Hago muchas cosas, más de las que quisiera, menos de
las que no puedo evitar. Ya no me cuestiono, las cosas son como son y a contar
las bendiciones, ya es inútil de tan tarde perderse en reproches adolescentes.
Claro, una de mis actividades es la docencia, que al menos en cuanto a fechas
es predecible. En algún momento de julio o quizá de agosto, hay vacaciones, que
al menos en mi caso, llegan después de un pico de stress: el cierre de los
cuatrimestres en las escuelas de adultos. Cuando se hacen varias cosas y una registra
un pico de stress, las demás se resienten y el cuerpo entra a reclamar.
Reclamos que adquieren forma de gastritis, cambios súbitos de humor y otras
menos elegantes que para qué mencionar. Por suerte, mi pico de stress docente
cuatrimestral se compensa casi de inmediato con la llegada de las ansiadas
vacaciones, que me provocan, no se rían, una especie de jet-lag. Cosas que
pasan si se frena de golpe. Los primeros días son de angustia (si se ríen,
serán castigados). El cuerpo tiene memoria y si los lunes está acostumbrado a
un ritmo de 40 escuelas, el primer lunes que no hay que ir a esas cuarenta
escuelas, te pregunta el por qué de esa desaceleración repentina. Y el muy
idiota cuando por fin se acostumbra al dolce far niente, tiene que adaptarse al
vértigo otra vez, de modo que es poco lo que disfruta. Tendría que aprender de
Perrito, al que todo le chupa un hueso. Durante el trajín lectivo, exige que lo
saque, aunque sea brevemente, antes y
después de cada escuela. El muy pillo se aviva rápido de que permaneceré en
casa junto a él más tiempo y se despreocupa de las exigencias de las salidas.
Es como si necesitara salir menos veces, porque al tenerme con él más tiempo,
no le hace falta que le compense mi ausencia con salidas. Hoy, primer miércoles
de las vacaciones se tomó su tiempo para el paseo matinal. Normalmente espera
que tome mi café y vaya al baño. Cuando salgo, me está esperando para
demandarme que cumpla con mis obligaciones y por las dudas me haya atacado la
desmemoria, me mira a mí y después a la correa para que no haya confusión
posible. Hoy, no. Salí del baño y siguió durmiendo lo más pancho. A eso de las
11, comencé a preguntarme si no estaría enfermo. No lo parecía porque estaba en
uno de sus mullidos sitiales de descanso y no en su rincón de
estoy-enfermo-no-me-jodan. Recién a la una y media, se desperezó, estiró sus
músculos y se apoyó en mi muslo con cara de soy-adorable-y-merezco-una-salida. No
le tomó ni dos días adaptarse a las vacaciones, algo que a mí me toma entre una
semana y diez días. Insisto: tengo que aprender de Perrito.
MMMMMMMM... tengo que conocerlo mas a fondo.Solo pude verlo en un instante fugaz ( valga la redundancia, si es que no se me ocurre transformarla en metáfora ) Porque no ponerle el sobre-perri-todo, la gorra con orejeras y traerlo de paseo ???. Este es un barrio con muchas propuestas culturales para perros!!!!! Cariños de Margot (con pocas patas y muchas medias... )
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