lunes, 31 de octubre de 2011
Fucking Halloween
Halloween o Noche de Brujas es una fiesta que se celebra principalmente en Estados Unidos, norte de México, y algunas provincias de Canadá en la noche del 31 de octubre. Tiene origen en la festividad celta del Samhain y la festividad cristiana del Día de todos los santos. En gran parte, es una celebración secular aunque algunos consideran que posee un trasfondo religioso.
El día se asocia a menudo con los colores naranja y negro y está fuertemente ligado a símbolos como la Jack-o'-lantern. Las actividades típicas de Halloween son el famoso truco o trato y las fiestas de disfraces, además de las hogueras, la visita de casas encantadas, las bromas, la lectura historias de miedo y el visionado películas de terror.
Halloween tiene su origen en una festividad céltica conocida como Samhain, que deriva de irlandés antiguo y significa fin del verano. Los antiguos britanos tenían una festividad similar conocida como Calan Gaeaf. En el Samhain se celebraba el final de la temporada de cosechas en la cultura celta y era considerada como el «Año nuevo celta», que comenzaba con la estación oscura.
Los antiguos celtas creían que la línea que une a este mundo con el Otro Mundo se estrechaba con la llegada del Samhain, permitiendo a los espíritus (tanto benévolos como malévolos) pasar a través. Los ancestros familiares eran invitados y homenajeados mientras que los espíritus dañinos eran alejados. Se cree que el uso de trajes y máscaras se debe a la necesidad de ahuyentar a los espíritus malignos. Su propósito era adoptar la apariencia de un espíritu maligno para evitar ser dañado.
En 1840 esta festividad llega a Estados Unidos, donde queda fuertemente arraigada. Los inmigrantes irlandeses transmitieron versiones de la tradición durante la Gran hambruna irlandesa. Fueron ellos quienes difundieron la costumbre de tallar los «Jack-o'-lantern» (calabaza gigante hueca con una vela dentro), inspirada en la leyenda de «Jack el Tacaño».
Sin embargo, la fiesta no comenzó a celebrarse11 masivamente hasta 1921. Ese año se celebró el primer desfile de Halloween en Minnesota y luego le siguieron otros estados. La fiesta adquirió una progresiva popularidad en las siguientes décadas.
La internacionalización del Halloween se produjo a finales de los años 70 y principios de los 80 gracias al cine y a las series de televisión. En 1978, se estrenaba en EEUU y en el mundo entero La Noche de Halloween, de John Carpenter; una película ambientada en la víspera de Todos los Santos que supuso una referencia para el cine de terror de serie B; con innumerables secuelas e imitaciones.
Hoy en día Halloween es una de las fechas más importantes del calendario festivo estadounidense y canadiense. Algunos países latinoamericanos, conociendo aún esta festividad, tienen sus propias tradiciones y celebraciones ese mismo día, aunque coinciden en cuanto a su significado: la unión o extrema cercanía del mundo de los vivos y el reino de los muertos. Otros países latinoamericanos, como la Argentina, entienden Halloween como una festividad característica del mundo anglosajón, y no dan ninguna importancia a la fecha.
Tomado de Wikipedia
Subrayo lo de: Otros países latinoamericanos, como la Argentina, entienden Halloween como una festividad característica del mundo anglosajón, y no dan ninguna importancia a la fecha.
Y agrego: POR FAVOR, SIGAMOS ASÍ. QUE EL SENTIDO COMÚN, LA SENSATEZ Y EL SENTIDO DE IDIOSINCRACIA NOS HAGAN VER QUE SOMOS LATINOS Y NADA TENEMOS QUE VER CON TRADICIONES ¡¡¡CELTAS!!! POR FAVOR
ilustración: Veronica Lake en Me casé con una bruja, 1946
sábado, 29 de octubre de 2011
Dolly 1
En el fondo, Hello, Dolly! (1969) fue un error en las carreras de Barbra
Streisand y Gene Kelly. No uno del que tuvieran que arrepentirse, pero sí uno
sobre el que tuvieran que decir: Hice lo mejor que pude según las
circunstancias. La Streisand, de 27 años por entonces, tenía más ganas de
exhibir su sensualidad que de interpretar a una matrona cincuentona. Motivo por
el que le surgieron inseguridades y ansiedades varias. Más de una vez despertó
a Gene Kelly en medio de la noche para que le disipara dudas y le fortaleciera
la menguante autoestima. Como toda estrella insegura se refugió en divismos
que, entre otras cosas, le granjearon le enemistad de Walter Matthau, que le
prodigó una invencible antipatía durante todo el rodaje. Se negó a besarla en
la escena final. El beso que se ve es un truco de perspectiva, están en
realidad a más de un metro de distancia. Mucho se habló de los desplantes de la
Streisand, algunos alcanzaron proporciones míticas, pero el único certificado
lo contó Fritz Feld, que en el film interpreta al asistente del maître. Un día
mientras se dirigía al plató, vestido para la escena, se paró delante de un
espejo que estaba junto al camarín de la Streisand, que, como correspondía a
una estrella, era el más cercano al set. Salió la mucama de la Streisand que a
grito pelado le dijo: Apártese
inmediatamente, en este espejo sólo se puede mirar la Srta. Streisand. Se
oyó desde dentro la voz de Barbra que preguntó: ¿Quién es el atrevido, Doris? El Sr. Fritz, contestó la aludida. Por supuesto que Fritz, concedió la
Streisand, puede mirarse en nuestro
espejo, lo queremos. No hablaba en tercera persona como Maradona, sino que,
como los reyes, usaba el plural de modestia. Streisand no está mal como Dolly,
pero tampoco particularmente bien. No le saca todo el jugo posible al rol, que
es un auténtico vehículo de lucimiento para damas de la escena un poco
mayorcitas.
Gene Kelly era a priori el indicado
para dirigir este material, pero la 20th Century Fox, desesperada por salir de
los aprietos económicos en que estaba hundida procurando repetir el éxito
descomunal de La novicia rebelde,
sobredimensionó tanto la producción que lo que debió ser una gacela en la
sabana, fue un elefante en un desfile. Kelly no pudo darle ni el trote cansado
de un jamelgo viejo a una película que a cada segundo debía mostrar sus
magnificencias. De todos modos, si bien no pudo huir de la teatralidad
flagrante, el resultado es agradable. El guión tiene buenos diálogos, el enredo
es atractivo, las coreografías abusan de las acrobacias aunque exudan
creatividad, y las canciones son alegres y pegadizas. Se tiende a desvalorar a
Jerry Herrman, el compositor. Sin embargo, como dijo un músico talentoso, todo
un maestro, él: Es más difícil redondear
una melodía verificable que ponerse a jugar con armonías.
