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jueves, 14 de noviembre de 2019

viernes, 31 de marzo de 2017

¿Qué me pongo? Algunos vestidos icónicos del cine


Es Marilyn Monroe, claro. La película se llamó La comenzón del séptimo año (The Seven Year Itch, 1955) y la dirigió Billy Wilder. El vestido lo diseño Travilla.


El vestido es de Jean-Louis y lo lució Rita Hayworth en Gilda (1946) de Charles Vidor.
Muñequita de lujo (Breakfast at Tiffany's) fue la película. La dirigió Blake Edwards en 1961. El vestido, en realidad, es de Givenchy, detalle que no aclaró la diseñadora oficial del film, Edith Head. Lo luce, claro, Audrey Hepburn.
Gigi (Vincent Minnelli, 1958) fue la película, el vestido es de Cecil Beaton y lo luce Leslie Caron.


Michelle Pfeiffer se hizo notar y cómo en Scarface (Brian De Palma, 1983) y este vestido de Patricia Norris ayudó bastante en resaltarla. 

Una Eva y dos Adanes (Some like it hot, 1959) fue la segunda y última colaboración del genial Billy Wilder y Marilyn Monroe. Esta vez Orry-Kelly se ocupó del vestuario y dio este otro vestido icónico.




Last but not least, ni ahí, nuestra gloriosa Isabel Sarli, que en Carne luce un enterito de encaje diseñado por Paco Jamendreu (no encontré una buena fotos, que valga esta variedad para apreciarlo)  

viernes, 3 de julio de 2015

Caroceros



Audrey Hepburn irrumpió meteóricamente en el firmamento hollywoodense. Le bastó una sola película para imponer su innegable star quality y ganarse el amor eterno de espectadores, productores y directores. El film en cuestión fue La princesa que quería vivir (Roman holiday, William Wyler, 1953) y sin querer inauguró uno de  los rasgos distintivos de su carrera: la significativa diferencia de edad que tendría con sus coprotagonistas.


Audrey había nacido en 1929, el magnético Gregory Peck, su galán en ese film consagratorio, en 1916, de modo que le llevaba 13 años, o sea que en aquel inolvidable verano romano, ella tenía 24 y él 37. En su siguiente película rutilante: Sabrina (1954) del genial Billy Wilder, tuvo dos galanes William Holden que había nacido en 1918 y que le llevaba 11 años y el irrepetible (y me pongo de pie) Humphrey Bogart, que había nacido en 1899 y le llevaba 30 años. Ya no es un spoiler decir que se quedaba con Bogart. Hollywood la consideraba consorte de reyes y la apareaba con sus mejores leones en invierno. O sea no veía impedimento físico ni moral en transformarlos en “caroceros”, término usado en el lunfardo para describir a los hombres que gustan de mujeres mucho más jóvenes que ellos.


(Por piedad nos saltearemos La guerra y la paz, 1956, de King Vidor, a la que consideramos un bodrio aburridísimo e irremontable).


En 1957 disputaron su amor, primero: Gary Cooper (que había nacido en 1901 y que le llevaba 28 años) en Amor en la tarde, delicia (si las hay) de Billy Wilder, y después: Fred Astaire (que había nacido en 1899 y que como Bogart le llevaba 30 años) en Funny Face o La Cenicienta en París, delicia (si las hay) de Stanley Donen.


En 1959, respecto a estas cosas de la edad fue una rareza, la película es una extravagancia selvática que dirigió su por entonces marido, Mel Ferrer, y ella era una especie de ave del paraíso. Se llamó Green mansions o La flor que no murió y su coprotagonista, el recordado Anthony Perkins, era tres años menor que ella, había nacido en 1932.


En 1959, dirigida por Fred Zinneman, fue una monja misionera que tenía una crisis de fe y dejaba los hábitos en Historia de una monja, su coprotagonista Peter Finch, que había nacido en 1916 y que le llevaba como Gregory Peck 13 años, no cuenta como galán, porque estrictamente no lo era en el contexto de la película.


En 1960, bajo las órdenes de John Huston, en Lo que no se perdona, lidiaría con el amor más o menos incestuoso de su no del todo hermano Burt Lancaster, que había nacido en 1913 y que le llevaba 16 años.


En 1961 haría otra de sus películas icónicas Breakfast at Tiffany’s o Muñequita de lujo de Blake Edwards. Otra rareza, su coprotagonista, George Peppard era un año más joven que ella, había nacido en 1928. También en 1961, en su segunda colaboración con William Wyler, The children’s hour o La mentira infame, pelearon por su amor, la inconmensurable Shirley MacLaine, que había nacido en 1934 y que por lo tanto era 5 años menor, y el maravilloso James Garner, que había nacido en 1928 y que, caballero hasta en eso,  era un año mayor.


