Carta Abierta
Febrero de 2016
La situación del país es insólita, pero en modo alguno
desesperante: el campo popular superó momentos mucho peores. Además, toda
Latinoamérica sufre esta etapa avanzada del colonialismo corporativo. Por
suerte, frente a las horribles tragedias de nuestros hermanos, hasta el
presente no llevamos la peor parte ni mucho menos.
No obstante, no dramatizar no significa subestimar el
panorama argentino actual, que es de caos institucional (gobierno por
decretos-leyes, incluso en materia penal y tributaria; despidos masivos e
indiscriminados de funcionarios; distribución centralizante de la
coparticipación federal; designación de jueces supremos por decreto; clarísima
usurpación de competencias del Congreso; amenaza a la autonomía del Ministerio
Público; desbaratamiento del AFSCA; supresión de toda disidencia en los medios
de comunicación; endeudamiento e inflación; devaluación acelerada del salario
real; extorsión manifiesta al sindicalismo; y un largo etcétera).
El Poder Judicial complica más las cosas: los jueces
cercanos al campo popular son estigmatizados como militantes ; los que
consienten y legitiman el caos institucional, son los imparciales o
políticamente impolutos. En poco tiempo se acentuará el desprestigio del Poder
Judicial, cuyo grueso lo compone una masa silenciosa que, dentro de todo, hace
bastante bien las cosas. Es muy posible que en el futuro sea el chivo
expiatorio, sobre el que recaiga la totalidad de la responsabilidad de este
caos institucional.
Si bien las cuestiones institucionales no provocan
movilizaciones masivas, las tropelías institucionales preanuncian siempre
atropellos de otro orden que, por otra parte, se advierten discursivamente sin
tapujos. A este caos institucional se suma la torpeza política, con una tónica
general que no puede menos que recordar la prepotencia de la revolución
fusiladora. La prisión de Milagro Sala es ordenada por una justicia manipulada
impúdicamente con tal grado de descaro, que ni siquiera al recordado Menem se
le pudo achacar.
No se trata sino de una clarísima muestra de grosería
política revanchista. Al escándalo de pretender que la protesta configura
sedición, se suma el injustificado requerimiento previo de fuerzas federales
que ha costado 43 vidas. (En perspectiva regional no es descabellado calcular
43 + 43 = 86, pues tanto a los normalistas de Ayotzinapa como a nuestros
gendarmes los podemos poner a la cuenta de los virreinatos del colonialismo
avanzado). El papelón internacional de la Argentina con este caso es
considerable y nos afecta a todos los ciudadanos.
La exigencia transnacional de intervención de Fuerzas
Armadas con pretexto de combate al narcotráfico, conforme a la experiencia
regional, pone en riesgo la Defensa Nacional, pero implica también una
intimidación pública, de la que forma parte el renacimiento de procedimientos
policiales archivados hace años. Torpeza política, control de medios,
movilización de fuerzas federales, riesgo para las Fuerzas Armadas de la
Nación, intimidación pública, manipulación judicial y caos institucional generalizado,
forman un cocktail de alto y peligroso poder embriagante, debilitante de frenos
inhibitorios. Frente a esto, muchos ciudadanos –y en particular los más
jóvenes- preguntan: ¿Qué podemos hacer? ¿Qué debemos hacer?
No soy la persona indicada para proporcionar esa
respuesta, dado que no es jurídica ni institucional, sino política y, por ende,
esa naturaleza indica que deben proporcionarla los políticos. Pero los
políticos del campo popular aún están shockeados. No saben bien qué hicieron
mal. Creo que no han hecho nada demasiado mal; quizá no admitieron que algunas
tazas molestas se podían reacomodar en el armario. No contaron con la versión
local de monopolio mediático propio de nuestra región (no tolerado por ninguna
de las democracias del mundo desarrollado) y que, como parte de las
corporaciones transnacionales, aprovecharía ese flanco para estafar a alguna
gente, haciéndole creer que el cambio se limitaría a remover algunas tazas de
una posición que les resultaba antipática. El error táctico fue no moverse con
la rapidez necesaria para mostrar que no venían a cambiar de posición las
tacitas, sino a romper el armario.
Pero nuestros políticos parece que comienzan a
reaccionar, como crecientemente se les reclama; la reunión de gobernadores es
prometedora. En breve volverán a ser protagónicos si dejan de pasarse facturas
y postergan el internismo, que es el cáncer de los partidos del campo popular,
como lo demuestra el espejo del radicalismo.
