Escrito el 18 de enero de 2024
Y como la realidad sigue fea, vuelvo a meter mi cabeza
dentro de un libro. En esta oportunidad, La fiesta del chivo de Mario
Vargas Llosa. Cuenta el fin del régimen de Rafael Trujillo en República
Dominicana en 1961. Transcurre en dos tiempos, 1961 y 1996 y tiene tres hilos
narrativos que se van entretejiendo para patentizar la significancia que tuvo
la dictadura trujillista. El primer hilo concierne al regreso al país en 1996
de Urania Cabral, hija de un senador del régimen. El segundo transcurre en 1961
y da voz a Trujillo que pasa sin saberlo, claro, sus últimos días. Y el tercer
hilo concierne a la peripecia de los asesinos que habrían de ejecutar a
Trujillo. Se inscribe en el subgénero de las novelas latinoamericanas de
dictadores, donde hay ejemplos tan logrados como El señor presidente de
Miguel Ángel Asturias, Yo, el supremo de Augusto Roa Bastos o esa
maravilla literaria que es El otoño del patriarca de Gabriel García
Márquez. Teniendo en cuenta el amor-odio que siente Vargas Llosa por García
Márquez, le debe haber dado unas cuantas vueltas a animarse a escribir él
también una novela de dictador. Aunque el camino elegido es diametralmente
opuesto. Si Gabo optó por el realismo mágico en su más plena expresión para su
patriarca, con un mar que hasta un buen día se va y deja un desierto, Vargas
Llosa elige el realismo, lo cual le sienta a su Trujillo a la perfección,
porque los horrores que describe no necesitan ninguna reinterpretación para el
espanto de su elocuencia. La fiesta del chivo es una novela atrapante
que se hace difícil dejar. La recomiendo ampliamente. Eso sí, repito lo que
dije respecto de La historia de Mayta, la anterior novela que le leí
este año al peruano. Que uno disfrute de su talento no significa de ningún modo
que uno acuerde con las opiniones políticas del ciudadano Vargas Llosa. El
hombre es un garca desvergonzado que ofende e insulta al que piensa diferente,
es garca de toda garquez, aunque a la vez es un novelista mayúsculo. O sea, lo
cortés no quita lo valiente, a lo que me refiero es: quedate con lo mejor y
dejá de lado lo peor.
Ahora se me ocurre que la historia de Urania Cabral tiene puntos
en contacto con La casa del ángel de Beatriz Guido, me refiero en
especial al trauma sexual que le queda a la protagonista. No sé si Vargas Llosa
leyó a Beatriz Guido, pero alienta mi teoría de que todo lo que uno hace queda
en algún lugar del universo para ejemplo o disfrute de todos. Algo no muy
novedoso u original. Porque ya se acepta que hoy un adolescente argentino que
escribe, aunque no haya leído jamás a Borges, le deberá algo a Jorge Luis,
porque leyó algo de alguien que sí leyó a Borges, tal vez un artículo
cualquiera en un diario o algo así. O sea, la infinita cadena de influencias.
Gustavo Monteros
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