Me gusta discutir de política. Me
hace sentir como un personaje prerrevolucionario de Tolstoi. Aunque en los
círculos en los que me muevo evito o aborto toda discusión política porque no
me responden en los mismos términos. ¿Cómo? ¿Por qué? Procuraré aclararme. Un
gobierno en ejercicio lleva a cabo acciones políticas concretas, reales. Tal o
cual gobierno instrumentan medidas que se gozan o se padecen. Un gobierno
neoliberal, por ejemplo, favorece que los que más tienen tengan más y que los
que menos tienen tengan menos. Un gobierno popular, por el contrario,
instrumentará políticas que incluyan y ayuden a recuperarse a los postergados
por un gobierno mencionado anteriormente. Como para hacer tortilla hay que
romper huevos, ante cualquier política hay sectores que se favorecen y otros
que no. La cuestión es ver cuáles, por qué y hasta qué punto se ven favorecidos
o desfavorecidos. Sólo así se sabrá con certeza qué apoyar. El problema como
siempre es la palabra. En los setenta, los que venían detentando el poder
económico se avivaron que quién posee la palabra, sigue a cargo de la manija.
De allí que monopolizaran las vías de expresión. A través de ellas digitan
opiniones, prejuicios, pensamientos y creencias. Cuando una política no
favorece sus intereses y no pueden defenderlos racionalmente apelan a lo
emocional, que se traduce generalmente en una especie de indignación moral.
Falsa, porque lo que oculta (el mantenimiento de intereses desmedidos) atenta
contra toda lógica ética de cualquier parámetro. El problema es que esa falsa
indignación moral es repiqueteada por todos los medios que poseen, desde
radios, diarios, televisoras, hasta redes sociales y portales de internet. Esta
falsa indignación moral impregna las reacciones de los no tan avezados en
desarmar discursos. Y eso dificulta que pueda discutir (no porque yo sea una
luz sino porque tanto por el inglés como por el teatro aprendí a navegar los
niveles del discurso). A lo que voy es que yo quiero discutir una medida
concreta tomada por el gobierno y se me contesta con una respuesta emocional.
No podré discutir con los que me
rodean, pero puedo discutir con Carlos Rivas, aunque más no sea por dos
motivos, no lo conozco personalmente, así que no tengo simpatías ni resquemores
que alentar o curar y segundo, lo respeto profesionalmente, he visto y
disfrutado algunas puestas que concretó como director teatral, tales como La
prueba o La duda. Comencemos.
Esta carta aparece publicada hoy, 30
de julio de 2013, en La Nación. Toda una toma de posición. La Nación, se sabe,
es antagónica (eufemismo si los hay) al gobierno. Lleva por título: El profundo dolor de un artista (casi)
libre. El casi, así entre paréntesis, es tanto irónico como chicanero, pero
dejémoslo pasar. Hay después una aclaración del diario que dice: Indignado por un episodio que tuvo lugar
días atrás en la sala en la que se representa una obra que él dirige (Love,
love, love), el autor, reconocido director y productor teatral, hizo llegar a
LA NACION el siguiente texto.
El texto arranca con una confesión de
parte: Nunca fui peronista. Ni creo que
lo sea alguna vez. Nunca fui kirchnerista, y tampoco me veo allí en el futuro,
si es que esta facción política tuviese algún futuro. (Carlos, lo siento,
pero esto de “si es que esta facción política tuviese algún futuro” es
descalificador y prepotente, te lo señalo porque más adelante te quejarás de
sufrir descalificaciones y prepotencias, o sea te molesta cuando la ejercen los
otros, pero cuando vos la ejercés, está bien). Seguís con: No milito ni milité orgánicamente en ninguna organización política. Me
sentí más o menos interpretado, a lo largo de casi 40 años, con lo que hoy se
da en llamar "centroizquierda", algo parecido a las
socialdemocracias. Fui a la Plaza a apoyar a Alfonsín. Fui a apoyar la elección
de Cámpora. Fui a la cárcel de Devoto a reclamar la liberación de los presos
políticos. Fui a muchos lados. Y también fui a la ESMA en aquel famoso acto de
principio de gestión de Néstor Kirchner, apoyando la recuperación para las
organizaciones de derechos humanos de esa vergonzosa institución militar que
manchará eternamente la historia argentina. Bien, dejás en claro tu
historial participativo y rematás con algo que más políticamente correcto es más
bien irreprochable: denostar la dictadura.
