viernes, 12 de agosto de 2022
viernes, 5 de agosto de 2022
A propósito de Santa Evita
Termino de ver Santa
Evita y algo no me termina de satisfacer, para decirlo mal y pronto, me
falta cinco para el peso. Me pongo a analizar y llego a algunas conclusiones.
Para empezar podemos establecer tres ejes narrativos.
Primero, claro, la historia del viaje de la vida de Eva, de chica del interior
bonaerense a actriz profesional capitalina que se enamora de Perón, abraza su
ideario político y lo lleva hasta la consecución de logros inéditos hasta esas
fechas, itinerario que se frustra por una muerte temprana.
Segundo está la historia del cadáver de Eva, el
embalsamamiento faraónico que desata obsesiones en el médico tanatopráxico y en
los milicos encargados de ocultarlo.
Y tercero el viaje de un periodista hasta enterarse de
que fue lo que pasó con el cadáver.
A estos tres ejes los protagonizan personajes dominados por pasiones y
obsesiones. Cuente como se cuente la vida de Eva, su final trágico define el
todo. En ese sentido, aquí las escenas finales entre Perón y Eva del último
episodio son tan logradas como conmovedoras.
Y la tensión de las emociones no resueltas del personaje
del milico que hace Ernesto Alterio bien puede graficar la famosa “grieta”
contemporánea, su personaje por formación ideológica y por pertenencia de clase
no puede sino odiar a Eva, pero por atestiguar los logros sociales que impulsa
no puede sino admirarla.
Y el cine, sobre todo el de los setenta, nos ha
adiestrado para valorar el ansia de verdad de algunos periodistas que pueden
llegar a la inmolación con tal de develar lo que se oculta.
Estos aspectos positivos no están en discusión, claro,
pero no abarcan lo extraordinario que hay en los tres ejes descriptos. Lo
extraordinario entendido como fuera de lo normal, lo cotidiano, lo esperable,
lo habitual.
Hay cosas inenarrables, sobre todo las que tienen que ver
con las manipulaciones del cadáver. Aquí con muy buen gusto y tino, solo se
sugieren las monstruosidades necrofílicas a las que la perversión del odio
llevó a los milicos a cargo del cuerpo embalsamado y sus copias. Aunque si bien
graficar el horror puede espantar, por el otro lado puede aleccionar con
elocuencia la degradación a la que conduce el odio.
Pero hay, sobre todo, una decisión de contar todo lo
salido de la norma como algo tan dado por hecho que me resulta poco feliz. Además
de la contradicción de contar desde las visiones de los personajes, pero de
modo omnisciente. O una cosa o la otra. La mezcla de lo subjetivo y lo
objetivo, tan común en las biopics malas, no es innovador, es torpe, por no decir
apresurado y perezoso.
Marcelo Figueras cuenta que Juan Forn en su rol de editor
del libro le sugirió a Tomás Eloy Martínez que no cayera en el realismo mágico,
que lo que ya se contaba venía cargado de aristas suficientes. Aquí eso queda
en las nieblas del misterio. A cada paso que da el milico Alterio con el
cadáver se encuentra con velas, rosarios y estampitas de Eva. La profusión es
decisión de la dirección de arte, en la realidad bastaba una vela, un rosario y
una estampa para pasar el mensaje de que era vigilado. Ahora bien, ¿quién
pasaba el mensaje?, ¿la resistencia peronista?, ¿milicos peronistas enquistados
en el ejército garca? Por lo que cuenta Figueras no debemos atribuírselo a un
“milagro” del cadáver.
También queda en las nieblas del misterio la decisión de
Perón de embalsamar a Eva. Claro, ninguna ficción puede abarcar la realidad
munificente, pero alguna punta de ovillo a desentrañar siempre es buena.
En lo personal, un detalle me resultó perturbador. La
hija del proyectorista ve al cadáver como una poupée (muñeca en francés) y los
policías alemanes cuando detienen al milico Alterio creen que lo que lleva es
una especie de muñeca inflable de placer. Fue esta idea de la reducción del
mito a un juguete la que me quedó resonando, tan sorpresivamente Rafael Azcona.
Como sea, más allá de no estar de acuerdo con algunas de
las decisiones narrativas de la miniserie, creo que debe verse. Por Natalia
Oreiro, bella y escultural como nunca, y tan expresiva como pocas, por la
elocuente música de Federico Jusid, por la belleza del trabajo del Chango
Monti, aunque, reitero, no estemos de acuerdo con tanto “naturalismo”, y por la
recreación del vestuario, cuando el embalsamador corta el camisón, ese primer
plano de la tijera sobre producto tan bello da escalofríos. No exagero, mire.
