Comencé a estudiar inglés a los 12
años porque quería entender a Humphrey Bogart sin tener que depender de los
subtítulos (¡témele a lo que deseas porque puede hacerse realidad!)
Cuando se estudia un idioma, bueno,
en el estudio del inglés al menos, al progresar te dan como deber que leas unos
readers, libritos abreviados y simplificados de alguna obra literaria (el
primero que leí fue The prisoner of Zenda
de Anthony Hope). Después te dan cuentos ya en versión original, sin nada de
simplificaciones (el primero que me tocó fue The luncheon de Somerset Maugham) u obras de teatro (mi primera fue
The glass menagerie de Tennessee
Williams, que no me dio mucho trabajo porque ya la había visto representada). Y
en algún momento se salta a una novela.
A mí el salto me tomó de sorpresa. Por entonces iba a un instituto, que
es más impersonal que lecciones particulares, claro. Un día, después de una
clase, la profesora me dijo que esperara, que me quería dar algo para leer,
algo relacionado con el cine, aclaró. Mientras buscaba en su carterón, imaginé
que sería la biografía de un actor o una actriz. La pobre ya me había aguantado
más de una vez, yo con el cine fui un pesado siempre. No, era The Great Gatsby de Francis Scott
Fitzgerald. Me vio cara de preocupación y me dijo que no tenía que leerla para
comentarla en clase, sino que me la prestaba para que la leyera por placer. No
me preocupaba comentarla sino tener que leerla hasta el final. En aquellos
tiempos era un soldadito prusiano, libro que comenzaba, libro que terminaba y
me imaginaba tardando una eternidad, buscando 5000 palabras por página en el
diccionario. Era una edición de Penguin y Robert Redford y Mia Farrow estaban
en la tapa, en la misma foto que acompaña este post.
En el colectivo de camino a casa, la
hojeé. No es una novela larga y las letras eran bien grandes para que ocuparan
más páginas y pareciera un libro más voluminoso. Esa noche, después de mirar
televisión, había entonces cinco canales, el control remoto no existía, así que
uno veía el programa favorito de tal o cual día y nos íbamos a dormir, más bien
temprano, por falta de tentaciones que nos desvelaran, bueno, me acosté,
acomodé la almohada, acerqué a la mesa de luz The advanced learner dictionary
of current English y me dispuse a leer el famoso Gatsby. El temor de no
entender o de desconocer muchas palabras me daba vértigo.
Pasé la dedicatoria y el Foreword sin
mayores dificultades y arranqué con la novela en sí. Me enamoró el primer
párrafo. Tanto que lo releí en voz alta y no avancé hasta que lo supe de
memoria. Todavía me lo sé y cosa rara en mí, jamás lo usé en un espectáculo y
miren que hice cabaret literario hasta el hartazgo (del público, a mí todavía
me queda hambre). Al resto lo leí de un tirón aquella mágica noche de jueves.
Gracias a Dios no me presentó muchas dificultades, tan sólo algún que otro
viaje al diccionario. Me dormí de madrugada, borracho de belleza.
Lo
leí otra vez antes de devolverlo y al poco tiempo me compré un ejemplar de la
misma edición. Lo perdí en la facultad, después de releerlo para Literatura
Norteamericana, lo presté y se olvidaron de devolvérmelo. No importa, por su
inmensa hermosura y por lo que acabo de contar, será siempre uno de mis libros
capitales.
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