El segundo párrafo dice: Me gusta ser argentino, a pesar de las
innumerables razones (pobreza y corrupción estructurales, represión,
discriminaciones) que la práctica política y social de instituciones varias me
han ido dando a lo largo de mi vida, para empujarme a sentir vergüenza más de
una vez. Párrafo más bien emocional a pesar de tanto sustantivo. Como dije
antes, las emociones no se discuten. Diré que emocionalmente estoy en otro
lado, me gusta ser argentino y procuro que nada me avergüence y si algo tiende
a hacerlo, intento cambiarlo con cuanta herramienta tenga a mi alcance. Más que
por patriotismo a la galleta, por una cuestión intestinal, ya que con el
cuentito de ¿no-te-da-vergüenza-ser-argentino? nos han hecho tragar cada sapo
muy difícil de digerir.
Seguís con: Pretendo ser un artista y colaborar con mi obra a la construcción de
una conciencia comunitaria más solidaria, justa, equitativa y de signo
nacional. Frenemos en lo de signo nacional, perdón, pero desde hace mucho,
mucho (si es que alguna vez lo hiciste, yo ahora no lo recuerdo) que no llevás a escena obras argentinas, vos
sólo montás obras extranjeras que ganaron cucardas en Broadway o en el West
End, todo bien, pero te contesto con una perogrullada, lo extranjero no es
nacional. Desde hace más de 40 años voy
de teatro en teatro actuando y dirigiendo obras que me alimenten en la
comprensión de la vida humana y sus misterios. No soy político. Pero no soy
estúpido, creo. Sé que mis actos públicos (a través del teatro) constituyen un
acto, también, de naturaleza político-social. Bienvenido sea, pero
esencialmente soy un artista (lo pretendo) del teatro argentino. Insisto,
es teatro argentino porque lo hacés acá, pero en esencia es teatro
no-argentino, sorry, Carlos, hasta la mantención del título original de la obra
que hacés lo grita: Love, love, love.
Admiro
la lucha de las Madres de Plaza de Mayo en los "años de plomo".
Admiro la lucha de las Abuelas y la altísima dignidad con la que buscan a sus
nietos. Admiré (y quisiera que ella me permitiera seguir haciéndolo) a la
señora Estela de Carlotto, con un énfasis que tuve el honor de transmitirle
personalmente pocos meses atrás, cuando tuvo la deferencia de responder a una
invitación nuestra y asistir a una función de la obra Love, love, love , que dirijo. Aunque aborrezco las actitudes
"cholulas" y huyo de ellas como de la peste, le pedí que me
permitiera tomarme una foto a su lado para mostrársela a mi hijo, con orgullo. A la primera
parte de este párrafo la discutiremos más adelante, la segunda es emoción pura
y por lo tanto, se respeta.
Le siguen dos párrafos narrativos: Hace unos días me piden que se lea al
público una carta apoyando la nueva edición del ciclo Teatro por la Identidad
al finalizar la función de nuestra obra, como es costumbre en todos los teatros
de Buenos Aires. Decenas de veces lo hicimos en otros espectáculos y yo mismo,
en persona, fui el encargado de leerlo alguna vez. Siempre lo hice muy
entusiasmado, como un acto que me obligaba moralmente y a la vez me enaltecía.
Pero
esta vez, con enorme dolor, no pude, Estela. La encrucijada moral en la que
usted y su organización me encerraron no me dio alternativa. De ahí el motivo
de esto que hoy me siento compelido a expresarle.
Al
llegar al teatro donde se representa nuestra obra con la intención de leer
vuestra carta, me encontré en la puerta misma de nuestra sala (dentro del
teatro, no en la calle) con un grupo de legítimos adherentes de Abuelas
repartiendo al público que se retiraba el periódico oficial de su organización.
En la primera plana estaba una gran foto suya junto a la señora Gils Carbó,
apoyando la exótica y tendenciosamente bautizada "democratización de la
Justicia". Frenemos ahí, los calificativos te venden y denuncian
tu postura conservadora, ninguna discusión está mal per se, Justicia Legítima
es un espacio del Poder Judicial con una propuesta que procura rever el
establishment judicial, y expone razones con las que se pueden coincidir o no,
pero descalificarlas de antemano, desconociendo lo que exponen no es muy
democrático que digamos y habla de tu prepotencia y de tu descalificación, ¿te
acordás cuando párrafos atrás te quejabas de lo mismo?, caes en lo de la paja
en el ojo ajeno. Había también otros
titulares de primera plana acusando a la Corte Suprema de la Nación de atentar
contra actos legítimos de gobierno, por el solo hecho de cumplir con las
funciones a las que la Constitución (con la que este gobierno fue elegido) la
obliga. Expresar disenso no tiene nada de autoritario. ¿No te enseñó acaso
la dictadura lo que es ser “autoritario” de verdad? No te gustará que se
exprese disenso con la Corte Suprema, bien, estás en todo tu derecho, pero no
invalides el derecho de los otros a hacerlo. No olvides que Spinoza expresó
disenso hasta con el mismísimo Dios, y bien que se lo agradecemos, aunque más
no sea por ensanchar nuestra inteligencia. En
mi barrio no estaba bien visto ir corriendo los arcos en medio de un partido.