Gustavo Monteros
viernes, 29 de julio de 2022
Cuando las cosas tienen que pasar...
Era el año 1954 y Shirley MacLaine con 20 años recién cumplidos se presentaba a todas las pruebas que podía en el agitado Broadway de entonces.
Obtuvo primero ser la understudy (reemplazo, suplente)
oficial de las bailarinas de Me and
Juliet (musical de Richard Rodgers y Oscar Hammerstein II). Como la obra
tenía un modesto éxito y puede que bajara de cartel pronto, se presentó a las
pruebas para The Pajama Game, musical
de Richard Adler y Jerry Ross, que producían Frederick Brisson, Robert E.
Griffith y Harold Prince con coreografía de Bob Fosse.
Fosse preseleccionó a Shirley, pero la sentó aparte de
las otras preseleccionadas porque ya tenía trabajo en Me and Juliet. Apareció Jerome Robbins que había visto la prueba de
Shirley y le preguntó a Fosse por qué no se decidía a contratarla. Bob le
contestó que porque ya tenía trabajo y sentía que estaba “cuatrereando”
bailarinas de otras producciones. Robbins le dijo que no fuera tan ético, que
los otros coreógrafos de Broadway le quitarían bailarinas sin tantos
miramientos y que hiciera lo mismo, además que fuera justo con la chica que era
muy talentosa y que estaba en una producción que quizá no dudara mucho más.
Como Fosse ya tenía la grilla de bailarinas completa, la
contrató como understudy de Carol Haney. Comenzaron los ensayos, estrenaron y
el número de Carol Haney, Steam Heat,
fue no solo el showstopper que todos esperaban que fuera sino la sensación del
momento.
Mientras tanto, como Gwen Verdon perdía funciones de Can-Can, el musical de Cole Porter que
la había convertido en estrella, abrieron postulaciones para reemplazarla en
eventualidades, Shirley concursó y ganó.
Llenó entonces la planilla de renuncia de ser understudy
de Carol Haney en The Pajama Game,
que venía con la fama de no perderse función alguna. Supuso que como suplente
de Gwen Verdon tenía más posibilidades de ser vista.
Al entrar al teatro vio a Harold Prince cerca de la
boletería, se aproximó mientras buscaba en la cartera la renuncia, pero fue
interceptada por los compañeros que le contaron la noticia: Haney se había
esguinzado el tobillo y tenía que reemplazarla esa misma noche. La hicieron
repasar la coreografía varias veces y la prepararon para la función.
Era una noche especial porque recibían la visita de un
importante productor cinematográfico que venía a ver a Carol Haney precisamente.
Harold Prince se debatía sobre avisarle o no que la Haney no actuaría esa
noche, decidió que no y desapareció de la vista. Como es costumbre antes del
inicio de la función, apareció en el proscenio el director de escenario para
comunicar el reemplazo. El importante productor cinematográfico no se levantó
de su butaca y vio todo el espectáculo.
Terminado el mismo, golpearon la puerta del camarín de
Shirley. Un señor muy compuesto se presentó: Me llamo Hal B. Wallis, trabajo en
Hollywood y quiero contratarla.
Wallis era literalmente un pez gordo del Hollywood de
aquel momento. Tenía a su cargo en exclusividad las películas de Elvis Presley
y las de Jerry Lewis y Dean Martin, más otros proyectos no exclusivos como
algunos de Burt Lancaster, por ejemplo. Su importancia era tal que su nombre
aparecía antes del título.
Consiguió que Alfred Hitchcock aceptara a Shirley como la
protagonista de la comedia policial que filmaría a continuación The Trouble with Harry, 1955 (por aquí
llamada El tercer tiro en su estreno
y ¿Quién mató a Harry?, en su
lanzamiento en video). Después Wallis puso a Shirley en Artistas y modelos (Artists
and Models, Frank Tashlin, 1955) el vehículo de lucimiento de aquel año de
Jerry Lewis y Dean Martin y consiguió también que Michael Todd la ubicara de
protagonista junto a David Niven y Cantiflas en la arriesgada producción de La vuelta al mundo en 80 días (Michael
Anderson, John Farrow) que fue un megaéxito. O sea que en menos de tres años,
Shirley MacLaine era una estrella instalada.
Respecto a Carol Haney, cuando en 1957 se decidió llevar The Pajama Game (por aquí Juego de pijamas) a la pantalla grande
con Doris Day y John Raitt en los protagónicos, con codirección de George
Abbott y Stanley Donen, Fosse y Donen se aseguraron que repitiera el número que
la había hecho figura en Broadway. Y así hoy podemos atestiguar la perfección
lograda por Carol Haney en el diseño coreográfico de Bob Fosse.
