Las pruebas del PISA (Programa Internacional para la
Evaluación de Estudiantes que da PISA y no pizza, por su sigla en inglés:
Program for International Student Assessment) dieron unos resultados horribles
y nos pusieron muy abajo en el ranking, lo que provocó desgarramiento de
vestiduras, alarmas exageradas y preocupaciones tan súbitas como pasajeras. Lo
peor fue que salieron a hablar ex ministros de educación de nefastas gestiones,
viejos especialistas pedagógicos que no pisan un aula desde que egresaron de la
facultad, opinadores profesionales que saben de todo, desde la altura ideal del
bonsái hasta el quiebre de las tazas chinas, modelos rubias y bomberos
jubilados. O sea gente con mucha autoridad en el tema. Los que trabajamos en
secundaria escuchamos y leímos sus palabras como si hablaran de la vida en
Saturno, porque lo que decían poco y nada tenía que ver con nuestra realidad
cotidiana. Pasaban por alto datos reveladores (el alto porcentaje de alumnos
que dicen sentirse infelices en la escuela, el alto porcentaje de ausentismo
tanto en alumnos como en docentes) y llegaban a conclusiones temerarias como el
garca irredento que dijo que la solución está en llegar a 200 días de clase,
reducción de feriados y perfeccionamiento para docentes en las vacaciones de
invierno para no interrumpir clases. Pónganse una mano en el corazón y
contesten con sinceridad: ¿a quién le gustó de verdad ir a la escuela? Las
escuelas con sus deliciosas comodidades edilicias no son más que cárceles
glorificadas, en las que impera el caos, el desconcierto y la frustración, y de
las que todos queremos huir. Y la solución del garca de siempre es encerrarnos
el máximo tiempo posible hasta que aprendamos algo. ¿No será tiempo de menos es
más? ¿Menos días de clases y mayores exigencias claras? ¿No será el momento de
premiar con más libertades al que aprende más rápido? Por ejemplo: este
trimestre como alumno de primer año, tenés que aprender todas las estructuras
con to be presente y los adjetivos posesivos, si dominás estos temas en tres
clases, podrás dormir un poco más y entrar a las 9:30 en vez de las 7:30, y si
son horas intermedias, podrás retirarte de las clases de inglés, pasear por el
patio con tu netbook y sus juegos y sus redes sociales, o aprender danzas
folklóricas, música, ver videos, practicar cocina o hacer yoga. Eso sí, todos
los alumnos de primer año de todo el país deben aprender el to be y los
posesivos, para que si tenés que cambiarte de escuela o de provincia, no tengas
problemas porque sabrás lo mismo que tus compañeros. Y si por el motivo que
fuera (familiar, social, sentimental) no podés aprender el bendito to be y los
beneméritos posesivos, tendrías que asistir temporariamente a otra escuela
donde al margen de enseñarte el to be y los posesivos atiendan tu problemática
particular. Y cuando hayas solucionado tu problemática o aprendido a convivir
con ella, podrás volver a la escuela de donde partiste. La inclusión no debe
hacer peligrar la exigencia. Y si vas al cine y sabés aceptar las normas
sociales que hay que seguir para ver una película sin traumarte ni estresarte,
también podrás comprender que las normas sociales de una escuela no son tan
distintas ni tan difíciles de seguir. Después de todo se trata de sentarse,
callarse, concentrarte y procurar entretenerte. No es intolerancia sino respeto
pedir que te calles y escuches cuando hablo, por la sencilla razón que me callo
y te escucho cuando vos hablás y te juro que no me traumo ni me estreso y menos
que menos veo cercenados mi libertad y mis derechos. Es sólo una idea. Lo urgente
es: BASTA de dar siempre la misma respuesta: más días, más horas. Y si tal como
parece, por molicie, demagogia, falta de imaginación o terquedad, triunfa la
postura garca, hasta yo me voy a hacer carpetero e incrementaré el porcentaje
de ausencias. Que la docencia sea mi medio de vida, no la autopista a mi
aniquilamiento.
Creo que era Einstein el que decía: si querés resultados distintos, no hagas siempre exactamente lo mismo. O algo así. La conclusión, para mí, y al menos en este tema, es que si ya intentaron aumentar ilimitadamente los días de clase y no sirvió para que mejore el nivel de los alumnos, tiene sentido seguir aumentándolos? Diría que no. La otra cuestión es que la vida tiene que ser realmente una catástrofe para que a un le guste ir a la escuela. Me acuerdo de algo que me pasó en el colegio -plena dictadura-. Para los actos había que juntar público (alumnos). Algunos alumnos iban de comparsa obligada al acto, y a los otros los dejaban salir antes. Al final, como era obvio, salíamos perdiendo los mejores alumnos, porque era entre nosotros que se elegía a los aplaudidores obligados, mientras que todos los demás se iban de joda. Y la obvia conclusión, hasta un imberbe tontolote como yo, era que hacías más negocio si eras mal alumno. Ahora, salvando las distancias, en esto pasa lo mismo: para qué vas a ser buen alumno y estudiar, cuando si no estudiás te hacen pasar igual porque la orden de muy arriba es esa?
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