La gente de la costa (¿los operadores
turísticos?, ¿los intendentes?, no sé, no presté atención, mi mente como
siempre está perdida en algún dilema existencial irresoluto) pide que las
clases comiencen en marzo. Contra toda esperanza mi corazón va con ellos.
Días después, Sileoni, el ministro
nacional de educación, explica que es imposible que las clases empiecen en
marzo porque deben alcanzarse los 190 días del último decreto (el último
decreto que pasé contigo / quisiera olvidarlo pero no he podido) y como la
educación está en crisis (el eufemismo del siglo) los chicos necesitan todos
los días de clases posibles (mirá vos). Cualquier portero sabe lo que necesitan
los chicos para educarse, lástima que los ministros prefieran los asesores
pedagógicos, personas que saben todas las respuestas sin haber pisado un aula
en su vida desde que salieron de la salita rosa.
Lunes a la tarde, sudo frío, me
tiemblan las manos, el corazón me late más fuerte que la batería de Phil
Collins, estoy llegando a una escuela en la que debo dar clase de dos horas
reloj a adolescentes que se resisten a aprender nada. Menos llevar señoritas
para que hagan el baile del caño, mariachis que canten en inglés, disfrazarme
de payaso o balancearme en un trapecio, lo intenté todo sin ningún resultado.
Llego y le digo a la preceptora que esta tarde quizá renuncie, que no los
aguanto más. Si le sirve de consuelo, me dice, los del otro primero son peores.
No me sirve de consuelo, pero logro navegar la frustración y el ataque de
pánico y no renuncio. La educación es para los hombres y mujeres de coraje.
Todavía no nos estamos yendo, falta
lo peor para llegar a las vacaciones y ya sabemos que las clases del año
próximo comenzarán el 26 de febrero y que el 11 de dicho mes tengo la primera
mesa de examen. Las vacaciones docentes no son vacaciones, son sólo días de
libertad condicional.
Leo las notificaciones pegadas al
pizarrón de entrada de una de mis escuelas. Me entero que de haber asueto
administrativo, las mesas del día 23 de diciembre pasarán para el 27 de
diciembre. Inglés, por supuesto, se rinde el 23. Reiría si tuviera aliento,
lloraría si tuviera lágrimas, putearía si no estuviera tan cansado o resignado.
Entro a mi aula y digo hola, nadie me contesta, los alumnos están tan hartos o
resignados como yo. Paso lista y comienzo la clase. A enseñar se ha dicho.
Perdón. A sobrevivir se ha dicho.
(Termino estas palabras, entro a los diarios y descubro que en la provincia las
clases comenzarán el 5 de marzo, no será la panacea ni un Abate Faria con un
mapa del tesoro, pero ¿vieron? sólo se trata de sobrevivir)
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