Para
el musical Follies, que trataba el
último encuentro de estrellas teatrales del pasado en un teatro de variedades, donde
tuvieron grandes éxitos y que demolerán pronto, Stephen Sondheim compuso una
canción, I´m still here, que era un himno
a la estrella superviviente, aquella que personal y profesionalmente pasó por
todo y que sin embargo sigue en pie, entera. La estrenó Yvonne De Carlo y por
estos pagos se la recuerda, porque para su regreso del exilio, con letra
adaptada a circunstancias de su vida, la presentó Nacha Guevara y hasta tomó su
título para darle nombre al espectáculo: Aquí
estoy.
En un momento dice la letra original:
First you're another sloe-eyed vamp
Primero
sos otra vamp de ojos rasgados
Then someone's mother, then you're camp
Después
la mamá de alguien, después sos camp
Then you career from career to career
Y
así vas de carrera en carrera…
No hay actriz que no
sepa eso de que en algún momento se deja de ser el objeto romántico, la
damisela en peligro, la joven emprendedora o la mujer fatal y se pasa a ser la
madre, la tía o la jefa experimentada de la protagonista. (A menos que se sea
Meryl Streep y se trabaje tiempo completo buscando papeles atrapantes que se
adapten a los años que su cuerpo lleva encima). Es decir, o se acepta pasar del
centro de la escena a la periferia, o se buscan papeles dominantes para
actrices mayorcitas. O se hacen ambas cosas a la vez, como Nicole Kidman, que
es la madre adoptiva del protagonista en Lion
/ Camino a casa, rol por el que obtuvo
nominaciones a casi todos los premios importantes, Óscar incluido, como Mejor
Actriz de Reparto, mientras que por otro lado, protagoniza junto a Reese
Witherspoon y Shailene Woodley Big Little
lies, serie de HBO, donde hace de ardiente esposa del galán sexy Alexander
Skarsgard, que no hace mucho se probó el último taparrabos de Tarzán.
Por lo que sea, no son
nada fáciles las transiciones de una carrera a la otra, se depende mucho de la
suerte y de la predisposición a aceptar el paso del tiempo con el respectivo
cambio de roles que acarrea. Muchas actrices se quedan paralizadas y tardan
varios años en aceptar que ya no son jóvenes. Digo actrices, porque hablaré de
lo que pasó con algunas de ellas en los sesenta, pero también les pasa a los
actores, que el tiempo hace estragos con todos. Michael Caine en su autobiografía
se ríe de ese momento. Cuenta que un aciago día recibió un guión y al comentar las
características del galán protagónico con su representante, este lo interrumpió
y sin amables prolegómenos le dijo: No te quieren en el protagónico, sino como el
padre de la chica. A Michael le costó asimilar el golpe, de seducir a la dama
joven pasaba a ser ¡su padre!
A comienzos de los años
sesenta las carreras de Bette Davis y Joan Crawford, para decirlo con
elegancia, languidecían. Si somos crudos diremos que estaban cerca de un final
ominoso. Durante los años treinta y cuarenta habían reinado y competido por ser
las reinas del melodrama, que también podían hacer comedia y de tan completas, por
el puesto de la primera gran actriz estadounidense. No eran las únicas es
aspirar a ese puesto, Katharine Hepburn también se anotaba en esa competencia,
que como se sabe, siempre queda sin ganador, porque no existe en arte el
absoluto del mejor, ya que se celebra siempre la diferencia, la particularidad,
cualidades que no admiten un exponente triunfador único. En arte, nadie es “el
mejor”. Lo que no impide que por algunas mezquindades e inseguridades muy humanas,
tal o cual se erijan en Yo soy el o la mejor.
