Lunes. Perrito me despierta para que
lo saque a pasear. Espío el reloj, no me puedo hacer el zonzo, es una hora
prudente. Me incorporo y la realidad me pega una trompada en el estómago. Tengo
que desandar una de las peores semanas del año. Me gustaría que ya hubiera
pasado, ilusión vana, hasta los malos tragos se pasan de a sorbos. Paseo a
Perrito. Vuelvo y me tomo un café negro, muy Bogart, con tostadas untadas de queso
crema, para nada Bogart. De repente me dobla un psicosomático dolor de espalda.
Adelanto el comienzo oficial del verano. Antes me curaba el dolor de espalda
acostándome sobre el piso, pero el frío de los mosaicos se me colaba. Hace un
par de años para no ensuciar el colchón nuevo tirándolo al piso, compré un
colchón inflable. Lo inflo cuando tomo el último examen y aunque deba patearlo
todo el verano, no lo desinflo hasta que las clases regresan. Perrito se
entusiasma, el colchón inflable me pone a su altura, no debe treparse con mañas
de saltimbanqui para acostarse conmigo. Después de jugar un ratito, nos
despatarramos. Prendo el ventilador de techo, creo una contracorriente con el
ventilador de pie y que vengan degollando, que a nosotros no nos importa nada.
Dormito unos minutos y Perrito ronca a sus anchas. Es un paraíso temporario,
más temprano que tarde habrá que levantarse y enfrentar el día. No debo caer en
el pánico, me repito. Se dice fácil, se cumple difícil. Proveerse de municiones
es la respuesta. Es imperativo que ponga nueva música en el celular. Las
oberturas de películas épicas no dan el
resultado Walter Mitty esperado, no me disparan a realidades paralelas.
Necesito algo yang, muy masculino, potente. Los últimos días del año lectivo no
son para gente sensible o delicada. Sin levantarme del colchón repaso mi
musiteca. Me acuerdo de uno de mis discos favoritos, The pursuit, que hace unos
años me regaló mi amigo Horacio para un cumpleaños. Me despego del colchón, lo
busco, lo paso a la compu, selecciono algunos temas, le agrego otros de Heard
it all before y tomo nota mental de preguntarle a Horacio si tiene
Twentysomething para que me lo copie. Bien, Jamie Cullum servirá para los
caminos entre escuelas. Imprimo la letra de Anyone can whistle de Stephen
Sondheim, me encanta reacomodar mis órganos de fonación con estas palabras de
Stephen. Poder decir o cantar palabras de Sondheim me devuelve el placer de
saber inglés. Bien, Sondheim servirá para la desesperación durante las clases.
Busco los libros con la obra pictórica de Seurat, servirá para cuando no pueda
redondear las palabras de Sondheim. Seurat es un pintor muy cerebral del que es
difícil enamorarse, pero Sondheim con su Sunday in the park with George me
enseñó a quererlo. Bien, municiones anti estrés, anti pánico, anti suicidio,
anti homicidio listas. Primera y segunda clases de la tarde, normales, los
sentenciados a examen aceptan su destino y no patalean. Tercera clase de la
tarde, horror de los horrores. Huí de ellos el lunes 18, el lunes siguiente fue
feriado, hoy ya no hay clases normales en esa escuela, sólo asisten los que
deben rendir examen. Mientras Jamie Cullum me da valor rumbo a la escuela, cruzo mis dedos para que no los
hayan hecho venir a todos, aunque yo no haya cerrado las notas. Una quimera.
Están todos y cada uno de ellos. Me torturaron todo el año y aquí están para
arruinarme hasta el último segundo. Les digo que si quieren aprobar deben hacer
este trabajo compensatorio que les llevo fotocopiado. Salvo tres, los demás
deben hacer buena letra si quieren que el promedio les dé siete. Por más que
pretendan portarse bien, en segundos la clase es el caos habitual. No pueden consigo
mismos. Uno de los más comprometidos protesta por el trabajo a realizar, dice
que no tiene por qué hacerlo, que tiene la carpeta completa. Cuento hasta dos
millones quinientos setenta y siete mil y le digo que tiene nada más que los
días que vino, que no fueron muchos, que a pesar de que se lo pedí muchas
veces, jamás completó los días que faltó, que fueron en realidad más de los que
vino. Insiste en que tiene todo. Tomo la carpeta de su hermana, que está
completa, y le muestro que le falta más de la mitad de los trabajos. A pesar de
la obvia evidencia, insiste en que tiene todo, que siempre que vino trabajó y
que no tiene por qué completar los días en que no vino por la sencilla razón de
que no vino. Exploto, vuelvo a tomar su carpeta y le muestro que, en
comparación con la de su hermana, ni siquiera hizo todos los trabajos los días
que vino. No tengo que hacer este trabajo compensatorio, tengo todo, insiste.
No puedo salir de la clase y dar un paseo por el patio para calmarme. Le digo
que haga la tarea o que se va a examen. Insiste por lo bajo con que soy un
tirano. Bueno, la frase que usa es soez, pero la idea creo que esa. Es hora de
Sondheim, tomo la letra de Anyone can whistle y la leo en voz baja. Una
nena me dice: ¿reza, profe? Le contesto
que algo así. Hasta el horror pasa y la clase termina, me queda otro lunes de espanto,
pero falta una semana para eso. Estoy en casa cuando la tormenta se desata. Por
suerte. Son cinco minutos intensos que dejan todo dado vuelta. Por supuesto se
corta la luz. La radio aconseja no salir por lo de los cables cortados.
