Una que daban siempre en las matinés de mi
infancia era esta Triple traición (Triple Cross, Terence Young, 1966) con
un Christopher Plummer recién salido de La
novicia rebelde y ya empeñado en despegarse del inolvidable Capitán Von
Trapp con el que para bien o para mal, para salud o enfermedad sería siempre
asociado.
Se supone que es la historia increíble pero
cierta de un ladrón que existió en la realidad, un tal Eddie Chapman. Un
sinvergüenza audaz y seductor con un gran talento y conocimiento de química capaz
de volar cuanta caja fuerte le interese.
Cuando el Reino Unido entra en la Segunda
Guerra Mundial, Eddie está de “vacaciones” en la Isla de Jersey, Inglaterra.
Termina en la cárcel y cuando la isla es dominada por los alemanes, les ofrece
sus “servicios”.
Es “entrevistado” por el Coronel Steinhager
(Gert Fröbe) y la condesa Helga Lindstrom (Romy Scheneider) que trabajan para
una unidad especial al mando del Baron Von Grunen (Yul Brynner).
Eddie será puesto a prueba en otra prisión
donde se relaciona con Paulette (Claudine Auger) que trabaja en la Resistencia
Francesa. Finalmente su desempeño convence al Baron y comienzan a entrenarlo.
En su primera misión lo envían a Inglaterra,
allí procurará vender la información que tiene al Servicio Secreto y tratará
con Freddie Young (el siempre ubicuo y magnífico Trevor Howard) que lo
reclutará como doble agente.
Se sobrepondrá a mil peligros con encanto y
envidiable sangre fría. Todo tiene la levedad y el brillo de una película de
James Bond, no en vano Terence Young venía de dirigir tres de las mismas, El satánico Dr. No (1962) (que definió
estéticamente la primera etapa de la franquicia), De Rusia con amor (1963) y Operación
Trueno (1965).
Las liaisons con el mundo Bond no acaban
allí, Claudine Auger era la chica Bond de Operación
Trueno, Gert Fröbe era el villano de Dedos
de oro (Goldfinger, Guy Hamilton,
1964) y la música de Georges Garvarentz parece una derivación de la Bondiana de
John Williams.
La dirección de arte es más errática que
fidedigna y el vestuario femenino, sobre todo el de Romy Scheneider, más que de
los cuarenta parece una simplificación de la moda contemporánea, o sea la de
los años sesenta, el tiempo del rodaje.
A la luz actual no es tan brillante como la
recordaba, pero un placer se reaviva al reverla: el elenco. Plummer, Schneider,
Brynner y Howard, juntos o por separado serán siempre una fiesta. No solo
París, Hemingway, en tu cara, Ernest.
Gustavo Monteros
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