viernes, 27 de diciembre de 2013

La misma historia




Cambia todo cambia, dice la canción y uno asiente, más por ganas que por convicción. Quizá todo cambie, pero lenta, lenta, lentamente. Estamos en el siglo XXI, tenemos familias ensambladas, monoparentales, homoparentales, consensuales y claro, las tradicionales, pero a la hora de publicitar las benditas fiestas, solo se promueve el modelo tradicional estilo 1950, con el abuelo patriarcal y la imposición de la alegría fascista con arbolitos con bolas, papás noeles de gorros de piel en plena alerta roja, roja y no naranja o amarilla para estar a tono con el vestuario del gordo barbudo, estilo festivo que obliga a que casi todo el mundo se ponga en pedo para poder soportarlo.



En el obligado Facebook superamos el millón de amigos, que ambicionaba Roberto Carlos, los que nos oponemos al uso de la pirotecnia. Y llegan las 12 y hasta casi las 2, se desata en la ciudad el sitio de Stalingrado. Vivimos en un país con un altísimo número de perros por habitante y sin embargo por tirar un puto cuete más, a nadie le importa si quedan de tan aterrorizados al borde del ataque cardíaco.



Un policía pierde el control y balea a un pobre tipo que protestaba por el corte de luz, quien después muere. Dos vidas truncadas por usar la misma herramienta para protestar: el corte de calles, molestia que a todos incomoda. Cuando son otros los que lo hacen, puteamos, pero cuando nos toca protestar ¿qué hacemos? ¡cortar las calles!  Con lo imaginativos que somos para las puteadas, las avivadas, ¿no se nos ocurre otro tipo de protesta? No sé, ponernos en bolas, pintarnos de verde, hacer break dance, o lo más lógico para los cortes de luz: agarrar toda la comida que se nos pudrió y depositarla en las entradas a las oficinas de las distribuidoras de electricidad más cercanas o averiguar donde viven los gerentes y tirarles huevos podridos a las paredes de sus casas. No sé, me parece más efectivo que cortar por enésima vez una calle para fastidiar a quien nada tiene que ver con conflicto y que por supuesto nada pero nada puede hacer para solucionarlo.
 

Arranco con una canción, termino con una canción. Y el mundo gira, gira y gira, canta Liza Minnelli en una interpretación tan magistral que uno adhiere a su dolor de que todo seguirá igual. Bien, uno adhiere emocionalmente aunque intelectualmente uno espera que no sea así. No perdamos las esperanzas, después de todo hasta ella aprende en la misma película (New York, New York) y deja plantado al mejor DeNiro, todavía apuesto, joven y pujante, porque sabe que no le deparará más que sufrimientos. ¿Ven? Se aprende. Lástima que sea tan a la larga, larga, larga y tan lenta, lenta, lentamente.

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