En el fondo, Hello, Dolly! (1969) fue un error en las carreras de Barbra
Streisand y Gene Kelly. No uno del que tuvieran que arrepentirse, pero sí uno
sobre el que tuvieran que decir: Hice lo mejor que pude según las
circunstancias. La Streisand, de 27 años por entonces, tenía más ganas de
exhibir su sensualidad que de interpretar a una matrona cincuentona. Motivo por
el que le surgieron inseguridades y ansiedades varias. Más de una vez despertó
a Gene Kelly en medio de la noche para que le disipara dudas y le fortaleciera
la menguante autoestima. Como toda estrella insegura se refugió en divismos
que, entre otras cosas, le granjearon le enemistad de Walter Matthau, que le
prodigó una invencible antipatía durante todo el rodaje. Se negó a besarla en
la escena final. El beso que se ve es un truco de perspectiva, están en
realidad a más de un metro de distancia. Mucho se habló de los desplantes de la
Streisand, algunos alcanzaron proporciones míticas, pero el único certificado
lo contó Fritz Feld, que en el film interpreta al asistente del maître. Un día
mientras se dirigía al plató, vestido para la escena, se paró delante de un
espejo que estaba junto al camarín de la Streisand, que, como correspondía a
una estrella, era el más cercano al set. Salió la mucama de la Streisand que a
grito pelado le dijo: Apártese
inmediatamente, en este espejo sólo se puede mirar la Srta. Streisand. Se
oyó desde dentro la voz de Barbra que preguntó: ¿Quién es el atrevido, Doris? El Sr. Fritz, contestó la aludida. Por supuesto que Fritz, concedió la
Streisand, puede mirarse en nuestro
espejo, lo queremos. No hablaba en tercera persona como Maradona, sino que,
como los reyes, usaba el plural de modestia. Streisand no está mal como Dolly,
pero tampoco particularmente bien. No le saca todo el jugo posible al rol, que
es un auténtico vehículo de lucimiento para damas de la escena un poco
mayorcitas.
Gene Kelly era a priori el indicado
para dirigir este material, pero la 20th Century Fox, desesperada por salir de
los aprietos económicos en que estaba hundida procurando repetir el éxito
descomunal de La novicia rebelde,
sobredimensionó tanto la producción que lo que debió ser una gacela en la
sabana, fue un elefante en un desfile. Kelly no pudo darle ni el trote cansado
de un jamelgo viejo a una película que a cada segundo debía mostrar sus
magnificencias. De todos modos, si bien no pudo huir de la teatralidad
flagrante, el resultado es agradable. El guión tiene buenos diálogos, el enredo
es atractivo, las coreografías abusan de las acrobacias aunque exudan
creatividad, y las canciones son alegres y pegadizas. Se tiende a desvalorar a
Jerry Herrman, el compositor. Sin embargo, como dijo un músico talentoso, todo
un maestro, él: Es más difícil redondear
una melodía verificable que ponerse a jugar con armonías.
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