Hay canciones que conviven con nosotros desde siempre
y para siempre. Y como bien dice Pasatiempo, el poema de Mario Benedetti:
Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía
luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era océano
la muerte solamente
una palabra
ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros
ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.
con un poco de suerte, el tiempo termina por atraparnos (y darnos una
buena paliza).
Conocí la canción siguiente en los primeros años de mi adolescencia y
por entonces, la letra enumeraba datos, ahora, si bien no me jubilé todavía, son
realidades. Se puede resumir que los artistas aspiran lograr la verdad y la
belleza. Este trío muy mentado, Mario Benedetti en la letra, Alberto Favero en
la música y Nacha Guevara en la voz e interpretación lograron con amplitud esa
ambición en esta canción. El tiempo no ha opacado a Nacha o Benedetti, pero ha
agigantado a Favero. O quizá solo me ha dado las herramientas para apreciar
mejor su talento. Como sea, hay verdad y belleza.
El cielo de veras que no es éste
de ahora
el cielo de cuando te jubiles
durará todo el día
todo el día caerá
como lluvia de sol sobre tu
calva.
Estarás algo sordo para escuchar
los árboles
pero de todos modos recordarás
que existen
tal vez un poco viejo para andar
en la arena
pero el mar todavía te pondrá
melancólico
estarás sin memoria estarás sin
dinero
con el tiempo en los brazos como
un recién nacido
y llorará contigo y llorarás con
él
estarás solitario como una ostra
y podrás hablar de tus fieles
amigos
que como siempre contarán desde
Europa
sus más tímidos contrabandos y
becas.
Estarás en la orilla del mundo
contemplando
desfiles para niños
eclipses
y regatas
te pondrás el sombrero para mirar
la luna
nadie pedirá informes ni balances
ni cifras
sólo tendrás horario para tu
muerte
pero el cielo de veras que no es
éste de ahora
ese cielo de cuando te jubiles
habrá llegado demasiado tarde.
(La canción se llama Cuando te jubiles, el poema en la que se
basa: Después)
La entrega de los premios
ACE transcurría según el libreto de toda entrega de premios. Los premiados
agradecían a quienes les daban el premio, a sus familias, a sus compañeros, a
quienes los habían elegido para ese trabajo. Algunos aprovechaban para adherir a tal o cual consigna de actualidad
urgente. Y como todos los años, cerca del final, el discurso de la presidenta
de la entidad, Nora Lafón. Y esta vez la gran sorpresa, con certeza, con
visceralidad, la enunciación del doloroso cuadro de situación actual. Lo
transcribo con mi deseo de superar pronto esta pesadilla en la que estamos
inmersos
"Y que les voy a contar
de lo que atravesamos como asociación y como país. Desde la venta de las joyas
de la corona con las privatizaciones, las inflaciones, el desempleo, el cierre
de fuentes de trabajo, la fuga de cerebros...
y tras cada período negro, una elección en la que depositábamos nuevas
esperanzas. Pero una y otra vez, como en el mito de Sísifo, al llegar
dificultosamente a la cima de la montaña, la roca se nos volvía a caer. Lo que
nunca había sucedido y creo que es por eso que estamos tan desconcertados, es
pasar de estar en una situación de bonanza, de recuperación de derechos para
todos, disfrutando de la más absoluta libertad y de haber librado la mayor de
las batallas por la dignidad como sociedad igualitaria y como país,
encontrarnos otra vez viviendo la misma película, sacando tarjetas de crédito
para pagar la anterior, que eso es adquirir deuda externa, hipotecar el futuro,
pero no importa, vamos a resistir. El teatro ha sido el más grande bastión de
la resistencia contra todo. Si juzgamos a los genocidas, vamos a poder
sobrellevar las tarifas, liberar los presos políticos, dejar de espiar a los
periodistas, recuperar el trabajo y todos los derechos adquiridos, de la misma
manera que conseguimos recuperar la identidad de los nietos apropiados y hay
familias que por primera vez lograron tener un hijo en la universidad. Gracias
por estar con nosotros esta noche, gracias por mantener la pasión militante por
el teatro, por seguir siendo militantes de la vida. Abracémonos fuertemente por
el teatro, abracémonos fuertemente por la vida y comprometámonos todos a seguir
fogoneando los sueños de una vida solidaria y mejor para todos"
En mis años tiernos, Yves Montand era una figura
cercana, quizá no tanto como Paul Newman u Omar Sharif, pero casi. Supongo que la
primera película que vi con él fue en televisión. Debió tratarse de una de las
dos en las que hacía de galán para estrellas estadounidenses, o Let’s make love (La adorable pecadora, George Cukor, 1960) frente a Marilyn Monroe o
My Geisha (Mi dulce geisha, Jack Cardiff, 1962) frente a Shirley McLaine. O
quizá se trato de Goodbye, again (¿Le gusta Brahms?, Anatole Litvak, 1961)
en la que el joven Anthony Perkins se
interponía en la relación que mantenía con una madura (por entonces ella tenía
46, que para los parámetros de la época eran como 100) Ingrid Bergman.
