martes, 2 de junio de 2020

Matiné 03 - Khartoum



Entre mis 10 y 14 años vi Khartoum (1966) varias veces. Entre los reestrenos y las giras por los cines de cruce siempre la estaban dando y yo iba. Me aburría soberanamente y salía frustrado, con la sensación de que no había cumplido con las expectativas que la película había puesto en mí. Volví a verla cuando pasó a la televisión y el resultado fue el mismo: desatención, fastidio y aburrimiento. Di vuelta la página y la ignoré con la mala conciencia de que el conflicto no se había resuelto.


Y ahora que me he puesto a repasar las matinés de mi infancia, la reveo para ver qué encuentro. Para empezar, patotea. Dura apenas dos horas, pero tiene música de obertura, ¡intervalo!, y fanfarria de salida. Arranca con una voz en off que circunscribe la historia a contar con los eternos misterios del Nilo. La visión glorifica los dorados días perdidos del colonialismo, ¡andá!


Estamos en 1884, un ejército egipcio comandado por ingleses pierde una batalla frente el alzamiento de un líder musulmán fanático, Mohammed Ahmed el Mahdi (Sir Laurence Olivier).


El gobierno inglés, con el Primer Ministro William Gladstone (Ralph Richardson) a la cabeza, no quiere involucrarse en una guerra extranjera interna, pero como tampoco quiere dejar a sus aliados egipcios sin ayuda, decide enviar al General Charles “Chino” Gordon (Charlton Heston) a que pacifique la zona y si no lo logra que al menos evacúe Khartoum.


Gordon, por eso lo hace Heston, es un héroe del Sudán porque unos años antes liberó a sus habitantes del yugo de los traficantes de esclavos.


Gordon, por las tramoyas piratas de Gladstone, va y no va en representación de la Reina. Si triunfa va en nombre del Imperio, si fracasa es que fue por su cuenta, porque estaba en el vecindario y como no tenía nada mejor que hacer, se metió.


Y dado que Gordon hace lo que su buen juicio le dicta y no es de atenerse a las conveniencias político-diplomáticas, Gladstone lo manda con alguien que lo espíe y en la medida de lo posible, lo controle, el coronel J.D.H. Stewart (Richard Johnson).


Ninguno de estos personajes es ni remotamente agradable y menos que menos simpático. Todos hablan y se comportan como si se cartearan con Dios y tienen diálogos pedantes, grandilocuentes, solemnes, sin nada de humor.


La producción es importante, con muchos extras de verdad, no dibujados por una computadora, pero no se luce.


El director Basil Dearden era eficiente, aunque no muy inspirado y aquí, como acostumbra, hace gala de su profesionalismo, cuando lo que se necesita es alguien que pueda trascender un material tan esquemático.


Las escenas introductorias con desierto y el Nilo (nada del otro mundo) tenían ¡otro director!, un documentalista, también experto en manejo del color, Eliot Elisofon.


Olivier con la cara embetunada y con solo cuatro escenas en total, revolea los ojos y dice líneas pretendidamente profundas con un acento extraño.


Heston, que nunca fue un actor muy habilidoso, necesita siempre un director que le saque algo, y aquí no lo encuentra. Y como no hay excusa para lucir su torso peludo, lo visten de chaquetas bordadas a todo lujo.




Obviamente fue un proyecto para vampirizar el éxito de Lawrence de Arabia (David Lean, 1962) y queda justamente a la sombra. Y si hoy subsiste es por el oficio de todos los involucrados. Porque si Lawrence de Arabia es una catedral gótica, Khartoum es una capillita de campo.


Y es feo autofelicitarse, pero ¡qué bien hacía en aburrirme!, salvo escenas sueltas, el film desata más tedio que entretenimiento.

Gustavo Monteros

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