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viernes, 24 de junio de 2022

The Affairs of Dobie Gillis - Ama, vive y aprende


 Continúo con el repaso de la carrera actoral de Bob Fosse.

 

Esta vez le toca el turno a la única película en la que participó rodada en blanco y negro: The Affairs of Dobie Gillis (Don Weiss, 1953). Se trata de otro vehículo de lucimiento para afianzar la carrera de Debbie Reynolds y promover el elenco juvenil en nómina de la Metro, en este caso Fosse, Van y Ruick. Es una deliciosa comedia estudiantil con guión de Max Shulman sobre sus populares relatos.

 

Dobie (Bobby Van) es un tarambana con suerte que se enamora de Pansy Hammer (Debbie Reynolds) con un gran entusiasmo por aprender, más impulsado por su padre (Hanley Stafford) que por voluntad propia. Dobie, en la entrevista inicial sobre qué materias le interesan, llama la atención de Charlie Trask (Bob Fosse), que de inmediato se convierte en su compinche. Lorna Ellinboe (Barbara Ruick) completa la cuarta pata de este cuadrado clásico de comedia ídem: la chica está enamorada de Dobie que solo tienes ojos para Pansy, a la vez que es pretendida con obstinación y perseverancia por Charlie.

 

Reynolds y Van están deliciosos como la pareja protagónica y Ruick y Fosse están solo eficientes en el juego de comedia, pero maravillosos en los números de baile (especialmente él, claro) y canto (especialmente ella).

 

Como puede verse en el clip que adjunto abajo, esta vez Fosse no tiene un número a solas con Reynolds, cuando está con ella, están los cuatro.

 

El personaje de Dobie Gillis tendría entre 1959 y 1963 una serie para televisión (The Many Loves of Dobie Gillis) interpretado por Dwayne Hickman, el equivalente al personaje de Bob Fosse lo hacía Bob Denver, que pasaría a la historia como el náufrago Gilligan de la famosísima La isla de ídem. En 1988 Dobie tendría un encore: Bring me the head of Dobie Gillis, protagonizado otra vez por Dwayne Hickman.

 

Vi The Affairs of Dobie Gillis / Ama, vive y aprende mientras a duras penas y con un esfuerzo digno de mejor causa, Monte Carlo (Thomas Bezucha, 2011) supuesta comedia con Selena Gomez.

 

La diferencia entre una y otra es abismal, sobre todo por el oficio de saber hacer comedia. Hasta que los grandes estudios se desmenuzaron y pasaron a ser lotes de producción televisiva, tenían aceitadísimas las herramientas de la comedia, sabían cómo plantear escenas, delinear personajes, y pergeñar diálogos y réplicas brillantes. Cada comedia era un tapiz urdido y bordado con un arte casi científico en su exactitud y precisión. Algo más que el viento se llevó.

Gustavo Monteros



viernes, 17 de junio de 2022

Give a girl a break - Tres chicas con suerte

Me pongo a repasar la carrera de actor y bailarín de Bob Fosse y arranco con Give a girl a break, película de Stanley Donen de 1953, que se inscribe en la tendencia de musicales que se centran en la producción, ensayos y estreno de un espectáculo teatral. O sea el musical “perezoso” por excelencia. No hay que concebir una historia jalonada de números musicales que se hilvanen a la trama y que surgan cuando las palabras ya no pueden expresar lo que se siente y haya que ponerse a cantar y bailar para abarcarlo.

 

Ya se sabe, el mundo del espectáculo en general y el del teatro en particular no son para cualquiera. El compositor Leo Belney (Kurt Kasznar), el director y coreógrafo Ted Sturgis (Gower Champion) y su asistente Bob Dowdy (Bob Fosse) se aprestan a dar los toques finales a un show que se traen entre manos, cuando la estrella del mismo, estresada y quisquillosa, los planta con un portazo definitivo sin posibilidades de enmienda. Entonces junto con el productor Felix Jordan (Larry Keating) en vez de sustituir a la estrella saliente con otra deciden Give a girl a break o sea darle a una chica (desconocida, claro) la oportunidad de triunfar. Habrá un creativo y seductor proceso de casting en el que veremos los capacidades de unas cuantas talentosas a la espera de que se les abra una puerta, aunque, al fin, quedarán solo tres posibles candidatas, Madedyn Corlane (Marge Champion), Joanna Moss (Helen Wood) y Suzy Doolittle (Debbie Reynolds). Ted querrá darle el papel a Madelyn, que supo ser su pareja años atrás, Leo optará por Joanna y Bob por Suzy. El problema es que al optar los tres por una candidata diferente, ponerse de acuerdo es imposible. Felix, el productor, harto de espera,  los obligará a recurrir al viejo y querido sorteo, entonces…

 

Esta película se concibió en realidad como vehículo de lucimiento de la pareja en la vida real de Marge y Gower Champion, dos bailarines excepcionales (Gower con el tiempo llegaría a ser uno de los más grandes directores de Broadway) y como afianzamiento de la carrera de la juvenil Debbie Reynolds que ya se había lucido en la histórica Singin’ in the rain (1952) codirigida por Gene Kelly y Stanley Donen que vuelve a dirigirla aquí.