En 1963 haría historia, dirigida otra vez por Stanley Donen, junto al más-allá-de-todo-adjetivo-ditirámbico Cary Grant, que había nacido en 1904 y que por lo tanto le llevaba 25 años. Charada se llamó ese regalo de los dioses.


En 1964 volvería a París dirigida por Richard Quine junto al siempre seductor William Holden en un ejercicio de metalenguaje cinematográfico (sí, la postmodernidad no inventó los metalenguajes) llamado París, tú y yo.


También de 1964 es ese monumento al musical llamado My fair lady que dirigió un señor muy talentoso, bautizado George Cukor. Su coprotagonista era el impar Rex Harrison, que había nacido en 1908 y que por lo tanto le llevaba 21 años. Es historia archiconocida, en esta película se quedó con el papel que Julie Andrews había hecho en teatro y que todos (menos Jack Warner)  esperaban que lo reprisara en la pantalla, después de todo, menos ella, el elenco entero que había estrenado el musical en Broadway repetía sus papeles. Julie, que había nacido en 1935, y que era por lo tanto 6 años menor que Audrey, en edad y en voz (Audrey fue doblada) se acercaba más al personaje.


En 1966 colaboró por tercera vez con William Wyler en Cómo robar un millón de dólares, su coprotagonista, el siempre distinguido Peter O’Toole, había nacido en 1932 y era tres años menor que ella. Cosa que a nadie le importaba porque la película es sencillamente deliciosa.


En 1967 volvería a trabajar con Stanley Donen en Two for the road o Un camino para dos, su coprotagonista, el talentoso Albert Finney, había nacido en 1936 y era, por lo tanto, 7 años más joven que ella. También en 1967 sería una cieguita que la pasa mal, muy mal en Espera a la oscuridad de Terence Young. Sus compañeros, para nada sus galanes, son Richard Crenna, que había nacido en 1926 y que, por lo tanto, era 3 años más viejo, y el muy talentoso Alan Arkin, que había nacido en 1934 y que era 5 años menor que ella.


Y se retiró del cine. Hasta 1976. Volvió de la mano de Richard Lester en Robin y Marian, su coprotagonista es Sean Connery, que como nació en 1930, es un año menor. Quizá nunca debió retirarse del cine, siempre había sido una chica de suerte respecto de los proyectos en los que participó. Si con buena voluntad exceptuamos Robin y Marian, las películas que le siguieron a su reentrada a escena fueron irrevocablemente malas.


En 1979 dirigida otra vez por Terence Young haría Lazos de sangre, basada en el best seller de Sidney Sheldon. Si mal no recuerdo, su interés romántico era Ben Gazzara, así que habría que considerarlo entre sus galanes. Gazzara había nacido en 1930, y como Connery, era un año menor que ella. En 1981 participó en otro de los intentos fallidos del desparejo pero siempre interesante  Peter Bogdanovich, They all laughed o Nuestros amores tramposos, emparejada otra vez con Ben Gazzara. En 1987 participó del telefilm de Roger Young, Amor entre ladrones junto a Robert Wagner, que, como había nacido en 1930, también era un año menor.


En 1989 Steven Spielberg la llamó (¿quién le dice que no a Spielberg?) para Siempre, error imperdonable que todos le perdonamos. Spielberg había perdido la cabeza (literalmente) por Holly Hunter, tanto la había perdido que con el amor se le fue hasta el discernimiento y pergeñó tremendo bodrio. Pero ¿quién puede culpar a un hombre enamorado que quiere celebrar a su amada? No quiero ser lengua viperina, pero no habla bien de Holly que el hombre se desenamorara y recuperara su talento. Como sea fue el canto del cisne de Audrey. Una despedida preanunciada, nadie se interesaba por su amor. Era una especie de ángel. Quizá lo que siempre fue.

viernes, 24 de enero de 2014

Yo sé que ahora vendrán caras extrañas




Gran verdad: “Esta noche el mejor espectáculo lo dan los que pierden”. Lo dijo Bob Hope alguna vez cuando era conductor de las entregas de premios Óscar. Sí, al revés que para la gran mayoría de los mortales, para las estrellas, seres muy privilegiados, ganar es fácil, perder es difícil. Acostumbrados por la casualidad, la suerte, la prestancia, el carisma, a veces el talento, santificados por el éxito a obtener todas las ventajas, se creen con el derecho inalienable al galardón. Pero, claro, hay uno para cinco, y alguien tiene que perder. Las premiaciones más que un baño son un cachetazo de humildad. Hay favoritos aunque hay también sorpresas, y se ve en la cara de los que no tienen ninguna chance la esperanza de que el azar los haya bendecido y sumado a la lista de los perdedores que de repente ganan, como en el argumento típico de otra mentirosa ficción hollywoodense. Sin embargo, primero lo primero, para alzarse con un Óscar, antes deben ser nominados.