Dolly 2
Para Walter Matthau Hello, Dolly! no fue un error, fue todo un triunfo. Está perfecto como el eterno malhumorado y fácilmente irascible Horace Vandergelder, y, por extraño que parezca, su nula capacidad para el baile le da a sus coreografías el encanto imperecedero que sólo logran los eximios bailarines en la plenitud, por el más sencillo de los motivos: lo que hace es único e irrepetible. Ya comentamos que no podía ver a la Streisand ni en fotos. Un día, harto de repetir una escena por las inseguridades de ella, dijo: Esta mujer tiene menos talento que el pedo de una mariposa. Es obvio que la Streisand se sentía avasallada por la contundencia de su coestrella, por eso declararía años más tarde: Matthau estaba convencido de que la película no se llamaba, Hello, Dolly!, sino Hello, Walter! Aunque Matthau podía ser antipático y comportarse como un cabrón, no era rencoroso. En 1985, cuando Barbra Streisand inició la fundación que lleva su nombre dando un recital en los jardines de su mansión a 10.000 dólares la entrada, Matthau la pagó con gusto y se lo ve escucharla embelesado. No se sabe si esa noche se hablaron y se reconciliaron, pero es evidente que firmaron las paces. Desde ese momento, en los reportajes que se sucedieron, los recuerdos de Hello, Dolly! adquirieron una serenidad que antes no tenían.
viernes, 28 de octubre de 2011
Bobby
Los retratos fotográficos, como antes los ejecutados por los pintores, son una impostura. Del daguerrotipo a la foto digital, con las "mejoras" que fueron del retocado, el coloreado, pasando por el juego de luz y sombra hasta el photoshop, nunca se trató de salir parecido a como se es, sino de salir lo mejor que se pueda, lo más halagüeñamente posible. Robert De Niro es uno de los pocos que todavía prefiere ser "natural". Este retrato suyo me gusta por las tres cejas despeinadas y rebeldes que se niegan a ser "masificadas".
jueves, 27 de octubre de 2011
De señoras, lavandas y violinistas
A las inescrutables decisiones de los
productores, sumo ahora las de los distribuidores, que con piedad sólo pueden
calificarse de inexplicables. Que una película tan buena y tan explotable
comercialmente como Ladies in lavender
(2004) (Las señoras de lavanda, en el
original, El violinista que llegó del mar,
en el título con que la rebautizaron) no se haya estrenado en cine ni tenido un
lanzamiento decente en DVD y que haya pasado directamente al casi anonimato del
cable se suma a los misterios irresolutos del universo.
Pertenecería al género conocido como
“de mujeres”, designación no muy certera, la experiencia me enseñó al tratar
con alumnos adultos sus películas favoritas que hombres de voz estentórea y de pelo
en pecho suspiran por la trilogía Meg Ryan (Cuando
Sally conoció a Sally, Sintonía de amor y Tienes un e-mail) y que señoras remilgadas y correctas prefieren
ante todo las patadas, acrobacias y piruetas de Jackie Chan, la dureza del
Harry de Clint Eastwood y el heroísmo sucio y sangrante de los Duros de matar de Bruce Willis. Como
sea, se supone que son las mujeres las primeras destinatarias de las películas “de
mujeres”, ésas con romances, entendimientos o no entre madres e hijas, o de dramones
familiares que culminan a violinazo limpio. Ésta tiene amores inesperados,
violines protagónicos y hermanas que se entienden.
Estamos a fines de los años treinta y
ya se percibe la agitación que estallará en guerra, la célebre Segunda Mundial.
Janet (Maggie Smith) y Ursula (Judi Dench) viven en una hermosa casa junto al
mar en Cornwall, Inglaterra. Una mañana, después de una noche de furiosa tormenta,
llega a la playa de las hermanas un naufrago, Andrea (Daniel Brühl, el chico de
Good bye, Lenin!) El médico del pueblo
(David Warner) dirá que el chico no tiene nada que unos días de descanso no
puedan curar. La irrupción del extraño desbaratará la apacible y metódica vida
de las hermanas. Andrea es polaco y no habla inglés. Y por raro que parezca,
las dificultades en comunicarse los acercará más que si hablaran el mismo
idioma. Tanto que Ursula que lleva años vistiendo santos, perderá el control y
le dará rienda al amor que se le despertó por el chico. Andrea, como denuncia
el título que le pusieron en español, es un violinista nato.
Maggie Smith y Judi Dench son grandes
amigas en la vida real, compartieron filmaciones y hasta largas temporadas
teatrales, lo cual es bueno porque es bueno que la gente se quiera, pero aunque
se odiaran, no nos importaría ya que en escena, se entienden, se respetan y se
complementan de una manera única. Verlas juntas es una fiesta de emociones. Completan
este elenco soñado, la gran Miriam Margolyes, grande de tamaño y de talento,
como la cocinera. (Miriam es la matrona que dirige la batuta de la alta
sociedad en La edad de la inocencia
de Scorsese). La deslumbrante Natascha McElhone es una pintora veraneante que oficiará
de agente del destino del chico. Y está también en un rol chiquito, el pequeño
gran Toby Jones, que fuera el otro Capote, el de Infame.
Dirigió con seguridad y elocuencia Charles Dance, que es asimismo un gran actor y se nota. Los actores que dirigen suelen hablar mejor con sus pares y lograr como en este caso que hasta el último extra dé una actuación notable. Un film inolvidable que merece ser descubierto y venerado. Ah, y la banda sonora, Paganini incluido, no es un placer menor.
miércoles, 26 de octubre de 2011
Marcello
¿Dije ya que mi segundo nombre es Marcelo gracias a Marcello? (Mi madre y mis tías morían de amor por Mastroianni)
lunes, 24 de octubre de 2011
Por fin
¡Por fin pude ver El
fin de Sheila (The last of Sheila, 1973)! ¿Por qué me desesperaba verla?
Por una sencilla razón. Soy un devoto, por no decir fanático, admirador de
Stephen Sondheim, el genial letrista y compositor de Algo gracioso sucedió camino del foro, A little night music, Follies,
Company, Pacific overtures, Sweeney Todd, Into the woods, etc. (me encanta
este etcétera porque involucra obras que amo tanto como las que consigno, pero
que no incluyo para no apabullar, no por mi sapiencia que es nula sino por la
munificencia de su obra). Confesión apasionada: de Gershwin, Weill y Sondheim
no hay cosa que no me guste). Bueno, la cuestión es que Sondheim, junto con
Anthony Perkins, escribió el guión de The
last of Sheila, el único para cine hasta la fecha. ¡Y yo no había visto el
film! Cuando se estrenó, yo era un pibe, sí alguna vez lo fui, y no tenía idea
por entonces de quién corno era Sondheim, de modo que pasó de largo sin que me
preocupara verlo. En aquel momento estaba ocupado descubriendo las maravillas
que Bergman, Fellini, Buñuel, Ferreri, De Sica, etc. (amo también este
etcétera) tenían para darnos. No recuerdo si la dieron por tele, pero no
alcancé a verla en el cable. Anduvo un tiempo por Space, pero siempre llegaba
tarde. Cuando empezó el downloading de internet, la busqué y la busqué sin
resultados positivos. Hasta ahora. Espere con impaciencia a que bajara, la
abrí, vi que estaba entera y decidí verla sin interrupciones. Para eso debía
esperar a la mañana del sábado, que por algún error del cosmos suelen ser
tranquilas. A Sondheim le encantan los juegos de ingenio. Durante años armó
acertijos, palabras cruzadas y esas cosas para el New York Times de los
domingos. The last of Sheila se basa
en juegos que se entrelazan continuamente. Sheila, la esposa de un sádico
productor cinematográfico, Clinton Greene (James Coburn) muere atropellada por
un conductor que se da a la fuga. Unos años después, Clinton reúne en un
crucero por el sur de Francia a un grupo de amigos, entre los que espera
desenmascarar al asesino de Sheila. Adicto a los juegos, como Sondheim y Perkins,
organizó un acertijo para cada velada. Y como es de esperarse, habrá más de una
sorpresa. El elenco es una selección de nombres muy populares o familiares en
las películas de los setenta: Dyan Cannon es una agente feroz, James Mason es
un ex importante director de cine, Richard Benjamin es un guionista sin ideas,
Joan Hackett es su esposa rica de pasado sombrío, Ian McShane es el marido
arribista que procura explotar la fama de Alice, Rachel Welch, que interpreta lo
que era en ese tiempo, una actriz conocida hasta en los Polos. Básicamente el
film es un whodunit (¿quién lo hizo?, ¿quién es el asesino?) Por supuesto tiene
algo de Agatha Christie, la reina del whodunit, sobre todo en las revelaciones à huis
clos (a puerta cerrada), con los sospechosos encerrados en un ámbito del que no
pueden huir. Leo en la página de donde la bajé que The last of Sheila se está redescubriendo y transformando en una
película de culto. Se lo merece, es tan artificiosa como inteligente, ingeniosa
y mordaz. Ah, la dirigió Herbert Ross.