 

Bob Fosse tiene números solo con Debbie y si bien Stanley Donen y Gower Champion figuran como los coreógrafos, se sabe que debido a una encomiable tenacidad y férrea insistencia, Bob Fosse logró que le dejaran coreografiar los números que lo tenían como bailarín. Son coreografías hermosas que no muestran todavía los rasgos distintivos del Fosse que conocemos y amamos.

 

Bob repitió hasta el hartazgo que no prosiguió con su carrera de bailarín cinematográfico porque era uno del montón. Mirá que hay que ser exigente para bailar así y calificarse del “montón”. Aunque, claro, solo sería entendible si al montón al que se refiere es el de Astaire, Kelly, Davis Jr., los Hermanos Nicholas, Ray Bolger, Cagney y unos pocos más.

Gustavo Monteros
 

miércoles, 8 de marzo de 2017

Envejecer no es para cobardes



Para el musical Follies, que trataba el último encuentro de estrellas teatrales del pasado en un teatro de variedades, donde tuvieron grandes éxitos y que demolerán pronto, Stephen Sondheim compuso una canción, I´m still here, que era un himno a la estrella superviviente, aquella que personal y profesionalmente pasó por todo y que sin embargo sigue en pie, entera. La estrenó Yvonne De Carlo y por estos pagos se la recuerda, porque para su regreso del exilio, con letra adaptada a circunstancias de su vida, la presentó Nacha Guevara y hasta tomó su título para darle nombre al espectáculo: Aquí estoy.


 En un momento dice la letra original:

First you're another sloe-eyed vamp
Primero sos otra vamp de ojos rasgados
Then someone's mother, then you're camp
Después la mamá de alguien, después sos camp
Then you career from career to career
Y así vas de carrera en carrera…
No hay actriz que no sepa eso de que en algún momento se deja de ser el objeto romántico, la damisela en peligro, la joven emprendedora o la mujer fatal y se pasa a ser la madre, la tía o la jefa experimentada de la protagonista. (A menos que se sea Meryl Streep y se trabaje tiempo completo buscando papeles atrapantes que se adapten a los años que su cuerpo lleva encima). Es decir, o se acepta pasar del centro de la escena a la periferia, o se buscan papeles dominantes para actrices mayorcitas. O se hacen ambas cosas a la vez, como Nicole Kidman, que es la madre adoptiva del protagonista en Lion / Camino a casa, rol por el que obtuvo nominaciones a casi todos los premios importantes, Óscar incluido, como Mejor Actriz de Reparto, mientras que por otro lado, protagoniza junto a Reese Witherspoon y Shailene Woodley Big Little lies, serie de HBO, donde hace de ardiente esposa del galán sexy Alexander Skarsgard, que no hace mucho se probó el último taparrabos de Tarzán.
Por lo que sea, no son nada fáciles las transiciones de una carrera a la otra, se depende mucho de la suerte y de la predisposición a aceptar el paso del tiempo con el respectivo cambio de roles que acarrea. Muchas actrices se quedan paralizadas y tardan varios años en aceptar que ya no son jóvenes. Digo actrices, porque hablaré de lo que pasó con algunas de ellas en los sesenta, pero también les pasa a los actores, que el tiempo hace estragos con todos. Michael Caine en su autobiografía se ríe de ese momento. Cuenta que un aciago día recibió un guión y al comentar las características del galán protagónico con su representante, este lo interrumpió y sin amables prolegómenos le dijo: No te quieren en el protagónico, sino como el padre de la chica. A Michael le costó asimilar el golpe, de seducir a la dama joven pasaba a ser ¡su padre!