La batalla por las nominaciones deja el primer tendal de bajas. Emma Thompson por su sensacional interpretación de la autora de Mary Poppins en Saving Mr Banks (El sueño de Walt) parecía número puesto. No llegó. Quizá el amplio número de votantes veteranos no deba haberle perdonado el poco feliz y nada generoso comentario sobre Audrey Hepburn de hace algunos años. La iconoclasia entre pares no está bien vista. Para eso están los críticos malévolos, los ensayistas petardistas y los espectadores enquistados. La opinión jamás debió salir del área de lo privado. (Dijo: Audrey en Mi bella dama es cursi, caprichosa pero tonta, dulce pero sin gracia y no sabe cantar y menos actuar, 9/8/10)


Tom Hanks, habitual niño mimado, fue el perdedor por partida doble. Pudo haber sido nominado como mejor actor protagónico por Capitán Philips y como mejor actor de reparto por Saving Mr Banks (El sueño de Walt). Dicho sueño de Walt agriado en pesadilla, que iba a estrenarse esta semana, al no obtener el empuje de ninguna nominación para el cartel, fue enviado al frízer y se estrenará, con suerte, en algún  otro momento del año. (¿Será la revancha de Bambi por haberle matado Walt tan cruelmente a su mamá?) Leonardo Di Caprio, habitual niño castigado, obtuvo esta vez el chupetín de una nominación por El lobo de Wall Street, después de que lo dejaran sin ver tele ni jugar con la play por Los infiltrados, J. Edgar, y Django sin cadenas.


Robert Redford que podía haber regresado a las nominaciones por All is lost (Hasta el final) se quejó de que la productora y la distribuidora del film no hicieron una campaña de apoyo. Sí, las nominaciones no caen del cielo, hay que conquistarlas martillando en las cabezas de los votantes las virtudes de los productos y sus ingredientes.


Los chicos de El mayordomo sí hicieron campaña y se quedaron también con las manos vacías. Se quejan de que estrenaron lejos de las nominaciones, y bueno, no se puede todo. Eligieron estrenar en el cumpleaños de Obama (4 de agosto), al que el film chupa las medias. No obstante, les queda el consuelo de que el Nobel de la Paz declarara que la peli lo emocionó hasta las lágrimas. Lo siento, con ustedes se hizo justicia, muchachos, su película es muy mala.


Su productora y actriz, Oprah Winfrey, debe estar sin consuelo. Muchos la imaginaban candidata al Óscar como mejor esposa de Forest Whitaker, perdón, como mejor actriz de reparto por el susodicho mayordomo. La diva poderosa debe estar haciendo lista de los que no la votaron para vengarse. Su show televisivo se va a poner muy interesante este año.


Contra muchos pronósticos, Martin Scorsese se coló por ¡segunda vez! como candidato a mejor director por el excelente Lobo de Wall Street. Nadie cree que gane. Que uno de los mayores directores de la historia del cine haya obtenido sólo ¡dos! (2) nominaciones en toda su fulgurante carrera refleja la obvia contradicción de la industria hollywoodense. En los papeles, admiran y apoyan el talento, pero en realidad tienen con él una relación de amor-odio. Prefieren siempre premiar al mediocre que la pegó de pura chiripa que al verdadero talento cantante y sonante. (Si lo sabrá Steven Spielberg…) Y eso que esta vez ninguna de las nominaciones es vergonzante, todos los nominados merecen estar allí, aunque, claro, también hay otros afuera que merecieron entrar, como los hermanos Coen. En el fondo no importa, toda premiación es una lotería que nada tiene que ver con el mérito. Hay cientos de premiados justamente olvidados, y hay miles de no premiados tan vigentes como el primer día. Qué se le va a hacer, ya lo dijo el tango: La fama es puro cuento.


Ilustración: el acostumbrado número de diciembre del Hollywood Reporter con las posibles candidatas al Óscar, de pie Oprah Winfrey (El mayordomo) y Octavia Spencer (Fruitvale Station), sentadas Emma Thompson (Saving Mr Banks), Julia Roberts (August: Osage County) y Amy Adams (Escándalo americano), en el piso Lupita Nyong’o (12 años de esclavitud). Como ya se sabe, Julia Roberts, Amy Adams y Lupita Nyong’o lo lograron. Las tres primeras, en cambio, Oprah Winfrey, Octavia Spencer y Emma Thompson se quedaron con las ganas.