domingo, 23 de octubre de 2011
La primera
...de muchas fotos que postearé de ella. Porque ¿cómo prescindir de la sensualidad de Ava Gardner? No en vano la llamaron en su momento "el animal más hermoso del mundo".
sábado, 22 de octubre de 2011
Fiebre de sábado
No serán John Travolta, pero tienen lo suyo. Son Stan Laurel y Oliver Hardy, El gordo y el flaco, claro.
viernes, 21 de octubre de 2011
Problemas de traducción
Toda traducción implica una elección que deja fuera otras opciones igualmente válidas. Una posible traducción (no tan traidora según el viejo dicho) del texto que acompaña la imagen sería: ¿Cómo se supone que lidie con la escuela en un día así? Pero "lidiar" que da cuenta del "handle" me parece tibio y poco evocador. Yo optaría por esta versión más directa y contundente: ¿Cómo se supone que vaya a la escuela en un día así? Quizá porque expresa más claramente cómo me siento hoy.
Es de la película Un experto en diversión (Ferris Bueller's Day Off,1986 de John Hughes) una de las producciones más relevantes y elocuentes sobre la adolescencia que hizo la industria hollywoodense y que convirtió en gran estrella al hoy insustituible Mathew Broderick.
jueves, 20 de octubre de 2011
Sophia
Loren en una escena de Matrimonio estilo italiano de Vittorio De Sica, que no es nada más ni nada menos que otra versión cinematográfica de la magnífica obra del maestro Eduardo De Filippo, Filumena Marturano. Esta foto justifica con creces la decisión de Domenico Soriano (Marcello Mastroianni) de rescatarla del prostíbulo donde trabajaba. Cualquiera robaría un banco, asesinaría un prohombre o despojaría a la madre para liberar una mujer así de bella e imponente.
miércoles, 19 de octubre de 2011
Cenizas
Las cenizas son poéticas. Sin rebuscar demasiado en los rincones de mi cerebro, puedo recordar al menos 10 poemas que usan las cenizas como tema o metáfora. Hasta en el repetido dicho de Donde hubo fuego aparecen las cenizas como símbolo de un probable renacimiento. Sí, las cenizas son poéticas. Todas menos las volcánicas. Ésas son un incordio. Son persistentes, invasivas, ineludibles. Los autos han perdido sus brillos bajo una capa pardusca. Los verdes primaverales se han amarronado. Como camino hacia todas las escuelas en las que trabajo, mi campera azul llega cubierta de una capa casposa. Mi bolso negro parece recubierto de tiza incluso antes de que la lluvia del borrador lo alcance. Y, lo que más me sorprende y alarma, mis zapatos recién lustrados parecen de desenterrado. Mi pelo plateado por las nieves del tiempo está más ceniciento que nunca. En casa, el segundo sorbo de café tiene gusto a tierra. El negro del mantel es un gris lechoso. Mis cortinas ya no son más bordó (un amigo dijo: no podía ser de otro modo, tus cortinas tienen el color de los telones), son arratonadas. Y aunque en mi vida he plumereado tanto, los muebles proyectan una eterna película de polvo que no es tal sino ceniza. Ahora mismo dejo de teclear y vuelvo al mouse y el mouse está sucio de ceniza. Aunque cierre puertas y ventanas a cal y canto, se filtran por las rendijas, parecen atravesar los vidrios. Hasta Perrito ya no es más rubio, tiene el color de las nueces oscuras. La naturaleza nos informa que estamos de prestado en el planeta, que si quisiera podría sacudirnos como a pulgas, aplastarnos como a moscas y pisotearnos como a cucarachas. Conmigo no tendría que insistir tanto, soy un converso, vengo de un lugar en que se despereza en temblores, zondas y plagas de langostas. Se ha ganado mi respeto a fuerza de sustos. Y no por haberme vuelto un citadino, me olvidé de lo aprendido. No insistas más, no te cueles tanto en mi casa, en mi ropa y en mi perro. Redoblá tus esfuerzos en los que te ignoran, en los que se creen superiores a vos. Pero sos sorda y tengo otra vez que reubicar tu recordatorio cósmico a plumerazo limpio.
Ilustración: Peter O'Toole en Lawrence de Arabia. Ya sé, Lawrence está cubierto de arena, pero el simil vale para como me siento cuando entro de la calle en estos días.
martes, 18 de octubre de 2011
El camarín de los talentos
La filmación de Muerte en el Nilo tuvo lugar casi por completo a bordo de un barco. Como no había suficientes camarotes para que cada estrella tuviera su camarín, Bette Davis, Angela Lansbury y Maggie Smith debieron compartir uno. Oh, la, lá. Sí, no nos apresuremos. Considerémoslo un minuto. Bette Davis, Angela Lansbury y Maggie Smith maquillándose, cambiándose y repasando las líneas JUNTAS. Sin duda, Dios debe haber espiado las conversaciones o los gruñidos, los intercambios de anécdotas, recuerdos y chismes o los silencios casi amables interrumpidos por sonrisas frías de estas tres grandes damas de la escena a las que premió con tanto, tanto talento.
lunes, 17 de octubre de 2011
Sólo para fanáticos
María Von Trapp o La novicia rebelde o Julie Andrews en un descanso de la filmación de La novicia of course, no con uno de los niños Von Trapp sino con su propia hija Emma Watson, que tenía tres años por entonces. Por el vestuario estaba filmando I have confidence o la entrada a la casita Von Trapp.
domingo, 16 de octubre de 2011
Por eso
Por eso ando siempre con un libro en la mochila o bajo el brazo o en la mesa de luz y por eso tengo hoy reunión del club del libro al que pertenezco.
(Ah, perdón, el texto de la foto dice: A los hombres de verdad les encanta leer)
(Ah, perdón, el texto de la foto dice: A los hombres de verdad les encanta leer)
sábado, 15 de octubre de 2011
viernes, 14 de octubre de 2011
Cosecharás tu siembra
Maggie Smith goza de una renacida popularidad. Para los veteranos es nuestra amiga de toda la vida. Para los más jóvenes, que crecieron con las películas de Harry Potter, es Minerva McGonogall. Todos nos regocijamos con sus magnificencias en la extraordinaria miniserie inglesa, Downton Abbey (de la que hablaré en otro momento, o no, nunca se sabe) y por la que acaba de ganar un Emmy. Una vez, Alan Bates le tiró un piropo, que más que piropo es un reconocimiento a sus virtudes. Dijo: Maggie Smith es la única actriz que puede pasar de la comedia a la tragedia, y viceversa, en una misma oración.
jueves, 13 de octubre de 2011
Mi vida como Burt Lancaster
Mi vida como Burt Lancaster
de Joe Queenan, publicado en The Guardian, el
viernes 1 de febrero de 2008
(la traducción es mía)
Cuando era un chico impresionable, Joe Queenan
vio La celda olvidada (Birdman of Alcatraz) y tomó una decisión que cambiaría
su destino: su vida sería un homenaje a la estrella
Como la mayoría de las personas, tengo un
alter ego colorido. Quiero decir con esto que tengo acceso a una segunda
personalidad a la que recurro de tanto en tanto: cuando estoy aburrido, cuando
me hallo en una situación en la que mi personalidad actual no está a la altura
de la tarea asignada, o simplemente cuando tengo que matar el tiempo. Es un
hábito, aunque algunos lo llamarían un defecto de la personalidad, que
desarrollé cuando era un chico pequeño y frágil y mi papá me pegaba y yo
fantaseaba con convertirme en un hombre grande y fuerte. Entre los modelos a
imitar que probé figuraban Carlomagno, John Wayne, Cassius Clay y Keith
Richards.
