contaba hechos ocurridos en Uruguay.
En el 74, de nuevo bajo las órdenes de Claude Sautet hizo
Tres amigos, sus mujeres y los otros
(Vincent, François,
Paul… et les autres. (Por esos tiempos veíamos otro Sautet hasta
el hartazgo: Las cosas de la vida con
Michel Piccoli, Romy Schneider y Lea Massari en la que un accidente dejaba a la
luz unas cuantas cosas secretas).
En el 75 se fue al sol de
Caracas en El salvaje (Jean-Paul
Rappeneau) para seducir con reciedumbre a la indomable Catherine Deneuve.
En el 76 lo vimos en un
policial Police Python 357 (Alain
Corneau) en el que también estaba Simone Signoret.
Ah, me había olvidado,
pequeño olvido, mirá, en el 70 estuvo en un grandioso Jean-Pierre Melville: El círculo rojo junto a Alain Delon,
Bourvil, Gian Maria Volonté, recuerdo que me impresionó sobremanera la escena
de su delirium tremens, más por Melville que por él, a decir verdad, un rincón
de la habitación estaba lleno y apilado de batracios y ofidios.
En el 79 aparecería en dos
películas que su polvadera levantaron, primero en un Costa-Gavras que se
olvidaba de la política para concentrarse en el amor: Claro de mujer, la mujer es cuestión era nada más ni nada menos que
Romy Schneider, que le hacía perder el sueño y el hambre a más de uno. Y después
en un thriller político apropiadamente paranoico I como Ícaro (Henri Verneuil).
En el 81 volvió con otro
policial La elección de las armas
(Alain Corneau) en la que compartía cartel con Catherine Deneuve y Gérard
Depardieu.
En el 82 fue el padre de
Isabelle Adjani Puro fuego Pura llama,
otro Rappeneau. Coprotagonizaba Lauren Hutton.
En el 86 lo veríamos en el
díptico de Claude Berri sobre las novelas de Marcel Pagnol: Jean de Florette y Manón del manantial junto a Gérard Depardieu, Daniel Auteuil y una
despampanante Emmanuelle Béart. Para nosotros fue su canto del cisne, porque si
bien filmó tres películas más: Trois
places pour le 26 (un musical de 1988 de Jacques Demy armado en torno a su
figura), Netchaïev est de retour (una
de espías de 1991 de Jacques Deray junto al por entonces incipiente Vincent
Lindon) y IP5: L'île aux pachydermes
(una road movie de Jean-Jacques Beineix de 1992) no las veríamos en cine.
Aunque este recuento parezca
exhaustivo, no lo es, dejé afuera unas cuantas películas o que no vi o que no
termino de acordarme. Como sea, es solo un pequeño homenaje para decirle que no
lo olvidé y que todavía lo extraño.
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