Si alguien estaba mirando la antesala de la entrega de
los Premios Óscar, o sea la vidriera de la alfombra roja, y los veía pasar, se
preguntaba quiénes eran, porque es obvio que no tienen caras de famosos, por el
motivo que fuera, de mucho acicalamiento, por ego inflado, por creer tener el
nombre secreto de Dios, a los famosos se les nota que son famosos. Pero la
pregunta se volvía inútil cuando se veía los portafolios que llevaban, los
famosos pueden llevar muchas cosas a la alfombra roja, padres, hijos, amantes,
pasados inconfesables, mal aliento, pie de atleta, piojos, mugre, mascotas,
pero un portafolio, no.
Entonces el portafolio los definía y uno se decía, son
los llevan los sobres, los que tienen el
secreto mejor guardado de la noche, diría un presentador cursi y nada
original, sí, claro, son ellos, y hasta es probable que algún entrevistador muy
profesional, o muy bien producido, supiera sus nombres y hasta les preguntara
una tontería de rigor para lucir humor. Y ellos sonreirían, felices, porque esa
noche trabajaban, pero tenían un trabajo glamoroso como pocos, eran los que contaron
los votos, los que supieron antes que nadie, cuando el último voto fue contado,
no sé qué día, a qué hora, que Sylvain Bellemare había ganado el premio al
Mejor Montaje Sonoro por Arrival, y
que la divina de Isabelle Huppert regresaría a su patria, dejando estelas de
exquisito perfume francés, pero con la manos vacías y una puteada a flor de
labios por haber perdido el tiempo, puteada que sonará muy fina y aristocrática,
porque será en francés, idioma en el que hasta la palabra chancho suena como
nombre de flor.
Hoy, tras un ligero error, una pavada, un sobre
entregado por error, son tan o igual de famosos que Warren Beatty y Faye
Dunaway, que esculpieron su nombre en la piedra con sus delincuentes Bonnie and Clyde, y que reforzaron su
fama con otros cuantos logros y errores, muchos, algunos, que nadie es
perfecto, carajo. Ahora sabemos que estos dos gorditos, perdón, de peso normal
ligeramente excedido, con los portafolios, se llaman Martha L. Ruiz y Brian
Cullinan. Martha y Brian, para siempre unidos en el mismo párrafo con Faye y
Warren, convertidos los cuatro en un chiste que se volverá legendario,
folklore, eterno.
Martha es la primera latina y la segunda mujer en
tener la responsabilidad de entregar los sobres con los ganadores, que ahora
sabemos que son dobles, repetidos, que los contables responsables de los sobres,
en este caso nuestros Martha y Brian, se ponen uno a cada lado del escenario, y
según por dónde salgan los presentadores les entregan uno u otro, y el repetido
vuelve al maletín. Pero Martha no fue la que metió la pata, menos mal, por
mujer y por latina, en un mundo que posterga a la mujer y no te digo si encima
es latina, la hubieran mandado al espacio a buscar a la perra Laika, no, el que
metió la pata fue Brian. Pobre, se le traspapeló, en vez del de la mejor
película le entregó a Warren y a Faye, el de la actriz que ya había ganado,
Emma de la familia Stone, la bella Emma ya había lagrimeado, se lo había
dedicado a su madre, padre, maestro de actuación, canario, tortuga, gato,
caballo, perro, cobayo, o lo que fuera que tuviera de mascota cuando era chica,
bah, si es que se lo dedicó también a la mascota en su discurso, igual,
parecido, en nada diferente, a los cientos, miles de discurso que se dieron
desde que el Óscar es Óscar, de tan octogenario, casi nonagenario.
Sí, Brian, se equivocó, pobre, encima es fanático de
las estrellas, antes o después o en el momento de entregar el sobre maldito, andaba
tuiteando fotos de la bella Emma, después, producido el descalabro las borró,
las de Emma y las anteriores, aunque ya era tarde para desaparecer evidencias
incriminatorias, queda el registro en caché, todo mal con Brian, pero Warren también
tiene menos reflejos que cuadripléjico nuevo, porque se dio cuenta que decía
Emma Stone y no salió a preguntar si estaba bien, o dio vuelta la espalda para
consultarla a Faye, no iba a ser escuchado si la consultaba en escena, los
micrófonos no los llevan encima de sus trajes de diseño y sus vestidos haute
couture, no, están pegados al atril, a los que deben acercarse para ser oídos,
ni tampoco se fijó qué decía el sobre, que ahora en las fotos magnificadas
revela que decía Mejor Actriz Protagónica, y eso que Warren no es novato en
estas lides, no, es bien veterano, porque se habrá hecho estrella con Bonnie and Clyde, pero ya venía
rompiendo el vicio, desde pequeño, además es hermano menor de otra veterana de
varias guerras del show, el cine y el Óscar, la Gran Shirley, sí, Shirley Mac Laine.
Pero no, el hombre se taró y aunque hizo una pausa
eterna, mientras decidía algo que no decidió, cuando Faye no sabía si era que
creaba suspenso o le estaba por dar un ataque de algo, apurada por la producción
que sin duda le habrá dicho que no se demoraran, que era tarde, que era el
último. Entonces Warren, sin haber resuelto nada, le pasó el papel a Faye, la
brasa ardiente, como quien dice, y Faye no leyó el encabezado, pensó que su
compañero le dejaba el honor de leer el título de la ganadora y eso hizo, leyó
el título que figuraba ahí, en letras bien grandes.
