A Perrito le gusta pasear, tanto que pasea 4 veces diarias.
Sí, ya sé, los perros normales pasean un rato una vez por día, pero como entro
y salgo 40 veces y cada vez que vuelvo me hace aspavientos como si se hubiera
muerto de angustia mientras esperaba que volviera (puro teatro, no bien salgo,
se hace un ovillo y duerme, lo sé, me lo contaron y hasta lo filmé), bueno, la
cuestión es que como su alegría es legítima, más allá de la sobreactuación,
liga como 4 salidas.
Y le gusta volver a casa tanto como le gusta salir. Cuando decide
regresar, emprende el camino con alegría, recorre el pasillo con felicidad y
traspone el umbral en una pata. Pero no se tranquiliza hasta que lo saludo,
aunque sea yo mismo el que lo haya paseado.
Él sabe que éste es su lugar en el mundo, donde come, duerme,
hace sus módicas gracias y se lo cuida, pero no halla verdadero sosiego hasta
que no se le ratifica que es bienvenido.
Supongo que como siempre debo sacar una conclusión, pero
¿para qué martillar sobre lo obvio?
Fue
otro capítulo de Zen al paso.
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