Y fuimos nomás. Aunque no fuera
feriado. En mis ganas de descansar vuelvo feriados puentes hasta los días
sánguches. Así que di una clase, falté a la otra de la tarde y en la de la noche, ojalá, el acto por el 9
de julio quizá me cubra el ausente. Salí temprano, por las dudas me demoraran
los desvíos por el paro camionero. Pero no, a esa hora, el desinflado paro era
un recuerdo perdido de otra mañana hostil. Entonces, antes, me quedó tiempo
para pavear por las librerías de viejo. Tuve suerte, por siete pesos me hice de
una obrita de Terence Rattigan que no leí, Adventure
story y por doce, Raquel, la judía
de Lion Feuchtwanger, que creo que me recomendaron, aunque así no fuera, no
importa, porque Feuchtwanger es un gran autor. Por hacerme el Mel Gibson en un
Starbucks me pedí un cappuccino para llevar, pero no me atendió Marisa
Tomei. Cerca de las ocho enfilé para el
Maipo. En El Nacional estrenaban oficialmente Vale todo (Anything goes) de Cole Porter y curiosos, invitados,
celebridades, fotógrafos y movileros se apelotaban en la entrada. Cuando llegué
al Maipo, ya repartían fernet con cola, me encanta que me den fernet con cola
en los teatros. Elena Tasisto de riguroso tapado de piel sintética negra se
destacaba en la cola de la boletería y Linda –no-seré-feliz-pero-tengo-marido-
Peretz envuelta en capita de paño se aprestaba a entrar. El Maipo es un teatro
hermoso y con el friso de la Schussheim, más aún. No nos podíamos quejar,
estábamos en la fila tres casi al centro. Y como suponía, nos gustó mucho, mucho.
Nada
del amor me produce envidia de Santiago
Loza es todo lo que dijeron y más. Uno de los monólogos más bellos que se hayan
escrito. Fluye, seduce, envuelve, engaña donde debe y termina por fascinar.
Alejandro Tantanián, con la ayuda de una precisa escenografía y vestuario de
Graciela Galán, hace una puesta minuciosa y deslumbrante. Se deslumbra también
con la inteligencia, no sólo con el exceso de elementos. Su musicalización
aumenta el placer y las luces de Omar Possemato enmarcan expresivamente la historia.
Pero es Solita, con su magia, su talento, su sensibilidad la que envía la noche
al rincón de las cosas imborrables. Vuelve un hito a su costurerita de barrio,
que allá por los cuarenta tironean Libertad Lamarque y Eva Perón por un vestido
que se hace fulgor y me callo para no arruinar sorpresas. Solita, no, la señora
Soledad Silveyra (es hora que dejemos de intimar y establezcamos respetuosa
distancia, que los diminutivos por cariñosos que sean empequeñecen sin querer la grandeza) es una actriz inmensa
que me desarma y me devuelve intacta una sensibilidad que ya no creo tener.
Aquí, en un momento estira la mano y me roza el lomo del alma. Y ella, su
personaje y yo ya no estamos solos nunca más.
Está sólo los lunes, si pueden no se la pierdan, pero no especulen con una gira, véanla ahí, en el Maipo, en ese teatrito casi de juguete el encanto es mayor y la entrada es muy accesible, nada más que cien manguitos.
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