Por un motivo u otro, los hallé deficientes.
Carlomagno estuvo bien durante el breve período en que tuve debilidad por los
franceses, hasta que descubrí que los francos eran en realidad alemanes. Me
gustó la idea de fingir que era Cassius Clay hasta que descubrí que Cassius era
el nombre de uno de los conspiradores que mataron a Julio César, un hombre al
que admiré sin desear personificarlo (era pelado). Descarté pronto a Keith
Richards porque no esperé que sobreviviera a Brian Jones. Que lo hiciera y que
todavía esté muy vivo es uno de las grandes misterios de la medicina. Aunque
Keith jamás habría sido un candidato ideal para el trabajo, porque en ningún
momento de su vida fue un hombre grande y fuerte.
Un día cuando tenía 11 años, vi a Burt Lancaster en el film de John Frankenheimer de 1962 La celda olvidada (Birdman of Alcatraz). Desde ese momento supe que Lancaster era mi hombre. En La celda olvidada, Lancaster interpreta un asesino antisocial y quisquilloso que cumple sentencia de por vida en la famosa cárcel de Alcatraz y que en sus muchas horas libres se convierte en un ornitólogo experto. El mensaje del film era que sin importar lo horribles que fueran los crímenes que pudieras haber cometido, la redención era posible, siempre y cuando desarrollaras un hobby que valiera la pena. Por entonces, debido a algunas transgresiones sociales de prepúber (robos, desprecio por la autoridad, fantasías de tirar a mi padre bajo un camión), no creí que llegara a ser un buen ciudadano, por lo tanto el protagonista de La celda olvidada me parecía el perfecto alter ego.
Desde ese momento no me podían apartar de los
tordos, estorninos y urracas que convertían a nuestro barrio desangelado en un
Edén aviario, y cada vez que visitaba la casa de mi tía Marge, el loro Pedrito
y yo éramos compañeros inseparables. Pero no era el Burt Lancaster de La celda
olvidada el que me había transfigurado. Era el propio Lancaster. Con sus rasgos
recios, su físico digno de Praxíteles, sus ojos penetrantes, su voz estentórea,
y por sobre todo, su manera belicosa y resuelta de apretar los dientes que se
convirtió en su marca de fábrica. Lancaster fue una de las estrellas más
veneradas de mi infancia. Fue uno de esos
tipos duros y carismáticos que caminaban por la calle un día, tomaban
unas pocas clases de actuación y en poco tiempo tenían a la nación entera a sus
pies. Lancaster, como Cary Grant y Jimmy Stewart, era un actor con el que el
público se enamoraba de inmediato (en su caso con el film de 1946, Los asesinos/The
killers) y que no dejaba de amarlo hasta el día que moría. Como Stewart, aunque
más particularmente como Grant, Burt Lancaster era un actor único, tan
brillantemente original que nunca podrá ser reemplazado. En esto, era un poco
como Carlomagno.
El público amaba de Burt Lancaster porque
parecía auténtico. Por haber sido un chico de las calles de Nueva York que
había trabajado en un circo antes de entrar en el cine, Lancaster era
completamente creíble como trapecista, pistolero, sheriff, general, maquinista
de trenes u ornitólogo psicopático, de un modo en que muchos otros actores no
lo eran. Hasta donde era posible, hacía sus propias escenas de riego con
verdadera eficacia.
Es por eso que aún después de que mi fase de La
celda olvidada terminase, continué imitándolo. Como JJ Hunsecker, el cronista de
sociales innecesariamente cruel de La mentira maldita (The sweet smell of
success), me convertí en un periodista gratuitamente cruel. Mi veneno
descontrolado e inmotivado se parece tanto al del periodista que hizo Lancaster
que algunas personas creyeron que fui el autor de la columna firmada por JJ Hunsecker
para la revista Spy. (No fui yo; la columna comenzó a aparecer antes de que
conociera a nadie en Spy, y la escribió uno de los fundadores con
colaboraciones de otra gente).
JJ Hunsecker no fue mi única inspiración. Como
el predicador fanático y lisonjero que Burt interpretó en Elmer Gantry, defendí
causas en las que no creo, ensalcé valores que no comparto, sólo porque me
pagaban. Por la interpretación del moribundo aristócrata siciliano que procura
aceptar la nueva política italiana que Burt hizo en El gatopardo (Il
gattopardo) (1963) de Luchino Visconti, fui a aprender el idioma de Garibaldi
en una escuela que se llamaba Parliamo Italiano. Fue la inolvidable
interpretación de un ejecutivo menopáusico que hizo Burt en El nadador (The
swimmer) la que me motivó a mudarme a Westchester, donde transcurre el film. Y
fue la temeraria interpretación de Burt como Wyatt Earp en Duelo de titanes (Gunfight
at the OK Corral) -especialmente su dulce aunque enigmática amistad con el
tuberculoso y dipsómano dentista convertido en pistolero Doc Holiday (Kirk
Douglas)- la que me decidió a nunca
ponerme en peligro a no ser que esté acompañado cuando menos por un borracho
jovial.
Cuando digo que Burt Lancaster es mi alter
ego, no soy tímido o remilgado como lo sería si diera que Keanu Reeves o Jason
Statham lo son. A lo largo de mi vida, procuré emular a Lancaster, tan seguido,
con tanto entusiasmo y tanta verosimilitud como me fue posible, a veces reproduciendo
famosas escenas de sus películas. Como JJ Hunsecker, a menudo se me ve usando
anteojos que no necesito, utilería que incorporo sólo porque me hace ver más
injurioso. Las veces que estuve con una mujer en una playa, procuré abrazarla
de la manera apasionada con la que Burt besa a Deborah Kerr en la inolvidable
escena de De aquí a la eternidad (From here to eternity). Nunca salió bien, en
especial con mujeres a las que no había sido presentado. Y resultó peor con mi
mujer, en especial en esas ocasiones en las que ella no era la mujer de la
playa.
Y lo que es más llamativo, realizar mis
propias investigaciones se convirtió en un fetiche. Rechazo la ayuda de los
verificadores de datos de cara fresca cuyos servicios me ofrecen las revistas
para las que trabajo. Lo hago porque quiero ser como Burt Lancaster cuando
camina en la cuerda floja de Trapecio (Trapeze). Cuando el público lee un libro
o un artículo firmado por mí, quiero que entre en la relación fugaz que se
produce con la convicción de cada palabra que lee es mía. Como Burt, pero no
como muchos otros despreciables periodistas que conozco, hago mis propias
escenas de riesgo.
Una de las cosas más admirables de Burt
Lancaster es que encontró un modo elegante de salir del primer plano cuando
comprendió que su poder de convocatoria declinaba. Al contrario de tantos
ídolos de matinée viejos, fantasmas corpulentos a los que se le pasó la hora y que
permanecen eternamente interpretando roles para los que están muy viejos,
enamorando a co estrellas glamorosas lo suficientemente jóvenes como para ser
sus nietas, Lancaster cuando llegó a los 50 decidió aceptar papeles menores,
aparecer en films menos deslumbrantes y hasta hacer más films en el extranjero.
Algunos de sus mejores trabajos se pueden ver en El reto de Valdez (Valdez is
coming), donde interpreta a un sheriff mexicano poco comunicativo aunque
incansable que usa un sombrero desvergonzadamente pasado de moda; o en Un tipo
genial (Local hero), donde fue un excéntrico magnate del petróleo; o en Atlantic
City en la que interpretó a un seductor envejecido en plena cuesta abajo; o en Novecento,
donde hacía de un caballero italiano viejo atrapado en un film extranjero
incomprensible, algo así como El último tango en Toscana.
