Si Yul Brynner, Gregory
Peck, Charlton Heston, Stephen Boyd o Rock Hudson hubieran aceptado participar
de la película, Yves Montand no hubiera estado, esto no hubiera pasado. Otras cosas habrían pasado, pero no lo
que pasó. O tal como pasó.
El título provisorio del
proyecto fue Billonario, porque
trataba de un multimillonario que se infiltraba en los ensayos de un musical
que lo ridiculizaba. Terminó por llamarse Let’s
make love (Hagamos el amor), aunque por lo que pasó Let´s fall in love (Enamorémonos) habría sido más apropiado. Era el año 1960. (Ah,
aquí se lo conoció como La adorable
pecadora)
Se filmó
en Los Ángeles y se les alquiló a sus estrellas dos bungalows adyacentes para
que se instalaran con comodidad. Él, Yves Montand, llego acompañado de su
esposa, la célebre actriz francesa Simone Signoret. Ella, Marilyn Monroe, vino
con su esposo, el no menos célebre dramaturgo Arthur Miller. Los cuatro
congeniaron muy bien. Los franceses sin duda deben haber hablado con el
dramaturgo de la película que hicieron en 1957 sobre su famosísima obra, Les sorcières de Salem, donde él había
hecho de John Proctor y ella de Elizabeth, su esposa (la pérfida Abigail le
había tocado en suerte a Mylène Demongeot), deben haber discutido las razones
por las cuales el resto del mundo no respetó el título en inglés de la obra, The crucible (El crisol) y prefirió el
más vendedor de Las brujas de Salem. No
sé de qué hablarían con Marilyn. De la fama, supongo. De las desventajas de
vivir en las tapas de los diarios, en el interior de las revistas, en las bocas
de los escandalosos y escandalizables.
La filmación
comenzó durante los primeros días de enero. Simone fue requerida en el viejo
continente. Tenía que filmar Adua e le
compagne del promisorio maestro Antonio Pietrangeli, que moriría demasiado
pronto y no podría erigirse como maestro a secas. La película, entrañable como
solo suelen serlo las películas italianas, trataba de cuatro prostitutas que
deciden poner un restaurante cuando el prostíbulo donde trabajaban cierra, cosa
que no será fácil porque a algunas personas no se les perdona el pasado.
Cuando Simone
llegó a Roma, un periodista le preguntó qué opinaría si Marilyn se enamoraba de
su Montand, a lo que ella alegremente respondió que revelaría tener el mismo e impecable
buen gusto para los hombres que ella, que no en vano se había casado con él. ¿La
alertó la tonta e ineludible pregunta? ¿Vio venir lo que sucedería? ¿O se concentró
por completo en el trabajo? Un director, Lumet, creo, aunque pudo haber sido
otro, dijo que Simone es tan concentrada y susceptible que si se la pone en una
bañera vacía y se le dice que se está ahogando, a los minutos hay que llamar a
una ambulancia. Como sea, según puede comprobarse en el resultado final de Ada y sus amigas, nada pareció apartarla
de su personaje.
Mientras
tanto en Los Ángeles, se producía otra despedida, Arthur Miller era requerido
en Nueva York y debía dejar sola a su glamorosa esposa. Se fue con la certeza
de que no lo extrañaría, el film era un musical, así que a las escenas de
texto, que tanta inseguridad le daban a Marilyn, había que sumar los ensayos de
canto y baile, que curiosamente le daban menos temor, además esta vez habría,
sin dudas, menos tardanzas en aparecer por el set, menos berrinches ante cada
coma que saliera mal, ni tragos secretos detrás de la escenografía, por dos
razones muy importantes, la primera, público y crítica la habían aclamado por
su trabajo anterior, hasta le habían dado un Globo de Oro como mejor actriz
(bueno, no era para menos, hablamos de Some
like it hot / Una Eva y dos Adanes) y segundo, la película que iniciaría
era dirigida nada más ni nada menos que por George Cukor, famoso por lograr que
sus actrices no solo se sintieran muy cómodas sino que lograran grandes
actuaciones, tan instalado estaba este concepto, que le decían el director de
actrices.