Sería suicida distraerse con el internismo y alejarse del
Pueblo, pues pelearían por un armazón vacío: toda estrategia y táctica popular
debe priorizar la respuesta al Pueblo. Pero en tanto terminen de salir del
estupor y asuman la función natural de conducción y orientación, debe primar la
prudencia. Nuestro Pueblo no está indefenso. La pretensión de una construcción
mediática de realidad única, está condenada al fracaso. La tecnología
comunicacional actual no es la de 1955 ni la de 1976. Además, no faltará en el
propio campo mediático empresarial quien aproveche la demanda de al menos el
50% del mercado: si medio mercado (con perspectivas de aumentar) demanda
galletitas, alguien las ofrece.
Las plazas no cesarán; en este caso no es verdad que la
gente se cansa. Las cesantías masivas en la administración de miles de
funcionarios, los convierte mecánicamente en militantes. Y dentro de escasos
meses se sumarán las otras víctimas de este descalabro de concentración de
riqueza y de crecimiento de lo único que harán crecer: el coeficiente de Gini,
o sea la desigualdad social.
Esa militancia necesita conducción, orientación y también
contención de los políticos, ante todo porque debemos cuidar la vida de nuestra
gente. Deben conducir porque debe contenerse a cualquiera que se descontrole y
detectar a los provocadores. Ni la menor violencia debe salir del campo
popular, porque la están esperando para reprimir, y para la represión son
todavía más torpes que en lo político, que es decir. No debe olvidarse que la
violencia nunca fue propia del campo popular, sino de sus enemigos : los
sucesivos virreinatos destrozaron la modesta vivienda de Yrigoyen, anularon la
elecciones de Pueyrredón-Guido, fusilaron en las dictaduras de 1930 y 1955,
derogaron una Constitución por bando militar, convocaron a una Constituyente
sin Congreso, bombardearon la Ciudad de Buenos Aires y ametrallaron a los
trabajadores, destituyeron jueces masivamente, sancionaron el decreto 4161,
proscribieron partidos mayoritarios, impusieron penas validas del estado de
sitio, anularon las elecciones de 1962, encarcelaron a presidentes electos por
voto popular, sometieron civiles a juicios militares, asesinaron y
desaparecieron a decenas de miles de personas, robaron bebés, se
autoamnistiaron, y hoy provocan el caos institucional.
A toda costa se debe impedir cualquier pretexto que
permita legitimar la represión. La protesta debe canalizarse orgánicamente, con
conducción y contención, agotando todas las medidas legales, ocupando todos los
espacios de libertad que tenemos por ley y Constitución. La lucha no violenta
es de valientes, no de timoratos ni medrosos, porque no evita la violencia de
los otros, sino que la deja en descubierto y los deslegitima y debilita. Se
trata de la vieja técnica oriental: la defensa consiste en usar la fuerza del
contrincante para debilitarlo.
Los defensores de la violencia suelen ironizar respecto
de Gandhi, recordando que los ingleses victimizaron a miles de personas en la
India, que luchaban pacíficamente. La idealización de la violencia, en la que
se nos educa desde niños, les impide calcular el tiempo que hubiese durado y
los millones que hubiesen perecido si la lucha por la independencia de la India
hubiese sido violenta. ¿O se olvidan que los colonialismos son impiedosos? Pero
la lucha contra el caos requiere orden y organización: La organización vence al
tiempo, decía Perón. Es menester conducción y organización, para que todo
ciudadano, dentro de sus posibilidades, se convierta en creativo, en pensador,
en jurista, en difusor, en síntesis, en político. En breve serán pocos los que
digan Yo no entiendo ni quiero saber de política. La política es el gobierno de
la polis, y a poco andar -y por el camino que adopta este virreinato- todo
ciudadano se dará cuenta de que quienes fomentan la antipolítica y se proclaman
apolíticos, en realidad quieren ejercer el monopolio de la política, o sea, del
gobierno; más que nunca su torpeza va mostrando una opción bien férrea : o nos
gobernamos nosotros o nos gobiernan otros. Insisto en que no soy la persona
indicada, pero de momento me permito sugerir:
(a) Nada de violencia.
(b) Ocupación de todos los espacios legales y
constitucionales para reclamar, denunciar y protestar.
(c) No asumir ningún riesgo inútil.
(d) Reclamar de los políticos que despierten de su
schock.
(e) Contención de quien se descontrole y separación
urgente de los provocadores.
(f) Utilización de todos los espacios de comunicación.
(g) Postergación de todo internismo.
(h) Privilegio de la función de conducción y orientación
popular.
(i) Generosidad con los errores ajenos y corrección de
los propios.
(j) La fuerza se vence usando las neuronas, o sea, lo que
a la fuerza le falta: la razón.
Hace muchos años, había un busto de Evita en la columnata
de entrada al Cementerio de la Chacarita. La dictadura de 1955 lo retiró. El
día de difuntos, la gente pasaba y cada uno dejaba una flor en el lugar en que
había estado el busto, hasta que se formó una montaña de flores. Aprendamos la
lección popular: enterremos la prepotencia del caos institucional bajo una
montaña de flores.
Raúl Zaffaroni