Volviendo a Bette y Joan,
durante años no se habían tirado con flores, sino con floreros, macetas y hasta
con jardines y viveros. Si no se odiaban, se detestaban con beligerante
militancia. Entonces el director Robert Aldrich (o alguien más, supongo que lo
sabré cuando vea la serie) pensó que sería un atractivo comercial extra si se
las juntase en un mismo proyecto. Optó por una novela de Herny Farrell, en la
que una exestrella infantil atormenta a su hermana parapléjica en una mansión
decadente de Hollywood. Bette y Joan aceptaron y en 1962 comenzaron ¿Qué pasó con Baby Jane? Joan,
más coqueta o sin querer desmerecer su pasado sex-appeal, prefirió no exagerar
los estragos de la edad. Bette que no era de andar con melindres, no paró hasta
dar con un maquillaje monstruoso, que más que un rostro parecía una máscara de
cera derritiéndose. Como bien pudo deducirse por el resumen del argumento, la
cosa venía para el lado del thriller, del terror gótico o del desmadre camp. El
éxito de esta aventura dio nacimiento sino a un subgénero, al menos a una
tendencia que se ramificó con celeridad.
El mismo Robert Aldrich,
en 1964, volvió a la carga con otro cuento de Henry Farrell, Cálmate, dulce Carlota. Otra vez con
Bette Davis enfrentada ahora con otra diva del viejo Hollywood, la siempre
magnífica Olivia de Havilland. Bette era una exbella sureña que vive reclusa
en una mansión que se erige en el centro de una plantación, ruinosas todas, la
casa, la plantación y la exbella, a esta última la cuida una leal ama de
llaves, Agnes Moorehead, y juntas reciben las habituales visitas de un médico
amigo, Joseph Cotten. Este frágil status quo será descalabrado por la llegada
de una pariente lejana, Olivia de Havilland, y entonces…
En 1965, en la rubia
Inglaterra, para el estudio Hammer, especialista en sustos varios, otra vieja
diva, la extraordinaria, en más de un sentido, Tallulah Bankhead, torturaría a
la joven ascendente Stefanie Powers en ¡Muere,
muere, querida mía! Tallulah sostenía que Powers, la novia de su hijito era
la culpable de la muerte del muchacho y entonces… Dirigió Silvio Narizzano, y
es una pena que la declinante salud de Tallulah, que le cobraba al fin años de
descontrol, nos privara de otras supremas actuaciones delirantes como la que
ofrece en esta deliciosa joya del absurdo involuntario.
A comienzos de los setenta,
esta tendencia de someter a viejas glorias a historias de terror gótico parecía
agotada. No fue óbice para que en 1971 un especialista del thriller terrorífico, Curtis
Harrington no intentara suerte con las siempre fabulosas, a pesar de sus
veteranías, Shelley Winters y Debbie Reynolds en ¿Qué pasa con Helen?, donde hacían de madres de dos asesinos amigos
y cómplices, que por culpa del escándalo producido por sus sangrientos retoños,
huían de su ciudad a Hollywood donde abrían una escuela de tap para niños cuyas
madres ambicionaban convertirlos en estrellas infantiles. Por supuesto la
sangre, todo un rasgo de familia, no
tardaba en correr y entonces…
Todo esto viene a cuento
porque se estrena Feud, (Feud puede
traducirse tanto como enemistad manifiesta, odio de sangre o disputa tonta), serie
que quienes ya vieron el primer capítulo me recomiendan con inusitado fervor,
asegurándome que disfrutaré cada segundo. La serie recrea las circunstancias
del antes, durante y después de la filmación de ¿Qué pasó con Baby Jane? Serie en la que rodeadas de estrellas como
Judy Davis, Alfred Molina, Stanley Tucci, Alison Wright, Catherine Zeta-Jones,
Kathy Bates o Sarah Paulson, Jessica Lange interpreta a Joan Crawford y Susan
Sarandon a … cha-cha-cha-chán …Bette Davis. Sin desmerecer a la inmensa
Jessica, mis ojos es probable que no se aparten de Susan, porque Susan en muchas
fotos me parece como una hija no reconocida de Bette.
El título de este post,
surge de un almohadón que bordó Bette en su vejez, en el que ponía “Old Age ain’t
no place for sissies”. Sissies literalmente es maricones, metafóricamente es
cobardes. En honor a una amiga, que siempre me discute que esta frase queda
mejor traducida con cobardes, es que opté por llevarle el
apunte, y no insistir con que Envejecer no es para maricones.
Gustavo Monteros
!!!!!!! Fantastic!!!!!
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