Todas estas películas tuvieron en mí una
tremenda influencia. Por culpa de El reto de Valdez, a menudo hablo un inglés
de fuerte acento para hacerme pasar por un sheriff de Puerto Vallarta. Atlantic
City me inculcó el deseo todavía insatisfecho (por obvias razones) de espiar a
mujeres hermosas que se pasan jugo de limón por los pechos. Para ser sinceros,
ni siquiera tienen que ser hermosas. Un tipo genial me impulsó a visitar el
pueblo pesquero adecuadamente escocés donde transcurre el film, y hasta telefoneé
a un amigo para decirle que llamaba desde la cabina roja que se usa como un
chiste continuo en la película. Como eran las seis de la mañana en los EEUU
cuando llamé, mi amigo no me agradeció la llamada. Menos ayudó que no hubiera
visto la película.
Ahora que estoy en la cincuentena, llegué a un
punto en mi carrera en que debo dar un paso atrás y aceptar un rol menos
dominante en el gran escenario de la vida. Más viejo, más sabio, pero de algún
modo menos estable en las piernas, ya no puedo mezclarme con los muchachos como
Burt lo hace en Veracruz, Los profesionales (The professionals), Desert fury o Apache.
Pero en cada día de mi vida, Burt está presente para mantenerme firme. El otro
día, cuando escribí algo innecesariamente cruel sobre Madonna, lo hice por La
mentira maldita. Esta mañana, cuando alimenté a una bandada de palomas que no
parecían para nada hambrientas, lo hice por La celda olvidada. Esta misma
tarde, me metí en el patio trasero de un vecino y retocé en la piscina como
Lancaster en El nadador. Por suerte, no había agua en la pileta en este momento
del año. Por último aunque no por eso menos importante, esta noche antes de
acostarme abordaré a un tipo duro que maltrate a un chico indefenso, le tomaré
el brazo y personificando a Elmer Gantry, apretaré los dientes de una manera
enérgica y cruel, y le diré: "¿Nadie te dijo que eso duele?"
Ojalá alguien se lo hubiera dicho a mi padre.
miércoles, 12 de octubre de 2011
Corrientes ocultas
Internet puede ser el Paraíso para el cinéfilo.
Uno puede llenar huecos. En libros y en artículos había leído que en 1946, el
director Vincente Minnelli (sí, el papá de Liza) y Katherine Herpburn habían
intentado algo nuevo para sus carreras: el melodrama policial con tintes noir: Undercurrent
(Corrientes ocultas o conocida también como Trágico secreto), que no había
tenido el gusto de ver. Sin ser una maravilla, está muy bien contada. Arranca
como una comedia, género asociado a la Herpburn por aquel momento. Ann
(Herpburn) es la hija de un químico, a la que la mucama quiere casar porque
teme que se quede para vestir santos. El padre (Edmund Gwenn) inventó no sé qué
cosa que le gusta mucho al perro porque huele a hamburguesa cruda. Un día
aparece por la casa un industrial, Alan (Robert Taylor) que le quiere comprar
al padre esa no sé qué cosa que le gusta al perro. Hay un flechazo entre Alan y
Ann y al poco tiempo se casan. Cuando se vieron por primera vez, Ann notó que
él reaccionó como si la conociera o como que le recordaba a alguien (Oh, oh) Y
un pretendiente que Ann tenía y que había conocido circunstancialmente a Alan
le dijo que aunque Alan era el reputado inventor de un controlador de vuelo que
había ayudado a ganar la guerra, cuando se lo interrogaba en detalle parecía
saber muy poco sobre su invento (Oh, oh) Instalados en Washington, Alan da una
fiesta para presentarla en sociedad. Ann pensaba que sería algo íntimo y
resulta que hay como 40 invitados. Ann se preocupa porque viste como una
pueblerina, él le dice que no le parece que sea así, pero al día siguiente la
lleva de compras y resulta que sabe un montón de modas. (Oh, oh) ¿Quería
humillarla? ¿O mostrarse como un Pigmalión, exhibiendo primero una palurda y
después una dama de sociedad? El secretario de Alan, Warmsley (Clinton
Sundberg) se sorprende al conocer a Ann, como si la conociera o como si le
recordara a alguien (Oh, oh) Una noche, Alan le cuenta a Ann que tiene un
hermano, Michael (Robert Mitchum) que lo estafó, que él aguantó todo mientras
su madre estaba viva, pero que ni bien la señora murió, le quitó todo, que
espera que haya ido a la guerra y muerto en ella. (Oh, oh) Alan le subraya
también que no quiere volver a hablar del hermano. Pero como Ann es curiosa,
inteligente y está todo el día al reverendo dope comienza a intentar averiguar
quién o qué era el famoso hermano. Irá armando un rompecabezas que terminará
poniéndola en peligro. Katherine Herpburn como siempre está perfecta. Robert
Taylor, bien dirigido por Minnelli da una actuación bastante decente para
variar, y a Robert Mitchum lo que le toca hacer le viene como anillo al dedo.
Minnelli que, aparte de ser unos de los capos de los musicales, era un gran
narrador crea los climas adecuados.
martes, 11 de octubre de 2011
Respuesta
¿Por qué son tan MALAS las películas industriales contemporáneas yanquis?
Quizá sea posible hallar la respuesta en este fragmento del reportaje a Bertrand Tavernier de Horacio Bernades para Página 12, publicado el 28 de septiembre de 2011:
–Nunca antes estuvo cinco años sin filmar, algo que le sucedió recientemente. ¿A qué se debió el parate?
–En el período al que usted se refiere (entre 2004 y 2009), yo estaba embarcado en un proyecto para filmar en Estados Unidos un policial que se llamó In the Electric Mist, en el que actuaban Tommy Lee Jones y John Goodman. Se trataba de una película de cierto costo y, en Hollywood, concretar un proyecto lleva años y años. Antes de conseguir lo que ellos llaman green lighting, el proyecto debe pasar por las manos de productores, abogados, agentes de seguros, agentes de ventas e innumerables comités de “expertos”. Toda una burocracia corporativa, de gente a la que si algo no le interesa, es el cine. Es necesario explicar, fundamentar y justificar ante ellos toda clase de decisiones creativas: por qué uno eligió a un actor y no a otro, por qué prevé determinado tiempo de rodaje, por qué una determinada locación y no otra, y así sucesivamente. Todo ello redunda en un largo tiempo de “ablande”.
(Ilustra el post una foto del genial Buster Keaton)
lunes, 10 de octubre de 2011
domingo, 9 de octubre de 2011
Segunda sábado
Brute Force es la madre de todos los dramas carcelarios. Todos, sin excepción, remiten a este súper clásico. Jules Dassin elabora el modelo perfecto en el que todos deben abrevar. De absoluta vigencia porque la premisa principal del film sigue sin resolverse: ¿para qué carajo es la cárcel?, ¿para una futura reinserción social o para acrecentar el resentimiento que los hará reincidir en el crimen? Estos presos no fingen inocencia, se saben culpables, pero necesitan algo que los saque del pozo y el maltrato los hunde más. Hume Cronyn es el carcelero sádico con ambiciones de poder. Art Smith es el médico cínico y desencantado que observa como todo se va a la mierda. Roman Bohnen es el alcalde bienintencionado, pero débil y con las manos atadas por manejos políticos y poco presupuesto. Burt Lancaster es el líder de su celda al que no le quedará otro remedio que persistir en una fuga suicida en la que todos hallarán redención a través del camino equivocado: el de la integridad que da el heroísmo. Para airear el encierro, hay raccontos de momentos claves de la vida de los presos, lo que permite la inserción de Yvonne de Carlo, Ann Blyth, Ella Raines y Anita Colby en variaciones de femme fatale o de niña sufrida. El que le corresponde a Burt es el más flojito, no por lo improbable (el fortachón enamorado de la paralítica) sino por lo cursi del tratamiento. Un detalle menor ante la abundancia de excelencia. El guión es nada más ni nada menos que de Richard Brooks. El mensaje final de que no hay escapatoria se refiere más a lo social que a la cárcel en sí. Y que la prisión esté superpoblada agrega más vigencia a esta película de ¡1947! Vibrante, electrizante, poderosa. Burt está magnífico. Verlo es la felicidad en camiseta. Fin del recreo, vuelvo a mi celda de traducciones, correcciones y actualización de planes anuales con contenidos mínimos para exámenes finales. Sí, es verdad, no hay escape.
