Dado el estado público que tomó la actitud del elenco
de Love, love, love de no leer el texto con el que los espectáculos, todos los
años, adhieren a Teatro por la Identidad, creemos importante varias
aclaraciones".
En primer lugar, una consideración acerca de este
mismo estado público. La decisión de leer o no leer, adherir o no adherir a
Teatro por la Identidad, es absolutamente libre y personal y no merecería
ningún tipo de consideración, salvo en este caso, en el que esa actitud se
transforma, vía su publicación en LA NACION, en un hecho político.
De todos los espectáculos a los que les propusimos la
lectura (que no son todos, solamente por nuestras limitaciones logísticas, pero
son realmente muchos), el del espectáculo dirigido por Carlos Rivas fue el
único que rechazó la acción.
Lo que es una actitud esperable y posible. Pero el
hecho de buscar la ampliación mediática de esa actitud, no puede quedar sin
respuesta. Porque implica, no solamente una actitud interna de un elenco que,
suponemos, habrá sido discutida y decidida en la intimidad de la conciencia
individual de cada uno, sino la pretensión de justificar públicamente esa
posición.
Por lo que creemos importante tomar la palabra de
todos esos otros compañeros actores que sí leyeron el mensaje cuyos
espectáculos se listan al final de este texto y de la asociación Teatro por la
Identidad.
La lectura de esta carta en las salas comerciales de
Buenos Aires es una acción que emprendemos desde 2009 y es fundamental, dada la
argumentación de Rivas, mencionar que esta adhesión siempre ha sido total, con
absoluta independencia de banderías políticas, contándose, por supuesto, entre
quienes leyeron la carta a notorios opositores al Gobierno Nacional. Teatro por
la Identidad aprecia la libertad de sus adherentes para actuar en política
partidaria, pero basa su acción en la independencia respecto de los partidos
políticos. Por eso pretende representar a toda la comunidad teatral.
Es que consideramos que la cuestión de los nietos
apropiados y la urgencia de su restitución va claramente mucho más allá de
cualquier gobierno o partido. Las actitudes políticas de cualquiera de nuestros
compañeros (Incluso las de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo) son independientes,
salvo para una mente estrecha, de la indudable justicia de la causa en su
conjunto. Los contenidos del diario de Abuelas pueden ser discutidos o
polemizados como también la designación de los funcionarios de un gobierno.
Pero poner estas discusiones coyunturales por encima
de la necesidad imperiosa de cubrir con un manto de justicia una de las
acciones más perversas de la dictadura, y luego difundir esos argumentos
buscando en forma oportunista (dada la situación política electoral) el eco mediático,
no solamente es no aportar a esa causa, sino jugarle en contra. La tristeza de
la contradicción inevitable entre los ideales y la realidad se vive en soledad.
No se ventila en los medios. En los medios se actúa políticamente y se decide
(cosa que aparentemente es algo que a Rivas no le gusta o que supone
"autoritario") y que no es más que el juego libre de nuestra
sociedad, y lo que él, claro, finalmente, termina haciendo.
En el momento de decidir, el elenco dirigido por
Rivas, decidió no decir a sus espectadores los contenidos de una carta que a lo
único que se refiere es a la problemática concreta que nos encuentra en la
urgencia absoluta de cientos de Abuelas que están llegando al fInal de sus días
sin la paz de reencontrar a sus nietos robados.
Decidió no decir, (justamente la carta lo menciona)
que son ridículas nuestras rencillas cotidianas frente a la altura de esta
causa. Eligió no poner lo importante por sobre lo pasajero. Esta actitud, la de
coincidir en lo que coincidimos aunque difiramos en lo que difiramos, es la
base de la democracia y de la convivencia.
Lamentamos, aunque respetamos, esa decisión. Pero más
lamentamos que, en la búsqueda de una justificación culposa, esta actitud
solitaria y respetable, se haya transformado en un hecho de resonancias
sórdidas que tiene la virtud de mostrarnos cómo perviven en nuestra sociedad
(como viven entre nosotros también estos 400 nietos con identidades cambiadas) las
dificultades para encontrarnos con la verdad y la justicia.
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