El sistema público argentino es gratuito, universal, extendido y generoso como en pocos lugares del mundo. La inversión realizada en la etapa kirchnerista es enorme y todos los que debaten la reconocen. Pero el avance cuantitativo no tiene una repercusión cualitativa similar, un problema que todos deberían reconocer como un desafío a encarar más pronto que tarde. La secundaria es el tramo más crítico, pero no el único.
Puertas entornadas por Mario Wainfeld, Página 12, miércoles 5 de marzo de 2014
Ilustración: cuadro de Fabio Hurtado
Cuando
iba al secundario estaba de moda la disciplina y el silencio. Cuando el
profesor/a entraba, nos poníamos de pie y contestábamos su buen día, nos
sentábamos y abríamos la carpeta en la materia en cuestión que se desarrollaba,
contestábamos el presente y nos aprestábamos a atender si se venía una
explicación o a anotar si se venía una ejercitación. Levantábamos la mano
cuando queríamos hacer una pregunta y esperábamos a que se nos autorizara para
hacerla. En las horas de matemáticas, química, física, inglés, lengua y
literatura, por ejemplo, cuando terminábamos un ejercicio, nos levantábamos
para que lo corrigieran y volvíamos a nuestro banco a esperar que todos
terminaran, mientras podíamos leer otra materia, dibujar, jugar a la batalla
naval con nuestro compañero de banco, o a enamorarnos de pura inercia. A veces
jugábamos al truco, con sigilo, ocultando las cartas, con la concentración de
quien juega al ajedrez. Podíamos hablar, brevemente y en voz baja con algún
compañero, más un intercambio de frases prácticas que una conversación. Hasta
en las horas libres hablábamos quedamente. En alguna oportunidad aproveché para
escribir unos poemas horribles que por suerte destruí, aunque a veces me
arrepiento, no porque la literatura hubiera perdido una obra irrecuperable sino
porque me gustaría ver qué me pasaba por la cabeza. También me detenía en las
páginas finales del libro de inglés, en ellas había extractos simplificados de
poemas y cuentos, in English, of course. En uno de los libros había unos
párrafos de un cuento de Katherine Mansfield que se llamaba The canary, en el
que una mujer sola contaba la relación que establecía con su canario, y a mí me
parecía el colmo de la soledad y el patetismo.
Es
curioso cómo tiempo se ocupa de desbaratar costumbres y creencias.
Hoy no se usa la
disciplina y el silencio, sino el caos. Soy profesor, cuando entro al aula
nadie se pone de pie ni contesta mi saludo, eso si los alumnos están en el
aula, porque si me toca la primera hora o vienen del recreo, primero hay que
arrearlos para que entren. Cuando paso lista dependo de la solidaridad de algún
chico/a que me contesta si están o no los que nombro y me los señala si todavía
no los identifico. Muy pocos están en sus asientos, deambulan de aquí para
allá, conversando entre ellos a los gritos. Comenzar la clase es una tarea
titánica, lo hacemos cuando más o menos la mitad está en una actitud que con la
mejor de las buenas voluntades podríamos considerar receptiva. Interrumpen
cualquier explicación con lo primero que se les pasa por la cabeza. Son inmunes
a la incorporación de toda norma, en cada clase hay que decirles que saquen la
carpeta, que no salgan del aula sin permiso, que no deben hablar con los que
pasan por el pasillo o el patio como si estuvieran solos. Es un milagro cuando
todos están sentados, hay que pelear con denuedo, con mucho denuedo, para que
contesten o ejecuten la más sencilla de las tareas. Amenazarlos con sanciones
es inútil, se encojen de hombros, sencillamente no les hace mella, pero te voy
a suspender, exclamamos a veces desesperados, mejor, contestan, así me quedo en
mi casa. Cuando se les da por la guerra de bollitos de papel, hay que esperar a
que se cansen para intentar detenerlos. Y siempre cruzamos los dedos o nos
encomendamos a un santo de nuestra devoción para que no nos insulten o nos
peguen. Y nunca pero nunca hay un momento de silencio. En el correr de los
años, tuve mascotas, no un canario o un gato, siempre perros. Sé que lo que cuenta Katherine Mansfield no es el
colmo de la soledad o el patetismo, sino un acto de afecto hacia otra especie
que nos da felicidad y nos mejora. Mientras escribo esto, Perrito está echado,
hecho un ovillo, a mi lado. Lo miro, se da cuenta de que lo miro, levanta la
cabeza y me devuelve la mirada, sabio y satisfecho. Es como si me dijera:
Katherine Mansfield era una genia y vos un ganso, Katherine Mansfield sigue
siendo una genia y vos gracias a mí sos un poco menos ganso.
Tu comentario me parece desesperante, y desgraciadamente, acertado.
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