Nadie corre los arcos, la realidad fluye, no es estática, hasta si lo mirás del
revés es positivo, ¿hay algo más democrático que disentir con los funcionarios
que nombraste? Imposible para mi
conciencia ética ser cómplice de semejante autoritarismo encubierto, contra el
que traté de luchar durante toda mi vida. Caíste en la trampa lógica de los
que se quedan sin razón e insisten en tenerla, como en el fondo de
autoritarismo a secas no podés acusar, te refugias en lo de autoritarismo
encubierto, me permito una chicana: si no la ganás, la empatás. Con la carta de Teatro por la Identidad en
la mano, a punto de leerla, me sentí violentado ideológicamente. Víctima de una
encerrona fáctica que pretendía obligarme a convertirme en Drácula si la leía o
en Frankenstein si no lo hacía. Perdón, aunque se acepta lo de “violentado
ideológicamente” es una contradicción de términos, algo así como “me violaron
con amor”.
La rematás con: Pero aun había agravantes éticos más repugnantes a mi conciencia. Esto
ocurría el día en que la presidenta de la República pretendía que se aprobara
el pliego del general Milani, mientras una madre de desaparecidos de La Rioja
lo acusaba de responsabilidad en la desaparición de su hijo conscripto. No
la quiero hacer más larga, sólo te pido que salgas del túper y leas algo más
que La Nación y veas algo más que a Lanata, ojo, que quede claro si el tipo
está comprometido que no se lo nombre un carajo y se lo juzgue, pero mientras
tanto desbrozá y no caigas en simplismos.
La seguís con: Todo esto, además, estando en plena campaña electoral.
¿Cómo
no leer al público la carta que apoya el noble objetivo de ayudar a la
recuperación de hijos de desaparecidos? ¿Cómo leerla sin estar implícitamente
apoyando acciones netamente partidizadas por una organización que (a mi juicio)
jamás debió abandonar su misión de reclamar desde ese lugar de dignidad ética,
que no es propiedad de ningún gobierno, cualquiera sea su signo político?
Aquí la pifias de medio a medio, nada
es apolítico, insípido e incoloro, ni la Cruz Roja, mirá. Las Abuelas llevan a
cabo una lucha y tienen todo el derecho de conducirla como la creen mejor…
Podés acompañarlas o no. Y hasta acompañarlas con miramientos, podrías haber
leído la carta diciendo que apoyás sólo en lo que se refiere a la recuperación
de hijos, sin alharaca ni prestarte a la política oscurantista de La Nación,
que sí apoyó a la Dictadura que antes denostaste.
Decidí
no leerla: no quiero ser parte obligada de la campaña electoral del gobierno
nacional. Y pedí que si alguno de mis compañeros de trabajo en el teatro
quisiera hacerlo, aclarase al finalizar que no todos los integrantes de la
compañía coincidían con esta acción. Debatimos, y se concluyó que no la
leeríamos. Así fue. Por primera vez una compañía en la que yo participo no
adhirió a lo que siempre habíamos adherido con el corazón. En mi barrio
a esto lo llamamos escudarse en el número, coaccionar y mandar al frente a
todos. Si el problema lo tenías vos, hacete cargo vos y no involucres al resto.
Todavía algunas personas tienen códigos y prefieren apoyar al director para no
desautorizarlo aunque no se esté de acuerdo con él. Es un error pero uno muy
noble…
La seguís con: Tristeza, congoja, desazón. Dolor profundo. Angustia. Noche de
pesadillas en mi cama. O sea, emoción pura.
Y con: Decidí escribir este doloroso texto para explicarme. Decirles a mis
amigos, a mi hijo, por qué "traicioné" la noble búsqueda de Estela de
Carlotto a pocos días de fotografiarme con ella. O sea, confesión de parte.
Y la terminás saliendo del clóset: Ayer vi un cartel de la campaña política
del Gobierno: "En la vida hay que elegir". Por debajo del afiche creí
ver chorrear el pegamento del autoritarismo.
Elijo
la duda. No es pragmática y trata de eludir la soberbia de los necios
Sorry, Love, love, love, pero el
autoritario y necio sos vos. Por ahí de tanto hacer obras extranjeras estás
acostumbrado a analizar la realidad en términos que no son los nuestros sino
los de la realidad de las sociedades que las concibieron.
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