En cine debo haberlo visto por primera vez en alguna
matinée de Grand Prix (John
Frankenheimer, 1966) película de carreras, como su título lo indica, muy
frecuentada por entonces; en ese film andaban también otro de mis favoritos de
toda la vida, James Garner, la blonda Eva Marie Saint y el súper astro japonés,
Toshiro Mifune.
En el 70 o en el 71 vi su película más popular por
estos pagos Z (Costa Gavras, 1969)
era casi de visión obligatoria. Por esa fecha lo vi en otro film, que quizá no
fue tan exitoso, pero que para mí fue un hito: En un día claro se ve hasta siempre (Vincent Minnelli, 1970) un
musical tan raro como bello, una historia de amor, entre un psicólogo (Montand,
of course) y una paciente (Barbra Streisand) que se realizará recién en el
futuro, y con canciones muy, pero muy hermosas, entre las de él, mi favorita es
Melinda.
Al ratito nomás estrenaron su segunda colaboración
con Costa Gavras: La confesión (1970). Su tercera colaboración a decir verdad porque
en el lejano 1965 habían hecho Los
crímenes del coche cama (Compartiment
tuers). Y a cada rato en los cines de cruce daban Vivir por vivir (Claude Lelouch, 1967) en la que estaba con Annie
Girardot y Candice Berger, aunque yo no la vi, porque Lelouch en ese entonces
no me interesaba mucho, una noche que la dio canal 13 vi la última media hora y
concluí que no me había perdido mucho.
En un ciclo del Círculo de Periodistas pesqué La guerra ha terminado (Alain Resnais,
1966) en la que compartía cartel con Ingrid Thulin y Genevieve Bujold, mucho no
entendí porque me faltaba contexto político para captarla por entero, y me
intrigó más que me gustó, bah, por ahí no era en el Círculo de Periodistas sino
en la Alianza Francesa porque estaba medio prohibida, en esa época se prohibía
casi todo.
En algún ciclo también vi El salario del miedo (Henri-Georges Clouzot, 1953) que me pareció
muy superior a la remake con Roy Scheider que hizo William Friedkin en 1977.
A principios de los setenta fue muy popular también la
que hizo con Louis de Funes, Delirios de
grandeza (Gérard Oury, 1971).
En el 72 se enamoró de Romy Shneider, en la pantalla
al menos, bajo batuta de Claude Sautet: César
y Rosalie, la escena en la que se cambia los zapatos a pedido de ella es un
inolvidable acto de amor que se me fijó en la memoria.
En el 72, vuelta al cine político de Costa-Gavras: Estado de sitio, relato cercano geográficamente
porque contaba hechos ocurridos en Uruguay.
En el 74, de nuevo bajo las órdenes de Claude Sautet hizo
Tres amigos, sus mujeres y los otros
(Vincent, François,
Paul… et les autres. (Por esos tiempos veíamos otro Sautet hasta
el hartazgo: Las cosas de la vida con
Michel Piccoli, Romy Schneider y Lea Massari en la que un accidente dejaba a la
luz unas cuantas cosas secretas).
