El recuerdo de este hecho me vino a
la memoria el día que escribí la reseña de Rigoletto
en apuros para Crónicas de Cine.
Gringo
viejo (1989) de Luis Puenzo, con guión de Aída Bortnik, sobre novela de
Carlos Fuentes, fue en un principio un proyecto de Jane Fonda.
Carlos Fuentes con toda intención le
alcanzó la novela a Jane, quién después de ver La historia oficial (1985) supuso que Puenzo era el director ideal
para firmarla. Con Puenzo a bordo, el proyecto se motorizaba para su consecución.
Puenzo llamó a Bortnik para que hiciera el guión y aseguró el rol del coronel
Frutos García para Patricio Contreras, quien daría una actuación inolvidable.
La buena de Jane quería que el bueno
de Burt Lancaster fuese el Gringo Viejo. Se sabe que los productores son, entre
los hijos de puta, los reyes, los emperadores, la más rancia nobleza. Como
buenos hijos de puta se cubren las espaldas, saben lo que son las puñaladas por
atrás, porque viven dándolas. Con el cuento del seguro le pidieron a Burt que
se hiciera chiquicientos estudios clínicos. Los análisis determinaron que Burt
arrastraba unos cuantos males, todos estables, más producto de la edad que de
una salud muy enclenque. Los productores les preguntaron a los médicos si
podían garantizar que Burt Lancaster estuviera vivo durante los próximos tres
años. Los facultativos contestaron que no podían asegurar ni que ellos mismos
estuvieran vivos durante los próximos tres años, que gente muy joven podía
morir de las complicaciones de un resfrío. A los productores, como buenos hijos
de puta, no les gusta la sensatez ni que los sermoneen, así que sugirieron a
Gregory Peck y lo sometieron a chiquicientos estudios clínicos. Finalmente los
hijos de puta, perdón, los productores le bajaron el pulgar a Burt y optaron
por Gregory, más que nada porque en el resumen de los análisis, Gregory tenía
menos casilleros marcados que Burt. Y porque Gregory tenía mejor el corazón, el
fisiológico, porque al otro los dos lo tenían perfecto.
No sé si Burt y Gregory eran amigos,
pero que se respetaban era obvio. Calculo que Gregory se consoló diciéndose lo
que decimos todos los que le quitamos el trabajo a otro involuntariamente: Si
no acepto, llamarán a otro, no hay nada que yo pueda hacer. Como los dos eran
tipos de una ética intachable, no les debe haber gustado nada verse envueltos
en una disputa miserable. Después, cuando llegaron las biografías no
autorizadas, los buitres debieron contentarse con si alguna vez se pasaron de
tragos o con quién se acostaron y cuando, porque aunque buscaron hasta en las
cloacas, no les encontraron ningún renuncio.
Burt se debe haber dicho: “Desde
siempre los actores se mueren en mitad de los rodajes y Hollywood no se hace
más pobre; si las escenas rodadas con el difunto son muchas, se cambia el
guión; y si son pocas, se extiende el rodaje y se hacen de nuevo con el
reemplazante”. Y como la sangre en el ojo no se le iba, decidió hacerles juicio
a los hijos de puta, perdón, a los productores, por matarlo antes de tiempo.
Y Gregory fue el Gringo Viejo nomás y estuvo genial. El mejor elogio se lo dio una
alumna mía de aquella época, entonces una niña, hoy una colega. Me contó que
había ido a ver la película con la mamá. Yo no la había visto todavía y le
pregunté si le había gustado. Me contestó: “Me encantó, y el viejito, no sé
quién es, me mató de amor”. Yo, por supuesto, sabía. Son esos comentarios que
sin querer te tiran encima una chorrera de años.
Burt ganó el juicio, pero fue una
victoria pírrica. Agregó unos millones más a su herencia, pero se quedó sin un
gran papel. Ironías de la vida, él, que con maquillaje se había agregado años
para esas dos joyas de Luchino Visconti: El
gatopardo y Grupo de familia,
cuando podía de hacer de viejo sin maquillaje, le birlaban posibilidades de
sacarle brillo a su talento. Como compensación hizo el mismo año del gringo
viejo El campo de los sueños con el
bueno de Kevin Costner, ahí Burt tenía un papelito que fue muy celebrado y
después recordado.
Como
espectador no sé a quién hubiera preferido para el gringo viejo, Gregory estuvo
magnífico y Burt también lo hubiera estado, de otro modo, porque otro era el modo que tenía de leer los
personajes. En lo personal, si alguien me preguntara a quién prefiero más, la
pregunta se equipararía en mi cabeza a la estupidez aquella de ¿a quién querés
más, a tu mamá o a tu papá? En mi antología privada, hay tantos títulos de
Gregory como de Burt. Amo a Gregory y amo a Burt. Lamento, sin embargo, que
Burt pasara por la ignominia de que quisieran enterrarlo cuando todavía estaba
de lo más vivito y coleando. Pero los hijos de puta no cambian. Así nacen y así
mueren. Más tarde, porque los hijos de puta duran más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario