Se suponía que era de acción, por eso el Cine
Belgrano la programaba seguido. Y sí, acción tenía, pero también era de amor y
esa fue la parte que me impresionó.
Tendría, no sé, once años, ponele. Y ya me
habían explicado la mecánica del sexo, lo de la tuerca y el tornillo, así que
ya podía deducir lo que pasaba en el fundido a negro después de un beso, o en
el paso sospechoso a otra escena.
Hoy la idea me perturba tanto como el papel
que envuelven los caramelos, pero entonces, a esa edad tan sedienta y vulnerable,
esta posibilidad me obsesionó y ocupó la cabeza en la almohada y el sueño que
le sigue.
La cosa venía así. En el siglo XI el
caballero Chrysagon de la Croix (Charlton Heston) es enviado por el Duque de
Gante a defender una torre rodeada de pantanos y marismas del ataque de los
frisones en la costa normanda.
Lo acompañan su conflictivo y resentido
hermano, Draco (Guy Stockwell) y su fiel escudero Bors (Richard Boone). A poco
de llegar, Chrysagon se topa con Bronwyn (Rosamary Forsyth) una hermosa
lugareña de la que queda prendado. La chica está comprometida para casarse con
Marc (James Farentino) hijo del jefe del pueblo, Odins (Niall MacGinnis).
Hay que aclarar que a pesar de que hay un
cura (Maurice Evans), los aldeanos no han perdido del todo las costumbres y las
creencias druidas.
Y Chrysagon, aunque podría tomar por la fuerza a Bronwyn y nadie le diría nada porque eran tiempos bárbaros, decide no hacerlo porque está enamorado y le gustaría que ella se entregara de motus propio. Se ve que el hombre no tiene mucha experiencia con las mujeres, ya que no se le ocurre seducirla, está todo el tiempo entre que si la viola o que ella se le entregue.
Bronwyn lo quiere, pero no hasta mucho quería
y respetaba a Marc. Entre tanta indecisión sentimental, atacan los frisones, y
los normandos se quedan con el hijo del jefe frisón, pero no se enteran todavía de que
el chico es príncipe.
Un día Odins le pide permiso a Chrysagon para
realizar la boda de Bronwyn y Marc. Chrysagon se pone como loco, pero Draco se
acuerda de algo que, según el cura, hacía el Señor anterior al que ellos
reemplazaron, cumplir con el derecho de pernada, una cosa que le permitía al Señor
Feudal desflorar a la novia que se casaría al día siguiente.
Según parece para el pueblo era un honor
“mejorar” la sangre uniendo aunque solo sea por una noche a una representante
humilde con la nobleza. Chrysagon decide hacer uso del privilegio como última
opción de relacionarse con Bronwyn.
Ahora el que se pone como loco es Marc, pero
el padre le dice que no puede hacer nada, que es la costumbre, que no es más
que una noche.
Bronwyn va a la cama como si fuera al
matadero, pero al ver el sufrimiento de Chrysagon y como ella también lo
quiere, se deja conmover y se entrega. La pasan tan bien que cuando el alba
llega, Chrysagon no quiere devolver a la novia y se arma el nudo de la película
que se desata con combates, traiciones, heridas, muertes y desamores, pero eso
no se cuenta, por si la ven algún día.
Lo que perturbó mis fantasías era lo del
derecho de pernada. Que un señor probara antes la novia me desvelaba. A veces
veía la cosa desde el punto de vista del novio y otras desde la visión del
Señor Feudal. Y no me ponía en los zapatos de la novia, porque ya era muy
complicado.
Especulaciones ociosas porque parece que el
derecho de pernada nunca existió, que fue un mito, una fantasía alimentada a
morbo. Lo que sí existió, más tarde al menos, fue la entrega de las hijas a los
generales victoriosos. Los soldados o los lugareños cercanos a algún campo de
batalla le llevaban sus hijas al jefe ilustre para que las inseminara, si
tenían suerte la familia se ennoblecería con un descendiente de linaje
mejorado. Así fue, por ejemplo, que Urquiza tuvo chiquicientos hijos.
La película es tirando a buena, la dirigió
con ganas, Franklin J. Schaffner, que un par de años más tarde volvería a
asociarse con Heston para hacer esa cosa mítica que fue El planeta de los simios (1968).
Volviendo a El Señor Feudal (1965), al contrario de todas estas épicas de época que se filmaban en Italia o España (el combate final reproduce máquinas de guerra similares a las que se usaban en el Medioevo y nos da una idea acabada de cómo se combatía) esta se filmó en Los Ángeles. Schaffner cuenta que casi todos los días tenía que andar sacándose de encima un muchachito que se colaba en la filmación, un día se hartó y le dio permiso de asistir al rodaje, el chico bombardeaba a técnicos y actores con muchas preguntas pertinentes. El chico era Steven Spielberg. Detrás de todo hay una historia.
Volviendo a El Señor Feudal (1965), al contrario de todas estas épicas de época que se filmaban en Italia o España (el combate final reproduce máquinas de guerra similares a las que se usaban en el Medioevo y nos da una idea acabada de cómo se combatía) esta se filmó en Los Ángeles. Schaffner cuenta que casi todos los días tenía que andar sacándose de encima un muchachito que se colaba en la filmación, un día se hartó y le dio permiso de asistir al rodaje, el chico bombardeaba a técnicos y actores con muchas preguntas pertinentes. El chico era Steven Spielberg. Detrás de todo hay una historia.
Gustavo Monteros
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