Humphrey Bogart, al margen de ser un ícono cinematográfico
internacional, es un actor de actores. No debe haber actor que no haya visto Casablanca y no haya deseado lograr
alguna vez lo que consigue Bogart. Ambición o envidia ejemplificada en el
elogio que le tributara nada más ni nada menos que Raymond Chandler: a Bogart
sólo le basta entrar en cuadro para quedarse con la película.
Uno de mis placeres es leer biografías de actores, y si son
autobiografías, mejor. En este momento, deletreo, para que me dure más, la
segunda autobiografía de Michael Caine: The
Elephant to Hollywood.
Al leer biografías y autobiografías de actores, descubro que
muchos, o casi todos mis actores favoritos, comparten conmigo la idolatría
por Bogart.
Me propongo entonces iniciar una serie de artículos, que
titularé The Bogart Connection, en
los que consignaré la importancia que tuvo Bogart para los actores.
Confieso
que el título lo saqué por escuchar la banda de sonido de la película de los
Muppets, en la que vuelven a cantar uno de sus hits: The rainbow connection. (Las obsesiones por dispares que sean
terminan mixturándose)
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