Y ahí nomás subieron los La la land landeros y se
pusieron a discursear, muy emocionados, y empezaron a correr los asistentes por
atrás, hasta Martha y Brian hicieron acto de presencia en el escenario, que ya
parecía escenario de acto de fin de curso, invadido por padres ansiosos por
recuperar y felicitar a sus hijos, antes de que digan Felices Vacaciones.
Warren, que mientras pensaba qué hacer era como Peter Sellers en La fiesta inolvidable y después cuando,
nada solidariamente, le entregó la responsabilidad a Fay, era como Mr Bean, procuraba ahora explicar qué le
había pasado. Pero el pelado productor La
la land landero, hecho una furia y con razón, y con nobleza también, dijo
perdimos, ganó Luz de luna, no es
joda, vengan, vean. Y Ryan, de los nervios, o divertido a propósito, se reía
como Patán, el perro de Pierre Nodoyuna.
Ahora la Academia dice que Martha y Brian tampoco
avanzaron con el protocolo del error de urgencia, vaya uno a saber qué es eso, será
¿gritar fuego despejen el edificio?, ¿desmayar a Faye y Warren de una trompada
y preguntar si hay un médico en la sala?, ¿abalanzarse sobre el micrófono y
gritar Que nadie se mueva, esto es un error?, vociferar ¿Socorro, ladrón, ese
Óscar no es suyo?, o ¿pedir cierren el telón y corten la transmisión
televisiva? Sabrá la Academia. Pero más lástima que Martha y Brian, merecen los que se estaban durmiendo y
apagaron la tele en el momento que Faye dijo La la land, y se perdieron el error que hizo historia, que marcará
un antes y un después en la entrega de las estatuillas doradas.
Warren se lamentará de aquí a la eternidad no haber
hecho otra cosa, porque de ahora en más será un chiste, la nota al margen, el
pie de página. Y Martha y Brian, ya deben haber perdido el trabajo. O si la
empresa tiene un mínimo de sensibilidad o de abogados, porque los metedores de
pata son socios, ya los debe haber mandado a la sucursal de Alaska a que
cuenten caribúes, búhos grises, musarañas, grullas y somorgujos.
No se preocupen, Martha y Brian, Hollywood o sea la
Academia, después de acordar, mediante juicio o arreglo sin juicio, la plata
debida, generada, atribuible al error, que no en vano estamos en un sistema
capitalista como Dios manda, acelerará dar vuelta la página, olvidar la
vergüenza, recuperar un rigor, que a decir verdad nunca tuvieron, pero en un
par de años, cinco a más tardar, un programa de televisión querrá saber qué fue
de sus vidas y volverán al primer plano al que un sobre equivocado los mandó.
Mientras tanto,
no sufran ni se flagelen, después de todo no bombardearon una boda con
todos sus invitados, en alguna ciudad impronunciable, porque dijeron que
acudiría un terrible terrorista, que al final no fue y que hasta no hace mucho
hacía negocios con el presidente estadounidense de turno. No, transformaron una
ceremonia soporífera en una reedición de Miss Colombia versus Miss Filipinas en
una final de Miss Universo. Que no jodan, son gente de cine, aunque más no sea
por deformación profesional deberían valorar la importancia capital de un final
inesperado.
Gustavo Monteros
Coda necesaria y urgente
Uno de los pilares filosóficos de las obras de teatro
de Shakespeare, es que al principio de las mismas, hay un orden natural, establecido o de mero equilibrio que se rompe
y que debe recomponerse al final de las mismas.
Cuando en los países del mundo triunfa la derecha, ese
orden que sostenía Shakespeare también parece quebrarse.
Daré dos ejemplos de este mundo desquiciado.
En Santa Fe en el juicio por la causa “La Casita”, el
centro clandestino de detenciones, en el que se cometieron crímenes de lesa
humanidad durante la Dictadura, la hija del expolicía Eduardo Ramos, acusado en
dicha causa, amenazó a los jueces con: "Cuídense ustedes tres, que
las cosas están cambiando" Siempre hay amenazas, el problema es que esta
vez pueden hallar asidero.
Y en la otra punta, en Los Ángeles los que metieron la
pata con un sobre en la última entrega de los Óscars contrataron guardaespaldas
porque están amenazados de muerte. Sí, leyeron bien, amenazados de muerte. Para que esto ocurra, los medios carroñeros
de radio y televisión no pararon de batir el parche con el tema, y diarios,
revistas y televisoras de intenso e incurable amarillismo hasta cercaron las
casas donde viven estos dos perejiles.
Al revés de lo que quiere hacer creer la Derecha de
que el orden se subvierte cuando triunfa la izquierda, es la derecha la que
desinclina la balanza, soltando las riendas de los fundamentalistas exaltados.
El orden social se ha roto, ojalá se restablezca
pronto, para bien de todos los Shakespeare, o sea nosotros.
Gustavo Monteros