viernes, 17 de mayo de 2013

Vértigo



Comencé a estudiar inglés a los 12 años porque quería entender a Humphrey Bogart sin tener que depender de los subtítulos (¡témele a lo que deseas porque puede hacerse realidad!)

Cuando se estudia un idioma, bueno, en el estudio del inglés al menos, al progresar te dan como deber que leas unos readers, libritos abreviados y simplificados de alguna obra literaria (el primero que leí fue The prisoner of Zenda de Anthony Hope). Después te dan cuentos ya en versión original, sin nada de simplificaciones (el primero que me tocó fue The luncheon de Somerset Maugham) u obras de teatro (mi primera fue The glass menagerie de Tennessee Williams, que no me dio mucho trabajo porque ya la había visto representada). Y en algún momento se salta a una novela.  A mí el salto me tomó de sorpresa. Por entonces iba a un instituto, que es más impersonal que lecciones particulares, claro. Un día, después de una clase, la profesora me dijo que esperara, que me quería dar algo para leer, algo relacionado con el cine, aclaró. Mientras buscaba en su carterón, imaginé que sería la biografía de un actor o una actriz. La pobre ya me había aguantado más de una vez, yo con el cine fui un pesado siempre. No, era The Great Gatsby de Francis Scott Fitzgerald. Me vio cara de preocupación y me dijo que no tenía que leerla para comentarla en clase, sino que me la prestaba para que la leyera por placer. No me preocupaba comentarla sino tener que leerla hasta el final. En aquellos tiempos era un soldadito prusiano, libro que comenzaba, libro que terminaba y me imaginaba tardando una eternidad, buscando 5000 palabras por página en el diccionario. Era una edición de Penguin y Robert Redford y Mia Farrow estaban en la tapa, en la misma foto que acompaña este post.

En el colectivo de camino a casa, la hojeé. No es una novela larga y las letras eran bien grandes para que ocuparan más páginas y pareciera un libro más voluminoso. Esa noche, después de mirar televisión, había entonces cinco canales, el control remoto no existía, así que uno veía el programa favorito de tal o cual día y nos íbamos a dormir, más bien temprano, por falta de tentaciones que nos desvelaran, bueno, me acosté, acomodé la almohada, acerqué a la mesa de luz The advanced learner dictionary of current English y me dispuse a leer el famoso Gatsby. El temor de no entender o de desconocer muchas palabras me daba vértigo.

Pasé la dedicatoria y el Foreword sin mayores dificultades y arranqué con la novela en sí. Me enamoró el primer párrafo. Tanto que lo releí en voz alta y no avancé hasta que lo supe de memoria. Todavía me lo sé y cosa rara en mí, jamás lo usé en un espectáculo y miren que hice cabaret literario hasta el hartazgo (del público, a mí todavía me queda hambre). Al resto lo leí de un tirón aquella mágica noche de jueves. Gracias a Dios no me presentó muchas dificultades, tan sólo algún que otro viaje al diccionario. Me dormí de madrugada, borracho de belleza.
Lo leí otra vez antes de devolverlo y al poco tiempo me compré un ejemplar de la misma edición. Lo perdí en la facultad, después de releerlo para Literatura Norteamericana, lo presté y se olvidaron de devolvérmelo. No importa, por su inmensa hermosura y por lo que acabo de contar, será siempre uno de mis libros capitales.

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