jueves, 2 de marzo de 2017

Martha, Brian y el tío Óscar

Si alguien estaba mirando la antesala de la entrega de los Premios Óscar, o sea la vidriera de la alfombra roja, y los veía pasar, se preguntaba quiénes eran, porque es obvio que no tienen caras de famosos, por el motivo que fuera, de mucho acicalamiento, por ego inflado, por creer tener el nombre secreto de Dios, a los famosos se les nota que son famosos. Pero la pregunta se volvía inútil cuando se veía los portafolios que llevaban, los famosos pueden llevar muchas cosas a la alfombra roja, padres, hijos, amantes, pasados inconfesables, mal aliento, pie de atleta, piojos, mugre, mascotas, pero un portafolio, no.


Entonces el portafolio los definía y uno se decía, son los llevan los sobres, los que tienen el  secreto mejor guardado de la noche, diría un presentador cursi y nada original, sí, claro, son ellos, y hasta es probable que algún entrevistador muy profesional, o muy bien producido, supiera sus nombres y hasta les preguntara una tontería de rigor para lucir humor. Y ellos sonreirían, felices, porque esa noche trabajaban, pero tenían un trabajo glamoroso como pocos, eran los que contaron los votos, los que supieron antes que nadie, cuando el último voto fue contado, no sé qué día, a qué hora, que Sylvain Bellemare había ganado el premio al Mejor Montaje Sonoro por Arrival, y que la divina de Isabelle Huppert regresaría a su patria, dejando estelas de exquisito perfume francés, pero con la manos vacías y una puteada a flor de labios por haber perdido el tiempo, puteada que sonará muy fina y aristocrática, porque será en francés, idioma en el que hasta la palabra chancho suena como nombre de flor.


Hoy, tras un ligero error, una pavada, un sobre entregado por error, son tan o igual de famosos que Warren Beatty y Faye Dunaway, que esculpieron su nombre en la piedra con sus delincuentes Bonnie and Clyde, y que reforzaron su fama con otros cuantos logros y errores, muchos, algunos, que nadie es perfecto, carajo. Ahora sabemos que estos dos gorditos, perdón, de peso normal ligeramente excedido, con los portafolios, se llaman Martha L. Ruiz y Brian Cullinan. Martha y Brian, para siempre unidos en el mismo párrafo con Faye y Warren, convertidos los cuatro en un chiste que se volverá legendario, folklore, eterno.


Martha es la primera latina y la segunda mujer en tener la responsabilidad de entregar los sobres con los ganadores, que ahora sabemos que son dobles, repetidos, que los contables responsables de los sobres, en este caso nuestros Martha y Brian, se ponen uno a cada lado del escenario, y según por dónde salgan los presentadores les entregan uno u otro, y el repetido vuelve al maletín. Pero Martha no fue la que metió la pata, menos mal, por mujer y por latina, en un mundo que posterga a la mujer y no te digo si encima es latina, la hubieran mandado al espacio a buscar a la perra Laika, no, el que metió la pata fue Brian. Pobre, se le traspapeló, en vez del de la mejor película le entregó a Warren y a Faye, el de la actriz que ya había ganado, Emma de la familia Stone, la bella Emma ya había lagrimeado, se lo había dedicado a su madre, padre, maestro de actuación, canario, tortuga, gato, caballo, perro, cobayo, o lo que fuera que tuviera de mascota cuando era chica, bah, si es que se lo dedicó también a la mascota en su discurso, igual, parecido, en nada diferente, a los cientos, miles de discurso que se dieron desde que el Óscar es Óscar, de tan octogenario, casi nonagenario.


Sí, Brian, se equivocó, pobre, encima es fanático de las estrellas, antes o después o en el momento de entregar el sobre maldito, andaba tuiteando fotos de la bella Emma, después, producido el descalabro las borró, las de Emma y las anteriores, aunque ya era tarde para desaparecer evidencias incriminatorias, queda el registro en caché, todo mal con Brian, pero Warren también tiene menos reflejos que cuadripléjico nuevo, porque se dio cuenta que decía Emma Stone y no salió a preguntar si estaba bien, o dio vuelta la espalda para consultarla a Faye, no iba a ser escuchado si la consultaba en escena, los micrófonos no los llevan encima de sus trajes de diseño y sus vestidos haute couture, no, están pegados al atril, a los que deben acercarse para ser oídos, ni tampoco se fijó qué decía el sobre, que ahora en las fotos magnificadas revela que decía Mejor Actriz Protagónica, y eso que Warren no es novato en estas lides, no, es bien veterano, porque se habrá hecho estrella con Bonnie and Clyde, pero ya venía rompiendo el vicio, desde pequeño, además es hermano menor de otra veterana de varias guerras del show, el cine y el Óscar, la Gran Shirley, sí, Shirley Mac Laine.


Pero no, el hombre se taró y aunque hizo una pausa eterna, mientras decidía algo que no decidió, cuando Faye no sabía si era que creaba suspenso o le estaba por dar un ataque de algo, apurada por la producción que sin duda le habrá dicho que no se demoraran, que era tarde, que era el último. Entonces Warren, sin haber resuelto nada, le pasó el papel a Faye, la brasa ardiente, como quien dice, y Faye no leyó el encabezado, pensó que su compañero le dejaba el honor de leer el título de la ganadora y eso hizo, leyó el título que figuraba ahí, en letras bien grandes.