¿Cómo
nace el amor? ¿Cuándo? ¿En qué preciso momento? ¿Por qué? Si lo supiera me
haría rico. No solo habría develado uno de los grandes misterios que persiguen
al hombre desde que dejó de ser simio, sino que al precisarlo, podría
transformarlo en fórmula, en receta. Enamórese en cuatro pasos. Elucubraciones al
margen, Marilyn Monreo e Yves Montand se enamoraron.
Y fue
amor, no solo sexo y ternura, eso que se le dice romance, eso con lo que se
disimula la lujuria calenturienta que se desfoga incontenible, no, fue amor. Y hay
pruebas, hay un documental de la RAI, sabrá Dios por qué existe ese metraje,
¿formará parte del material publicitario de Adua
e le compagne?, sea por lo que sea, se ve pasear a Simone e Yves,
acompañados por Marilyn, alrededor de una inmensa pileta de natación, según
parece se trataba de una pausa que se tomaba Simone de su film para visitar a
su famoso marido, y no va que atestigua que se muere de amor por otra. Se ve a
Simone e Yves charlar, Marilyn está en silencio, pero el cuerpo de Yves está
pendiente del cuerpo de Marilyn. Si se quiere mostrar en una clase de
psicología, de sociología, cómo puede verse el amor en acción, cómo se
evidencia, qué cosas le hace a las personas, deberían pasar ese metraje. Si lo
ven, no lo dudan, lo aseguran, lo aseveran, lo señalan con el dedo, dicen esos
dos están enamorados y no lo pueden evitar, y la tercera persona lo sabe, o
porque su marido se lo ha dicho, o porque se ha dado cuenta sola, que esas
cosas, si no se es celoso o paranoico, se adivinan, se registran. Simone, que era
Aries, se debe haber dicho, lo que deba pasar, pasará, y se volvió a Italia. Le
gustase como no, su marido se había enamorado de la mujer más soñada del mundo,
¿por un ratito?, ¿para siempre jamás?, mejor no hacer nada, no sea cosa que por
este reclamo, este dolor, este despecho, logre que la moneda caiga del otro
lado, del que no me beneficia.
Simone corría
con ventaja. Su matrimonio con Yves era sólido de toda solidez, no solo
compartían trabajos sino ideales, eran zurdos de toda zurdez, con viaje a la
Unión Soviética incluido, su pasión política no los cegaría, sin embargo, criticarían
los excesos, la tortura y la muerte, pero eso vendría después, ahora, entre lo
que también compartían estaba la responsabilidad de ser padres de la hija que ella
le había dado a su anterior marido, el director Yves Allégret, Catherine, la
llamaron y había nacido en el 46, de modo que en el 60 desandaba los recovecos
de la adolescencia, algo que nunca es fácil. Claro, nada de esto le daba la
seguridad de que Yves volviera con ella, pero eran fundamentos firmes que le
permitían decirse que quizá lo haría, más que sí que no.
Marilyn,
se sabe, era enamoradiza. Muy. Ahora sabemos qué pasó la semana que escapó de
la filmación de El príncipe y la corista
en 1957. Por esa historia, y por otra, sabemos también que era la reina de los
afecto-carenciados. No, la reina, perdón, la suprema emperatriz. Con Tony
Curtis había sido otra cosa, una travesura, de repente, como quien no quiere la
cosa, le excitó hacer el amor con un hombre disfrazado de mujer. No era culpa
suya, era culpa del argumento o del director Billy Wilder. Yves era otra cosa, casi su ideal. Inteligente, culto, como
Miller, pero no tan frío, tan denso, tan complejo. Como sea, por lo que fuera, se
había enamorado del francés y fantaseaba con quedarse con él.
La película
se interrumpió entre el 7 de marzo y el 18 de abril por una huelga del
sindicato de actores. Tiempo que Yves y Marilyn aprovecharon para retozar y
jugar a que estaban casados y que el lindo y alquilado bungalow era el hogar.