Y ya que apareció Doris Day en escena, como corolario podemos
repetir el estribillo de una de sus canciones insignia Que Será, Será…
Gustavo Monteros
Fuente: Bob Fosse
All His Jazz, libro de Martin Gottfried
viernes, 22 de julio de 2022
Alfredo Alcón en Otelo
En 1972 Alfredo Alcón viajo a España para participar en el ciclo Estudio 1 de la Televisión Española. Hizo Otelo de William Shakespeare, según adaptación de Antonio Gala. Fernando Guillén fue Yago y Maribel Martín fue Desdémona. Dirigió Gustavo Pérez Puig. Esta versión, por suerte, puede verse en YouTube. La adjunto por si extrañan a Alcón tanto como yo.
viernes, 15 de julio de 2022
Que nunca te falte un Sondheim
Como lo especifica el realizador de esta breve no-ficción, la idea es mostrar a músicos que integran distintas orquestas sinfónicas de Gran Bretaña en una relación directa con el público, sin estar arrinconados en el foso o en el foro y sin el escudo de su instrumento de base. Para este ejercicio de actuación a través del canto eligieron una canción de Stephen Sondheim (Take me to the world) que pertenece al mediometraje musical para televisión, protagonizado por Anthony Perkins, Evening Primrose. Conmueve el amor al oficio y el amor a la canción. La versión final dista de ser perfecta, pero es precisamente más entrañable por no serlo.
Gustavo Monteros
Let me see the world with cloudsviernes, 8 de julio de 2022
Comedy tonight
Los caminos que toman algunas creaciones, especialmente
las teatrales, para alcanzar su eficacia o redondear su culminación son tan
inescrutables como los designios divinos.
En los papeles A
Funny Thing Happened on the Way to the Forum no podía ser más auspiciosa.
Un libreto lleno de enredos, con personajes atractivos, escenas muy cómicas y
con réplicas brillantes de Burt Shevelove y Larry Gelbart, basado en las
comedias de Plauto, canciones con letra y música de Stephen Sondheim, la
dirección del legendario George Abbott, la producción general del ascendente
Harold Prince, más un elenco con las brillanteces de Zero Mostel, Jack Gilford,
David Burns, John Carradine, Ruth Kobart y Raymond Walburn.
Sin embargo, en las funciones de prueba en Chicago y
otras ciudades aledañas antes del gran estreno en Broadway, la obra no
terminaba de despegar y hasta las boleterías languidecían.
Llamaron entonces a uno de los “doctores” teatrales, al
impar Jereme Robbins, que aparte de ser un coreógrafo de excepción, se había
formado como actor y director teatral y había desarrollado un infalible ojo
clínico.
Sugirió hacer un cambio importante, sacar la canción de
apertura (Love is in the air).
Entonces le pidió a Sondheim que escribiera una canción elegantemente marcial.
Sonheim fue y escribió Comedy tonight y Robbins pergeñó un número cómicamente salvaje, con
toques de procacidad y obscenidad. Santo remedio. La obra, como por arte de
magia, se convirtió en un gran éxito. Y el 8 de mayo de 1962 estrenaron en
Broadway donde hicieron ¡964 funciones!
En 1989 en Jerome
Robbins’ Broadway recrearon las coreografías más icónicas de Robbins y por
supuesto el show se abría con Jason Alexander reprisando Comedy tonight. Hoy A Funny
Thing Happened on the Way to the Forum es uno de los clásicos más
hilarantes de la auténtica “comedia” musical.
Gustavo Monteros
viernes, 1 de julio de 2022
Kiss me, Kate - Bésame, Catalina
Continúo con mi repaso de las películas que Bob Fosse
hizo como actor. Hoy me toca: Kiss me,
Kate (retitulada Bésame, Catalina
por estos pagos)
El 30 de diciembre de 1948 se estrenó en el New Century
Theatre de Broadway, Kiss me, Kate
con libro de Bella y Samuel Spewack y canciones de Cole Porter, basada en La fierecilla domada de William
Shakespeare, con Alfred Drake y Patricia Morrison en los protagónicos.
Y la historia de la comedia musical sumó otro hito
insoslayable. (En su primera temporada hizo ¡1077 funciones!)
En 1953 se estrenó la versión cinematográfica con
dirección de George Sidney con Kathryn Grayson y Howard Keel al frente del
elenco.