Primera sábado
Sábado. Fin de semana largo. Llueve. Algún que otro trabajo pendiente. Insoportables, todos. Nada que no pueda esperar. Siesta o cine. Cine. Me hago un programa doble de súper acción para recordar matinées del viejo Teleonce o de los cines Select, Mayo, Máster, Belgrano o Cervantes. Elijo bien. De casualidad o por necesidad. Arranco con Night train to Munich, un film de 1940 de Carol Reed. Una delicia. De aventuras con oportunos y bienvenidos toques de humor. Cuando los nazis invaden Checoslovaquia, Axel Bomash, un científico y su hija Anna (Margaret Lockwood) deben huir a Inglaterra. Él alcanza el avión, pero la hija es detenida y enviada a un campo de concentración donde, huelga decirlo, la pasa más que mal. Conoce a un prisionero, Karl Mansen (Paul Henried) con quien escapa y llega a Londres. Pero hete aquí que Karl es de la Gestapo y ayudó a escapar a Anna para saber dónde está su padre, secuestrarlos a ambos y llevarlos a Alemania. Cosa que ocurre a pesar de la vigilancia de Gus Bennett (Rex Harrison), quien queda con la sangre en el ojo y decide traerlos de vuelta a como dé lugar. Se hará pasar por un mayor nazi y… En un momento clave de la trama requerirán la ayuda de un par de turistas ingleses, Chartres (Basil Radford) y Caldinott (Nauton Wayne) que dan un respiro cómico inolvidable. El final es de un gran suspenso, muy pero muy bien manejado. Casualmente o no tanto, habrá ecos de este final en una de mis películas favoritas: Donde las águilas se atreven. Paul Henried antes de su desembarco en Hollywood está bárbaro, pero el show lo da Rex Harrison, lo que hace con la voz es ma-ra-vi-llo-so.
sábado, 8 de octubre de 2011
Term of trial
La bajé porque creí que no la había visto. Debí verla cuando tenía 11 o 12 años, no la recordaba porque era muy adulta para esa temprana edad o porque no hizo mella en mi morbo como otras. La hubiera bajado igual, pero no la hubiera visto tan pronto, tengo otras en mi lista. Laurence Olivier es un maestro (¡pobre!) al que le va como el orto. Su mejor alumno, como su padrastro no lo deja estudiar ni hacer la tarea tranquilo, le prende fuego a su auto, al del padrastro, claro, y se quema, el chico, no el padrastro. Su peor alumno es un matón de cuarta (Terence Stamp, jovencísimo) al que no le queda más remedio que pegarle en las manos con la fusta, el maestro al alumno, claro, y no viceversa. El matoncito o sea Terence Stamp jovencísimo también le saca fotos a las chicas cuando están en el baño, se burla del maestro porque abusa de la bebida, sí, Laurence empina el codo mucho, y hasta lo hace golpear por dos matones, al maestro o sea Laurence, porque le dio con la fusta. El director de la escuela es un gordo hipócrita y desagradable como pocos. Los directores de escuelas inglesas deberían quejarse, porque en los dramas ambientados en escuelas, siempre los pintan con los peores atributos del inglés, son conservadores, hipócritas y pedantes, siempre. Bueno, esto gordo, partidario de la violencia, lo reta a Laurence, por haberla ejercido; gordo, sos de lo peor. La mujer de Laurence, Simone Signoret le recrimina a Laurence, claro, que por haber sido un pacifista y no haber ido a combatir en la segunda guerra no puede aspirar a un trabajo mejor pago en una privada y que se tiene que conformar con un sueldo de morondanga en una escuela pública, se siente frustrada porque cuando era joven era muy bonita y que pudo haber elegido algo mejor que el maestrito Laurence, y también se siente culpable por no haberle dado hijos, a Laurence, claro. Todo eso no es más que la presentación de personajes y de entorno. Ah, ¿se acuerdan cuando las películas se preocupaban por desarrollar personajes y entornos? ¡Qué dorados años aquellos! El meollo de la cuestión viene ahora. Una alumnita, Sarah Miles, en su debut en el cine, y sí la peli tiene sus años, le pide a Laurence que le dé unas clases para poder aspirar a un trabajo de secretaria para el cual tiene que dominar el inglés, mejor, claro, porque todos hablan inglés. Entonces Sarah y Laurence van a pedir permiso a los padres, de ella, claro, porque los de Laurence, si vivieran, tendrían como 200 años. La mamá es una resentida, el papá es un guarango y la hermanita mayor es medio putita. Los padres aceptan porque Laurence no va a cobrar un mango por las clases. Un día en que la clase tiene lugar en la casa de Laurence y Simone, porque la hermanita medio putita de Sarah tiene ocupado el departamento con una fiestita, el de Sarah y familia, claro, Simone la conoce a Sarah y le dice a Laurence: Mirá, viejo, que la pendeja te va a tirar los galgos, andá medio caliente con vos, o algo así, pero más en fino, porque la peli es inglesa. Laurence mucho no se lo cree, porque tiene la autoestima por el piso. Como están en el último año, los alumnos tienen derecho a pasar una semanita en París con todo pago, y no hay nada que hacerle, el primer mundo es el primer mundo, aquí no te llevan ni una semanita al Tigre. Obviamente Laurence y Sarah van. En París no pasa nada, salvo que ella se hace la claustrofóbica en ¡el Louvre!, y obtiene un paseo por París, o sea la torre Eiffel y esas cosas, con Laurence a solas. De vuelta a casa, o sea a Inglaterra, pierden el tren a no sé donde era que transcurría la acción y tienen que pasar la noche en Londres. Como son muchos y no conseguirán un hotel para todos, tendrán que dividirse en grupos. Obviamente, Laurence y Sarah van a parar al mismo hotel. Se desata una tormenta y Sarah se aparece en el cuarto de Laurence haciéndose la asustada, pero con aviesas intenciones. Laurence la rechaza con gentileza, le dice que ama a Simone y esas cosas. Sarah se pone como loca y se va. Al día siguiente, cuando Laurence está por tomar el té con Simone, y sí, la peli es inglesa y toman mucho té, de vuelta en su casa, aparece un sargento de policía. Sí, Sarah, instigada por su mamá, la resentida, lo denunció por acoso sexual. Esa noche, cuando están en la cama, Simone le da a entender a Laurence que fue un pelotudo, Laurence le pega una bofetada y Simone le dice: Pegame, ahora, lo único que te faltaba. Laurence se va a un barrio marginal donde unos chicos miran revistas porno en una vidriera y otros chicos, que se suponen son homosexuales, miran en otra vidriera revistas con forzudos; hay también cines raros y Laurence se compra un revolver. Laurence va a juicio, su abogado es Hugh Griffith, que hace que Sarah se pise, pero igual lo condenan a Laurence. Entonces Laurence da un discurso sobre la doble moral, la hipocrecía y los chicos que miraban las vidrieras y esas cosas. Sarah se quiebra y confiesa la verdad, que Laurence sólo le dio un chas chas en la colita, se habla mucho de esa nalgadita. Laurence sale libre de culpa y cargo. Los jueces quedan como unos hijos de puta, pero no importa porque la peli no es sobre los yerros de la justicia. El director gordo e hipócrita le pide a Laurence que renuncie, aunque sea inocente. Laurence, que algo de autoestima recuperó, le dice que se vaya a cagar, o algo así, pero en fino. De vuelta a la casa, descubre en el living las valijas de Simone y la pistola que compró, los problemas de Laurence parecen no tener fin. En el dormitorio, Simone le dice que él habla mucho de que la quiere y esas cosas, pero que pensaba pegarse un tiro y dejarla sola, que entonces no la ama, pero Laurence la quiere de verdad y no es para menos, porque ella es Simone Signoret y no una actriz del montón, ¿cómo recuperarla? Laurence le dice que mintió, que Sarah en el juicio también mintió para salvarlo, que hicieron el amor. Simone le dice que se va a tener que quedar para cuidarlo, para que no le pase otra vez, bastante aliviada y hasta contenta, porque uno de los problemas que tenía con Laurence es que era un santurrón bien pensado insoportable. Fin. Si le quitáramos unas cuantas líneas obvias con las que nos sermonean, hasta diríamos que es muy buena. Dirigió Peter Grenville, que dos años más tarde haría esa maravilla llamada Beckett con Peter O’Toole y Richard Burton.
