Ahora que gracias a Mi
semana con Marilyn conozco los entretelones de su filmación, vuelvo a ver El príncipe y la corista. Las anteriores
veces que la vi me pareció decepcionante, sigue pareciéndomelo.
Es mu verborrágica, esto no es una crítica, sólo una descripción.
Hasta muy entrados los setenta, las películas eran habladas hasta por los
codos. Bah, en realidad, muchas comedias a secas y casi todas las comedias
románticas siguen muy habladas.
Es muy teatral, tampoco es una crítica, es también una descripción.
Muchas películas son teatrales, incluso algunas que no están basadas en obras
de teatro como en este caso.
El problema está en su esencia. Se supone que es una comedia
romántica. El humor es escaso, tenso, no fluye, está demasiado trabajado. Más que
estimular o provocar risas o sonrisas, funciona como un pie, una indicación
escénica para los espectadores, algo así como “acá se ríen” o “acá sonríen”. El
romance se limita a un par de escenas y no funciona ni ahí.
Sin embargo Marilyn Monroe y Laurence Olivier están muy bien.
Por separado. Entre ellos no hay química. Es como si monologaran o como si
actuaran con otra persona que no está allí. Como si ella, tal como le sugiere
Paula Strasberg en Mi semana con Marilyn,
lo sustituyese con la imagen de Frank Sinatra o con la de una botella de Coca
Cola. Y él, Mi semana con Marilyn no
lo dice, pero yo lo imagino, como si la suplantara con la evocación de Vivien
Leigh, con quien hizo la obra en el teatro.
Y ahora seré malo, es posible que en el teatro, donde la obra
fue un gran éxito, lo romántico funcionara porque Vivien Leigh amaba a Laurence
Olivier profundamente y Laurence Olivier se amaba a sí mismo profundamente…
El proyecto en los papeles era un convenio ideal. Él
necesitaba algo que ella podía darle y viceversa. Él necesitaba cimentar su perfil
de estrella de cine y ella podía ayudarlo con su magnetismo cinematográfico.
Ella necesitaba que la tomaran más en serio como actriz y él podía ayudarla con
su aureola de gran actor shakesperiano. Ambos se vieron frustrados.
Poco ayudó a la inseguridad de Marilyn que Olivier y gran
parte del elenco tuvieran el texto aceitado porque lo habían hecho en el
teatro. Menos, que como hasta el día de hoy, los actores ingleses fueran
inmunes al Método de Strasberg, al que Marilyn adhería con fervor.
Y Olivier comprendió pronto que ella no podía darle lo que le
era inmanente: la facilidad, la frescura, el magnetismo con que la cámara registraba su actuación. Podés
actuar como los dioses, pero que la cámara te ame es una magia que se da… o no.
Como gancho, hubo una tanda de afiches como los que acompañan
esta publicación. La foto no pertenece a la película. Es de una sesión fotográfica
para promocionar la película en medios gráficos. Se los ve cómodos, conectados.
Si hubieran logrado en el set la chispa que se ve en la imagen, quizá otra
hubiera sido la historia.
Gustavo
Monteros
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