El viejo Hollywood era todavía literalmente una fábrica
de sueños y se trabajaba de lunes a viernes de 8 de la mañana a 6 de la tarde. Y
como el bailarín y coreógrafo Bob Fosse estaba en la nómina de la MGM fue la
tercera película en la que participó en ese año del Señor, 1953 (las otras dos
son las que ya revisamos, The Affairs of
Dobie Gills (Don Weiss) y Give a girl
a break (Stanley Donen)).
(Shirley MacLaine en uno de sus tantos libros de memorias
cuenta que Fosse dirigió su primera película Sweet Charity (1969) todavía bajo el esquema horario de lunes a
viernes, de mañana a tarde, en los estertores del sistema de estudios.
Recientemente Julie Andrews recordó que hizo dos de sus películas de gran
presupuesto, Thoroughly Modern Millie
(George Roy Hill, 1967) y Star!
(Robert Wise, 1968) con ese schedule)
Kiss
me, Kate era la apuesta musical fuerte de la MGM de ese año. Gran
producción, en colores, en ¡3D!, con preestrenos en Roadshows (cines grandes,
caros y elegantes que solo daban películas espectaculares y largas que incluían
un intervalo).
Kiss
me, Kate en su versión teatral original es un milagro, un
artefacto perfecto de brillantez musical y comicidad infalible. Se nutre desde
su origen en juegos de teatro dentro del teatro (lo que más tarde se conoció
como metateatralidad).
Digo desde su origen porque se dice que se basó en las
disputas, en escena y bambalinas, que la pareja en la vida real de Lynn
Fontanne y Alfred Lunt desplegaron durante la temporada de 1935 cuando hicieron
en Broadway un montaje de La fierecilla
domada.
Kiss
me, Kate se abre cuando se inician los ensayos de una versión de
esta obra de Shakespeare, que será encabezada por los divos Fred Graham (Howard
Keel) y Lilli Vanessi (Kathryn Grayson), que años atrás fueron pareja y por más
que ella vaya a casarse con el millonario tejano Tex Callaway (Willard Parker),
ya se sabe que donde hubo fuego…
A este triángulo, hay que sumar el dúo de Lois Lane (Ann
Miller), corista harta de serlo y con ambiciones de ascender con el secundario
que le dieron en esta producción y Bill Calhoun (Tommy Rall), novio, o algo
así, de Lois, jugador empedernido que ha perdido un par de miles de dólares por
los cuales ha firmado un pagaré con el nombre de Fred Graham, lo que ocasionará
la presencia de dos gánsteres, tan amenazadores como cómicos, Lippy (Keenan
Wynn) y Slug (James Whitmore), empeñados en cobrar lo adeudado.
De allí que los conflictos de la obra se vean espejados
en los problemas de los actores que los encarnan. La película se empeña en
derribar el andamiaje irresistible de la obra, pero no lo logra, sobre todo
porque la partitura de Cole Porter que cohesiona los enredos es una de sus
mejores y no se puede opacar, por más que se intente, la genialidad de un
genio.
La película en sus escenas iniciales busca esquivar por
un rato la teatralidad del asunto, para caer luego de cabeza en la misma. Se
elimina el inolvidable opus inicial (Another
Op’nin’ Another Show) para ubicar la apertura del Segundo Acto, la híper
deliciosa Too Darn Hot, que de otro
modo no hubiera tenido cabida según como se organizó el guión.
Y cerca del final para redondear el destino de los
personajes secundarios, se agregó From
this moment on, que no estaba en la pieza original.
El cast es problemático, pero no había otro camino que
usar a las estrellas del estudio. Keel y Grayson cantan como los dioses y le
hacen justicia a la musicalidad exquisita de las canciones, pero no dan nunca
la fluidez del juego de comedia planteado. Ann Miller es sexy, pero carece de
la duplicidad que su personaje exige. Tommy Rall baila hasta dejar al público
sin aliento, pero le falta el cinismo desenfadado y seductor que su jugador
requiere.
Lo mejor viene por el lado de los gánsteres que Whitmore
y Wynn vuelven irresistibles. Y por los números de baile, claro. Si Bob Fosse
tenía mucha cámara en Give a girl a brek
y Bobby Van era el protagonista de The
Affairs of Dobie Gills, aquí son confinados al reparto, en esta ocasión se
promovía sus figuras ubicándolos al lado de las grandes estrellas del estudio.
La coreografía de todo el film se supone pertenece al
mítico Hermes Pan, colaborador habitual de Fred Astaire, pero es indiscutible
por las marcas de fábrica que denota, que la parte que hace Fosse en From this moment on ha sido
coreografiada por él.
En este número que adjunto Ann Miller baila con Tommy
Rall, Bobby Van con Jeanne Coyne y Bob Fosse con Carol Haney.