(Escrito el 26 de enero de 2024)
Si bien ayer la participación masiva a la movilización
contra la ley ómnibus y el mega DNU me devolvió la esperanza, la realidad sigue
dura, y así sigo con la cabeza dentro de los libros.
Hoy hablaré de Aquello estaba deseando ocurrir,
libro de cuentos de Leonardo Padura. Conocí a Padura por las primeras novelas
de su detective Mario Conde y se ganó mi respeto. Pero con aquel verano que me
hizo feliz con su El hombre que amaba los perros, se ganó mi
incondicionalidad eterna.
De ahí que, en algún momento del año, me adentre en una
obra suya que no leí todavía. Aquí saca el logradísimo título ("Algo
estaba deseando ocurrir" roza la genialidad) de una frase de Marco
Aurelio, que él conoció en Franny y Zoey de Salinger.
La puerta de Alcalá es el primer cuento y narra como una
concatenación de casualidades lleva al reencuentro de dos amigos en una fría
noche madrileña.
En Nueve noches con Violeta del Río, un joven tiene un
romance con una diosa del bolero unos pocos años mayor. El amorío termina
abruptamente, y años después se la reencontrará como público en Miami, pero a
algunas cosas mejor dejarlas en el pasado.
En Adelaida y el poeta, un poeta consagrado obligado a dar
clases en un ateneo de fomento de la literatura, ante el cuento de una
jubilada, comprueba que su sensibilidad no está embargada por el hastío o la
burocracia.
En Sonatina para Rafaela, una pianista de restaurant,
aprende que no está sola en su hartazgo y en sus sueños muertos, que sus
compañeros de trabajo, en especial, el barman, quizá sientan lo mismo.
En Según pasan los años, una expareja de veintipicos ante
la muerte de un excompañero de la secundaria, reaviva sus desencuentros
amorosos.
En Los límites del amor, un hombre se debate entre dos
mujeres, a las que ama de manera diferente, pero de verdad.
En La muerte feliz de Alborada Almanza, una anciana se
entera de que la muerte no siempre es triste o trágica.
En El destino: Milano-Venezia (vía Verona), un aspirante a
exiliado en Italia va de un encuentro decisivo a otro.
En La pared, un hombre se acerca a un chico que juega y
reverdece por un rato sus sueños perdidos.
En Mirando al sol, unos jóvenes sin futuro se emborrachan,
se drogan, tienen sexo duro y sobreviven como pueden.
En La muerte pendular de Raimundo Manzanero nos da cuenta
de las posibles explicaciones ante el misterio de un suicidio.
En Nochebuena con nieve, un hombre se acuesta por fin con
su excuñada y alcanza una efímera gloria de sexo refulgente.
Y en El cazador, un homosexual no se resigna a la soledad y
anhela los amores perdidos.
Un buen libro que nos recompensa con creces el elegirlo. Si
siguen estos comentarios, se preguntarán por qué designio me tocan libros que
me gustan. No es suerte. Con los años aprendí a hacer casting de libros. Si uno
persiste en una afición, algo siempre se aprende. Leer en tiempos aciagos hace
bien, no solo los libros que recomiendo, cualquier cosa que nos guste. Meter la
cabeza en las realidades de un libro desata pensamientos paralelos que terminan
por aliviar las penas o desazones. Inténtenlo, no falla.
Gustavo Monteros
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