Y ahí nomás subieron los La la land landeros y se pusieron a discursear, muy emocionados, y empezaron a correr los asistentes por atrás, hasta Martha y Brian hicieron acto de presencia en el escenario, que ya parecía escenario de acto de fin de curso, invadido por padres ansiosos por recuperar y felicitar a sus hijos, antes de que digan Felices Vacaciones. Warren, que mientras pensaba qué hacer era como Peter Sellers en La fiesta inolvidable y después cuando, nada solidariamente, le entregó la responsabilidad a Fay, era como Mr Bean, procuraba ahora explicar qué le había pasado. Pero el pelado productor La la land landero, hecho una furia y con razón, y con nobleza también, dijo perdimos, ganó Luz de luna, no es joda, vengan, vean. Y Ryan, de los nervios, o divertido a propósito, se reía como Patán, el perro de Pierre Nodoyuna.


Ahora la Academia dice que Martha y Brian tampoco avanzaron con el protocolo del error de urgencia, vaya uno a saber qué es eso, será ¿gritar fuego despejen el edificio?, ¿desmayar a Faye y Warren de una trompada y preguntar si hay un médico en la sala?, ¿abalanzarse sobre el micrófono y gritar Que nadie se mueva, esto es un error?, vociferar ¿Socorro, ladrón, ese Óscar no es suyo?, o ¿pedir cierren el telón y corten la transmisión televisiva? Sabrá la Academia. Pero más lástima que Martha y Brian,  merecen los que se estaban durmiendo y apagaron la tele en el momento que Faye dijo La la land, y se perdieron el error que hizo historia, que marcará un antes y un después en la entrega de las estatuillas doradas.


Warren se lamentará de aquí a la eternidad no haber hecho otra cosa, porque de ahora en más será un chiste, la nota al margen, el pie de página. Y Martha y Brian, ya deben haber perdido el trabajo. O si la empresa tiene un mínimo de sensibilidad o de abogados, porque los metedores de pata son socios, ya los debe haber mandado a la sucursal de Alaska a que cuenten caribúes, búhos grises, musarañas, grullas y somorgujos.


No se preocupen, Martha y Brian, Hollywood o sea la Academia, después de acordar, mediante juicio o arreglo sin juicio, la plata debida, generada, atribuible al error, que no en vano estamos en un sistema capitalista como Dios manda, acelerará dar vuelta la página, olvidar la vergüenza, recuperar un rigor, que a decir verdad nunca tuvieron, pero en un par de años, cinco a más tardar, un programa de televisión querrá saber qué fue de sus vidas y volverán al primer plano al que un sobre equivocado los mandó.


Mientras tanto,  no sufran ni se flagelen, después de todo no bombardearon una boda con todos sus invitados, en alguna ciudad impronunciable, porque dijeron que acudiría un terrible terrorista, que al final no fue y que hasta no hace mucho hacía negocios con el presidente estadounidense de turno. No, transformaron una ceremonia soporífera en una reedición de Miss Colombia versus Miss Filipinas en una final de Miss Universo. Que no jodan, son gente de cine, aunque más no sea por deformación profesional deberían valorar la importancia capital de un final inesperado. 


Gustavo Monteros
Coda necesaria y urgente

Uno de los pilares filosóficos de las obras de teatro de Shakespeare, es que al principio de las mismas, hay un orden natural,  establecido o de mero equilibrio que se rompe y que debe recomponerse al final de las mismas.


Cuando en los países del mundo triunfa la derecha, ese orden que sostenía Shakespeare también parece quebrarse.


Daré dos ejemplos de este mundo desquiciado.


En Santa Fe en el juicio por la causa “La Casita”, el centro clandestino de detenciones, en el que se cometieron crímenes de lesa humanidad durante la Dictadura, la hija del expolicía Eduardo Ramos, acusado en dicha causa, amenazó a los jueces con: "Cuídense ustedes tres, que las cosas están cambiando" Siempre hay amenazas, el problema es que esta vez pueden hallar asidero.


Y en la otra punta, en Los Ángeles los que metieron la pata con un sobre en la última entrega de los Óscars contrataron guardaespaldas porque están amenazados de muerte. Sí, leyeron bien, amenazados de muerte. Para que esto ocurra, los medios carroñeros de radio y televisión no pararon de batir el parche con el tema, y diarios, revistas y televisoras de intenso e incurable amarillismo hasta cercaron las casas donde viven estos dos perejiles.


Al revés de lo que quiere hacer creer la Derecha de que el orden se subvierte cuando triunfa la izquierda, es la derecha la que desinclina la balanza, soltando las riendas de los fundamentalistas exaltados.


El orden social se ha roto, ojalá se restablezca pronto, para bien de todos los Shakespeare, o sea nosotros.


Gustavo Monteros

2 comentarios:

  1. Jajajaja...!!!!!!!Si, fué un final "de película", por suerte no me lo perdí
    !!!Lamento por Martha y Brian, devenidos cazadores de musarañas y somorgujos...

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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