A comienzos de los años sesenta las carreras de Bette Davis y Joan Crawford, para decirlo con elegancia, languidecían. Si somos crudos diremos que estaban cerca de un final ominoso. Durante los años treinta y cuarenta habían reinado y competido por ser las reinas del melodrama, que también podían hacer comedia y de tan completas, por el puesto de la primera gran actriz estadounidense. No eran las únicas es aspirar a ese puesto, Katharine Hepburn también se anotaba en esa competencia, que como se sabe, siempre queda sin ganador, porque no existe en arte el absoluto del mejor, ya que se celebra siempre la diferencia, la particularidad, cualidades que no admiten un exponente triunfador único. En arte, nadie es “el mejor”. Lo que no impide que por algunas mezquindades e inseguridades muy humanas, tal o cual se erijan en Yo soy el o la mejor.
Volviendo a Bette y Joan, durante años no se habían tirado con flores, sino con floreros, macetas y hasta con jardines y viveros. Si no se odiaban, se detestaban con beligerante militancia. Entonces el director Robert Aldrich (o alguien más, supongo que lo sabré cuando vea la serie) pensó que sería un atractivo comercial extra si se las juntase en un mismo proyecto. Optó por una novela de Herny Farrell, en la que una exestrella infantil atormenta a su hermana parapléjica en una mansión decadente de Hollywood. Bette y Joan aceptaron y en 1962 comenzaron ¿Qué pasó con Baby Jane? Joan, más coqueta o sin querer desmerecer su pasado sex-appeal, prefirió no exagerar los estragos de la edad. Bette que no era de andar con melindres, no paró hasta dar con un maquillaje monstruoso, que más que un rostro parecía una máscara de cera derritiéndose. Como bien pudo deducirse por el resumen del argumento, la cosa venía para el lado del thriller, del terror gótico o del desmadre camp. El éxito de esta aventura dio nacimiento sino a un subgénero, al menos a una tendencia que se ramificó con celeridad.
El mismo Robert Aldrich, en 1964, volvió a la carga con otro cuento de Henry Farrell, Cálmate, dulce Carlota. Otra vez con Bette Davis enfrentada ahora con otra diva del viejo Hollywood, la siempre magnífica Olivia de Havilland. Bette era una exbella sureña que vive reclusa en una mansión que se erige en el centro de una plantación, ruinosas todas, la casa, la plantación y la exbella, a esta última la cuida una leal ama de llaves, Agnes Moorehead, y juntas reciben las habituales visitas de un médico amigo, Joseph Cotten. Este frágil status quo será descalabrado por la llegada de una pariente lejana, Olivia de Havilland, y entonces…
En 1965, en la rubia Inglaterra, para el estudio Hammer, especialista en sustos varios, otra vieja diva, la extraordinaria, en más de un sentido, Tallulah Bankhead, torturaría a la joven ascendente Stefanie Powers en ¡Muere, muere, querida mía! Tallulah sostenía que Powers, la novia de su hijito era la culpable de la muerte del muchacho y entonces… Dirigió Silvio Narizzano, y es una pena que la declinante salud de Tallulah, que le cobraba al fin años de descontrol, nos privara de otras supremas actuaciones delirantes como la que ofrece en esta deliciosa joya del absurdo involuntario.
A comienzos de los setenta, esta tendencia de someter a viejas glorias a historias de terror gótico parecía agotada. No fue óbice para que en 1971 un especialista del thriller terrorífico, Curtis Harrington no intentara suerte con las siempre fabulosas, a pesar de sus veteranías, Shelley Winters y Debbie Reynolds en ¿Qué pasa con Helen?, donde hacían de madres de dos asesinos amigos y cómplices, que por culpa del escándalo producido por sus sangrientos retoños, huían de su ciudad a Hollywood donde abrían una escuela de tap para niños cuyas madres ambicionaban convertirlos en estrellas infantiles. Por supuesto la sangre, todo un rasgo de familia,  no tardaba en correr y entonces…
Todo esto viene a cuento porque se estrena Feud, (Feud puede traducirse tanto como enemistad manifiesta, odio de sangre o disputa tonta), serie que quienes ya vieron el primer capítulo me recomiendan con inusitado fervor, asegurándome que disfrutaré cada segundo. La serie recrea las circunstancias del antes, durante y después de la filmación de ¿Qué pasó con Baby Jane? Serie en la que rodeadas de estrellas como Judy Davis, Alfred Molina, Stanley Tucci, Alison Wright, Catherine Zeta-Jones, Kathy Bates o Sarah Paulson, Jessica Lange interpreta a Joan Crawford y Susan Sarandon a … cha-cha-cha-chán …Bette Davis. Sin desmerecer a la inmensa Jessica, mis ojos es probable que no se aparten de Susan, porque Susan en muchas fotos me parece como una hija no reconocida de Bette.
El título de este post, surge de un almohadón que bordó Bette en su vejez, en el que ponía “Old Age ain’t no place for sissies”. Sissies literalmente es maricones, metafóricamente es cobardes. En honor a una amiga, que siempre me discute que esta frase queda mejor traducida con cobardes, es que opté por llevarle el apunte, y no insistir con que Envejecer no es para maricones.

Gustavo Monteros