viernes, 5 de agosto de 2022

A propósito de Santa Evita


 

Termino de ver Santa Evita y algo no me termina de satisfacer, para decirlo mal y pronto, me falta cinco para el peso. Me pongo a analizar y llego a algunas conclusiones.

 

Para empezar podemos establecer tres ejes narrativos. Primero, claro, la historia del viaje de la vida de Eva, de chica del interior bonaerense a actriz profesional capitalina que se enamora de Perón, abraza su ideario político y lo lleva hasta la consecución de logros inéditos hasta esas fechas, itinerario que se frustra por una muerte temprana.

 

Segundo está la historia del cadáver de Eva, el embalsamamiento faraónico que desata obsesiones en el médico tanatopráxico y en los milicos encargados de ocultarlo.

 

Y tercero el viaje de un periodista hasta enterarse de que fue lo que pasó con el cadáver.

 

A estos tres ejes los protagonizan  personajes dominados por pasiones y obsesiones. Cuente como se cuente la vida de Eva, su final trágico define el todo. En ese sentido, aquí las escenas finales entre Perón y Eva del último episodio son tan logradas como conmovedoras.

 

Y la tensión de las emociones no resueltas del personaje del milico que hace Ernesto Alterio bien puede graficar la famosa “grieta” contemporánea, su personaje por formación ideológica y por pertenencia de clase no puede sino odiar a Eva, pero por atestiguar los logros sociales que impulsa no puede sino admirarla.

 

Y el cine, sobre todo el de los setenta, nos ha adiestrado para valorar el ansia de verdad de algunos periodistas que pueden llegar a la inmolación con tal de develar lo que se oculta.

 

Estos aspectos positivos no están en discusión, claro, pero no abarcan lo extraordinario que hay en los tres ejes descriptos. Lo extraordinario entendido como fuera de lo normal, lo cotidiano, lo esperable, lo habitual.

 

Hay cosas inenarrables, sobre todo las que tienen que ver con las manipulaciones del cadáver. Aquí con muy buen gusto y tino, solo se sugieren las monstruosidades necrofílicas a las que la perversión del odio llevó a los milicos a cargo del cuerpo embalsamado y sus copias. Aunque si bien graficar el horror puede espantar, por el otro lado puede aleccionar con elocuencia la degradación a la que conduce el odio.

 

Pero hay, sobre todo, una decisión de contar todo lo salido de la norma como algo tan dado por hecho que me resulta poco feliz. Además de la contradicción de contar desde las visiones de los personajes, pero de modo omnisciente. O una cosa o la otra. La mezcla de lo subjetivo y lo objetivo, tan común en las biopics malas, no es innovador, es torpe, por no decir apresurado y perezoso.

 

Marcelo Figueras cuenta que Juan Forn en su rol de editor del libro le sugirió a Tomás Eloy Martínez que no cayera en el realismo mágico, que lo que ya se contaba venía cargado de aristas suficientes. Aquí eso queda en las nieblas del misterio. A cada paso que da el milico Alterio con el cadáver se encuentra con velas, rosarios y estampitas de Eva. La profusión es decisión de la dirección de arte, en la realidad bastaba una vela, un rosario y una estampa para pasar el mensaje de que era vigilado. Ahora bien, ¿quién pasaba el mensaje?, ¿la resistencia peronista?, ¿milicos peronistas enquistados en el ejército garca? Por lo que cuenta Figueras no debemos atribuírselo a un “milagro” del cadáver.

 

También queda en las nieblas del misterio la decisión de Perón de embalsamar a Eva. Claro, ninguna ficción puede abarcar la realidad munificente, pero alguna punta de ovillo a desentrañar siempre es buena.

 

En lo personal, un detalle me resultó perturbador. La hija del proyectorista ve al cadáver como una poupée (muñeca en francés) y los policías alemanes cuando detienen al milico Alterio creen que lo que lleva es una especie de muñeca inflable de placer. Fue esta idea de la reducción del mito a un juguete la que me quedó resonando, tan sorpresivamente Rafael Azcona.

 

Como sea, más allá de no estar de acuerdo con algunas de las decisiones narrativas de la miniserie, creo que debe verse. Por Natalia Oreiro, bella y escultural como nunca, y tan expresiva como pocas, por la elocuente música de Federico Jusid, por la belleza del trabajo del Chango Monti, aunque, reitero, no estemos de acuerdo con tanto “naturalismo”, y por la recreación del vestuario, cuando el embalsamador corta el camisón, ese primer plano de la tijera sobre producto tan bello da escalofríos. No exagero, mire.

Gustavo Monteros

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