En el 75 se fue al sol de
Caracas en El salvaje (Jean-Paul
Rappeneau) para seducir con reciedumbre a la indomable Catherine Deneuve.
En el 76 lo vimos en un
policial Police Python 357 (Alain
Corneau) en el que también estaba Simone Signoret.
Ah, me había olvidado,
pequeño olvido, mirá, en el 70 estuvo en un grandioso Jean-Pierre Melville: El círculo rojo junto a Alain Delon,
Bourvil, Gian Maria Volonté, recuerdo que me impresionó sobremanera la escena
de su delirium tremens, más por Melville que por él, a decir verdad, un rincón
de la habitación estaba lleno y apilado de batracios y ofidios.
En el 79 aparecería en dos
películas que su polvadera levantaron, primero en un Costa-Gavras que se
olvidaba de la política para concentrarse en el amor: Claro de mujer, la mujer es cuestión era nada más ni nada menos que
Romy Schneider, que le hacía perder el sueño y el hambre a más de uno. Y después
en un thriller político apropiadamente paranoico I como Ícaro (Henri Verneuil).
En el 81 volvió con otro
policial La elección de las armas
(Alain Corneau) en la que compartía cartel con Catherine Deneuve y Gérard
Depardieu.
En el 82 fue el padre de
Isabelle Adjani Puro fuego Pura llama,
otro Rappeneau. Coprotagonizaba Lauren Hutton.
En el 86 lo veríamos en el
díptico de Claude Berri sobre las novelas de Marcel Pagnol: Jean de Florette y Manón del manantial junto a Gérard Depardieu, Daniel Auteuil y una
despampanante Emmanuelle Béart. Para nosotros fue su canto del cisne, porque si
bien filmó tres películas más: Trois
places pour le 26 (un musical de 1988 de Jacques Demy armado en torno a su
figura), Netchaïev est de retour (una
de espías de 1991 de Jacques Deray junto al por entonces incipiente Vincent
Lindon) y IP5: L'île aux pachydermes
(una road movie de Jean-Jacques Beineix de 1992) no las veríamos en cine.
Aunque este recuento parezca
exhaustivo, no lo es, dejé afuera unas cuantas películas o que no vi o que no
termino de acordarme. Como sea, es solo un pequeño homenaje para decirle que no
lo olvidé y que todavía lo extraño.
John Le Carré debutó en el cine en 1965 con el pie derecho. La primera versión cinematográfica de una de sus novelas, llamada aquí: El espía que vino del frío, fue dirigida, nada más ni nada menos, que por Martin Ritt, con un gran elenco encabezado por el inmenso Richard Burton, Claire Bloom y Oskar Werner.
La segunda fue The deadly affair, conocida por aquí como Llamada para un muerto y la dirigió otro grande, Sidney Lumen. En el glorioso elenco estaban Maximilian Schell, James Mason, Harriet Andersson, Harry Andrews y en su primera colaboración con Lumet (ella sería su Arkadina en La gaviota) Simone Signoret. Y como en Cortina Rasgada de Hitchcock, ir al teatro puede ser peligroso. Fue en 1966.
No hubo dos sin tres, la tercera no estuvo a la altura de las dos primeras, a pesar de que dirigía Frank Pierson, que después legó más de un título interesante. No se estrenó en Argentina y en España se la conoció como El espejo de los espías. La protagonizó el hoy desconocido Christopher Jones, que tuvo su agosto en 1970 en La hija de Ryan del genial David Lean como el militar con el que Sarah Miles le metía los cuernos a Robert Mitchum; la perdida en el tiempo Pia Degermark, saludada, ironías de la vida, como la nueva Ingrid Bergman, Paul Rogers, un secundario eficiente; más el legendario Ralph Richardson y el por entonces incipiente Anthony Hopkins. No es mala-mala, es más bien flojita y confusa. En los primeros tiempos del cable, la pasaban mucho, porque estaba Hopkins, claro. Fue en 1969.
Y recién en 1984 hubo otra película basada en una novela suya: La chica del tambor, en la que Diane Keaton se sacrificaba por amor a Yorgo Voyagis, un actor griego muy popular en su país. Andaban por ahí también Klaus Kinsky y Samy Frey. Dirigió el siempre confiable George Roy Hill. (Entre El espejo de los espías y La chica del tambor, como veremos abajo, la televisión le hizo justicia a la novelística de Le Carré).