viernes, 7 de octubre de 2011
The prime of Miss Jean Brodie
Miss Jean Brodie va a trabajar en bicicleta en
1931.
Miss Jean Brodie es maestra de la escuela para
niñas Marcia Blaine de Edimburgo.
Miss Jean Brodie no enseña en el sentido
tradicional, instruye sobre un trágico romance que tuvo y que bien puede ser
inventado, sobre su pasión por la pintura y la música, sobre su deslumbramiento
por Benito Mussolini.
Miss Jean Brodie tuvo un affair con Teddy
Lloyd (Robert Stephens), el profesor de Arte, un pintor apasionado, católico y padre de 6 niños; él quiere
seguir, pero ella no.
Miss Jean Brodie coquetea con el profesor de
música, Gordon Lowther (Gordon Jackson), un solterón recién liberado de su
madre.
Miss Jean Brodie tiene un grupito de alumnas
predilectas, Sandy (Pamela Franklin), Mary McGregor (Jane Carr), Jenny (Diane
Greyson) y Monica (Shirley Steedman) a las que beneficia con la sabiduría que
le da estar en “los mejores años de la vida”.
Miss Jean Brodie está en la mira de la
directora, la conservadora Miss Mackay (Celia Johnson)
Miss Jean Brodie es una manipuladora
peligrosa. Doblemente peligrosa porque no manipula desde la frialdad y con un
propósito práctico sino desde una ceguera emocional.
Miss Jean Brodie encontrará su rival donde
menos se lo esperaba.
The prime of Miss Jean Brodie es una nouvelle
de Muriel Spark que tuve la suerte de leer varias veces, en una época cuando no
hallaba qué leer, releía The prime of Miss Jean Brodie, que está escrita como
la puta madre, y que más tarde fue convertida en una obra de teatro de la puta
madre por Jay Presson Allen, quien también firma el guión de la película.
The prime of Miss Jean Brodie es una buena
película, que no vi mucho, pero si como ahora me la choco para bajar, no lo
dudo y vuelvo a disfrutarla, la dirigió Ronald Neame, un director hábil que
entendía de géneros a la perfección.
The prime of Miss Jean Brodie es la
consagración aplastante y demoledora de Maggie Smith que venía haciéndose notar
en secundarios con un talento contundente que necesitaba un protagónico que le
permitiera lucir algunos de sus innumerables recursos. Jean Brodie fue ese rol
que la ubicó en el primer plano, la volvió inolvidable e imprescindible y que selló fama y fortuna arrebatándose el
Óscar a la Mejor Actriz Protagónica en 1969.
Miss
Jean Brodie es un monstruo que en el cuerpo de Maggie Smith es un ser equivocado
y conmovedor. jueves, 6 de octubre de 2011
El Tito
Esta foto me da mucha emoción, porque está
distendido, receptivo, entregado a un momento muy creativo de todo actor:
repasar la letra o revisar las notas que tomó sobre la escena que hará, todavía el cuerpo no se pone, pero sí la cabeza, uno
analiza, visualiza cómo será todo, imagina, propone, repite con la boca o en la
mente las palabras que, con un poco de suerte o una milagrosa alquimia, pueden
volverse inolvidables para alguien; se lo ve también liberado de coqueterías y
vanidades, se encorva, saca panza, parece cumplir con la frase hecha de que uno
es uno cuando nadie te ve; admitámoslo, se lo ve mayor, ya no es el toro
salvaje, el taxi driver, el saxofonista de nueva york, nueva york, no, es como
el abuelo de todos ellos, eso sí, se lo verá patriarcal, pero entregado ni ahí,
todavía puede seducir mujeres y dar pelea a hombres más jóvenes; y yo lo miro y
me enternezco más por mí, porque con un poco de suerte pasado mañana estaré así
de mayor, de viejo, bah, y ojalá esté así de no entregado, de ya no tengo nada
que aprender, que probar, y de repente lo quiero, como no lo quise antes,
cuando los dos éramos más jóvenes y salía del cine y decía qué hijo de puta,
cómo puede, cómo carajo lo hace; porque maduré, crecí, me hice viejo, mirándome
en este hombre. Y como no quiero emocionarme más e inundar el teclado, le miro
los pies y sonrío, porque me encantan los zapatos y porque yo también pongo los
pies así.
miércoles, 5 de octubre de 2011
Y sí
...es verdad. Jean Paul dice: Estamos hechos de sueños. Eso sí, no jodan y a no confundirse, el concepto viene de lejos, de Shakespeare, de Calderón, etc, no lo inventó Godard.
martes, 4 de octubre de 2011
The Wilby conspiracy
Como me moría de ganas de completar mi
festivalito Michael Caine (además era martes, día fatídico en mi almanaque
personal, y una compensación positiva no vendría nada mal), compré un poco de
tiempo. Paseé al perro, apagué los teléfonos y cerré el peeper de los mails (si
entraba una traducción, me preocuparía después de ver la peli; precaución
inútil, porque cuando me tomé el lunes, apreté “por error” el link equivocado y
tenía también libre el martes, ¡qué inconsciente, el mío!) La película no era
larga, una hora cuarenta y dos minutos. El mundo bien podía seguir sin mí
durante 102 minutos. No es que yo sea importante, pero parece que no puede. La
terminé viendo en capítulos porque no se puede apagar el timbre. Pero ésa es
otra historia. La peli es atrapante… por los motivos equivocados. Estamos en
Ciudad del Cabo en 1975, Michael anda noviando con una abogada (Prunella Gee)
que obtiene la libertad en un juicio de Sidney Poitier, acusado de ser negro
principalmente. Entonces uno piensa, ah, es un film testimonial, que ilustrará
los atropellos contra los negros. Bueno sí, pero no mucho. Camino a festejar
con una botella de champán, son detenidos en un retén por unos policías abusadores.
