Arturo Pérez-Reverte es un novelista
generoso. (Generoso porque está más interesado en contar historias que en
mirarse el ombligo). Y soy su lector más o menos fiel (leí con gran placer El húsar, El maestro de esgrima, El club Dumas,
La piel del tambor, La carta esférica, La reina del sur, La sombra del águila,
Un asunto de honor, Territorio Comanche y toda la saga del capitán
Alatriste; leí con menos gusto El pintor
de batallas y El asedio; me debo Cabo Trafalgar (demasiados barcos) y Un día de cólera (no sé, El asedio me dejó agotado). Soy muy
infiel con su trabajo de no-ficción (perdón Arturo, creo que me interesa más el
novelista que el hombre detrás del novelista).
Pérez-Reverte es uno de los pocos
grandes autores en honrar el novelón, el folletín, el page-turner (el libro
imposible de abandonar, del que siempre queremos leer una página más). No en
vano ¿sus modelos?, ¿sus influencias? son Dumas, las historietas, las
películas.
El
tango de la guardia vieja es un libro ideal para este caluroso y sofocante
verano porque a la segunda página ya no recordamos que hace calor. Hay tres
nudos argumentales. El primero transcurre en 1928 en un transatlántico primero
y en la ciudad de Buenos Aires (con sus grandes hoteles, pensiones piojosas y
tugurios tangueros) después y hace pie en el desafío entre dos músicos. El
segundo transcurre en Niza durante la Guerra Civil Española, el fascismo
italiano y el ascenso del nazismo y se centra en un asunto de espías. El tercero
transcurre en Sorrento en los años sesenta y se enrosca en una partida de
ajedrez, sus circunstancias y sus consecuencias. A estos nudos argumentales los
atan y desatan un ladrón elegante que es a veces también un gigoló algo pacato
y una femme no tan fatale, por suerte, aunque igual de peligrosa.
La novela está muy bien escrita, los
diálogos son diamantinos de tan pulidos y brillantes, los personajes guardan
secretos hasta el final y se lee con pasión.
La tapa
reproduce una foto de Grace Kelly en los tiempos de Para atrapar a un ladrón de Alfred Hitchcock, la cual coprotagonizó
con Cary Grant. Detalle no menor, porque el protagonista es tanto un Cary
Grant, un Noël Coward, un Michael Caine, o sea un orillero ambicioso que a
fuerza de tesón llega a personificar mejor la elegancia que cualquier noble
ruso de amplia prosapia, y ella es tanto una Grace Kelly, una Naomi Watts o una
Nicole Kidman, o sea el minón inalcanzable de impecable genética que el sexo, o
quizá el amor, vuelve abordable. Después de todo, un orillero ambicioso es
siempre un pirata; orilleros, piratas, personajes que Pérez-Reverte conoce y
transmite como pocos. Bah, como nadie en la actualidad.
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