Terminada
la huelga, todo se aceleró, debían recuperar el tiempo perdido, en el vértigo
de las cosas por hacer, él no cumplió con lo que ella le había pedido, se fue. No
podía decirse que era una promesa rota, porque él nunca había dicho que se
quedaría. No se encogió de hombros, aunque tampoco lloró un tanque de agua,
algunos hombres se le iban. El que vendría a buscarla, el gran Miller, en algún
momento también había sido su amor, el matrimonio que sostenían era más una
sombra que un hecho, pero en algún momento también había significado mucho,
¿por qué no defenderlo? Aunque más no sea porque había escrito el guión de la
película que haría a continuación, John Huston, quien la dirigiría, decía que
le había armado un personaje hermoso, estaría con una leyenda del cine como
Clark Gable y habría también alguien tan
o más conflictuado que ella, Montgomery Clift. Nadie sabría que sería la última
película que completaría, porque habría otra, sí, pero de la que quedarían solo
unas escenas. Pero no asistamos al velorio de Marilyn, todavía, que le queda
mucho por vivir. (Sería sí, la última película de Clark Gable, tan profesional
hasta el final, que tendría el ataque al corazón del que ya no saldría, el día
siguiente de terminada la filmación, imposible superar ese profesionalismo, un auténtico
soldado del cine)
Pero no
demos por terminado un rodaje que aún no empezó. Volvamos, digamos que ido
Yves, Marilyn se entregó por completo a la pre-producción de The Misfits / Los inadaptados. Y de la
salida de una de las pruebas de vestuario son estas fotos que salieron a la luz
y que cuentan otra historia, bah, las consecuencias de la historia que se
conocía, la del amor con Montand que se supo siempre, no se ocultó, no fue como
la de Tony Curtis, que se suponía entre sonrisas, pero no se sabía a ciencia
cierta si había o no pasado, hasta que Tony confesó, cuando ya no tenía
importancia, cuando ya no desvelaba a nadie.
Estas
fotos se tomaron el 8 de julio de 1960. Las tomó Frieda Hull, una fanática, una
groupie, más bien, porque la seguía a todos lados, junto con otras cinco, que por
eso se denominaban The Monroe Six, bueno, en fin, Frieda alega que ella en
particular llegó a ser amiga de Marilyn, y que por eso puede asegurar lo que
asegura, que Marilyn, como puede verse con claridad en las fotos, estaba
embarazada, y no de Miller, con quien prácticamente ya no tenía sexo, sino del
francés, de Yves Montand.
Frieda
Hull ya no está, para jurar que es cierto lo que se dice que dijo, no, murió la
pobre, el que cuenta es Tony Michaels, el que compró las fotos de entre toda la
colección de recuerdos de Hull, que fue vecino, amigo y compañero de tragos de
Frieda, y las compró baratas, porque no dijo que revelaban un embarazo secreto,
del que supo por Frieda.
Pero volvamos
al pasado, otro ratito, que tenemos que dar cuenta de un hecho muy conocido,
que puede ahora reinterpretarse.
El 6 de
agosto de 1960, casi un mes después de que fueran tomadas estas fotos, Marilyn,
que estaba en plena filmación de The
Misfits, fue internada de urgencia y se temió por su vida. De la producción
adujeron agotamiento, las revistas sensacionalistas hablaron de ingesta de
pastillas para dormir, tranquilizarse o bajar de peso, no faltó quien dijo
sobredosis de drogas, sea lo que fuere, el cuadro clínico jamás se divulgó, y
el motivo por el que fue hospitalizada se perdió en los pantanos de las
suposiciones. Ahora hay que agregar también entre las causas probables, un
aborto. ¿Se interrumpió naturalmente como otros que tuvo o lo provocó para dar
una última oportunidad a su matrimonio con Miller?
Entre los
aspectos de su leyenda figura que siempre anheló tener hijos y no pudo. También
se teme a lo que se anhela. ¿Acaso al ver que el embarazo progresaba con
fuerza, se asustó y se hizo un aborto clandestino que casi le cuesta la vida? De
haber nacido, este hubiera sido también el primero de Yves Montand, quien como
dijimos no tuvo hijos con Simone Signoret, que lo dejaría solo en esta vida por
mudarse a la eternidad en 1985, después, él, buscando descendencia o no,
voluntariamente digo, en 1988 tendría a Valentín con su asistente Carole Amiel.
Montand moriría en 1991. Desenterrarían su cuerpo el 11 de marzo de 1998 por la
demanda de una mujer, que aseguraba que su hija tenía a Montand de padre, la
prueba de ADN demostraría lo contrario.
Todo muere,
el tiempo todo lo sepulta, menos las historias de amor.
Gustavo
Monteros
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