Terminan los tres noqueando a los policías. Caine y Poitier deberán huir. Ah,
piensa uno, vendrá de reformulación de Fuga en cadenas, ahora con Caine en el
lugar de Tony Curtis. Quizá, pero no tanto. Aparece Nicol Williamson, como
policía, en plan de Javert y discursea sobre la superioridad blanca. Uno piensa:
ah, va a ser Fuga en cadenas con mensaje anti Apartheid. Sí, un poco, no mucho;
bah, nada. Caine y Poitier en la fuga se entienden poco y nada. Ah, piensa uno,
va a ser una buddy movie, ésas de parejas disparejas en las que los
protagonistas se tiran con todo y después se amigan. Bueno, sí, casi, pero no
del todo. Seamos sinceros, venía de bodrio. Pero, pero. Pero el humor salvará
al mundo. Comenzó a sobrevolar un humor juguetón que subvertía la supuesta
seriedad del asunto. Como si en algún momento del rodaje, el director, el
siempre eficiente Ralph Nelson, hubiera comprendido que con ese guión más de la
B no pasaba; o como si Sidney Poitier hubiera llegado a la conclusión que era
imposible tomarse en serio el asunto; o como si Michael hubiera decidido que era
mejor jugar en clave ligera, la cuestión es que de repente, casi sin
transición, todo parecía virar a la comedia. O casi, pero el humor es el humor
y si no salvará al mundo, del bodrio te rescata seguro. Nicol Williamson
comenzó a sobreactuar con todo, que era lo mejor que podía hacer, aparecieron
unos diamantes y la cosa se transformó en una de acción, con trasfondo
político, más de excusa que de peso. En definitiva, una auténtica delicia. Una
peli medio desconocida, que si no lo fuera, sin duda sería de culto, porque la
lógica se suspende caprichosamente más de una vez, las motivaciones de los
personajes son tan endebles como mis ganas de trabajar y los giros de argumento
son tan justificables como una violación. Michael, el motivo del festivalito,
en clave ligera, es una de las maravillas del universo, así que el tiempo
perdido era un tesoro invaluable. Y curiosidad extra, la peli marca el debut
del danés Rutger Hauer en una peli de Hollywood. En dos palabras: la pasé
bomba. (Sí, ya sé, son tres, pero ése era el chiste).
lunes, 3 de octubre de 2011
Play dirty
Cumpliendo
con mi palabra (si se trata de joda, nadie como yo para cumplir con mi
palabra), me tomé el día para no hacer traducciones (I have the eggs full) y me
puse a ver, entre clases (Sarmiento, un poroto al lado mío), la primera de las
pelis de mi festivalito Michael Caine: Play dirty. Toda una sorpresa, una muy
buena película de guerra. Desencantada, nihilista, como no podía ser de otro
modo en 1969 con Vietnam cayéndose a pedazos. Y si The Marseille Contract (1974) abrevaba en The French Connection (Contacto en Francia, 1971); ésta abreva en The dirty
dozen (Doce del patíbulo, 1967). En la Segunda Guerra, 8
soldados de diferente extracción y de pasado criminal deben llevar a cabo una misión suicida. Michael es el supuesto
jefe, secundado por un maravillosamente mefistofélico Nigel Davenport. Michael entrega una deliciosa variación de su
inglesito compuesto y de labios rígidos. Y registra un detalle de lo más
curioso, entre los 8, hay una pareja árabe homosexual, a la que los otros
respetan y aceptan como si fuera lo más natural del mundo. Bueno, hoy lo es,
pero ¿en 1969? La inclusión de este tipo de detalles ayudó más a construir la
tolerancia que, por ejemplo, La escalera, película del mismo año de Stanley
Donen en la que Richard Burton y Rex Harrison interpretaban a una pareja gay.
¿Por qué? Porque para ver La escalera, uno ya debía aceptar el tema de
antemano; en cambio si uno iba a ver una peli de guerra, pulsante de
masculinidad tradicional y se encontraba con que los soldadotes aceptaban que
algunos hombres prefirieran a otros hombres sin que se les torciera el bigote,
el mensaje de que el cielo no se caía ni se abría la tierra por el amor entre
hombres se pasaba mejor y a la larga adquiría mayor contundencia. Dirigió André
de Toth, un capo del cine B.
Lluvia constante
Ayer vimos Lluvia constante, la obra de Keith Huff en la que Daniel Craig y Hugh Jackman la juntaron con pala en Broadway. En esta versión, Joaquín Furriel hace el papel que hacía Craig y Rodrigo de la Serna, el de Jackman. No es una obra de teatro en el sentido estricto, no progresa a través del desarrollo de conflictos. No, es más bien un relato policial contado a dos voces. Sombrío, sangriento, y por momentos, apasionante. Furriel es un muchacho con mucha suerte y una dicción enclenque que me hacía temer que me fuera a perder información clave en algún giro del relato, temor en vano porque por suerte no pasó. Rodrigo de la Serna hace un inolvidable desparramo de talento. Impredecible, explosivo, histriónico. Un lujo verlo. A pesar de la fuerte presencia actoral, como en Baraka, la verdadera estrella de la velada es el director, Javier Daulte, uno de nuestros más brillantes dramaturgos. Aquí le da una bienvenida teatralidad a un texto que es más una novela corta que una obra de teatro.
domingo, 2 de octubre de 2011
En un primero de octubre
...nacieron Julie Andrews y Walter Matthau. ¿Habrán festejado juntos el cumpleaños cuando en 1980 filmaron Little Miss Marker? Julie, ya lo sabés, pero igual nunca está de más decírtelo: TE AMO. Y Walter, ta que te parió: TE EXTRAÑO...
Primera tarde
Ayer completé mi matinée del sábado con esta película. Una historia leve y sencilla como una historieta de El Tony, revista que leía con fruición por la época en que esta peli se hizo (1974). Un policía que combate el narcotráfico (Quinn), harto de la impunidad de un Lord, bueno, en este caso, Monsieur, porque se supone que es francés (Mason, con acento de Jacques Cousteau) decide contratar a un asesino (Caine) para que lo mate, pero... Una peli que huye de la prescindibilidad por un par de buenas persecuciones, una banda sonora juguetona, algún que otro chiste perdido y por los actores, of course. ¿Cómo no ver algo en lo que están estos tres? Quinn pone la cara y pasa por el banco a cobrar, no hace ningún esfuerzo por revalidar lo que le diera gloria o sea robarle las escenas a los que tuviera en frente. Mason parece disfrutar de unas vacaciones pagas, se lo ve bronceado y distendido. Y Caine, como siempre, devuelve la plata de la entrada. La epifanía sobre Caine dando siempre un buen espectáculo se la debo a mi amigo Horacio. Un día en que hablábamos de cine, a título no sé de qué, me dijo: ¿Te diste cuenta que Michael Caine nunca está mal? Antes de darle la razón, repasé mentalmente sus peores películas: Más allá del Poisedón, La isla, Tiburón IV, etc y comprobé que así era. En un momento de su vida aceptaba lo que fuera para pagar cuentas y divorcios, pero siempre, siempre, celebraba su oficio; siempre presuponía que el espectador que lo siguiera merecía que él diera algo más que la cara. No es que fuera un héroe, no, simplemente cumplía con su trabajo sin vanidades ni excusas, lo que en el mundo de las grandes estrellas es raro. Aquí tiene un par de escenas: la del parque con Quinn y la de la seducción en el bar con las que se podrían dar clases de actuación. Como encontré un par de pelis para bajar con Caine que mucho no recuerdo, me puse a downloadarlas, me haré un festivalito Caine, uno de estos días.
sábado, 1 de octubre de 2011
Una matinée perfecta
¿De qué otro modo definir una tarde de sábado pasada con una peli de Humphrey que hace mucho no veíamos? No es ninguna joya, pero tampoco es mala. Estamos en 1947, en algún lugar de la vieja China, a una misión olvidada llega Bogart en sotana, pero carga un pistolón, así que sospechamos, con justa razón, que no es un cura. De todos modos todos creerán que lo es y salvará a un par de pueblos, con suerte e inteligencia. Un papel ideal para Humphrey, cínico, inteligente, brusco de palabras y gestos. Creo que lo que más disfruto de Bogart, aparte de su cara cruzada de arrugas y de su cuerpo esmirriado y desmañado, es su voz. Inimitable o muy imitable, que en un actor es lo mismo. ¡Me encantaría tener esa voz! Si la tuviera, ¡hablaría más de lo que hablo!
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