En estos días Humphrey Bogart me sale
hasta por las orejas, lo que no me disgusta en lo más mínimo, no, más bien me
llena de placer.
El domingo 19, como ya conté, anduve
recorriendo librerías de viejo por la calle Corrientes. En mi favorita no
encontré nada en las bateas de los usados, y ya me iba cuando desde una mesa,
unos libros de cine captaron mi atención. En sus portadas, Humphrey, Ava, James
Dean y Audrey Hepburn me saludaban en radiantes fotos en blanco y negro.
Hojeo el de Humphrey. Es una especie
de diccionario. Pertenece a una serie titulada De la A a la Z, todo sobre (en
este caso, claro, el glorioso) Humphrey Bogart. Trae fotos, además de la
filmografía completa, la lista de las obras de teatro y de los radioteatros que
hizo. Estoy a punto de dejarlo cuando caigo en cuenta de que es ideal para
leerlo en clase mientras los alumnos hacen los ejercicios, en los recreos, en
las salas de profesores y en los colectivos. Las entradas son más o menos
cortas y van desde ajedrez (el hombre jugaba muy bien) hasta zumo de naranjas
rojas (con las que Humphrey preparaba unos cuantos tragos). Como todo libro de
datos no es necesario leerlo cronológicamente, de acuerdo al tiempo que se
tenga, se selecciona el tamaño de las entradas y se ocupa uno de aprehender la
información.
Lo compro (también el de Ava
Gardner). En casa lo forro para desalentar curiosidades y preservar la
intimidad y lo guardo en la mochila junto al borrador, las tizas y demás
herramientas profesionales. Ya en la primera clase descubro su utilidad,
planteo un ejercicio sobre adjetivos posesivos que les insume su tiempo a los
alumnos, primero deben comprender de quién se habla para determinar que
adjetivo usar. Mientras lo hacen, yo me adentro en aspectos de la vida y obra
de Humphrey. Hasta ahora no encuentro nada que no sepa, no es pedantería, tengo
mi bibliografía de Bogart de lo más aprendida. El compilador es español, un tal
Juan M Corral, y quiere hacerse notar
por su iconoclasia, dice, por ejemplo, que John Huston es un director del montón,
que El halcón maltés es bien torpe y
que su aplaudida planificación no es más que una copia de los encuadres de las
historietas. Estas destemplanzas más que enojarme, me divierten. A veces disipo
las dudas de los alumnos sin levantar la vista del libro, lo que estimula mis
pensamientos paralelos y ejercita mi vapuleado cerebro y si debo abandonar el
libro para zanjar un conflicto o atender un leve tumulto que puede derivar en
motín, lo hago sin culpa ni resquemor, ya podré retomar el hilo de lo que deletreaba, al no tener continuidad como un
cuento o una novela, las interrupciones no son invasivas.
En casa termino la segunda novela
policial de ciclo de Neal Carey por Don Winslow y no me adentro en la tercera,
no, rebusco en la biblioteca y rescato del olvido el librito sobre Humphrey de
David Thompson. Releo sus páginas antes de que me gane el sueño. El librito de
Thompson, aunque es un estudio serio de la actuación y las películas de
Humphrey, tiene el suspenso de un buen policial. Gradúa la información para que
seamos conscientes de que el mito de Bogart ¡estuvo a punto de no existir! Sí,
el hombre triunfó de grande y cuando ya desesperaba, cuando anestesiaba en
alcohol la aceptación de ser un eterno segundón desaprovechado. Tantas fueron
las piezas que debieron acomodarse para que el mito se diera, que uno termina
creyendo en la existencia de un divino ser superior por más que se sea ateo
hasta los tuétanos.
Y
así paso estos días, estirando los dos libros para que me duren más, sin querer
queriendo, porque siempre quiero, perdido en esta nueva e inesperada temporada
Bogart. ¿Es necesario decir que de paso aprovecho y repaso sus películas? No
creo, ya lo habrán adivinado.