En 1990, el gran Sean Connery dio lecciones de cómo amar a una mujer, algo que puede resultar no tan difícil si Michelle Pfeiffer es la doña en cuestión. En el elenco estaban también Roy Tiburón/All that jazz Scheider, James Fox, John Mahoney y Klaus Maria Brandauer. Ah, y el gran director Ken Russell en una de sus participaciones como actor. Se llamó La casa Rusia y la dirigió el ubicuo Fred Schepisi.
En el convulsionado 2001, de la mano del gran narrador John Boorman, le llegó el turno a El sastre de Panamá, con un elenco de aquellos: Pierce Brosnan, Jeoffrey Rush y la siempre fabulosa Jamie Lee Curtis. Participaba también el rotundo, en todo el sentido de la palabra, Brendan Gleeson. Dato curioso, fue la primera película de Daniel Radcliffe, incluso antes de su Harry Potter (su debut en la actuación fue en la tele como un joven David en una versión del David Copperfield dickensiano. Ah, estaba también el inmenso dramaturgo Harold Pinter en una de sus participaciones como actor.
En 2005, bajo la batuta del brasileño Fernando Meirelles, que había saltado a la fama con su Ciudad de Dios, 2002, llegó la versión cinematográfica de El jardinero fiel, con Ralph Fiennes y Rachel Weisz, que se amaron en escena con mucha química. Andaban también por ahí los hoy mucho más famosos Danny Huston y Bill Nighy. Buena película.
En el 2011, con dirección del sueco Tomas Alfredson, que venía de seducir al mundo con una de vampiros: Déjame entrar, 2008 y que tuvo su versión hollywoodense, llegó una inolvidable versión de El topo. El elenco de notables incluía a Gary Oldman en el protagónico, secundado por gentuza como Colin Firth, Tom Hardy, John Hurt, Toby Jones, Mark Strong y Benedict Cumberbatch. Imperdible.
En el 2014, dirigido por Anton Corbijn que venía de pegarla a lo grande con El americano, 2010, que no era otro que George Clooney, llegó El hombre más buscado, la penúltima película que completaría el recordado Philip Seymour Hoffman, con la hermosa, talentosa y encantadora Rachel McAdams, y los indiscutibles Willem Dafoe y Robin Wright. Efectiva, pero me gustó mucho menos que El topo.
Y ahora nos llega Our kind of traitor, bautizada entre nosotros como Un traidor entre nosotros. Dirige una tal (por ahora) Susanna White, de gran experiencia en la tv inglesa. En el elenco sobresalen Ewan McGregor, Stellan Skarsgard y Damian Lewis, actores habituales de los superlativos. Naomie Harris es la bella (y cómo) y presta su autoridad a la esposa, la gigantesca Saskia Reeves.
El topo es una novela estrellada, en cine fue estupenda, pero no menos maravillosa fue la miniserie que protagonizó Alec Guinness (uno de los pocos al que todos los adjetivos le quedan cortos). Fue en el lejano 1979, por aquellos años de pocos canales televisivos, canal 7 la programaba con frecuencia y la veíamos y reveíamos con justificada unción. Tan considerada y aplaudida fue que en 1982, Guinness volvió a calzarse los zapatos de George Smiley, tal el nombre del personaje, para La gente de Smiley, otro triunfo, no tan resonante como El topo, más que nada porque detrás de El topo hay una historia de amor y eso nos envuelve a todos.
Y este año, llegó también otra adaptación de una novela de Le Carré: The night manager. Una miniserie de 6 capítulos con Hugh Dr House Laurie y el ascendente Tom Hiddleston, al frente de un gran elenco que incluye, por ejemplo, a la magnífica Olivia Colman, Tom Hollander y Douglas Hodge, entre muchos otros. No la vi todavía, la reservo para un día de tristeza, o sea que la veré en cualquier momento. Bajo este gobierno arrasador y neoconservador, todos los días son tristes.