Obedezco. Es un alivio. A esta altura, clase que no se da es un alivio. Menor,
porque las clases a las que falto eran de adultos y venían sin problema a la
vista. La luz no vuelve. Nunca me sentí mentido por el INDEC, porque midiera lo
que midiera a mí no me mentía. Voy al almacén dos o tres veces por semana, y a
los grandes supermercados una o dos veces por mes, así que sé si hay o no inflación,
y si mi sueldo está o no por encima de la inflación. Pero me siento mentido
cada vez que EDELAP no me informa por qué la luz no vuelve. Quiero saber qué
corno está generando el que no tenga luz, por qué y cuándo volverá. Quiero
saber si la culpa es de ellos o de la tormenta, y qué hacen para solucionarlo,
y cuándo mierda voy a volver a tener luz. Odio sus informes generales que no
dicen nada en concreto. Sé que me mienten y nadie protesta porque los medios
los apañan. Mi cuarto sin ventilador es el infierno tan temido… intensificado.
La noche es larga y sudorosa. El calor persiste, y aunque todo lo que puede
estar abierto está abierto, me sofoco. Dormito un poco y mal. A mitad de la
noche, vuelvo al living, tiro el colchón inflable y duermo allí. En el living,
con la ventana del patio y la puerta de la cocina abiertas, corre algo que con
buena voluntad puede considerarse un aire. Perrito se aviva o se apiada de mí y
elige dormir en el piso. Nos despiertan las primeras luces del alba, bastante
antes de que suene el despertador. La electricidad no volvió. Como la cafetera
no funciona, me preparo un café instantáneo, no es muy Bogart pero casi.
Durante la noche se oían cierras, cuando le doy a Perrito su paseo de las 6 y
media de la madrugada, antes ir a la escuela, el árbol caído en la esquina ya
está cercenado y no obstruye nuestro camino. Me visto de docente y salgo.
Curiosamente todas las escuelas a las que voy este martes, tienen luz. Suprema
ironía. Me toca la primera clase de orientación para examen, los alumnos están
en negación y rechazo. Saco los cuadernillos de fotocopias que les corresponde,
les hago un repaso y propongo el primer ejercicio. No tardan en decirme que no
entienden. Exploto, qué tienen que entender, les digo. Es un ejercicio de sustitución
por pronombres. Acabamos de repasar que I es yo, les digo, you es vos, he es
él, she es ella, etc, en las fotocopias al lado de cada pronombre está la
correspondiente traducción, si Miss
Perkins es la Srta Perkins ¿por cuál pronombre vamos a reemplazarlo? Por ella,
me contesta uno. ¿Y según esta lista, cuál es ella?, pregunto. She, me dice
otro. ¿Y entonces qué es lo que no entendés?, concluyo. Inglés, no entiendo, me
responde. No te pido que entiendas el inglés, le aclaro, sólo te pido que completes
el ejercicio para el que tenés en la fotocopia todos los elementos necesarios para
cumplimentarlo. No entiendo inglés, insiste. No exploto porque me tomo la
libertad de pasear por el patio para calmarme. Para disimular entro en
Preceptoría y pregunto una obviedad para la que ya tengo respuesta. Camino de
regreso al aula, decido que necesitamos mediación. Imposible, si doy
participación a una autoridad nos terminaría retando a todos y demoraría más el
conflicto. Es hora de Seurat, abro el libro con sus obras y mientras me pierdo
en el paseo de la Grande Jatte, vuelvo a explicar qué es lo que pretendo. El
alumno rebelde se resigna a que deberá rendir un examen y se aplica. A la clase
siguiente el calor ha regresado, techo de chapa, sol refulgente, sudamos como inmigrantes
ilegales en un conteiner. Me cago en la reputísima madre de todos los ministros
de educación, pasados, presentes y futuros, que dan como única respuesta a los
problemas de la educación agregar días de clase. Vengan ustedes, hijos de remil
putas, a dar clase en estas condiciones y van a ver qué ganas de aumentar días
cuando más calor hace les van a quedar. Es hora de combinar las municiones,
mientras los alumnos hacen su ejercitación, me calzo los auriculares con Cullum,
veo los cuadros de Seurat y leo a Sondheim, todo a la vez. Sobrevivo, incluso
cuando una alumna sale del aula dando un portazo, previo tirarme las fotocopias
por sobre Seurat y Sondheim. Cuando abro la puerta y le digo que se las lleve,
que igual le servirán, que ahí están todos los temas del examen, me mira con
odio reconcentrado y por suerte no me dice nada. Al rato aparece divertida la
preceptora para informarme que la fugitiva ha decidido no presentarse a rendir.
Cuando vuelvo a casa, la luz todavía no volvió. Preparo un bizcochuelo
Exquisita, cosa para la que no hay que ser chef. Mientras espero que se enfríe,
me digo, no sé la cultura, pero Cullum, Sondeim, Seurat y un colchón inflable
pueden salvar vidas. La mía y las de todos los que no estrangulé. Bueno, tampoco
los sobrevaloremos, que recién es martes a la tarde…