Termino de ver Santa
Evita y algo no me termina de satisfacer, para decirlo mal y pronto, me
falta cinco para el peso. Me pongo a analizar y llego a algunas conclusiones.
Para empezar podemos establecer tres ejes narrativos.
Primero, claro, la historia del viaje de la vida de Eva, de chica del interior
bonaerense a actriz profesional capitalina que se enamora de Perón, abraza su
ideario político y lo lleva hasta la consecución de logros inéditos hasta esas
fechas, itinerario que se frustra por una muerte temprana.
Segundo está la historia del cadáver de Eva, el
embalsamamiento faraónico que desata obsesiones en el médico tanatopráxico y en
los milicos encargados de ocultarlo.
Y tercero el viaje de un periodista hasta enterarse de
que fue lo que pasó con el cadáver.
A estos tres ejes los protagonizan personajes dominados por pasiones y
obsesiones. Cuente como se cuente la vida de Eva, su final trágico define el
todo. En ese sentido, aquí las escenas finales entre Perón y Eva del último
episodio son tan logradas como conmovedoras.
Y la tensión de las emociones no resueltas del personaje
del milico que hace Ernesto Alterio bien puede graficar la famosa “grieta”
contemporánea, su personaje por formación ideológica y por pertenencia de clase
no puede sino odiar a Eva, pero por atestiguar los logros sociales que impulsa
no puede sino admirarla.
Y el cine, sobre todo el de los setenta, nos ha
adiestrado para valorar el ansia de verdad de algunos periodistas que pueden
llegar a la inmolación con tal de develar lo que se oculta.
Estos aspectos positivos no están en discusión, claro,
pero no abarcan lo extraordinario que hay en los tres ejes descriptos. Lo
extraordinario entendido como fuera de lo normal, lo cotidiano, lo esperable,
lo habitual.
Hay cosas inenarrables, sobre todo las que tienen que ver
con las manipulaciones del cadáver. Aquí con muy buen gusto y tino, solo se
sugieren las monstruosidades necrofílicas a las que la perversión del odio
llevó a los milicos a cargo del cuerpo embalsamado y sus copias. Aunque si bien
graficar el horror puede espantar, por el otro lado puede aleccionar con
elocuencia la degradación a la que conduce el odio.
Pero hay, sobre todo, una decisión de contar todo lo
salido de la norma como algo tan dado por hecho que me resulta poco feliz. Además
de la contradicción de contar desde las visiones de los personajes, pero de
modo omnisciente. O una cosa o la otra. La mezcla de lo subjetivo y lo
objetivo, tan común en las biopics malas, no es innovador, es torpe, por no decir
apresurado y perezoso.
Marcelo Figueras cuenta que Juan Forn en su rol de editor
del libro le sugirió a Tomás Eloy Martínez que no cayera en el realismo mágico,
que lo que ya se contaba venía cargado de aristas suficientes. Aquí eso queda
en las nieblas del misterio. A cada paso que da el milico Alterio con el
cadáver se encuentra con velas, rosarios y estampitas de Eva. La profusión es
decisión de la dirección de arte, en la realidad bastaba una vela, un rosario y
una estampa para pasar el mensaje de que era vigilado. Ahora bien, ¿quién
pasaba el mensaje?, ¿la resistencia peronista?, ¿milicos peronistas enquistados
en el ejército garca? Por lo que cuenta Figueras no debemos atribuírselo a un
“milagro” del cadáver.
También queda en las nieblas del misterio la decisión de
Perón de embalsamar a Eva. Claro, ninguna ficción puede abarcar la realidad
munificente, pero alguna punta de ovillo a desentrañar siempre es buena.
En lo personal, un detalle me resultó perturbador. La
hija del proyectorista ve al cadáver como una poupée (muñeca en francés) y los
policías alemanes cuando detienen al milico Alterio creen que lo que lleva es
una especie de muñeca inflable de placer. Fue esta idea de la reducción del
mito a un juguete la que me quedó resonando, tan sorpresivamente Rafael Azcona.
Como sea, más allá de no estar de acuerdo con algunas de
las decisiones narrativas de la miniserie, creo que debe verse. Por Natalia
Oreiro, bella y escultural como nunca, y tan expresiva como pocas, por la
elocuente música de Federico Jusid, por la belleza del trabajo del Chango
Monti, aunque, reitero, no estemos de acuerdo con tanto “naturalismo”, y por la
recreación del vestuario, cuando el embalsamador corta el camisón, ese primer
plano de la tijera sobre producto tan bello da escalofríos. No exagero, mire.
Gustavo Monteros
No hay comentarios:
Publicar un comentario