miércoles, 17 de junio de 2020

Matiné 06 - Triple traición



Una que daban siempre en las matinés de mi infancia era esta Triple traición (Triple Cross, Terence Young, 1966) con un Christopher Plummer recién salido de La novicia rebelde y ya empeñado en despegarse del inolvidable Capitán Von Trapp con el que para bien o para mal, para salud o enfermedad sería siempre asociado.


Se supone que es la historia increíble pero cierta de un ladrón que existió en la realidad, un tal Eddie Chapman. Un sinvergüenza audaz y seductor con un gran talento y conocimiento de química capaz de volar cuanta caja fuerte le interese.


Cuando el Reino Unido entra en la Segunda Guerra Mundial, Eddie está de “vacaciones” en la Isla de Jersey, Inglaterra. Termina en la cárcel y cuando la isla es dominada por los alemanes, les ofrece sus “servicios”.


Es “entrevistado” por el Coronel Steinhager (Gert Fröbe) y la condesa Helga Lindstrom (Romy Scheneider) que trabajan para una unidad especial al mando del Baron Von Grunen (Yul Brynner).


Eddie será puesto a prueba en otra prisión donde se relaciona con Paulette (Claudine Auger) que trabaja en la Resistencia Francesa. Finalmente su desempeño convence al Baron y comienzan a  entrenarlo.


En su primera misión lo envían a Inglaterra, allí procurará vender la información que tiene al Servicio Secreto y tratará con Freddie Young (el siempre ubicuo y magnífico Trevor Howard) que lo reclutará como doble agente.


Se sobrepondrá a mil peligros con encanto y envidiable sangre fría. Todo tiene la levedad y el brillo de una película de James Bond, no en vano Terence Young venía de dirigir tres de las mismas, El satánico Dr. No (1962) (que definió estéticamente la primera etapa de la franquicia), De Rusia con amor (1963) y Operación Trueno (1965).


Las liaisons con el mundo Bond no acaban allí, Claudine Auger era la chica Bond de Operación Trueno, Gert Fröbe era el villano de Dedos de oro (Goldfinger, Guy Hamilton, 1964) y la música de Georges Garvarentz parece una derivación de la Bondiana de John Williams.


La dirección de arte es más errática que fidedigna y el vestuario femenino, sobre todo el de Romy Scheneider, más que de los cuarenta parece una simplificación de la moda contemporánea, o sea la de los años sesenta, el tiempo del rodaje.


A la luz actual no es tan brillante como la recordaba, pero un placer se reaviva al reverla: el elenco. Plummer, Schneider, Brynner y Howard, juntos o por separado serán siempre una fiesta. No solo París, Hemingway, en tu cara, Ernest.

Gustavo Monteros


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